Estupor y temblores - Amélie Nothomb
Estupor y temblores
I Amélie Nothomb
Sinopsis
Esta novela de inspiración autobiográfica, que ha obtenido un enorme éxito en Francia, cuenta la historia de una joven belga que empieza a trabajar en Tokio en una gran compañía japonesa. Pero en el Japón actual, fuertemente jerarquizado, la joven tiene el lastre de un doble handicap: es occidental y mujer, lo cual la convertirá en blanco de una cascada de humillaciones y de una progresiva degradación laboral que la llevará a pasar de la contabilidad a servir cafés, ocuparse de la fotocopiadora y finalmente encargarse de la limpieza de los lavabos masculinos.
Crítica
Hay libros que no solo se leen: se padecen con una sonrisa. Estupor y temblores, de Amélie Nothomb, es uno de ellos. Le doy cuatro estrellas, no porque sea perfecto —nada que duela tanto lo es—, sino porque logró ponerle palabras a experiencias que creí inefables: la violencia sutil del trabajo de oficina, la humillación cotidiana disfrazada de jerarquía, la sonrisa congelada del poder burocrático.
Mientras leía a Amélie, reviví mis propias jornadas frente a las pantallas de un ordenador que roban lentamente la voluntad. Esa luz que no calienta, solo ilumina la resignación. Vi a Fubuki —esa jefa impecable, altiva, tan hermosa como cruel— y me descubrí entendiendo su lógica con un escalofrío: la cadena del sufrimiento laboral se perpetúa porque nadie quiere ser el único que todavía siente. El dolor se convierte en cultura corporativa, y quienes más sufrieron al comienzo son los primeros en exigir sumisión a los nuevos.
Entendí, mientras avanzaba, aquella frase que tantas veces escuché en mi familia: “Trabajar no es divertido”. No lo es, porque no se espera de ti que crees, ni que transformes, ni siquiera que pienses. Estás allí para “resolver” lo mínimo —los detalles, los encargos, las minucias—, mientras lo realmente importante se mantiene fuera de tu alcance, protegido por las capas del organigrama.
Lo que verdaderamente me estremeció fue comprender que lo único que permite a la protagonista atravesar ese cáliz amargo —ese encierro corporativo donde todos sufren, pero nadie ayuda a nadie— es su propia personalidad: esa mezcla de ironía, lucidez y terquedad que la salva. Porque otra persona, con una estructura emocional más frágil, podría haberse quebrado por completo. No me sorprende: en ambientes laborales así, tan hostiles y deshumanizados, abundan los casos de burnout silencioso, de depresiones disimuladas tras un saludo cordial. Gente que, tarde o temprano, explota o se apaga. Y cuando eso ocurre, las empresas apenas parpadean. Reemplazan nombres como si fueran fichas. Hablan de “familia” y de “capital humano”, pero han vaciado de contenido esas palabras. La empatía se volvió un eslogan, y la productividad, una forma refinada de crueldad.
Leyendo a Nothomb comprendí también cómo cambia nuestra mirada sobre el mundo. De niños, la vida parece un territorio luminoso, donde todo está por descubrir. La infancia nos da unos lentes de cristal puro que convierten lo cotidiano en un acto de magia. Pero con la juventud esos lentes empiezan a agrietarse: la realidad se cuela por las fisuras, mostrando lo que hay detrás de los discursos, de las promesas, de los ideales. Y cuando llega la adultez, es como si alguien nos cambiara los lentes por otros opacos. Lo que antes era color de rosa se vuelve gris, rutinario, hostil. El mundo laboral —esas oficinas que se repiten, esos saludos sin alma, ese zumbido constante de las máquinas— se convierte en una maquinaria que te mastica sin prisa, te deja sangrando y te devuelve al escritorio para que sigas llenando papeles. Hasta que, cuando ya no eres útil, simplemente te escupe.
Estupor y temblores es, en el fondo, un espejo de ese tránsito: de la fascinación a la desilusión, de la esperanza a la resignación. Y, sin embargo, en medio de tanta oscuridad, Nothomb logra sostener una chispa de lucidez que impide que todo se derrumbe: la conciencia de que, aunque el sistema te oprima, la ironía y la palabra todavía pueden ser un refugio.
Este libro lo leímos en nuestro primer club de lectura, y fue una experiencia reveladora. Descubrí que estos espacios son más que tertulias: son lugares donde se pueden mirar las mismas páginas con ojos distintos; donde alguien nota un matiz que tú pasaste por alto, o comparte algo que resuena en tus propias heridas. Confieso que nunca habría escogido este libro por mi cuenta, y, sin embargo, ahora no puedo imaginar no haberlo leído.
Los clubes de lectura —como ese en el que nació esta reflexión— son pequeñas islas de luz: espacios donde hablar, escuchar y pensar se convierte en una forma de sanar. Porque en un mundo que cada vez se siente más frío y automatizado, leer juntos nos recuerda que todavía hay humanidad en la palabra compartida. Que no estamos tan solos, aunque a veces lo parezca.
Cuatro estrellas, porque me hizo reír con rabia, pensar con tristeza y valorar la fortuna de tener un grupo que, al menos por unas horas, prende la luz dorada en medio de las opacas luces artificiales del trabajo y la rutina.
Frases
- Por la tarde, hubiera resultado mezquino pensar que de nada me habían servido las aptitudes por las que había sido contratada. Al fin y al cabo, lo que yo deseaba era trabajar en una empresa japonesa.Y en eso estaba.
- Precisamente: creo que ése es el problema de las personas de mi especie. Si nuestra inteligencia no interviene, nuestro cerebro se duerme.De ahí mis errores.
- Los sistemas más autoritarios suscitan, en las naciones en los que se aplican, los casos más sorprendentes de desviaciones - y, por eso mismo, una relativa tolerancia respecto a las excentricidades humanas más apabullantes - No sabemos lo que es un excéntrico hasta que conocemos a un excéntrico japonés. ¿Había dormido bajo los escombros? Estaban curados de espanto.Japón es un país que sabe lo que significa volverse loco.
- Así que el presidente de aquella cámara de tortura, en la que cada día se me sometía a absurdas humillaciones, en la que era blanco de toda clase de vejaciones, el dueño y el señor de aquel momento, era un magnífico ser humano, ¡un alma superior!
Era para volverse loco. Una empresa dirigida por un hombre de una nobleza tan llamativa debería haber sido un paraíso refinado, un espacio de alegría y de dulzura.¿Cuál era el misterio?¿Acaso era posible que Dios reinara en el infierno?
-¿Qué demonios está haciendo aquí?¡No le pagamos para vagabundear por los pasillos!
Todo tenía una explicación: en la compañía Yumimoto, Dios era el presidente y el diablo era el vicepresidente.
- Todas las bellezas emocionan, pero la belleza japonesa resulta todavía más desgarradora. En primer lugar porque esa tez de lis, esos ojos suaves, esa nariz de aletas inimitables, esos labios de contornos tan dibujados, esa complicada dulzura de los rasgos ya bastaban para eclipsar los rostros más logrados.
En segundo lugar, porque sus modales las estilizan y las convierten en una obra de arte que va más allá de lo racional.
Y, por último - y sobre todo-, porque una belleza que ha sobrevivido a tantos corsés físicos y mentales, a tantas coacciones, abusos, absurdas prohibiciones, dogmas, asfixia, desolación, sadismo, conspiración de silencio y humillaciones, una belleza así constituye un milagro de heroísmo.
- Si por algo merece ser admirada la japonesa- y merece serlo- es porque no se suicida.Conspiran contra su ideal desde su más tierna infancia.Moldean su cerebro: Si a los veinticinco años todavía no te has casado, tendrás una buena razón para sentirte avergonzada, si sonríes perderás tu distinción, si tu rostro expresa algún sentimiento, te convertirás en una persona vulgar, si mencionas la existencia de un solo pelo sobre tu cuerpo, te convertirás en un ser inmundo, si en público un muchacho te da un beso en la mejilla, eres una puta, si disfrutas comiendo, eres una cerda, si dormir te produce placer, eres una vaca, etc. Estos preceptos resultarían anecdóticos si no la emprendieran también con la mente.
Porque, en resumidas cuentas, la estocada que, a través de todos estos dogmas incongruentes, se ha asestado a la nipona es que nada bueno debe esperar de la vida.No aspires a disfrutar porque tu placer te destruirá.No aspires a enamorarte porque no mereces que nadie se enamore de ti: los que te amarían te amarían por tu apariencia, nunca por lo que eres.No esperes que la vida te dé algo, porque cada año que pase te quitará algo.Ni siquiera aspires a una cosa tan sencilla como alcanzar la tranquilidad, porque no tiene ningún motivo para estar tranquila.
Aspira a trabajar. Teniendo en cuenta tu sexo, existen pocas posibilidades de que puedas labrarte una buena educación, pero aspira a servir a tu empresa.Trabajar te hará ganar dinero, el cual no te proporcionará ninguna alegría pero al que eventualmente podrás recurrir, en caso de matrimonio, por ejemplo - porque no serás tan estúpida como para creer que alguien pueda interesarse por ti únicamente por tu valor intrínseco...
Aparte de esto, puedes aspirar a legar a vieja, lo que, no obstante, carece de interés, y a no conocer el deshonor, lo que constituye un fin en si mimo. Aquí termina la lista de tus lícitas esperanzas.
Y aquí empieza la interminable procesión de tus estéreles deberes. Deberá ser irreprochable, por la simple razón de que es lo mínimo a lo que se puede aspirar.Ser irreprochable sólo te reportará el ser irreprochable, lo que no constituye ni un orgullo ni mucho menos una fuente de placer.
- Tienes la obligación de ser hermosa. Si lo consigues, tu belleza no te proporcionará satisfacción alguna. Los únicos halagos que recibirás procederán de los occidentales, y todos sabemos hasta qué punto carecen de buen gusto. Si admiras tu propia belleza reflejada en el espejo, que sea por temor y no por placer: ya que tu belleza no te proporcionará más que el pánico a perderla. Si eres guapa, no serás gran cosa; si no eres guapa, serás menos que nada.
- El antiguo protocolo imperial nipón establece que uno deberá dirigirse al Emperador con «estupor y temblores». Siempre me ha encantado esta fórmula, que se corresponde perfectamente con la interpretación de los actores en las películas de samuráis, cuando se dirigen a su superior con la voz traumatizada por un respeto sobrehumano.- Si amas a alguien, significa que no te han educado bien.
- Ninguna mujer finge con tanto talento como tú.
Tu obligación es sacrificarte por los demás.No obstante, no se te ocurra pensar que tu sacrificio hará felices a aquéllos por quienes te sacrificas. Eso sólo les permitirá no avergonzarse de ti.No tienes ninguna posibilidad ni de ser feliz ni de hacer feliz a nadie.
- No creo que la suerte de los japoneses resulte mucho más envidiable. En realidad, incluso opino lo contrario.La nipona, por lo menos, tiene la posibilidad de librarse del infierno de la empresa casándonse.Y no trabajar en una empresa japonesa me parece un fin en si mismo.
Pero el nipón, en cambio, no es un ser asfixiado.No se ha destruido en él, desde su más tierna edad, todo rastro de ideal.Conserva uno de los derechos humanos más fundamentales: el derecho a soñar, a tener esperanzas.Y lo ejerce.Sueña con mundos quiméricos en los que es libre y dueño de sus actos.
La japonesa carecer de semejante recurso, si ha sido bien educada - y la mayoría lo han sido- Por decirlo de algún modo, esa facultad esencial le ha sido amputada.Ésta es la razón por la cual proclamo mi más profunda admiración por toda nipona que todavía no se haya suicidado.Por su parte seguir con vida constituye un acto de resistencia de un valor tan desinteresado como sublime.
- La mayoría de las veces, el honor consiste en ser idiota.
- A menudo, las actitudes más incomprensibles de una vida tienen su origen en un deslumbramiento de juventud: de pequeña, la belleza de mi universo japonés me había impactado tanto que todavía me alimentaba con aquella reserva afectiva.Ahora tenía ante mí la evidencia del despreciable horror de un sistema que negaba todo lo que tanto había amado y, no obstante, seguía siendo fiel a sus valores, en los que ya no creía.
-Es típico de seres que ejercen oficios lamentables construirse lo que Nietzsche denomina "otro mundo", un paraíso terrenal o celeste en el que se empeñan en creer para consolarse de lo infecto de su condición.Cuanto más vil es su trabajo, más hermoso es su edén mental.
- Querida tempestad de nieve, si pudiera, sin demasiado esfuerzo, convertirme en el instrumento para proporcionarte place sobre todo no te molestes, acométeme con tus copos ásperos y duros, con tu granizo tallado como pedernal, tus nubarrones contienen tanta rabia que acepto convertirme en la pobre mortal perdida en la montaña sobre la cual descargan su cólera, recibo sin rechistar sus miles de perdigones helados, nada me resulta más fácil, y tu necesidad de cortarme la piel con ráfagas de insultos constituye el más hermoso de los espectáculos, disparas con cartuchos de fogueo, querida tempestad, me he negado a que me venden los ojos frente a tu pelotón de ejecución ya que hacía mucho tiempo que ansiaba contemplar un atisbo de placer en tu mirada.
- No hables demasiado mal de ti mismo: podrían creerte.
- Instintivamente, me dirigí hacia la ventana.Pegué mi frente contra el cristal y enseguida supe que lo echaría de menos: no todo el mundo tenía el privilegio de dominar la ciudad desde lo alto del piso cuarenta y cuatro.
La ventana era la frontera entre la terrible luz y la admirable oscuridad, entre los retretes y el infinito, entre el higiénico y lo imposible de lavar, entre la cadena de váter y el cielo. Mientras existieran ventanas, el más débil de los humanos tendría su parte de libertad.


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