Cuentos Inquietantes - Edith Wharton

 

Cuentos inquietantes Edith Wharton
Cuentos inquietantes | Edith Wharton

Sinopsis

Los cuentos inquietantes aquí reunidos,  buena parte de los cuales han permanecido inéditos en castellano hasta hoy,  lo son cada uno a su manera. Algunos se escoran levemente hacia lo sobrenatural,  en la línea de los geniales relatos de fantasmas de Henry James,  historias en las que el elemento ultraterreno sobrevuela la cotidianidad de modo casi imperceptible: sutilmente invasivo, tan evanescente, en ocasiones que la duda atenaza al lector hasta el final provocándole una deliciosa inquietud. Y en otros (más desasosegantes si cabe, por cuanto prescinden de lo asombroso) el misterio se oculta en la propia mente, en las ambiguas actitudes de personajes que se nos antojan perturbadores gracias a la pericia de la autora para manejarse en los meandros de su psicología. Una auténtica obra maestra de lo oscuro que se esconde tras lo cotidiano.

Leyendo estos relatos, los amantes del escalofrío exquisito se adentrarán en atmósferas subrepticiamente inquietantes que inciden en la falacia de la apariencia haciendo realidad la premonición de Borges: << Cualquier instante puede ser el cráter del infierno>>.

Crítica.

La plenitud de la vida ★★★☆☆ 

La editorial Impedimenta abre su antología Cuentos inquietantes con este relato, una elección que puede sorprender a quien, guiado por el título, espera historias de terror o fantasmas clásicos. Pero Edith Wharton —maestra de la sutileza psicológica— inquieta desde otro lugar: el de la costumbre, la renuncia y la necesidad de aferrarse a lo conocido.

En este cuento, una mujer recién fallecida conversa con un espíritu que la guía hacia su destino final. Durante el diálogo, ella confiesa que en vida no conoció la plenitud, que siempre sintió que su alma merecía una comprensión más honda. El espíritu, comprensivo, le ofrece la posibilidad de reunirse con un alma afín, alguien capaz de entenderla de verdad.

Pero entonces ocurre lo desconcertante: la mujer no elige esa promesa de plenitud, sino que pide reencontrarse con su esposo. Con ese hombre que nunca la comprendió del todo, con sus silencios, su rutina y hasta con el ruido de las botas que tanto la irritaban.

Ahí está lo inquietante del relato —no el más allá, sino la fidelidad al hábito, la necesidad de volver a lo conocido, aunque eso suponga renunciar a la plenitud. Wharton retrata con precisión psicológica esa mezcla de ternura y resignación que define tantas relaciones: amamos no lo que nos colma, sino lo que nos resulta familiar.

El título se vuelve entonces irónico: La plenitud de la vida no está en alcanzar el amor ideal, sino en reconocer el peso de lo vivido, incluso cuando duele.

En resumen, le damos 3 estrellas de 5, porque aunque el título del libro sugiere terror sobrenatural, este cuento- que abre la antología preparada por la editorial- nos enfrenta con una inquietud más íntima: la de seguir atados a lo que conocemos, incluso después de la muerte.

Apartados 

- [7] A Edith Wharton, no se le ha reconocido lo suficiente su deslumbrante maestría en la técnica del relato de suspense o de terror. En las acotadas y rigurosas leyes del género halló la autora  de la Edad de la inocencia el habitáculo idóneo para alojar sus historias mínimas pero impactantes, para recoger los elementos más humildes de la cotidianidad y hacer prender en ellos la llama de la desazón, torciendo prodigiosamente el destino de unos sucesos que se trascienden a sí mismos justo cuando iban camino de fundirse en el caudal de lo prosaico. 

- [8] <<Una botella de Perrier>> es una historia de crimen y suspense ambientada en el desierto africana. No tardará en prender en el lector una sensación de oscura acechanza que irá en aumento a medida que el protagonista se vea privado del consumo del agua mineral embotellada. Este relato de Wharton; Graham Greene, de hecho, lo calificó como una <<soberbia historia de terror>>.No es poco lo que el lector debe poner de su parte en esta historia y, por fortuna, no. habrá confirmación explícita que corrobore sus espeluznantes sospechas. La elipsis es (bien lo supo Wharton) la persiana que impide que un exceso de luz ilumine indeseablemente los rincones de la fantasía.

- [10] En <<un viaje>>, Wharton recrea los espeluznantes problemas prácticos derivados de la intrusión de la enfermedad y de la muerte en el estable discurrir de nuestras vidas.La autora subraya la paradoja sobre lo desentendida que suele estar la gente de la única circunstancia segura, ineludible e impredecible para cualquiera que esté vivo: la muerte.Contrasta con la angustia de la protagonista que viaja en tren junto a su marido enfermo con la insensibilidad ( incluso con la desalmada curiosidad) del resto de pasajeros.

- [11] El mensaje subyacente en este grupo de relatos que prescinden de lo sobrenatural sin dejar de ser inquietantes no deja lugar a dudas:lo verdaderamente esotérico reside agazapado en la mente de cada cual.Incluso cuando nos enfrentamos a  rasos conflictos  domésticos nuestras reacciones pueden llegar  a ser imprevisibles y contradictorias.

- [13] <<El mejor hombre>> es un cuento de argumento político que, aunque no tan inquietante como el resto, incide en que a veces el enemigo más desestabilizador que puede irrumpir en una existencia plácida es el que se instala en el recinto de la conciencia.Subraya Wharton mediante esta historia cómo la corruptela ( o la sospecha de ella) puede corroer la paz de un hombre íntegro.

- [14] Los espacios donde habita la gente la condicionan ( o a la inversa), convirtiéndose en testigos mudos de lo que se exhibe o se esconde,  en nexo entre quienes los habitan y  quienes les precidieron. En <<La duquesa orante>>, <<Una botella de Perrier>> y sobre todo en <<Después>>, las mansiones alcanzan la envergadura de seres animados.

En líneas generales y cada una a su estilo, estas atmósferas inquietantes son breves irrupciones de lo raro o inesperado en la blanda cotidianidad, suficientes como para hacer realidad la profecía de Borges: <<Cualquier instante puede ser el cráter del infierno>>

- [22] - ¿De verdad que nunca has sabido lo que es la vida?-le preguntó el Espíritu de la vida.
-Jamás he conocido la plenitud de la vida que todos nos sentimos llamados a conocer, pesa a que no han faltado en la mía dispersos atisbos de ella, como el olor a tierra que a veces se perciben en alta mar.
- ¿Y a qué llamas tú <<Plenitud de la vida>>?- preguntó nuevamente el Espíritu.
-¡Oh, si tú no lo sabes, cómo voy a explicártelo yo!- dijo ella on un punto de reproche- Se supone que hay muchas palabras para definirlo, entre las cuales las más usadas son <<amor>> y <<afecto>>, pero no estoy muy segura de que sean las idóneas. Además, hay tan poca gente que sepa lo que significan...

- [23] Pero a veces pienso que la naturaleza de la mujer es como una casa, con muchas habitaciones: está el recibidor de entrada por el que pasa todo el mundo para salir o entrar, el salón en el que una recibe  a las visitas formales, la sala de estar donde los miembros de la familiar vienen y van a su antojo...Pero más apartadas, mucho más apartadas, hay otras habitaciones cuyos picaportes nunca se hicieron girar para abrir sus puertas. Nadie conoce el camino para acceder a ellas, nadie sabe a donde conducen. Y en la habitación más recóndita de todas,  en el santuario de santuarios, el ama se sienta sola, aguardando el sonido de unos pasos que nunca llegan.

- [24] -Pues no sabría decirlo. Unas veces al perfume de una flor, otras a un verso de Dante o de Shakespeare o incluso a un cuadro o a una puesta e sol, o a uno de esos días de calma en alta mar cuando a una le parece estar recostada en la cuenca de una perla azul.En ocasiones ( aunque de manera muy ocasional) a algo dicho por alguien que obró el milagro de poner en palabras, en el momento adecuado, lo mismo que yo había sentido y no había sido capaz de expresar.

- [25] -¡Yo nunca he amado de esa forma!- repuso ella con pesadumbre- Como tampoco pensaba en nadie en particular al hablar, tal vez en dos o tres personas que, al pulsar eventualmente alguna tecla de mi ser, lograron sonar una nota aislada de la extraña melodía que parecía dormir dentro de mi alma.Sin embargo, han sido pocas las veces en las que he podido atribuir tales sensaciones a las personas.Y, desde luego, nadie suscitó nunca en mí una sensación de felicidad como la que tuve el privilegio de experimentar una noche la capilla de San Miguel, en Florencia.

- Un viaje  ★★★☆ 

En este segundo relato, Edith Wharton vuelve a una protagonista femenina, pero ahora la sitúa en el espacio cerrado de un tren, donde la muerte y la rutina se confunden. El marido enfermo viaja a su lado, y durante el trayecto muere sin previo aviso. A partir de ese momento, todo el relato se convierte en una tensión silenciosa entre la compostura social y el pánico interior.

La mujer teme ser descubierta, teme el juicio de los pasajeros que la observan con una mezcla de curiosidad morbosa y falsa cortesía. El tren —ese espacio compartido y anónimo— se transforma en un escenario de vigilancia, donde cada gesto puede delatarla. Su mayor miedo no es la muerte, sino ser rechazada, expulsada en medio de una parada desconocida, sola con el cuerpo de su marido.

Lo perturbador, sin embargo, no se limita al miedo. También aparece el rencor callado: esa rabia íntima y casi vergonzosa de una mujer que piensa, con cansancio y culpa, que su esposo “preciso tenía que morirse allí”, en ese viaje, en el peor momento. Wharton dibuja con precisión esa mezcla de compasión, irritación y agotamiento que el matrimonio puede dejar tras años de enfermedad y rutina.

De nuevo, el terror no proviene de lo sobrenatural, sino de lo humano: de la carga emocional de cuidar, de sostener, de fingir normalidad ante el desastre.

La autora convierte el vagón de tren en una metáfora del matrimonio: un recorrido sin escapatoria, donde cada parada parece un riesgo y cada mirada ajena pesa como una sentencia.

Le damos 4 estrellas, porque Un viaje captura a la perfección la inquietud doméstica y emocional que recorre toda la obra de Wharton: la soledad de una mujer observada, la culpa del rencor y el miedo al desamparo.

No hay fantasmas, pero sí un temblor invisible que nos acompaña hasta el final del trayecto.


Un cobarde ★★★☆☆ 

En Un cobarde, Edith Wharton abandona momentáneamente la mirada femenina de los primeros relatos para explorar la vergüenza masculina y el miedo silencioso que se esconde tras la fachada del valor. El protagonista se enfrenta a una situación que exige coraje, pero cuando llega el momento crucial, el miedo lo vence. Ese instante, que podría pasar desapercibido para los demás, se convierte para él en una condena interior. Lo verdaderamente inquietante no es la cobardía en sí, sino la conciencia de haberla cometido y tener que cargar con ella.

Wharton aborda el tema con su característico pulso psicológico, sin dramatismos, sin castigos, solo con la lucidez que deja la humillación. Sin embargo, a diferencia de los relatos anteriores, este se siente más frío, más cerebral; una radiografía del miedo más que una experiencia emocional. Quizás por eso nos resultó más fácil admirarlo que conmovernos.

La presencia de la madre, con su verborrea incesante y su necesidad de opinar sobre todo, aporta un matiz de incomodidad doméstica que se vuelve casi insoportable. Esa figura, lejos de aliviar la tensión, la amplifica hasta volverla irritante, acentuando la sensación de encierro que domina el cuento. Es un retrato muy whartoniano: gente atrapada por su propio entorno, incapaz de liberarse de las expectativas ajenas.

Aun así, Un cobarde amplía la gama de lo inquietante dentro de la antología. Aquí el miedo no es sobrenatural ni doméstico, sino moral. Es el temblor interno del que ha fallado a su propia imagen y ya no puede escapar de ella.

Le damos 3 estrellas, porque, aunque el cuento está construido con precisión, carece de la intensidad emocional que encontramos en los dos primeros. La incomodidad está ahí, pero no llega a calar tan hondo; el relato termina antes de que el miedo se vuelva realmente inolvidable.

Apartados 

- [71] Ni la casa en sí ni los invitados que iban y venían de ella como el público ajetreado de las estaciones de tren proporcionaban un instante de paz a sus pensamientos . Algunas casas resultan cómplices naturales: las paredes, la estanterías de libros, las propias sillas y mesas poseen la cualidad de la empatía.Sin embargo, los interiores de la señora Vance eran tan impersonales como el escenario de un drama clásico.

- [80] - Aquel incidente alteró toda mi vida.No debí haberlo permitido, naturalmente..., porque eso es otra forma de cobardía.Pero ya no podía verme a mí mismo de otro modo que no fuese a través de los ojos de Meriton... Una de las peores desgracias de la juventud es la de estar siempre intentando ser otro.Yo había pretendido ser un Merinton... Comprendí que lo mejor era volverme a casa y estudiar Derecho...

Sé que es una fantasía pueril, un reducto del primitivo salvaje, si usted quiere, pero desde aquel instante hasta hoy he añorado día y noche la oportunidad de redimirme, de enderezar al hombre que quise ser.Quiero demostrarle a dicho hombre que todo fue un accidente..., una desviación inexplicable de mis instintos naturales, que al haber sido cobarde una vez no significaba que uno sea cobarde por naturaleza...Y no puedo, ¡no puedo!


La duquesa orante ★★★

Con La duquesa orante, Edith Wharton alcanza uno de los puntos más refinados y turbadores de esta antología. El relato se mueve entre la devoción y la sospecha, entre la santidad pública y el rumor íntimo. Nos encontramos con una mujer cuya vida entera parece consagrada a la oración, pero a su alrededor flota una duda que todo lo ensombrece: ¿fue realmente tan virtuosa como la recuerdan o fue, más bien, víctima de una venganza silenciosa?

Se insinúa que la duquesa pudo haber engañado a su marido y que este, en una suerte de represalia sutil y cruel, la envenenó. Wharton no lo dice abiertamente, y ahí reside su maestría: en dejar que la duda se deslice entre líneas, que el lector participe del murmullo, que imagine los rostros de quienes cuentan y escuchan.

El relato está narrado por un tercero, y ese detalle lo dota de un encanto especial. Se siente como si alguien nos lo susurrara en una habitación en penumbra, a la tenue luz de las velas, como esos viejos cuentos de miedo que circulan entre conocidos, cargados de misterio, de medias verdades y de silencios más elocuentes que cualquier confesión.

La duquesa no es solo un personaje, sino un símbolo de lo que la apariencia puede ocultar y la fe puede justificar. Wharton pinta su figura con la precisión de un retrato antiguo, donde la serenidad del gesto oculta la tragedia de fondo.

Por su sutileza, su atmósfera envolvente y ese equilibrio perfecto entre el rumor y la revelación, le damos 5 estrellas de cinco. Es, sin duda, uno de los relatos más logrados de la colección, y uno de los que mejor resume la capacidad de Wharton para inquietar sin necesidad de levantar la voz.

Apartados 

- [85] ¿No se ha sentido nunca inquieto ante la alta fachada con persianas echadas de una viaja casa italiana?¿Esa impávida máscara, uniforme, muda y engañosa como el semblante de un cura tras el cual continúan zumbando los secretos escuchados en el confesionario?Hay casas que proclaman la actividad que albergan; son la clara y expresiva cutícula de una vida que fluye próxima a la superficie.Pero el palacio en su callejón o la villa oculta entre cipreses en su colina resultan impenetrables como la muerte.Los ventanales asemejan ojos ciegos, y el portón, una boca cerrada. En el interior tal vez podría brillar el sol, oler a fragantes arrayanes... O podría percibirse algún latido de vida recorriendo las arterias de la colosal estructura. O una soledad mortal en cuyo seno se hospedan los murciélagos, entre las desencajadas piedras, donde las llaves se oxidan en las cerraduras de puertas sin franquear...

La misión de Jane  ★★☆☆☆  

Con La misión de Jane, Edith Wharton abandona momentáneamente lo inquietante para sumergirse en un relato de costumbres, más cercano a la sátira social que al misterio. Sin embargo, la historia se siente más irritante que reveladora.

El cuento presenta a una pareja cuya aparente armonía se resquebraja con la llegada de Jane, una muchacha ingenua hasta el exceso. Él, un marido arrogante y mezquino, desprecia abiertamente a su esposa por su deseo de ser madre, y en su actitud se condensa toda esa crueldad refinada de los hombres que se creen superiores bajo la excusa de la racionalidad. Ella, por su parte, se muestra tan cándida, tan complaciente, que su bondad raya en la idiotez. No logramos simpatizar con ninguno: ni con el marido por su frialdad, ni con la esposa por su sumisión, ni con la hija, que hereda lo peor de ambos y resulta simplemente insufrible.

Wharton deja entrever su habilidad para retratar las máscaras del matrimonio y la hipocresía social, pero aquí la ironía se vuelve amarga. Lo que podría haber sido una crítica aguda termina siendo un desfile de personajes desagradables y vacíos, donde incluso la “misión” de Jane parece un accidente más que una epifanía.

La prosa, impecable como siempre, no logra salvar el tono gris de la historia. Todo se percibe distante, casi cínico, sin la tensión emocional ni la sutileza que brillan en otros relatos de la autora.

Por eso le damos 2 estrellas de cinco. Un cuento que se lee con curiosidad, pero se olvida pronto. Ni inquieta, ni conmueve; apenas deja el mal sabor de un matrimonio disecado en vitrina.

Apartados 

- [123] Sabía a ciencia cierta que no hay nada más críptico que el sentido del humor de quienes carecen de él.


Los otros dos  ★★☆ 

En Los otros dos, Edith Wharton despliega su ironía más afilada para retratar los enredos sentimentales y las convenciones sociales del matrimonio. La historia sigue a Waythorn, un hombre recién casado que debe enfrentarse a los fantasmas vivos del pasado de su esposa: sus dos exmaridos. Lo que comienza como una situación incómoda se transforma en una comedia de modales donde la tensión se mide en silencios, sonrisas forzadas y tazas de té compartidas con diplomacia.

Wharton demuestra aquí su maestría para explorar la hipocresía de la clase alta, esos escenarios donde las apariencias pesan más que los sentimientos. La autora se burla, con elegancia, de la moral victoriana y de la doble vara con que se juzga a las mujeres: lo que en un hombre sería experiencia, en una esposa se convierte en motivo de sospecha.

Aun así, el relato se queda un poco corto en emoción. Todo está tan medido, tan contenido, que el lector termina observando la escena con cierta distancia. Waythorn, con su ego herido y su rigidez moral, provoca más fastidio que empatía, y su esposa —tan hábil para moverse entre los tres hombres— encarna más un símbolo social que una figura verdaderamente viva.

Este cuento, al igual que los anteriores de la antología, gira en torno al matrimonio, revelando un hilo cohesivo entre los relatos: el matrimonio como espacio de tensiones, renuncias y apariencias. Wharton vuelve una y otra vez sobre este tema, lo disecciona desde distintos ángulos —la fidelidad, la rutina, la frustración, el deseo— y logra que, incluso en la comedia, se perciba el peso de lo inevitable.

Por eso le damos 3 estrellas de cinco. Un relato elegante, irónico y perfectamente construido, que refuerza la idea de que en los cuentos de Wharton el matrimonio no es un refugio, sino el escenario más civilizado del desencanto.

Apartados 

- [174] Ella era tan fácil de llevar como unos zapatos viejos... unos zapatos que habían calzado demasiados pies. Su elasticidad era el resultado de una tensión sostenida en demasiados frentes. Alice Haskett, Alice Varick, Alice Waythorn...Había sido una cada vez, y adherido a cada nombre, había dejado un poco de si intimidad, un poco de su personalidad, uno poco del yo más recóndito, aquel en el que habita el dios desconocido.

- [175] Waythorn se había casado con ella sin pensar demasiado en el asunto. Había imaginado que una mujer podía desprenderse de su pasado igual que un hombre. Pero ahora se daba cuenta que Alice continuaba ligada al suyo, tanto por las circunstancias que la abocaban repetidamente a él como por las secuelas que había dejado en su carácter. Waythorn se equiparaba con sombría ironía al accionista de una empresa. Disponía de muchas acciones de la personalidad de su mujer, y sus predecesores eran sus socios. Si la transacción hubiese incluido algún elemento pasional,  se habría sentido menos afectado, pero el hecho de que Alice cambiase de marido con la naturalidad con que cambia el tiempo degradaba la situación hasta hacerla parecer vulgar.

- [176] Terminó contrayendo un vínculo indolente con Haskett y Varick, e ironizaba sobre su situación como una especie de venganza barata. Incluso empezó a considerar las ventajas añadidas de dicha situación, a preguntarse si no era preferible poseer la tercera parte de una esposa que sabía hacer feliz a un hombre a disponer el cien por cien de una que no había tenido ocasión de aprender el arte. Porque se trataba de un arte, adquirido, como todos los demás, a fuerza de renuncias, concesiones y  simulación de luces sabiamente orientadas y sombras difuminadas con habilidad.

El mejor hombre  ★★☆ 

En El mejor hombre, Edith Wharton retoma su mirada crítica sobre las apariencias sociales y la falsedad del mundo matrimonial, aunque esta vez el resultado se siente más plano que incisivo. El relato gira en torno a un triángulo en el que se ponen a prueba la lealtad, la conveniencia y la moral, pero sin alcanzar la tensión o el encanto de sus mejores cuentos.

La autora construye con precisión el ambiente de las clases altas —sus fiestas, sus conversaciones educadas, su fachada de virtud—, pero bajo esa superficie no hay demasiado que descubrir: los personajes parecen moverse por inercia, atrapados entre el deber y la conveniencia. El llamado “mejor hombre” no lo es tanto, y la historia, más que inquietar o conmover, deja una sensación de ironía tibia, de observación distante.

A diferencia de relatos anteriores, aquí la sátira social pesa más que la emoción, y aunque se adivina el talento de Wharton para retratar los dobleces del corazón humano, el cuento carece de profundidad psicológica. Los gestos son previsibles, los diálogos funcionales, y el desenlace se adivina desde muy pronto.

Aun así, El mejor hombre mantiene coherencia con el eje que atraviesa toda la antología: el matrimonio y sus múltiples máscaras. Una vez más, Wharton muestra cómo las uniones respetables pueden esconder decepciones, egoísmos y vanidades, aunque en esta ocasión lo hace sin el filo ni la ironía que la caracterizan.

Por eso le damos 2 estrellas de cinco. Un relato correcto, pero sin brillo; se lee con interés, pero se olvida con facilidad.


El veredicto  ★★☆ 

En El veredicto, Edith Wharton aborda el arte 

y la moral desde una perspectiva casi filosófica, pero en el proceso se aleja aún más del tono inquietante que daba nombre a la antología. El relato gira en torno a un pintor que retrata a una mujer moribunda y encuentra en su sufrimiento una forma de inspiración. Lo que podría haber sido una historia estremecedora sobre los límites del arte y la compasión termina siendo una reflexión distante, más cercana a la crítica moral que al desasosiego.

Ya desde La misión de Jane, Los otros dos y El mejor hombre, se percibía cómo Wharton desplazaba el foco de lo sobrenatural hacia la observación social, y El veredicto confirma esa tendencia. La autora se instala del todo en el terreno de la ironía y la disección de costumbres, donde el matrimonio, la reputación y la moral artística son los verdaderos fantasmas que recorren sus páginas.

Si bien hay una débil pincelada de terror —esa imagen del artista retratando a una mujer moribunda—, la sensación de inquietud se diluye en el análisis ético. El lector asiste a una especie de juicio intelectual, más pensado para la razón que para los nervios.

Por eso le damos 2 estrellas de cinco. El veredicto es un relato bien construido, con un trasfondo interesante, pero que confirma el viraje de la autora hacia la crítica social y moral, alejándose de la atmósfera inquietante que prometían los primeros relatos del libro.

Después  ★★☆ 

Con Después, Edith Wharton vuelve, para nuestro alivio, al territorio de lo inquietante. Tras una serie de relatos más inclinados hacia la crítica social y moral, este cuento retoma la atmósfera de misterio que da sentido al conjunto. La autora construye una historia envolvente donde la tensión se sostiene con elegancia, sin recurrir al sobresalto fácil.

La ambientación es uno de sus grandes aciertos: la vieja casa inglesa, los silencios, las insinuaciones y la sensación de que algo se mueve en los márgenes de la realidad crean un clima que remite al mejor Wharton de los primeros relatos. Los personajes, además, están delineados con sutileza y profundidad, especialmente la protagonista, cuya percepción de lo que ocurre se entrelaza con la del lector hasta el desenlace final.

Agradecemos ese regreso a lo espectral, a lo que no se dice pero se presiente. Después logra mantener el misterio y el desasosiego de forma refinada, sin perder la carga emocional ni el comentario sobre las apariencias sociales.

Por todo esto le damos 4 estrellas de cinco: un relato que reconcili­a el tono inquietante con la calidad narrativa, y que deja al lector con esa sensación de eco persistente que solo producen las buenas historias de fantasmas.

La botella de Perrier  ★★

Cierra la antología con broche de oro. En La botella de Perrier, Edith Wharton nos devuelve plenamente al terreno de lo sobrenatural, combinando su habitual elegancia narrativa con una atmósfera genuinamente inquietante. Esta vez el relato sí provoca ese estremecimiento que uno espera de una colección titulada Cuentos inquietantes.

Ambientado en un escenario exótico —una casa en el desierto—, el cuento explora la soledad, el deterioro mental y la frontera difusa entre lo real y lo imaginado. La autora despliega una maestría particular al sugerir más de lo que muestra, dejando que el horror se filtre entre los detalles cotidianos, como esa botella de agua mineral que da título al relato y se convierte en símbolo de lo ominoso.

La tensión va creciendo con precisión casi cinematográfica, y el final, aunque sobrio, deja un eco de desasosiego difícil de disipar.
Después de algunos relatos que se alejaban del tono prometido, este último reivindica el espíritu de la antología: el miedo sutil, la psicología del aislamiento y la tragedia envuelta en misterio.

Por eso le damos 5 estrellas de cinco: un cierre impecable que demuestra por qué Wharton es tan brillante en la sutileza como en el espanto.

Como cierre general, podemos decir que, aunque no le habríamos puesto el título de Cuentos inquietantes —pues no todos los relatos despiertan ese temblor o extrañeza que el nombre promete—, lo cierto es que el conjunto deja ver la magistralidad de Edith Wharton: su precisión narrativa, su mirada incisiva sobre el matrimonio, las jerarquías sociales y los miedos silenciosos que habitan la cotidianidad.

Aun cuando algunos cuentos se inclinan más hacia la crítica moral que hacia el misterio, todos comparten un pulso literario firme, que deja claro por qué Wharton sigue siendo una voz indispensable de la narrativa anglosajona. En cada relato hay algo que se agita debajo de la superficie —una sombra, una sospecha, una verdad no dicha—, y esa tensión es, quizá, lo más inquietante de todo.

Descubrir a los clásicos es volver a darles vida por medio de la lectura, y esta recopilación, con sus altibajos y hallazgos, nos recuerda que la literatura de Wharton sigue respirando entre líneas, elegante y punzante, incluso más de un siglo después.


Cuentos inquietantes - Edith Wharton




Comentarios

Entradas populares