Basada en hechos reales - Delphine de Vigan

Basada en hechos reales Delphine de Vigan

Basada en hechos reales | Delphine de Vigan 

Sinopsis

«Durante casi tres años, no escribí una sola línea», dice la protagonista y narradora. Se llama Delphine, tiene dos hijos a punto de dejar atrás la adolescencia y mantiene una relación sentimental con François, que dirige un programa cultural en la televisión y está de viaje por Estados Unidos rodando un documental. Estos datos biográficos, empezando por el nombre, parecen coincidir difusamente con los de la autora, que con Nada se opone a la noche, su anterior libro, arrasó en Francia y en medio mundo. Si en esa y en alguna otra obra anterior utilizaba los recursos novelescos para abordar una historia real, aquí viste de relato verídico una ficción. ¿O no?

Delphine es una escritora que ha pasado del éxito apabullante que la puso bajo todos los focos al vértigo íntimo de la página en blanco. Y es entonces cuando se cruza en su camino L., una mujer sofisticada y seductora, que trabaja como negra literaria redactando memorias de famosos. Comparten gustos e intiman. L. insiste a su nueva amiga en que debe abandonar el proyecto novelesco sobre la telerrealidad que tiene entre manos y volver a utilizar su propia vida como material literario. Y mientras Delphine recibe unas amenazantes cartas anónimas que la acusan de haberse aprovechado de las historias de su familia para triunfar como escritora, L., con sus crecientes intromisiones, se va adueñando de su vida hasta bordear la vampirización.

Crítica 

Hay libros que no se leen: se infiltran. Basada en hechos reales es uno de ellos. Desde sus primeras páginas, Delphine de Vigan te introduce en una atmósfera densa y silenciosa, donde cada gesto cotidiano esconde algo perturbador. La historia se abre con una escritora bloqueada tras el éxito de su última novela, exhausta, vacía, vulnerable. En medio de ese desgaste aparece L., una mujer elegante, atenta, casi fascinante, que parece entenderla mejor que nadie. Pero pronto esa amistad empieza a oler a control, a invasión, a absorción.

Desde el inicio, el rumbo de la relación se ve venir. Todo se despliega con una previsibilidad inquietante, como una secuencia en cámara lenta de algo que inevitablemente saldrá mal. Esa sensación de estar mirando una catástrofe en desarrollo fue lo que más me desesperó del libro. La ingenuidad de la protagonista me resultó exasperante: su pasividad, su dependencia emocional, su necesidad de ser comprendida por L. incluso cuando las señales de alarma eran claras. Me frustraba su ceguera, pero al mismo tiempo me hacía pensar que quizás esa debilidad era precisamente lo que de Vigan quería mostrarnos: lo fácil que es ceder el control de uno mismo cuando se pierde la confianza en la propia voz.

Y ahí fue donde, inesperadamente, empecé a sentirme identificada. No con la ingenuidad, sino con esa inseguridad creativa que atraviesa la novela. La protagonista se paraliza ante la página en blanco; yo he sentido lo mismo frente a un proyecto que parece no avanzar, o en esos días donde nada de lo que hago parece tener sentido. Creo que cualquiera que viva de la creación —escribir, diseñar, pintar, componer— entiende esa sensación de vacío, esa pregunta persistente de si aún eres capaz, o si simplemente te estás repitiendo. De Vigan no solo escribe sobre una escritora en crisis; escribe sobre todos nosotros cuando la inspiración se convierte en carga y la autocrítica se vuelve una voz cruel dentro de la cabeza.

De hecho, comencé a pensar que L. no es solo un personaje, sino una metáfora de esa voz interna que todos los creadores conocemos: la que exige demasiado, la que nos dice que no somos suficientes, la que termina devorando lo poco que queda de entusiasmo. L. podría ser el bloqueo creativo hecho carne. Una proyección del miedo a fallar, del agotamiento mental que se disfraza de compañía. Su presencia es tan invasiva como lo puede ser la culpa de no estar creando “lo suficiente”.

La novela también funciona como una reflexión sobre la autoficción y la fragilidad de los límites entre lo real y lo inventado. De Vigan se escribe a sí misma —usa su propio nombre, sus propias circunstancias— para construir un relato donde la verdad se vuelve materia literaria. Juega con el lector como L. juega con la protagonista, haciéndonos dudar todo el tiempo de qué parte de esta historia pertenece al mundo real y cuál a la imaginación. Esa ambigüedad es uno de los mayores logros del libro.

El estilo narrativo es otro punto fuerte. De Vigan escribe con una calma inquietante, casi clínica. No necesita grandes giros ni sobresaltos; la tensión se construye en silencio, en lo cotidiano. Hay un ritmo hipnótico que hace que la lectura se sienta como una larga conversación que poco a poco se enrarece. Es una escritura pulida, elegante, pero nunca fría.

Y cuando llega el final —cuando L. muestra su verdadero rostro—, el relato se transforma en un thriller psicológico en toda regla. Pero lo más perturbador no es la revelación, sino la duda que deja flotando: ¿existió realmente L., o fue una creación de la mente de la escritora? Esa pregunta no busca respuesta, porque la fuerza del libro está precisamente en esa frontera difusa entre la realidad y la psicosis, entre la soledad y la autodestrucción.

En el fondo, Basada en hechos reales es una historia sobre el miedo: al fracaso, al juicio ajeno, a perderse en lo que uno crea. Es una novela sobre la identidad del artista cuando la vida y la obra se confunden, cuando escribir (o crear) deja de ser un refugio y se convierte en un espejo que distorsiona.

Le doy 3 estrellas de 5. Porque aunque me intrigó y me dejó reflexionando, también me exasperó. Pero quizás ese sea el propósito de Delphine de Vigan: incomodarte, enfrentarte a tus propias sombras, hacerte sentir ese desasosiego que habita entre la inseguridad y la obsesión. Y cuando un libro logra eso, aunque no te enamore, sin duda te marca.

Basada en hechos reales Delphine de Vigan


Frases

Pocos meses después de que apareciera mi última novela, dejé de escribir.Durante casi tres años, no escribí una sola línea.Las expresiones estereotipadas deben interpretarse algunas veces al pie de la letra: no escribí ni una carta burocrática, ni una tarjeta de agradecimiento, ni una postal de vacaciones, ni una lista de la compra. Nada que exigiera un esfuerzo de redacción, que obedeciese a una preocupación formal. Ni una línea, ni una palabra. Ver un bloc, una libreta o una ficha me producía náuseas.

Ahora puedo admitirlo: la escritura a la que hacía tanto tiempo que me dedicaba, que tan hondamente había transformado mi existencia y tan preciada había sido para mí, me aterrorizaba.

De ese modo podía escuchar, hablar, comprender lo que se tejía respecto al libro, ese vaivén que se opera entre el lector y  el texto, toda vez que el libro remite al lector, casi siempre - y por una razón que no sé explicar-, a su propia historia. El libro era una suerte de apego cuyo profundidad de campo y cuyo límite ya no me pertenecían.

- A decir verdad, durante mucho tiempo pensé que la palabra emotivo tenía que ver con la cantidad de vocabulario que poseía un individuo: yo era una niña e-mot-iva,  a quien por lo tanto le faltaban las palabras, lo cual explicaba, al parecer, mi ineptitud para celebrar mi cumpleaños en colectividad. Eso me hizo comprender que para vivir en sociedad había que armarse con palabras, no dudar en multiplicarlas, diversificarlas, captar sus más ínfimos matices. El vocabulario adquirido de ese modo creaba poco a poco una coraza, espesa y fibrosa, que permitía desenvolverse en el mundo, despierta y confiada. Pero seguía desconociendo tantas palabras...

- El éxito de un libro es un accidente del que no se sale indemne, pero sería indecente quejarse.  De eso estoy segura.

Raras son las personas que formulan las verdaderas preguntas, las que importan.

Procedía casi siempre de ese modo: primero investigar, luego escribir ( lo que representa, por supuesto, otro modo de investigar). Eso implicaba una fase de inmersión, de impregnación, durante la cual hacía acopio de municiones. En esas frases de documentación, buscaba por encima de todo el estímulo: el que me moviera a inventar, a componer, el que me condujera cada mañana a un archivo de Word cuya seguridad no tardaría en convertirse en una obsesión.

Todo era un asunto de chispa, de desencadenante. Después venía la escritura, esos meses de soledad frente al ordenador, ese combate cuerpo a cuerpo,  en el que solo la resiliencia física podía imponerse.

- Admiraba a L. por su capacidad de rechazar la sujeción, de plantearse el futuro tan solo de manera inmediata. Para ella, solo importaba el instante presente y el instante de justo después, nada había más importante ni urgente. No llevaba reloj y nunca miraba su móvil para consultar la hora. Estaba allí, a todos los efectos, y se comportaba así en cualquier circunstancia. Era una elección, una manera de estar en el mundo, un rechazo de toda forma de diversión o de dispersión. A veces pasaba tardes enteras hablando con ella sin que en ningún momento le preocupase la hora, y creo que, durante esos dos años, nunca oí sonar su móvil.

L. no aplazaba ningún encuentro: las cosas o acaecían en el momento o no tenía lugar. Vivía ahora, como si todo pudiera detenerse el mismo día. Nunca decía nos llamamos para quedar o  intentemos vernos antes de fin de mes. Se hallaba disponible en el acto, sin más espera. La decisión que se adoptaba ya no había que adoptarla.

Yo admiraba su determinación, y no creo haber observado en ninguna persona semejante presencia inmediata. L. sabía desde hacía tiempo lo que era importante para ella,  lo que necesitaba y lo que debía proteger. Había realizado una separación selectiva que le permitía afirmar sin ambages cuáles eran sus prioridades y los elementos perturbadores  que había excluido definitivamente de su entorno.

Su modo de vida - hasta dónde se me alcanzaba- me parecía la expresión de una fuerza interior que poquísima gente posee.

- Sé lo que estás pensando. Y te equivocas. Existe una gran diferencia entre lo que sientes, la manera como lo percibes, y la imagen que das de ti. Todos llevamos impresa la mirada que se posó en nosotros cuando éramos niños o adolescentes. La llevamos, sí, como una mancha que solo algunas personas pueden ver. Cuanto te miro, veo tatuada en tu piel la marca de la burla y del sarcasmo. Veo qué mirada se posó en ti. De odio y recelo. Afilada y sin indulgencia. Una mirada con la que resulta difícil construirse. Si, yo la veo y sé de dónde procede. Pero créeme, poca gente la percibe. Poca gente es capaz de adivinarla. Porque la ocultas muy bien, Delphine, mucho mejor de lo que piensas.

Todavía hoy, aunque con el tiempo me he adaptado un poco a mi persona en su conjunto, aunque creo vivir en paz, y aun con armonía, con la que soy, aunque no experimento la necesidad imperiosa de cambiarlo todo o parte de mí misma por un modelo más atractivo, conservo, creo, esa mirada a las mujeres: una reminiscencia de aquel deseo de ser otra que durante tanto tiempo me invadió. Una mirada que busca en cada una de las mujeres con quienes me cruzo, lo más hermoso, lo más turbador, lo más luminoso.

-Eso a la gente le importa un pimiento.  Ya tienen su dosis de fábulas y de personajes, están saturados de peripecias, de reiteraciones. La gente está harta de intrigas bien engrasadas, de sus señuelos hábiles y de sus desenlaces. La gente está harta de vendedores de humo y de los vendedores de pacotilla, que multiplican historias como rosquillas para venderles libros, coches o yogures. Historias fabricadas en serie y combinadas hasta el infinito. Los lectores, puedes creerme, esperan otra cosa de la literatura, y con razón: esperan lo Verdadero, lo auténtico,  quieren que les cuenten la vida ¿comprendes? La literatura no debe equivocarse de territorio.

Medité un instante antes de contestarle:
- ¿Tan importante es que lo que se cuenta en los libros sea verdadero o falso?
-Si, es importante. Importa que sea verdadero.
-Pero ¿Quién pretende saberlo? La gente, como dices, puede que solo necesite que suene bien. Como una nota de música. Además, quizá radique en eso el misterio de la escritura: que suene o que no suene bien. Creo que la gente sabe que nada de lo que escribimos nos es del todo ajeno. Saben que siempre hay un hilo, un motivo, una fisura, que nos vincula al texto. Pero aceptan que se trasponga que se condense, que se disfrace. Y que se invente.

- -Pero si no hay verdad. No existe la verdad. Mi última novela no era más que un intento torpe y fallido de acercarme a algo inalcanzable. Una manera de contar la historia a través de un prisma deformante, un prisma de dolor, de pesar, de rechazo. De amor también. Lo sabes perfectamente. En cuanto recurres a la elipsis, en cuanto estiras, comprimes, llenas los agujeros, entras en la ficción. Yo buscaba la verdad, si, tienes razón. He confrontado las fuentes, los puntos de vista, los relatos. Pero toda escritura sobre uno mismo es una novela. El relato es una ilusión. No existe. No debería permitirse que ningún libro se apropiara de ese término. 

Por un instante pensé en citarle la famosa frase de Jules Renard ("Cuando la verdad rebasa las cinco líneas, es una novela")

La escritura debe ser una búsqueda de la verdad, sino, no es nada. Si a través de la escritura no intentas conocerte, hurgar en lo que llevas dentro, lo que te constituye, abrir tus heridas, rascas, ahondar con tus manos, si no pones en tela de juicio tu persona, tu origen, tu medio social, eso no tiene sentido. No hay más escritura que la escritura de uno mismo. El resto no cuenta. De ahí que haya tenido tanta resonancia tu libro. Has abandonado el territorio de lo novelesco, has abandonado el artificio, la mentira, las mistificaciones. Has vuelto a lo verdadero, y tus lectores no se han engañado. Esperen de ti que perseveres, que vayas más lejos. Quieren lo que está oculto,  disimulado. Quieren que acabes diciendo lo que has eludido siempre. Quieren saber cómo eres, de dónde vienes. Qué violencia ha engendrado a la escritora que eres. No se dejan engañar. Solo has alzado una parte del velo y lo saben perfectamente. Si lo que vas a hacer es volver a escribir pequeñas historias de gente sin hogar o de ejecutivos deprimidos, más te vale quedarte en tu empresa de marketing.

-Verás, la ficción, la auto ficción, la auto biografía, nunca representan para mí una idea fija, una reivindicación, ni siquiera una intención. Son circunstancialmente un resultado. En realidad, creo que no percibo las fronteras de manera muy clara. Mis libros de ficción son tan personales, tan íntimos, como los otros. A veces es necesario disfrazar para explorar el tema. Lo importante es la autenticidad del texto, quiero decir su necesidad, su ausencia de cálculo.

-Yo sé lo que es tu libro oculto. Lo sé desde el principio. Lo comprendí la primera vez que te vi. Lo llevas dentro. Todos lo llevamos. Tú y yo. Si no lo escribes, acabará atrapándote.

Raros son los amigos de los que podemos decirnos que han cambiado nuestra vida, con la extraña certeza de que sin ellos nuestra vida simplemente no habría sido la misma, con la íntima convicción de que la incidencia de ese vínculo, su influencia, no se limita a unas cuantas cenas, fiestas o vacaciones,  sino de que ese vínculo ha irradiado, se ha proyectado mucho más allá, de que ha actuado sobre las decisiones más importantes que hemos tomado, de que ha modificado profundamente nuestra manera de ser y contribuido a afirmar nuestro modo de vida. Mis amigos de la casa de las vacaciones son de esos: fundamentales.

Una cosa injusta que separa el mundo en dos: en la vida hay dos grupos, están los que recuerdas y los que olvidas. Los que dejan una huella, dondequiera que vayan, y los que pasan inadvertidos, los que no dejan ningún rastro. No queda impresa su imagen. Se borra tras ellos.

Porque de los personajes de ficción no queda nada sí no mantienen ningún vínculo con la realidad.

A veces, incluso, la ficción era tan poderosa que repercutía en la realidad.

L. reconocía cultivar algunas manías y se interesaba de cerca por las de los demás. Tenía una teoría al respecto. Ningún ser podía sobrevivir en nuestra sociedad sin desarrollar cierto número de rituales de los que no siempre tenía conciencia.

Del mismo modo, L. constataba que algunos gestos de nuestra vida diaria se efectuaban en un orden inmutable sin que ello fuera fruto de una decisión o de una reflexión. Esas secuencias,  según ella, dependían de estrategias que llevábamos a cabo de manera más o menos consciente para sobrevivir. De igual manera, nuestros tics de lenguaje, lejos de ser fortuitos, revelaban mejor que cualquier discurso cómo éramos capaces, en un instante T., de adaptarnos a las obligaciones capitales de nuestro entorno ( o de arrostrarlas). Según L., las expresiones habituales que adoptábamos colectivamente reflejaban, mejor que cualquier análisis detenido de nuestras vida o de nuestro horario, nuestros desasosiegos más intensos.

Si no captas la pequeña vena de la locura de alguien, no puedes amarlo. Si no captas su punto de demencia, has perdido la ocasión.El punto de demencia de alguien es la fuente de su encanto.

Las historias yacen en el suelo, como fósiles.Son reliquias originarias de un mundo preexistente.Y la labor del escritor reside en utilizar las herramientas de su caja para separarlas con precaución y extraerlas, tan intactas como sea posible.

El escritor debe cuestionar sin descanso su manera de estar en el mundo, su educación,  sus valores, debe poner en tela de juicio sin cesar el modo en que practica la lengua que le viene de sus padres, la que se le enseño en la escuela y la que hablan sus hijos.Debe crear una lengua que le es propia, de inflexiones peculiares. Una lengua que lo vincula con su pasado, con su historia, una lengua personal y emancipada.El escritor no tiene por qué fabricar títeres, por despiertos y fascinantes que sean.Anda sobrado consigo mismo.Debe volverse sin cesar hacia el terreno abrupto que se ha visto obligado a tomar para sobrevivir, debe retornar sin descanso al lugar del accidente que lo ha convertido en ese ser obsesivo e inconsolable.No te equivoques de batalla, Delphine, es cuanto quiero decirte.Los lectores quieren saber lo que se pone en los libros y tienen razón. Los lectores quieren saber qué carne hay en el relleno, si lleva colorantes, conservantes, emulsionantes o espesantes.Y ahora la literatura tienen el deber de jugar limpio.Tus libros no deben dejar de interrogar tus recuerdos, tus creencias, tus recelos, tus miedos, tu relación con tu entorno.Solo con esa condición darán en el blanco, hallarán un eco.

- ¿Y qué? Tienes la suerte de poseer algo que todos te envidian. No puedes actuar como si eso no existiera.Sí, la escritura es un arma y mejor que así sea.Tu familia ha engendrado a la escritora que eres.Han creado el monstruo, si me perdonas, y el monstruo ha encontrado el modo de hacer oír su grito.¿Cómo crees que se forman los escritores?¡Mírate, mira a tu alrededor! Sois el producto de la vergüenza, del dolor, del secreto,  del desmoronamiento.Venís de los territorios oscuros,  innominados, o bien los habéis  atravesado. Supervivientes, eso es lo que sois, cada uno a vuestro modo y todos vosotros.Eso no os da derecho a todo.Pero sí os da el escribir, créeme, aunque ello levante revuelo.

-Si, la escritura es un arma, Deplhine, una puta arma de destrucción masiva. La escritura es más poderosa de lo que puedas imaginar.La escritura es un arma de defensa, de fuego, de alarma, la escritura es una granada, un misil, un lanzallamas, un arma de guerra, en cierto modo. Puede arrasarlo todo, pero también puede reconstruirlo todo.

Poca gente sabe mostrar su apoyo si no la llamas.Poca gente sabe saltarse las barreras que hemos levantado en la tierra inestable y cenagosa de nuestras trincheras.Poca gente es capaz de acudir a buscarnos allí donde estamos de verdad.Porque tú eres como yo, Delphine, no eres de las personas que piden auxilio.En el mejor de los casos, puedes mencionar, a posteriori, y a ser posible al hilo de una conversación, que acabas de pasar una fase difícil.Pero pedir ayuda en el presente, en el momento en que te hundes, en que te ahogas, estoy segura que no lo has hecho nunca.

(...) -Pero los amigos de verdad son aquellos que no necesitan que se los llame, ¿no te parece?
-No sé lo que quieres decir los amigos de verdad, se es amigo o no se es. Y cuando se es amigo, hay momentos en que sí que se puede traspasar las barreras y otros momentos en que resultan más difícil.

En la edad adulta, la amistad se construye sobre una forma de reconocimiento, de convivencia: un territorio común. Pero creo también que buscamos en el otro algo que no existe en nosotros mismos sino de una forma menor, embrionaria o reprimida.Por ello tendemos a trabar amistad con aquellos que han sabido desarrollar una manera de ser hacia la que tendemos sin éxito.

-Sí, la gente se cree lo que está escrito, y eso es mejor.La gente sabe que solo la literatura permite acceder a la verdad.La gente sabe lo que cuesta escribir sobre uno mismo, sabe reconocer lo que es sincero y lo que no lo es.Y créeme, nunca se equivoca.Si, la gente, como dice tu amigo, quiere la verdad,Quiere saber que eso ha existido.Ya no cree en la ficción, e incluso te diré una cosa, desconfía de ella.

- El valor de enfrentarse a lo que te espera.La escritura es un deporte de combate. Conlleva riesgos, te hace vulnerable.

Los auténticos impulsos creadores vienen precedidos por una especie de noche.

Rehacer su vida, ¿qué quería decir eso? Se trataba solamente de eso: hacer, deshacer, rehacer= Como si solo dispusiéramos de un hilo de tejer. Se rio y añadió: 
-Como si fuéramos seres unívocos, construidos de una sola pieza, de una única materia.Como si tuviéramos una sola vida.

Quienquiera que ha conocido el sometimiento mental, esa cárcel invisible cuyas normas son incomprensibles, quienquiera que haya conocido esa sensación de no poder pensar por uno mismo,  ese ultrasonido que somos los únicos en oír y que interfiere en toda reflexión, toda sensación, todo afecto, quienquiera que ha temido volverse loco o estarlo ya, tal vez pueda entender mi silencio ante el hombre que me amaba.
Era demasiado tarde.

Pero, sabes, yo no estoy tan segura de que baste la realidad.La realidad, si es que existe, si es que es posible recomponerla, la realidad, como dices, necesita ser encarnada, transformada, interpretada.Sin mirada, sin punto de vista, en el mejor de los casos, es un coñazo de solemnidad, en el por, es de los más ansiógena. Y ese trabajo, cualquiera que sea el material inicial, es siempre una forma de ficción.

Como otros, pienso y hablo en años escolares, de septiembre a junio, el verano aparece entonces como un paréntesis, un periodo vacío, que en principio se sustrae a las obligaciones. Durante un tiempo pensé que se trataba de una deformación de madre de familia, cuyo ritmo biológico había acabado confundiéndose con el calendario escolar, pero creo que se trata sobre todo del niño que permanece dentro de mí, de nosotros, de nuestras vidas que se han recortado durante tanto tiempo en parcelas: una huella tenaz en nuestra percepción del tiempo.

Era la vuelta a clase.La hora del material escolar nuevo y de los buenos propósitos.El momento de empezar, o de volver a empezar.

Pero no circulaba una molécula de aire y todo parecía paralizado.

La realidad tenía cojones.La realidad estaba dotada de una voluntad, de una dinámica propia.La realidad era fruto de una fuerza superior, mucho más creativa, audaz e imaginativa que cuando pudiéramos inventar.La realidad era una vasta maquinación dirigida por un demiurgo cuyo poder era inigualable.

La fractura era una manera visible de reflejar el escollo, la traba, que me reducía al silencio.La caída debía entenderse en todos los sentidos del término: aparte de la pérdida concreta de equilibrio, me había caído para poder fin a algo.Para cerrar un capítulo.Caerse o somatizar, en el fondo, venía a ser lo mismo.Además, según L., la función principal de nuestra somatizaciones eran revelar una angustia,  un miedo, una tensión que nos negábamos a admitir.Nos lanzaban un mensaje de alerta.

-Aunque eso haya sucedido, aunque haya ocurrido algo que se le parezca, aunque los hechos estén demostrados, siempre nos contamos una historia. Nos la contamos. En el fondo, quizá eso sea lo importante.Esas pequeñas cosas que no se pegan a la realidad, que la transforman.Esas partes en las que el papel de calco se  repliega, se arruga, trampea.Y quizá por eso la haya atraído el libro. Todos somos mirones, se lo concedo, pero en el fondo lo que nos interesa, lo que nos fascina, puede que no sea tanto la realidad como en qué la transforman quienes intentan mostrárnosla o contárnosla.Ese filtro colocado en el objetivo.En cualquier caso, el que la realidad avale la novela no la hace mejor. Eso es lo que yo creo.


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