Sembrar Malvas - Esther Fleisacher
Sembrar malvas |
Esther Fleisacher
Sinopsis
Una mujer sentada en un sillón, en la penumbra de un cuarto al final del día, sostiene una aguja delgada y gris en cada mano, mientras un hilo largo se desliza con habilidad entre sus dedos. No sabemos qué lo que teje, pero ella sí. Usa hilos gruesos, burdos; otros finos, delgados, leves. Ella sabe cómo entrelazarlos, en qué momento entra uno y se enreda otro, y luego sale y reaparece cuando ya no espera. El resultado es, invariablemente, la belleza, la gracia, y la sonrisa que despierta lo inesperado y que a veces revienta en franca carcajada. Así es toda la obra de Esther Fleisacher. Sembrar malvas da cuenta de ese destreza con la que ella toma cada personaje como si fuera un hilo que va desarmando lenta, pacientemente, mientras transforma los hilos en rostros y cuerpos, en hechos y sentimientos. En esta novela se entrelazan culturas, tradiciones, modos distintos de relacionarse con Dios, con el dinero y con el nudo estrecho que une la muerte con la vida de cada personaje como individuo y como parte de una familia extensa; del mismo modo que en la mata de malva se encuentran el verde oscuro de las hojas y los tallos leñosos, el morado intenso de los nervios foliares, la delicada sutileza lila de cinco pétalos alineados cuidadosamente alrededor del centro. Sin importar cuántas veces la leamos, Sembrar malvas nos deja siempre con ganas de más.
Crítica
La obra de Esther Fleisacher nos arroja sin preámbulos a la Colombia herida por la violencia y la guerrilla, pero revela que el verdadero motor de la supervivencia es el engranaje económico. La migración de Palmira a Medellín no es una huida ciega, sino un ascenso estratégico: la prosperidad es un regalo directo del tío César, quien emplea al padre de Andrea, Raquel e Isaac, haciendo que la familia se integre a la maquinaria de un éxito tangible.
La narrativa contrapone el drama de la fe—el rigor católico acérrimo frente al silencio judío—con el magnetismo del capital. El verdadero ombligo que une a la familia es la fortuna de César y Martha, un faro de mérito, tesón y decisiones sabias. El ateísmo de César no es vacío, sino una filosofía pragmática que le permite generar una riqueza que obliga a los devotos a cuestionar si la piedad es más valiosa que el esfuerzo.
Este legado de César y Martha es la palanca que acciona la liberación intelectual y personal. Mientras Isaac y Raquel quedan atrapados en el deseo de heredar el oro, Andrea emerge como una mente analítica. Su crecimiento no se nutre de dogmas, sino de la biblioteca de sus tíos. El conocimiento se convierte en su mayor herencia, dándole las herramientas para pensar por sí misma, rompiendo el molde de la tradición y creciendo como la madreselva sobre el muro de la tradición.
Del mismo modo, Matilde, limitada por su "piernita" y sofocada por el rezo, encuentra su primera emancipación laboral en el negocio de su tío. Matilde y su hermana Blanca Luz cargan con una doble herencia: son hijas de David, un judío que se convirtió al catolicismo. La autonomía que adquiere Matilde la fortalece para su decisión más radical: la elección consciente de Israel, un retorno a la raíz que su propio padre abandonó por amor, emprendido por voluntad propia. En contraste, el misterio de David, el padre que muere joven, queda suspendido, demostrando que en esta novela las certezas residen en lo terrenal, no en lo espiritual.
Frente a la autonomía de Matilde, su hermana Blanca Luz encarna la fuerza del compromiso. A pesar de ser una monja misionera obligada a la obediencia, su carácter es inquebrantable. El lazo de sangre es el único absoluto que no se rompe, y es ella quien asume el dolor más profundo y visceral tras la pérdida de Matilde en Tierra Santa.
La saga familiar funciona como una aguja para coser los fragmentos de la identidad colombiana, explorando la lucha por la autonomía y la herencia que de verdad importa: la de las decisiones que nos permiten elegir quiénes somos, incluso cuando la historia y la familia dictan lo contrario. Esta es la poderosa esencia de Sembrar Malvas.
Frases
-[23] -Papá estaría contento con mi decisión, alguna vez me dijo que la inteligencia con imaginación es la mejor manera de caminar. Papá me dio alas en la mente, esas usted no me las puede cortar.
-[26] La bromelia que Matilde dejó en la oficina donde fue su entrenamiento amaneció florecida, inclinada hacia la ventana en busca de luz. Pienso que ese es su espíritu, dejar una estala cálida por donde pasa a pesar de su firmeza y del cuerpo malparado.
-[26] En contra de las advertencias de seguridad, por la guerra entre y contra narcos que campea en la ciudad: bombas, balas perdidas, secuestro y extorsión, César y Martha caminan a la casa después del trabajo durante la caída del sol. Es una costumbre que les trae sosiego, los aleja de los números y los acerca a la luz de oro del atardecer. Como un ritual de limpieza entre el trabajo y la casa.
-[29] La vida de mi hermano David, que en paz descanse, es un misterio que punza; se bautizó para casarse con Margarita, aunque nunca más frecuentó la iglesia. ¿Cómo hizo para vivir con una mujer rezandera como ella?, ¿Cómo pudo consentir que sus hijos fueran practicantes y asistieran a misa los domingos? Margarita con sus hijos y el padrenuestro hicieron un círculo donde él no cabía.
-[44] Qué embrollo la fe religiosa, qué embrollo mi familia; cada fe, a cada fanatismo, crea una lógica indestructible.
-[53] El tío César me apoya. Nos apoya a todos. No tiene preferidos. Martha y el tío siempre están juntos. Martha es inescrutable, no es expresiva. Le decimos "la guardiana", parece vigilando en todo momento. Se alegra con mis visitas a la biblioteca de su casa. Son momentos de rara intimidad. Traen aire fresco al mundo cerrado de mi familia. Habla de los escritores como si fueran viejos conocidos, se sabe sus vidas. Habla de los libros como si fueran sucesos reales. "Lo que hay en ellos vuelve a suceder cuando alguien lo lee". La escucho, no parpadeo. Martha se complace.
-[61] La gente cree que las religiosas tenemos un mundo sin cuerpo. Tengo cuerpo. No hay que vivirlos para entrever o saber de algunos asuntos.
-[63] César es expresivo. Su bienvenida alegre es un abrazo cálido. La casa de los tíos es sinónimo de abundancia. Martha se ocupa de los detalles. Su alegría está en elegir las flores, los pasabocas, el licor, los platos de la cena. Durante la velada parece tensa. Ya nos acostumbramos a su sonrisa escasa. Los tíos lograron lo que parecía imposible: la familia alrededor de la misma mesa, a pesar de credos y dioses, de cruces y estrellas.
-[73] No sé defenderme, no tengo la fuerza ni los argumentos ni la imaginación. No se me ocurre nada para contestarles. No sé ponerlos en su lugar. Sé que ese mundo no me interesa: pelo cepillado, maquillaje, minifaldas y discotecas para amacizarse con los novios.
-[78] -Nada nuevo, voy con las inconsistencias, a veces hacen ruido, aturden-César se tapa las orejas con gracia. Y continúa-:Me admira la determinación de Matilde.
-La libertad, cuando se usa, no tiene marcha atrás, es como si el miedo se pusiera entre paréntesis. Mi nueva definición de libertad: una certeza llena de incertidumbre. - Martha se ríe de sí misma-.Es posible que mañana te diga otra cosa.
-[95] Los cambios son lentos. Algunas mujeres asumen la vida con deriva. Las carcajadas ruidosas y el ocio y los sueños propios, como una habitación propia. Lo celebro. Ahora los desconciertos son otros.
-[96] En la ciudad donde vivo el otro no existe. Solo importan la comodidad propia, la música propia, el ruido propio, la velocidad propia y el dinero del otro. No soy rica, no soy pobre. Tengo tiempo para leer novelas, poesía, cuento, análisis económicos y sociales. Me gustan los zapatos cómodos y los lagos.
-[132] Extrañan a César y Martha, con el paso de los días se van enterando de la reciedumbre del vínculo, cada uno tiene su manera de vérselas con esa orfandad que no tiene nombre.
-[139] Los árboles dan sombra en el Bulevard Rothschild, a unas cuadras del edificio donde vivió y falleció Matilde. Blanca Luz busca una banca y allí sentada trata de recomponer el presente sin Matilde, la vida sin su hermana le oprime el pecho, saberla yendo y viniendo con su cojera era la manera de estar juntas. Saberla bajo tierra le trae una soledad desconocida, un desamparo de la sangre. Recita en su mente una oración para su hermana, mueve los labios sin hacer ruido y se despide. Viaja al día siguiente, nunca pondrá flores en su tumba.
-[140] Andrea busca la palabra "malva" en el diccionario de María Moliner, quiere precisar de dónde viene. Se trata de una planta, de flores y de un color. Aparece otra entrada: "Estar criando malvas: estar muerto y enterrado". Sospecha que Martha no daba puntada sin dedal, tejía hilos invisibles. Se alegra de poder apreciar con hondura la belleza que Martha urdió alrededor de la propia muerte.
Andrea se queda con la urna vacía, la pone en el balcón. Un objeto entrañable, precioso, distinguido. Evoca la lámpara de Aladino, levantar la tapa, un pequeño remolino se expande, desea la voz de César, su cariño. Tan solo un instante de alegría sosegada, sombra de árbol con ramas extendidas. El remolino se recoge, entra en la urna, pone la tapa.
-[141] La herencia, o la no herencia, creó un silencio entre Raquel, Isaac y Andrea, una zona a la que no se entra, un estupor que no se nombra, una niebla densa que los cobija a ellos. Cuando coinciden donde Sara y Ariel hablan como siempre se estuvieran escabullendo. La infancia se estremece cuando nombran a César, como si jalaran de un hilo de palabras anclado en la piel.


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