Una canción salvaje - V.E. Schwab
Una Canción Salvaje I V. E. Schwab
Sinopsis
Kate Harker quiere ser despiadada como su padre. Tras cinco años en los que pasó por seis internados, al fin regresa a casa para demostrar que puede serlo. August Flynn quiere ser humano. Pero no lo es. Es un monstruo, capaz de robar almas con una canción. Es uno de los tres monstruos más poderosos de una ciudad plagada de estas criaturas. El arma secreta de su propio padre. Su ciudad está dividida. Su ciudad está desintegrándose. Kate y August son los únicos que pueden ver ambos lados, los únicos que podrían hacer algo. Pero ¿Cómo te decides a ser héroe o villano cuando es tan difícil distinguirlos?
Crítica
La dicotomía entre el bien y el mal, un tema recurrente en la literatura distópica, se aborda con notable complejidad en "Una Canción Salvaje" de V.E. Schwab. La novela nos sumerge en la sombría ciudad de Verity, un lugar donde los pecados humanos se materializan en monstruos. En este mundo, la línea entre héroe y villano es borrosa: la protagonista es una joven asustada bajo una fachada letal, mientras que el coprotagonista es un ser trágico, un monstruo que es más un producto de la sociedad que un ente malvado por naturaleza.
La construcción del mundo de Verity es uno de los mayores aciertos de Schwab. El norte, próspero y seguro, contrasta con el sur anárquico, un reflejo de la segregación socioeconómica que alimenta la existencia de los monstruos. Los nombres de estas criaturas, Malchai y Corsai, no son aleatorios; sus orígenes en mitos antiguos—una nodriza que da a luz demonios y una tejedora vengativa—enriquecen la mitología de la historia, dándole una profundidad histórica y literaria que se siente palpable.
Sin embargo, la construcción de los personajes presenta un desafío para el lector. Aunque la trama es atractiva, la ética y moral de los personajes fluctúan de manera que puede sentirse inconsistente. Callum Harker y Leo Flynn, quienes deberían ser figuras imponentes de la oscuridad, a veces caen en un patetismo que les resta credibilidad como antagonistas. Sus motivaciones, si bien comprensibles, no siempre logran mantener la tensión necesaria para un conflicto épico.
Por otro lado, August, uno de los Sunai, es un personaje rico en matices. Atormentado por su naturaleza y la percepción que los demás tienen de él, encuentra en la música un refugio y una forma de identidad. Esta conexión con la música evoca, de manera notable, el arquetipo narrativo de la película August Rush, donde el arte se convierte en un faro en la oscuridad, un hogar que no se encuentra en la familia o en la sociedad. Aunque no se trata de una copia, esta similitud subraya un tema universal: la búsqueda de un lugar al que pertenecer a través de la expresión artística.
A pesar de sus puntos fuertes, la narrativa de "Una Canción Salvaje" avanza a trompicones. La trama es voluble y, en los enfrentamientos, que son muy comunes, la acción puede ser difícil de seguir. La narrativa se interrumpe con cadenas de eventos que remiten a escenas de acción, desviándose del hilo conductor de la historia principal. Aunque se nos presenta una historia secundaria interesante como la de Ilsa, hay escenas inconexas en las que los personajes aparecen y desaparecen de forma abrupta, lo que puede resultar confuso para el lector.
El final del libro, deliberadamente abierto, deja claro que hay una segunda parte. Después de una monumental batalla en la que ambos bandos pierden piezas clave en el ajedrez de la historia, la curiosidad se impone. A pesar de las claras falencias, la historia es lo suficientemente interesante como para seguirla y ver qué desenlace le dará la autora. Su premisa original y la intrigante mitología hacen que "Una Canción Salvaje" sea un libro que, con sus imperfecciones, vale la pena leer por el simple hecho de querer saber qué pasará a continuación.
Frases
- La noche en la que Kate Harker decidió prender fuego a la capilla del colegio no estaba furiosa ni ebria. Estaba desesperada. En realidad, incendiar la iglesia era un último recurso; ya le había roto la nariz a una chica, había fumado en los dormitorios, hecho trampa en su primer examen y hostigado verbalmente a tres de las monjas. Pero hiciera lo que hiciese, la Academia St. Agnes siempre la perdonaba. Ese era el problema de los colegios católicos: la veían como alguien a quien debían salvar.
- August intentó imaginar cómo habría sido antes del Fenómeno; antes de que la violencia engendrara a los Corsai, a los Malchai y a los Sunai; antes de la anarquía, de las fronteras cerradas, de las luchas internas, del caos. Antes de que Henry perdiera a sus padres, a sus hermanos, a su primera esposa. Antes de convertirse en el Flynn a quien recurría la ciudad, el único Flynn que tenía. El creador de la FTF y el único hombre capaz de hacer frente a un delincuente glorificado y pelear.
- La voz era grave y homogénea, casi hipnótica, y un segundo después la sombra se adelantó y se convirtió en un hombre de hombros anchos y cuerpo delgado y fuerte, todo músculos magros y huesos largos. El uniforme de la FTF le iba a la perfección, y bajo las mangas recogidas se le veían los antebrazos rodeados de pequeñas cruces negras. Por encima del mentón bien definido, el pelo claro le caía sobre los ojos negro azabache. La única imperfección era una cicatriz pequeña que le atravesaba la ceja izquierda, recuerdo de sus primeros años; pero a pesar de la marca, Leo Flynn parecía más un dios que un monstruo.
- Bueno y malo eran palabras débiles. A los monstruos no les importaban las intenciones ni los ideales. Los hechos eran simples. El sur era el caos. El norte era el orden. Era un orden comprado y pagado con sangre y miedo, pero orden al fin.
-«Esta es una ciudad de monstruos», había dicho, mientras arrojaba al ángel a la basura.
En eso, su padre tenía razón. Pero los monstruos, los monstruos de verdad, no tenían el aspecto de aquel estúpido adornito del capó. No, los monstruos de verdad eran mucho peores.
- —Corsai, Corsai, dientes y garras, sombra y huesos, nada dejarán. Malchai, Malchai, veloces, astutos, sonríen y muerden, tu sangre beberán. August tragó saliva; sabía lo que seguía. —Sunai, Sunai, ojos de carbón, el alma te roban con una canción. La sonrisa de la niñita se hizo aún más amplia. —Monstruos, monstruos, pequeños y grandes, ¡pronto vendrán y a todos comerán!
-Quizá fueran las píldoras lo que estaba aplacándola. Quizás… Pero sí había algo en Freddie. Algo… que la desarmaba, algo contagioso, familiar. En un auditorio lleno de miradas, había sentido la de él. En una clase llena de alumnos que aprendían mentiras, él había dibujado la verdad en los márgenes. En un colegio que se aferraba a la ilusión de seguridad, él no rehuía a hablar de violencia. No era lugar para él, como tampoco para ella, y esa extrañeza compartida la hacía sentir que lo conocía.
-Los humanos eran demasiado frágiles para aquella pelea, pero los Sunai eran muy pocos para luchar solos y, aunque fuera posible que tres pudieran librar una guerra contra miles, los Malchai y Corsai no eran tan tontos como para acercarse; en cambio, elegían presas que pudieran cazar y matar. Por eso los Sunai se concentraban en cazar pecadores a fin de reducir la violencia, y les tocaba a los humanos matar a los monstruos; y los humanos, invariablemente, caían derrotados. Era un ciclo de gemidos y estallidos, comienzos horrendos y finales sangrientos.
- August se detuvo y lo observó, tratando de comprender qué hacía que los hombres se quebraran así. No de un modo físico (los cuerpos humanos eran frágiles) sino en su corazón y su alma; qué los hacía dar el salto y caer, aun cuando sabían que abajo no había dónde aterrizar.
- Cuando los Sunai pasaban a la oscuridad, se perdían vidas. No había reglas ni límites: culpables e inocentes, monstruos y humanos, todos perecían.
-Los Sunai eran escasos, mucho más escasos que los Corsai o los Malchai, pero aun así ponían nervioso a Harker. Tenía que ser por los catalizadores. Tal parecía que los Corsai surgían de actos violentos pero no letales, y los Malchai, de los homicidios; pero los Sunai, según se creía, provenían de los crímenes más oscuros: bombardeos, balaceras, masacres, hechos que cobraban no solo una vida, sino muchas. Todo ese dolor y todas esas muertes se fusionaban en algo verdaderamente terrible; si el catalizador de un monstruo delataba su naturaleza, los Sunai eran los peores.
-La mente domina al cuerpo domina cadáveres en el suelo domina marcas que se grababan a fuego día tras día tras día en la piel hasta que se agrietaba y se rasgaba y sangraba al ritmo de los disparos y la melodía del dolor y el mundo estaba hecho de música salvaje, hacía y estaba hecho de ella, y ese era el ciclo, el gran estallido hasta el gemido y así sucesivamente y nada era real excepto August o todo era real excepto él…
- Así es la vida, August —dijo—. Tú querías sentirte vivo, ¿verdad? No importa si eres monstruo o humano. Vivir duele.
- —Soy Sunai —replicó—. Soy fuego sagrado. Y si tengo que incendiar el mundo para depurarlo, juro que lo haré.


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