Bajo la Cruz del Sur -Patricia Cerda

Bajo La cruz del sur - Patricia Cerda

Bajo la Cruz del Sur
I Patricia Cerda

Sinopsis

La primera circunnavegación del globo agregó una nueva dimensión a la historia de la Humanidad. A partir de entonces, los hombres y mujeres no estarían más aislados y el mapa avanzaría hasta armarse completo a lo que conocemos hoy. A partir de los nuevos descubrimientos realizados en la travesía liderada por Hernando de Magallanes, el mundo cambiaría por completo.

Con una mirada nueva, en esta novela Patricia Cerda no repite la perspectiva heroica y reconstruye –con implacable realismo– la dureza de la vida a bordo de las antiguas naves de conquista, la mentalidad de los hombres de la Armada del Moluco y, también, la reproducción de sus deseos y ambiciones ante esas tierras incógnitas que juraron conquistar en nombre de Dios y del Rey.

Una novela histórica reconstruida a partir de diversas crónicas convertidas en un relato ameno, que sirve de reflexión sobre los motivos universales que nos mueven. 500 después de aquella hazaña, Bajo la cruz del sur muestra luces y sombras de la expansión de la cultura occidental sobre el planeta.

Crítica 

Las travesías, grandes o pequeñas, siempre nacen de dos fuerzas primarias: la curiosidad y el reconocimiento. La primera es el motor inicial que empuja a ir más allá; la segunda, quizás el timón que impulsa a los hombres a soñar fuera de su propio terruño. Con esta premisa, Patricia Cerda nos sumerge de inmediato en un viaje hacia el sur ignoto. En una época donde las grandes empresas exigían su cuota de fe y sangre, esta expedición se concebía como una locura, cuyo valor solo se medía por la audacia y la ambición de los más acaudalados.

La figura de Hernando de Magallanes atrae a los grandes aventureros del vasto océano. Su historia no es solo el relato de un país, sino de territorios que, aunque hoy no nos resulten tan lejanos o exóticos, fueron determinantes para el hombre europeo del siglo XVI. Quienes estén familiarizados con las crónicas de estos célebres exploradores navegarán sin dificultad en esta narración. Sin embargo, para los recién llegados a este tipo de relatos, Patricia Cerda los sumerge de lleno en un mundo donde la navegación evolucionaba a pasos agigantados, viejas teorías eran refutadas y la campana de la iglesia aún podía dividir el mundo entre dos reinos: Castilla y Portugal.

La narrativa de Cerda evoca el estilo de las antiguas crónicas, enriquecida por personajes que bien podrían haber existido en cualquier nao de la época. Un grupo variopinto de hombres, algunos con la piel curtida por la sal marina y otros que apenas aprenderán los suplicios, las maravillas y los terrores que les aguardan al enrolarse en la Armada del Moluco. Es una historia que incluso los navegantes de hoy admiran por la bravura con la que su capitán tuvo que enfrentar los desafíos. La travesía de Magallanes, aunque ampliamente conocida y registrada, sigue siendo un misterio que se tragó el Pacífico, y cuya hazaña pervive también por el nombre de otro navegante reconocido: Elcano.

La expedición de Magallanes, iniciada en 1519 y cuyo paso por el estrecho que lleva su nombre se logró entre octubre y noviembre de 1520, es descrita de manera detallada por la autora. Lo hace a través de personajes que representan fielmente a los hombres de la época: marinos rasos de diversas procedencias (alemanes, griegos, franceses, portugueses e ibéricos) que se enrolan en la armada con el único objetivo de ganarse no solo un nombre, sino la riqueza que sentían arrebatada tras la caída de Constantinopla y la interrupción de la Ruta de la Seda: el clavo de olor. Este bien, muy apreciado por sus beneficios para la salud y por su valor en oro, era crucial para unas arcas reales diezmadas por las guerras intestinas que se desataban en una Europa radicalmente transformada por los descubrimientos colombinos y los avances portugueses de Enrique el Navegante.

Para quienes esto parezca un motivo menor, recordemos que no es el único fruto por el que la humanidad ha emprendido guerras. Basta con pensar en la búsqueda del "país de la canela" en las crónicas de la época, o en la guerra por el petróleo en nuestros tiempos. Un movimiento geopolítico guiado por un interés insaciable que, al igual que en la era de Magallanes, sigue modelando el destino de naciones y continentes. El viaje de aquel portugués nacionalizado español, por cierto, es ineludible: marcó la apertura de una nueva ruta que, al igual que los descubrimientos de Colón, cambiaría la forma de concebir el viejo y el nuevo mundo, abriendo nuevas rutas mercantes.

Las naves de Magallanes —la Trinidad, la Concepción, la San Antonio, la Santiago y la Victoria, la única que lograría sobrevivir a la circunnavegación con una tripulación diezmada— son una muestra de los avances de la época. Si bien el crédito recae en la corona castellana por apadrinar semejante expedición, no podemos olvidar la contribución de Portugal, pues es gracias a los aprendizajes de Magallanes en sus cortes y viajes hacia Oriente Próximo, sumados a los conocimientos de su viejo maestro en navegación, que esta proeza fue posible.

El cruce de Magallanes por un estrecho desconocido es titánico. Allí se nos describen los peligros del mar: no solo el bandidaje de otros reinos ricos, sino también la "debilidad de la carne", como la llamaban entonces. Las deserciones, las intrigas entre capitanes de las mismas naves y enfermedades como el escorbuto fueron el pan de cada día para los tripulantes de la Armada del Moluco. Sin embargo, también vivieron las maravillas de atravesar el estrecho y observar la riqueza de unos territorios apenas conocidos.

Entre los personajes que nos trae el libro de Cerda, me gustaría detenerme en dos que me han calado hondo: el cronista Antonio Pigafetta y el griego Albo. Si bien son secundarios, nos muestran una cara distinta de lo que se suele pensar que se encontraría dentro de una nave con destino incierto. Aunque este es un libro novelado, Cerda les da algunas pinceladas a través de estos personajes para dar a conocer pequeños detalles de la vida de la época.

Un ejemplo de ello son los diálogos donde se menciona la cultura libresca que empieza a tomar fuerza en Europa, o donde se asoman nombres conocidos como el de los Fugger, grandes banqueros y comerciantes alemanes. También se explica cómo funcionaba el intrincado mundo castellano, donde la familia y el lugar que ocupabas en una nave se entendía por el poder de la sangre. Por ello no olvidamos a Cartagena, aquel que intentó rebelarse a Magallanes y tuvo un fin peor que la propia muerte: ser abandonado en un paraje inhóspito y desamparado por la mano de Dios.

La brutalidad de la que eran capaces estos conquistadores, tanto con la población autóctona como con sus propios semejantes, es un aspecto que Cerda no oculta. Todo ello, claro, encubierto bajo la presunción de una supuesta superioridad. Pero no debemos juzgarlo con el ojo anacrónico del presente, sino bajo el lente del pasado, pues es esta misma mentalidad la que lleva a que uno de los más grandes navegantes de su época, tras múltiples sufrimientos, caiga en una batalla ajena. La muerte de Magallanes y de algunos de sus hombres en Cebú es la muestra clara de lo que el poderío español no podía definir ni controlar: el azar, la suerte, el dolor y la muerte ajena.

Precisamente, este trágico final es el que subraya la importancia de "hacer justicia" con la figura de Magallanes, algo que Patricia Cerda logra de manera notable en su novela. La autora no cae en la hagiografía; por el contrario, nos presenta a un Magallanes de carne y hueso, un hombre de su tiempo con sus convicciones y sus errores, lejos de ser un dios inmaculado. Porque, a pesar de que Elcano fue quien culminó la primera circunnavegación, la semilla de esa proeza la plantó Magallanes. Sin su visión, su tozudez y su valentía para desafiar lo desconocido, no habría existido la ruta, ni la armada, ni, en última instancia, un Elcano que recogiera el testigo de una gesta que él solo inició. Es en la tragedia y el inconcluso destino de Magallanes donde reside la verdadera magnitud de una expedición que cambió la faz del mundo.

 "Bajo la Cruz del Sur" no es solo una recreación histórica; es una inmersión en el espíritu de una época. Patricia Cerda logra que la epopeya de Magallanes trascienda el mero hecho histórico para convertirse en un espejo de la condición humana, de sus ambiciones, sus miedos y su incesante afán por conquistar lo desconocido. Es una lectura que no solo nos ilustra sobre uno de los hitos más trascendentales de la navegación, sino que también nos invita a reflexionar sobre las motivaciones imperecederas que nos impulsan a cruzar nuestros propios "océanos pacíficos". Una travesía literaria obligada para quienes buscan entender la historia desde el pulso de sus protagonistas y el latir de un mundo en constante expansión.

Bajo la cruz del sur - Patricia Cerda


Apartados

—¡Regresen con gloria! —grita una mujer joven desde el muelle. Tiene un bebé en sus brazos.

  Las madres y esposas sevillanas están tristes. Saben que comienza para ellas un largo tiempo de espera. La vida les pedirá paciencia, mucha paciencia. Las naos llevan provisiones para dos años. Están tristes, pero esperanzadas, al igual que los hombres de la Armada del Moluco. Quien regresa con gloria, obtiene lo que desea. Así ha sido siempre en la historia de la humanidad. Hernando de Magallanes no ha regresado nunca con gloria de sus aventuras marítimas. Nunca, mientras estuvo bajo las órdenes del rey Manuel I de Portugal, recibió el reconocimiento que esperaba.

  —¡Regresen con o sin gloria, pero regresen! —grita una mujer cincuentona.

Recorren la bodega juntos. Magallanes se detiene frente a los sacos de bizcochos que ocupan una parte importante del espacio. Los empuja para ver si están bien amarrados. Luego mira al despensero y asiente. Continúa la revisión. Las pipas de vino y vinagre están ordenadas entre la carne salada y las treinta y cinco cajas de dulce de membrillo que lleva para su dieta personal. Golpea la madera de los toneles como saludándolos. En la otra esquina, en un rincón especial, están las mercancías de rescate. Son los cascabeles, espejos, cuchillos y otras menudencias que dará a los nativos de los lugares ignotos que visitará a cambio de víveres, leña y grasa para calafatear. 

En cierto modo, durante sus 39 años de vida ha sido siempre un cronista y espera seguirlo siendo. Lo suyo es dejar constancia. Un extranumerario en el viaje de la vida. Cuando tenía veintidós años fue nombrado cronista oficial de la República de Venecia. Como tal, anotaba todos los acontecimientos importantes de la ciudad. En ese tiempo los reinos europeos se quejaban de que los venecianos querían estar bien con Dios y con el diablo. 

El vínculo familiar entre Cartagena y el obispo Juan Rodríguez de Fonseca era parte del repertorio de secretos a voces que corrían en Sevilla. Todos sabían que los sobrinos de los dignatarios de la Iglesia eran, en realidad, sus bastardos.

En el mar las influencias no sirven. A las naos las mueve el viento, si se sabe manejarlas, y no las voluntades de los poderosos.

El destino es una fuerza poderosa. Algunos disfrutan de una breve existencia en tierra firme y otros en el mar llegan a ser longevos. Yo prefiero volver rico de las Molucas a vomitar pobreza por las calles de Sevilla, Núremberg, Augsburgo o donde sea.

Llega noviembre y la navegación continúa con buenos vientos alisios en popa, que los castellanos llaman solana. El mar sigue siendo su aliado. Las naos avanzan solas. La temperatura aumenta conforme se acercan a la línea equinoccial. Eso hace que en las partes bajas de la nao la mezcla de olores se haga cada vez más insoportable. No obstante, los grumetes voltean cada media hora los relojes de arena cantando con buen humor:

  Bendita sea la hora en que Dios nació y Santa María que lo parió y San Juan que lo bautizó.

Andrés de San Martín, el cosmógrafo sevillano que va como piloto en la nao San Antonio, le parece buena gente. Despierta su confianza. Porta consigo muchos libros de astronomía, entre ellos el Almagesto de Ptolomeo y el Tratado de la Esfera de Sacrobosco. Piensa aprovechar la primera ocasión para ordenar que se cambie a la nao Trinidad.

La nao que menos dolor de cabeza le da es la Santiago, porque en ella va de capitán y piloto Juan Serrano. Es un hombre de baja vanidad y con mucha experiencia en el mar. Cinco años antes fue capitán de una de las carabelas de la expedición de Pedrarias Dávila al Darién. Con él van muchos franceses, y los extranjeros de la armada, en general, son de confiar. No se resienten cuando un portugués les da órdenes. Al contrario, son gente agradecida por la oportunidad que se les ha brindado. 

La nao se bambolea. A ratos parece que se va a volcar. Pigafetta se aferra con fuerza al palo mayor y reza en voz alta. Su ropa, como la de todos los marinos, se moja completamente. Sus dientes castañean por el miedo y el frío. La tormenta dura algunas horas hasta que aparece una luz que baila en el mástil mayor. Un marino grita con alivio:

  —¡Fuego de San Telmo!

Da un palmotazo a su escritorio. Las Molucas son castellanas y él se las va a quitar a Portugal. Pero antes tiene que encontrar el paso a la Mar del Sur. Baja de buen humor a la cubierta. 

-  La nueva oportunidad que esperaba de la vida después de la negativa de Manuel se la trajo él. De Haro tenía a cargo una dependencia de los Fugger en la ribera del Tajo que armaba barcos a la India. Siguiendo un impulso golpeó a la puerta de su tienda y dijo su nombre al sirviente que le abrió. Dos minutos después salió el mismo Haro al patio interior a recibirlo. Sabía todo de él. Lisboa era una ciudad pequeña y los hechos de los portugueses en el océano Índico eran tema de conversación entre los empresarios. 

- Cristóbal de Haro, hermano de Diego, también le abrió las puertas de su casa. Vivía en el centro de Sevilla, junto a la plaza de San Francisco, en una mansión. Fue donde vio por primera vez a Maximiliano Transilvano. El secretario del rey era un hombre extremadamente culto; un humanista. La palabra estaba de moda en Sevilla. La gran preocupación del húngaro era el cisma que veía venir en la cristiandad por la popularidad que estaban ganando las tesis del monje Martín Lutero en las naciones del norte. Era la primera vez que Magallanes oía hablar del monje rebelde de Sajonia. Transilvano se quejó de que mientras la cristiandad se dividía, el islam ganaba más y más terreno.

- Caminando de regreso a su campamento, Carvallo explica al capitán que muchos hombres practican perforaciones de los labios porque eso les da una apariencia feroz.

Pigafetta quiere saber por qué Carvallo puede hacerse entender por los nativos y él le cuenta que llegó a esa bahía en el año 1511 como piloto en la nao Bretoa a cargar palo de Brasil, un árbol cuya corteza sirve para teñir textiles. 

Otros europeos reciben por un cuchillo seis gallinas. Un peine es convertible en dos gansos y los espejos y tijeras se cambian por pescado suficiente para dar de comer a diez hombres o por cómodas hamacas. Un cascabel se transforma fácilmente en un cesto de patatas…

-  Berger niega con vehemencia y hace sonar tres «t» entre lengua y paladar. Deja de leer y le cuenta que en Augsburgo circulan muchos libros, porque los Fugger los mandan a imprimir y los venden por pocos centavos. Explica que en la biblioteca de la Fuggería, un barrio de Augsburgo donde viven los más pobres, hay muchos libros de autores del Renacimiento italiano: Marsilio Ficino, Pico della Mirandola, Vespucio…

En las semanas siguientes los hombres de la armada que hablan la misma lengua se acercan como si una fuerza invisible los uniera. En tierra, la lengua y su lugar de nacimiento pesan más que la nao en que van. Cuando el capitán manda a realizar faenas como buscar leña, reemplazar tablas podridas de las naos, limpiar las quillas, llenar los toneles de agua, pescar, cazar pingüinos o lobos marinos, los hombres tienden a cumplir las órdenes en grupos que hablan la misma lengua.

—¿Sabe lo que dijo Julio César al ser informado que la Biblioteca de Alejandría estaba ardiendo y con ella la historia de la humanidad?

  —Claro que lo sé. Dijo: No importa, es una historia de infamia. Lo cuenta Plinio el Viejo. El mismo que afirma que un historiador honesto rara vez relata hechos agradables.

La lista de muertos sigue creciendo. Ahora le toca al marino Jorge Alemán. Cuando los apellidos de los marinos son difíciles de pronunciar, los castellanos les ponen el nombre de su país o región de origen. Siguiendo el ejemplo de los italianos, los alemanes lo entierran y se despiden de él en su idioma. Quedan solo tres de ese país en la armada: Colín Baso, grumete de la San Antonio y los lombarderos Hans de Aquisgrán y Hans Berger. Después del entierro hacen una fogata y conversan largamente alrededor de ella. Albo y Pigafetta los observan. Albo comenta que la divina Providencia ha decretado un pacto misterioso de amor entre el hombre y su tierra natal.

Saber no saber permite seguir viviendo, a pesar de la impotencia. Y la forma en que se manifiesta este saber no saber son los rituales. También los antiguos griegos los tenían. El abismo que la impotencia, el miedo y la muerte abren en la superficie de la vida, lo tapamos con rituales. Los cristianos no somos una excepción.

El 27 de noviembre, cuando el sol está en su punto más alto, tres naos con sus velas henchidas llegan al Mar del Sur. En ellas van ciento setenta y siete europeos. Ahora el Nuevo Mundo descubierto por Colón es una línea alargada a estribor. Lo que hay allí es un misterio y así se quedará. Explorarlo será cosa de otros.

Las tres mujeres son para él una versión insular de lo que los europeos llaman brujas. Siente escalofríos al pensar lo que la Inquisición haría con ellas. Las imagina encerradas en una mazmorra oscura y húmeda, maniatadas, alimentadas con mendrugos de pan y algo de agua. Recuerda la bula Summis desiderantes del papa Inocencio VIII, de la que se habló mucho en su casa cuando él era niño. El libro Malleus Maleficarum, publicado poco después de esa bula por dos inquisidores domínicos alemanes, estaba en la biblioteca de su mentor Chierigati. Alguna vez lo hojeó y se estremeció al leer los métodos propuestos para obligar a las brujas a confesar sus pecados capitales.

Pigafetta los escucha. Él también lleva una quintalada. Pero la ilusión de ganancias materiales es débil en él. Con sus ganancias piensa financiar la publicación y promoción de su crónica. No busca oro, sino gloria. Una quintalada de gloria, porque, como decía Chierigati, la gloria es el sol de los muertos. La fama que da la grandeza se mantiene siempre en alto en el horizonte.

Todos los marinos están ocupados en reparar las jarcias y poner velas nuevas a las naos. En ellas pintan la cruz de Santiago de Galicia con la inscripción: Esta es la señal de nuestra buena ventura.

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