Washington Square - Henry James
Washington Square | Henry James
Sinopsis
A mediados del siglo XIX, cuando las nuevas clases emergentes ya empezaban a mudarse al norte de Manhattan, un rico y prestigioso médico neoyorquino se construye una casa en Washington Square. Es una «casa bonita, moderna», con terraza y porche de mármol. A ella se traslada a vivir en compañía de su hermana, una viuda romántica y sentimental, amiga de los secretos, y de su única hija Catherine, que a los veinticinco años no ha conseguido ser, según su padre, ni hermosa ni inteligente. A Catherine le corresponde, sin embargo, una herencia considerable, y cuando en su vida aparece un joven guapo y encantador, aunque sin oficio ni beneficio, el doctor no duda de que no puede sentirse atraído por ninguna cualidad de su hija que no sea el dinero.
Crítica
Volver a Henry James ha sido como abrir una ventana que creíamos sellada desde los años del colegio. Otra vuelta de tuerca, leída a la fuerza, nunca logró encantarnos, pero quizá hoy —desde la adultez y otra disposición— merezca una segunda oportunidad. Sin embargo, fue Washington Square la que verdaderamente nos reconectó con su obra, recordándonos que volver a un clásico es también devolverle vida. Esta vez lo leímos en la edición de la Cranford Collection, publicada dentro de la serie Novelas Eternas de Editorial El Tiempo: una edición visualmente preciosa, de esas que se sienten como un pequeño objeto de colección. Aunque cabe decir que, como varias lectoras y lectores han señalado, la traducción es correcta pero no extraordinaria; funcional, digerible, pero con ese aire de versión práctica más que literaria. No es una mala edición para acercarse al clásico, pero tampoco es la más fina en términos de matices y revisión. Aun así, la disfrutamos.
En sus páginas nos encontramos con Catherine Sloper, una protagonista que inevitablemente comparamos con la heroína de La casa del páramo, nuestra lectura anterior. Ambas viven bajo el peso de un yugo familiar; ambas se mueven dentro de expectativas ajenas que terminan por asfixiarlas. Pero en Catherine hay algo diferente, un leve impulso de contradicción, una chispa casi tímida que la lleva a manifestarse, aunque sea en voz queda, frente a la autoridad de su padre. Ese pequeño gesto basta para distinguirla. Aún así, no vamos a negarlo: en ciertos momentos sentimos incluso fastidio por ella. Todo a su alrededor —las acciones, las advertencias, los silencios— señalaba que Morris Townsend era un oportunista, un hombre incapaz de darle lo que prometía. Sin embargo, Catherine persistía en su fe ingenua, quizás porque el amor, cuando llega por primera vez, tiende a nublar incluso lo que debería ser evidente.
El doctor Sloper, por su parte, nos provocó reacciones contradictorias. Había instantes en los que entendíamos su postura: su lucidez y su pragmatismo podían verse como un intento de proteger a su hija. Pero en otros momentos lo veíamos como un hombre que rozaba la crueldad, dueño de un ingenio descarnado que no solo señalaba la verdad, sino que la hería. James lo construye con una finura psicológica admirable: un padre tan inteligente como distante, tan sagaz como inflexible, alguien que parece olvidar que la razón, por sí sola, no basta para guiar el corazón de una hija.
Y si el padre generaba ambivalencia, la tía Lavinia nos produjo un rechazo inmediato. Alcahueta de cabo y rabo, vivía el amor de Catherine como si fuera un eco tardío de su propia juventud. No acompañaba, se entrometía; no aconsejaba, empujaba. Quizás por eso nos cayó tan mal: porque en vez de ofrecerle a Catherine un refugio, la lanzaba con entusiasmo hacia un espejismo.
Morris Townsend tampoco tardó en despertar nuestras sospechas. Desde su primera aparición tenía ese brillo inconfundible de los vividores encantadores: mucho encanto, poca sustancia. Lo despreciamos casi de inmediato, y James confirma nuestras intuiciones con una elegancia devastadora cuando el doctor Sloper visita a su hermana y descubre lo que realmente se esconde tras el pretendiente perfecto. Un momento breve, pero suficiente para desmontar la ilusión romántica por completo.
En medio de todo esto, la escritura de Henry James se eleva: delicada, irónica, incisiva. Dice sin decir, deja que los silencios hablen, que los gestos mínimos revelen tensiones profundas. Su narrativa es una coreografía emocional donde cada gesto tiene un peso y cada frase está cargada de intención. Es ahí donde se siente la verdadera fuerza de la novela, más allá del argumento.
Y es justamente esa sutileza la que hace que el final nos haya gustado tanto. No es melodramático ni ruidoso; es limpio, honesto, casi purificador. Catherine no sale mal parada: sale transformada. Sin grandilocuencia ni heroicidad, simplemente toma una decisión que, por primera vez, le pertenece por completo. En ese cierre silencioso sentimos que finalmente deja de vivir bajo el molde de otros —del padre, de la tía, de Morris— y comienza a moldearse a sí misma.
Washington Square nos dejó una buena experiencia, aunque no llegó a maravillarnos del todo. Una lectura sólida, sutil y valiosa, pero con un impacto emocional moderado. Por eso, en nuestro ranking lector, se queda con 3 estrellas: un clásico que apreciamos, que tiene momentos brillantes, pero que no entra en la categoría de nuestros indispensables.
Frases
- [5] En un país donde para alcanzar una posición social uno debe ganar su dinero, o hacerles creer a los demás que lo gana, el arte de curar parece combinar en gran medida dos fuentes reconocidas de crédito. Pertenece al ámbito de lo práctico, lo que en Estados Unidos es una gran recomendación, y está bañado por la luz de la ciencia, un mérito apreciado en una comunidad en la que el amor por el conocimiento no se ha visto siempre acompañado por la comodidad y la convivencia.
- [61] Tenía una profunda aversión a exagerar las cosas: pensaba que la mitad de las penurias y muchas de las decepciones de la vida derivaban de esa actitud. Por un instante se preguntó si tal vez no aparecería como un individuo ridículo a los ojos de ese inteligente joven, de quien sospechaba una aguda percepción de las incoherencias.
- [94] -Es muy bien parecido- dijo la señora Montgomery.
El doctor la miró un momento.
-¡ Ustedes, las mujeres, son todas iguales! Pero el tipo al que pertenece su hermano fue creado para ser la ruina de ustedes, y ustedes hechas para ser sus criadas y víctimas. El signo del tipo en cuestión es la determinación, a veces terrible en su serena intensidad, de no aceptar de la vida más que sus placeres, y asegurarse esos placeres principalmente mediante la ayuda del complaciente sexo femenino. Los jóvenes de esta clase nunca hacen lo que pueden conseguir que otra gente haga por ellos, y es el apasionamiento, el afecto, la superstición de los otros lo que los sostiene. Estos otros, en el noventa y nueve por ciento de los casos, son mujeres. Aquello en lo que insisten principalmente nuestros jóvenes amigos es en que algún otro sufra por ellos; y las mujeres hacen magníficamente bien ese tipo de cosas.
- [140] - Di que te divierte de una vez. No veo por qué tiene que parecerte tan divertido que tu hija te adore.
- Es el punto en que la adoración se detiene donde me resulta interesante fijar la vista.
-Se detiene donde comienza el otro sentimiento.
-En absoluto; eso sería muy simple. Las dos cosas están sumamente mezcladas, y la mezcla es sumamente confusa. Producirá algún tercer elemento, y eso es lo que espero ver.
Espero con zozobra... con verdadera excitación; y esa es una clase de emoción que nunca supuse de Catherine podría darme. En verdad le estoy muy agradecido.
-Ella se aferrará a su amor- afirmó la señora Almond-; por cierto que sí.
- Sí, como te digo, persistirá.
- Se aferrará, es más bonito. Es lo que esas naturalezas tan simples siempre hacen, y nadie podría ser más simple que Catherine. No es muy impresionable, pero cuando recibe una impresión se aferra a ella. Es como una tetera de cobre que recibe un golpe: la puedes pulir, pero no puedes borrar la marca.
-Debemos tratar de pulir a Catherine- dijo el doctor - ¡ La llevaré a Europa!
-Ella no lo olvidará en Europa.
-Él la olvidará a ella, entonces.
La expresión de la señora Almond era grave.
- ¿De verdad te gustaría eso?
- Mucho - replicó el doctor.


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