La casa del páramo - Elizabeth Gakell
La Casa del páramo |
Elizabeth Gaskell
Sinopsis
La casa del páramo fue publicada como «cuento de Navidad» a finales de 1850 y, respetuosa con el género, Elizabeth Gaskell compuso una hermosa historia de amor campestre, con un cuadro potente de virtudes y vicios y una apelación al sentimiento de buena voluntad. Maggie Browne, su heroína, vive con una madre indiferente y un hermano ambicioso que la considera una jovencita
«enjaulada en el campo, rodeada siempre de la misma gente». Después de luchar por superar las diferencias sociales que la separan de su amor ?el heredero de un terrateniente?, se verá empujada a un supremo sacrificio para salvar a su propia e ingrata familia. narradora de estas páginas? y se propone, con fortuna, entrar allí donde las apariencias y presuposiciones desvelan sus conflictos y sus secretos.
Crítica
La casa del páramo, que leí en la edición Cranford Collection – Novelas Eternas (El Tiempo), fue mi primer acercamiento a Elizabeth Gaskell. Y aunque su nombre es fundamental en la literatura victoriana, esta novela breve —152 páginas, concebida originalmente como un relato moral navideño— me deja con la sensación de que quizá no era el mejor título para conocerla.
Mi mayor conflicto fue la protagonista, Maggie, pues al estar sometida a dos figuras familiares igualmente asfixiantes y deplorables —una madre manipuladora y un hermano egoísta— su vida entera queda condicionada por voluntades ajenas. Estas dos presencias no solo dictan sus decisiones: erosionan lentamente cualquier indicio de autonomía que Maggie pudiera llegar a desarrollar. Ella no vive: cumple. No decide: obedece.
Lo más inquietante es que la novela ofrece momentos en los que Maggie podría dar un paso hacia una existencia propia. Tiene, frente a sí, la posibilidad concreta de una relación sincera, estable y afectuosa. Una vida construida desde la elección, no desde la obligación. Pero, en un acto que resulta más desesperanzador que heroico, renuncia a todo ello para tratar de ayudar a un desagradecido hermano, repitiendo un patrón de dependencia que ya parece parte constitutiva de su identidad.
Su sacrificio —que podría leerse como lealtad o sentido del deber— termina siendo frustrante porque no nace del amor o la convicción, sino de una idea enfermiza de responsabilidad familiar. Maggie nunca se permite imaginar un futuro propio: vive atrapada en la expectativa ajena, convencida de que su valor depende de sostener a quienes, irónicamente, más han contribuido a despojarla de sí misma.
Es un conflicto potente, sí, pero también uno que deja una sensación amarga: la de ver a una protagonista con corazón noble y sensibilidad profunda ser sistemáticamente anulada por quienes deberían haberla cuidado.
La trama es relativamente predecible y, en términos de conflicto emocional, no sorprende al lector. Y aquí es imposible no pensar en Jane Austen, aunque no por la presión matrimonial (algo que Maggie no enfrenta), sino porque ambas protagonistas —Maggie y Elizabeth Bennet— deben demostrar su valía ante una familia política que desconfía de ellas por su origen humilde.
El paralelismo está ahí: jóvenes de extracción modesta que deben probar que su amor es auténtico, íntegro y honesto frente a parientes que las consideran “indignas”.
La diferencia es que Austen dota estas tensiones de ironía, humor y un colorido social vibrante; en cambio, Gaskell, al menos en esta novela, ofrece un conflicto más plano, sin la chispa ni la sutileza que hacen memorable el enfrentamiento de Elizabeth con Lady Catherine de Bourgh, por ejemplo.
La ambientación es uno de los puntos más logrados: el paisaje rural, la atmósfera invernal y la vida en el páramo transmiten una melancolía que encaja perfectamente con la lectura navideña para la que esta historia fue concebida. El tono de fábula moral —centrado en el sacrificio, la bondad y la humildad— funciona bien para esta época del año.
Pero el mayor problema es el final. Tras un desarrollo pausado, la novela acelera de golpe en las últimas páginas y resuelve todo de manera apresurada. El desenlace resulta tan súbito que no parece consecuencia natural de lo anterior, sino un cierre impuesto para cumplir con la moraleja luminosa que exige el formato de “cuento navideño”. Esta sensación de atropello aparece con frecuencia en reseñas de otros lectores, y coincido por completo.
En balance, La casa del páramo es una lectura amable y adecuada para la temporada, pero irregular. Es fácil ver sus intenciones y su encanto invernal, pero también sus limitaciones. No me disgusta haber iniciado por aquí, pero sí creo que Gaskell tiene obras más representativas y complejas que podrían ofrecer una imagen más sólida de su talento. Quizá no era la mejor puerta de entrada, aunque sí una curiosidad que deja abierta la posibilidad de seguir explorando su narrativa.
Frases
- [9] Verás, Maggie: para ser un caballero, un hombre ha de tener cierta cultura. A una mujer solo se le pide que sepa llevar la casa. De modo que mi tiempo es más valioso que el tuyo. Dice mamá que debo ir a la universidad para convertirme en clérigo, así que tengo que estudiar mucho latín. Maggie asintió en silencio; y casi le pareció una delicada muestra de deferencia que, una mañana o dos después, Edward se acercara a ella para ayudarla a llevar el pesado cántaro de barro que traía de la fuente con agua fresca para la comida.
- [10] Cuánto se enfada Ned algunas veces -pensó- No le he entendido dónde quería llevar el agua. Quizá sea una patosa. Mamá dice que lo soy, y Ned también. Ojalá pudiera evitar ser tan torpe y tan estúpida. Según Ned, todas las mujeres lo son. Ojalá no fuera una mujer. Debe ser maravilloso ser hombre. ¡Dios mío! Tengo que volver a subir la ladera con este pesado cántaro, ¡y me duelen tanto las manos!
- [31] (De haber podido contemplarlos en aquel instante, habría visto cómo el señor Buxton acariciaba con ternura las manos de su mujer, y se asombraba en su fuero interno de que un ser tan puro pudiera amar a un hombre tan zafio como él; era la bendición maravillosa e inexplicable de su vida. ¡Conocemos tan poco de la verdadera realidad de aquellos hogares que visitamos como amigos íntimos!)
- [40] Pero cuando descubrió que Maggie corría el peligro de vivir fuera de la realidad, debido a su costumbre de esperar algún acto heroico, empezó a hablarle de otros ideales femeninos. Le explicaba que, aunque la vida de esas mujeres de antaño solo llegara hasta nosotros por algún hecho glorioso, no habrían podido construir el templo de su perfección sin innumerables historias silenciosas; y que las pequeñas ofrendas diarias depositadas sobre el altar les habían permitido adquirir la fuerza necesaria para el sacrificio supremo. Después le hablaba de aquellos cuyos nombres jamás se enaltecen - alguna pobre criada, algún curtido artesano, alguna institutriz cansada- y pasan por la vida sin hacer ruido, con el corazón lleno de los más nobles propósitos, por los que renuncian al placer y a la comodidad, en una suave y apacible sucesión de días de firmeza. Citaba estos versos de George Herbert:
Todos pueden tener, si se atreven a elegirlo, un sino o una tumba gloriosa.
- [57] Nada despertada tanta admiración en Edward como el éxito mundano.En su opinión, el fin justifica los medios: si un hombre prosperaba, no era necesario analizar minuciosamente su conducta. Edward mostraba el lado más ruin de la ley; pero lo hacía con cierta inteligencia, lo que salvaba su intelecto de resultar despreciable. Frank había abrigado la idea de estudiar leyes, más para familiarizarse con los códigos que forman y representan la conciencia de una nación que con objeto de ganarse la vida. Pero los detalles de Edward sobre el modo en que con frecuencia la letra malogra el espíritu le hicieron echarse atrás. Irritado consigo mismo por despreciar una profesión por la forma en que la degradan quienes se dedicaban a ella, en lugar de verla como algo que los hombres de espíritu intachable y nobles sentimientos podían ennoblecer y purificar en grado sumo, se levantó con brusquedad y abandonó el comedor.
- [58] Y ella pondrá el oído
en mil rincones secretos
donde el arroyo danza su redondel travieso,
y la belleza que nace del rumoroso arullo
se dibujará en su rostro.
- [91] Me asusta la riqueza. Me asusta la responsabilidad que lleva aparejada. En cualquier caso, me gustaría haber nacido pobre y abrirme camino en la vida hasta alcanzar una posición desahogada. Así podría comprender y recordar las tentaciones de la pobreza. Tengo miedo de que mi propio corazón se endurezca como el de mi padre.
- [95] - Me gusta ver esas ideas en un joven, señor. Yo también las tenía a su edad.Creo que unas ideas muy elevadas sobre la tentación y la fuerza de las circunstancias; y era tan quijote como el que más cuando pensaba que se podía reformar a los bellacos. Pero mi experiencia me ha enseñado que la bellaquería es innata. Solo una fuerza exterior puede controlarla, e impedir que rebase ciertos límites. Y esa fuerza exterior ha de ser el miedo a la ley. Admiro su bondad; a los veintitrés años no se puede tener la sabiduría y la experiencia de los cuarenta o los cincuenta.


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