Maldita Roma - Santiago Posteguillo
Maldita Roma | Santiago Posteguillo
Sinopsis
Mare Internum, año 75 a.C. Un barco mercante navega rumbo a la isla de Rodas. A bordo, Julio César acompañado sólo por su fiel Labieno. Obligado por sus enemigos a exiliarse de Roma, se dirige al encuentro con el maestro Apolonio para aprender oratoria y de este modo, a su regreso, iniciar una feroz pugna para ingresar en el Senado y enfrentarse allí al temido Cicerón.
Así arranca la extraordinaria segunda entrega de la saga dedicada a Julio César por Santiago Posteguillo. En Maldita Roma encontraremos ya al mito en la plenitud de su talento político y militar, dispuesto a vencer cualquier obstáculo en su imparable conquista del poder.
Este es un relato sin tregua en el que viviremos ataques piratas, el enfrentamiento con Espartaco en la rebelión de los esclavos, grandes batallas en las que sentiremos el olor de la sangre y el estruendo de las gladios. Comprenderemos los hábiles manejos de César para ascender en política y asistiremos, incluso, al nacimiento de la reina Cleopatra a orillas del Nilo.
Crítica
En esta segunda entrega de su inmersiva saga sobre Julio César, Santiago Posteguillo nos presenta a un personaje en plena efervescencia. Lejos del joven idealista que conocimos en Roma soy yo, este César emerge marcado por los implacables golpes del destino, acaso predestinado por los dioses a una ascensión singular, muy distinta a la de otras águilas romanas como Pompeyo o Craso, insinuando incluso una impronta divina en su linaje. El candor juvenil se difumina, dejando tras de sí unos ideales que, como rescoldos tenaces, luchan por no extinguirse.
La dolorosa pérdida de Cornelia y los constantes embates de sus acérrimos rivales, los optimates, moldean en César a un hombre que transita peligrosamente por los límites de lo aceptable en la sociedad romana. Un individuo singular, audaz hasta la temeridad en la consecución de lo imposible, como la incendiaria reforma agraria que tanta sangre derramó en Roma, especialmente entre los menguantes populares. En este complejo entramado político, César se rodea de las influyentes mujeres de su entorno: la regia Aurelia, la joven Julia y la enigmática Servilia, cuya astuta presencia se vislumbra como una potencial sombra ominosa en el futuro del protagonista, aunque esta intrigante premonición la dejaremos velada por el momento, pues cada revelación exige su propio instante.
Con cada revés sufrido, César se transforma en una figura cada vez más impredecible en los intrincados hilos de la narración. Su estratégico matrimonio con Pompeya, nieta del temido dictador Sila, o su habilidad para navegar con destreza entre las facciones antagónicas de Pompeyo y Craso, allanando el camino hacia el trascendental triunvirato, son elocuentes ejemplos de su creciente astucia política. Su ascenso al poder desde posiciones consideradas insignificantes por sus detractores, como el altivo Catón o el elocuente Cicerón –edil o curator de la vital Vía Apia–, revela una ambición tenaz y una visión estratégica que sus adversarios subestimaron peligrosamente.
A pesar de esta notable evolución, una constante palpita a lo largo del libro: la acuciante necesidad de César por ascender en el prestigioso cursus honorum romano. Su anhelo no se limita a la gloria personal, sino que también abarca la urgente restauración de las exhaustas arcas familiares. Todo ello sin perder de vista su objetivo primordial: emular la grandeza de su tío Mario como ferviente defensor de los populares y erigirse en el adalid del pueblo bajo de Roma.
En este fresco histórico, Posteguillo nos sumerge en momentos cruciales donde Roma se ve asediada por amenazas tanto externas como internas. Un ejemplo destacado es el relato del final de la rebelión de Sertorio a manos de un implacable Pompeyo. Este episodio, con un evidente guiño a la tierra natal del autor, ilumina la intrincada y a menudo conflictiva relación entre la metrópoli y sus territorios foráneos. Es en este contexto de luchas de poder donde también vislumbramos fugazmente a una joven Cleopatra. Exiliada en Roma junto a su padre, un faraón despojado de su trono por la entronización de su hermana Berenice, instigada por los influyentes sacerdotes egipcios, la princesa, cuyo linaje se remonta a una concubina real, comienza a perfilarse como una figura exquisita, casi una encarnación del propio Nilo. En su encuentro fortuito con César, ninguno de los dos presagia el destino que entrelazará sus vidas de manera tan trascendental.
Otro hito narrativo importante es el visceral levantamiento de los esclavos liderados por el icónico Espartaco. Si bien se alude a una revuelta anterior, la de Espartaco resuena con una fuerza particular en la memoria romana, trascendiendo su impacto inmediato para convertirse en un símbolo perdurable de resistencia. Aunque Posteguillo dedica varios capítulos a este crucial episodio, conectándolo hábilmente con la trayectoria de César, la rebelión se percibe, en mi opinión, como un elemento secundario, utilizado con maestría para apuntalar el desarrollo de los personajes centrales: Pompeyo, Craso y, por supuesto, el ambicioso Julio César.
Sin embargo, es en los últimos compases de Maldita Roma donde una sombra de lo que vendrá comienza a proyectarse con una intensidad palpable. Posteguillo nos introduce de manera sutil pero efectiva en los albores de la épica Guerra de las Galias. Para aquellos familiarizados con las memorias del propio César sobre estas campañas, la novela sugiere que, más allá del relato propagandístico, se libró una contienda interna en el alma del conquistador. El autor evoca una de las teorías más debatidas entre los historiadores: la misteriosa enfermedad que pudo haber afectado a César, insinuando quizás, para los lectores más avezados, una repentina epilepsia desencadenada por la inmensa carga de desafíos que enfrentó en su vida, como el agónico sacrificio de entregar a su hija Julia a su implacable adversario, Pompeyo. Y es precisamente en este punto de inflexión, donde la gloria y la fatalidad comienzan a entrelazarse, dejando al lector con la inquietante certeza de que el destino de César, forjado en las duras lecciones de esta "maldita Roma", está a punto de tomar un rumbo tan brillante como impredecible, sembrando las semillas de un imperio que cambiará el mundo para siempre... o lo consumirá en una vorágine de ambición y traición.
Apartados
-[38] No sé ni cómo lo hará ni que le ocurrirá en este viaje, pero los dioses velan por él. Y, para tu tranquilidad, te diré algo que tengo muy claro en mi corazón: fuera de Roma está a salvo. Fuera de la ciudad son otros los que han de temerle. Es esta ciudad, esta maldita ciudad la que me preocupa. César está mil veces más seguro en medio de la tierra más hostil, rodeado de miles de bárbaros en pie de guerra, que en las calles de esta maldita Roma repleta de traidores.
-[61] Al tribuno que lo había interpelado, todo aquello no le gustaba. Cayo Volcacio Tulo -en constante combate en Oriente, primero contra ejércitos de Mitrídates y ahora al servicio del nuevo gobernador de Macedonia-prefería la lucha contra enemigos reales, contra ejércitos [62] no aquella campaña de rapiña para aprovisionar las tropas matando y arrasándolo todo a sangre y fuego. Volcacio, además, había observado como Curión se cuidaba mucho de mantenerse alejado del combate. ¡Qué diferente a aquel joven tribuno a quien conoció en el asedio de Mitilene! Julio César se llamaba. Roma lo había expulsado.Como todos, Tulo estaba al tanto del enfrentamiento entre los optimates, que lo controlaban todo, y los populares, que querían cambiar las leyes.
-[82] De pronto pensó que si retornaba a Farmacusa sin el dinero del rescate en su totalidad, él mismo pasaría a ser esclavo, a no ser nadie. Vivían en un mundo de locos, de todo o nada, a vida o muerte.
-[85] -No pidas perdón por querer a mi hijo y por preocuparte por él, por serle leal y por cuidar de su hija mientras él se ha visto obligado a escapar a Roma, de esta maldita Roma.
-[90] Labieno dio un par de pasos hacia delante y, mirando a los ojos de su interlocutor, narró lo que César le había explicado antes de salir de Farmacusa: César, en efecto, no estaba allí, así que él debía ser su voz en aquel lugar, en aquella negociación a cara de perro, en aquel regateo de dracmas a vida o muerte.
-[96] -Un hombre que destruye ciudades enteras arrasando hasta que sus templos más sagrados no es alguien temeroso de los dioses. Pompeyo sólo cree en un dios. -¿En cuál?- preguntó Perpenna. -En sí mismo- respondió Sertorio.
-[142] Lo tenía fácil para suicidarse. Bastaba con dar un paso al frente. Lo había perdido todo: casa, tierra natal, libertad, mujer e hijas. Sólo un paso y pondría fin a tanto sufrimiento. Pero, por algún motivo que ni él mismo acertaba a entender, no lo dio. Quizá fuera ese instinto de supervivencia que todos tenemos, o que pensaba que de ese modo no, no sin infligir a Roma el daño que ésta le había causado a él, pero anhelar semejante venganza era tan absurdo...¿Qué podía hacer él, un mísero esclavo, contra la ciudad que gobernaba al mundo?
-[143] -Eres rápido, fuerte y orgulloso. Todas buenas cualidades para ser un gran gladiador. Aquí tiene dos opciones, muchacho, y me da igual por cuál optes, pero piénsalo bien esta noche: puedes rebelarte contra mí y acabar muerto, o puedes aceptar ser uno de mis gladiadores, ganar mucho dinero, primero para mí, luego para ti, y tras unos cuantos años de combates aquí y, con suerte, en Roma, conseguir cierta fama, una pequeña fortuna y la libertad. No es una mala vida la de un buen gladiador. Con riesgos, pero tú sabes ya que esta vida, o cualquier vida, entraña riesgos. Tu decides. Has matado a uno de mis mejores preparadores, pero en cualquier caso se estaba haciendo viejo y, tal y como tú has probado, se distraía en su trabajo. Un entrenador no puede cometer distracciones como la suya. No te tendré en cuenta su muerte, aunque deberás pagarme el dinero que me costó adiestrarlo en el pasado, eso no te lo perdono.
-[147] -Una ciudad no es sólo grande por sus edificios, que también, sino por las personas, por sus ciudadanos, por sus gobernantes sabios, si los tiene, por sus escritores, poetas, artistas, matemáticos, filósofos o hasta bibliotecarios. Una ciudad es sangre humana, no sólo templos o teatros, aunque...Estaban ante el templo de Artemisa. -Aunque algunos edificios son excepcionales-apostilló Labieno. (...)
-[147] -No conquistaba por conquistar: extendía el poder de Macedonia, desde Pella, ¿recuerdas?-Labieno asintió al evocar cómo recorrieron las calles de aquella ciudad en ruinas. César continuó hablando-:Conquistaba pero no sometía, sino que integraba a los conquistados, concedía autonomía de gobierno, cambiaba a sátrapas por consejos ciudadanos, asimilaba creencias y cultos y los mezclaba con el inmenso legado griego. En eso es un modelo.
-[150] -Bueno, es un optimas, es uno de ellos. Quizá no es que no cree en ti, sino, más bien, que no quieren creer. César parpadeó varias veces ante aquella afirmación y, acto seguido, asintió serio. -Puede que de historia sepa yo más que tú, Tito, pero de cuando en cuando tienes destellos de clarividencia.
-[166] De hecho, con todas estas gestiones, Labieno fue testigo de que, poco a poco comprobaría, no sería una excepción sino una norma en la forma de conducirse César con el dinero: su amigo era muy espléndido con todo aquel que, de un modo u otro, le había mostrado colaboración o lealtad. Hasta decidió añadir sumas extras de dracmas a Tesalónica y Mileto, más allá de lo que le habían prestado, e incluso para Mitilene, más allá de triplicar la cantidad. César parecía mirar más por todo el mundo que por ellos mismos.
-[192] -A veces un papiro puede ser un arma más poderosa que mil espadas- le dijo sin inmutarse y guardando bien en el interior de su bolsa los que había cogido. -¿Un papiro más poderoso que mil espadas?-Casto se echó a reír, dio media vuelta y lanzó un comentario mientras se alejaba-: Estás loco, tracio.Loco de atar. Espartaco se sonrió y no dijo nada. No se planteó hablarle de Aristóteles o Tucídides o los filósofos griegos. No vio al celta muy receptivo. De hecho, en sus momentos más duros, recordar frases y pensamientos de algunos de aquellos autores y filósofos del pasado lo habían ayudado a no quitarse la vida.
-[200] Graecino asintió. Lo veía claro, como el propio Perpenna: si desaparecía el animal, todos pensarían que Sertorio había perdido el favor de los dioses. Los legionarios eran tremendamente supersticiosos, e igual que se los podía manipular en un sentido, se les podía influir en el contrario.
-[241] -Porque no piensas- le recriminó Apolonio-.Actúas más que piensas. Y la acción, la audacia, la rapidez en la toma de decisiones es una destreza importante, pero pensar lo es más. La combinación de ambas habilidades te hace prácticamente indestructible. Pero muy pocos combinan bien audacia y reflexión.
-[285] El cónsul Craso ordenó, hace cuatrocientos años, realizar una decimatio para las unidades militares que se habían mostrado cobardes en la lucha contra los volscos. Siguiendo esa orden, uno de cada diez hombres fue ejecutado. Eso mismo es lo que va a pasar hoy. Aquí.Y ahora. En este amanecer, en esta jornada, uno a uno, hasta la puesta de sol.
-[288] -¡El que quiera huir en la próxima batalla quizá escape de Espartaco, pero que sepa que ni él ni sus compañeros podrán escapar de mi! ¡Así pues, si veis a un legionario huyendo del campo de batalla, más os vale matarlo allí mismo para no ser luego ajusticiado nos por la cobardía de otros! ¡Esta decimatio ha terminado! ¡De vosotros depende, y sólo de vosotros, que no haya otra decimatio en otros cuatrocientos años!
-[337] A Afranio hubo algo que lo sorprendió: ninguno de los esclavos rebeldes se rendía. Todos seguían luchando hasta el final. Eso era algo que nunca había visto antes, ni en la larga campaña contra Sertorio, con la excepción, quizá, de la resistencia de los habitantes de Calagurris. No lo comentó con su superior, pero al ver cómo luchaban hasta la muerte aquellos esclavos comprendió por qué habían derrotado en varias ocasiones a las legiones de Italia.
-[372] (...) -Aunque ya que lo mencionas: la sangre y el poder, hijo mío, están hechos de la misma sustancia; la sangre engendra poder y el poder se construye sobre mucha sangre.
-[381] Y se golpeó el pecho con fuerza y los muslos y la cabeza en un gesto de dolor poco habitual en los funerales patricios, donde se mantenía una mayor contención en la expresión del sufrimiento personal en público que en los funerales de una plebe vulgar, más dada a la exhibición de sentimientos en forma de llantos, lamentos, y lesiones que se autoinfligían los familiares de quien estaba siendo enterrado. De hecho, la ley de las XII Tablas llegó a promulgar: "Las mujeres no se arañarán las mejillas ni se harán lessum". Luego,ante la imposibilidad de controlar las muestras de dolor del pueblo en sus momentos de sufrimiento por la pérdida de un familiar, se reinterpretaría aquel mandato de las XII Tablas como que no se podía contratar a plañideras para que hicieran en público semejantes muestras de padecimiento extremo. Y César, sabedor de que se le observaba en cada pequeño gesto, sólo contrato praeficae para llorar y cantar neniae durante el desfile fúnebre o para cuando encendiera la pira funeraria, pero sabía que nada podían hacer contra él por mostrar en su propio cuerpo el dolor por la pérdida de Cornelia.
-[382] La madre de César comprendió que, si bien llorar en público podía no parecer adecuado para un hombre, y que sus enemigos podían interpretarlo como una muestra de debilidad, sin embargo, en aquel momento, en aquel lugar, era una forma de ser uno más del pueblo, de identificarse con la plebe que expresaba de esa forma su dolor sin atender tanto a la diferencia entre hombres y mujeres.
-[382] Y entonces, por fin, la pequeña Julia, de sólo trece años, siguiendo el ejemplo de su abuela y de sus tías, bajo la atenta mirada de su padre, se volvió hacia el pueblo de Roma y se arañó la piel de su mejilla derecha con tanta fuerza como fue precisa para, más allá del dolor y el miedo, provocarse las mismas heridas que había visto en ellas y sentir la sangre. Era sangre de los familiares de la recién fallecida, sangre que los ciudadanos del pueblo de Roma creían que purificaba el camino de quien iba a ser incinerada en su descenso al Hades.
-[383] Pompeyo suspiró. Estaba como ensimismado, sus ojos fijos en aquella niña de sólo trece años que, por amor a su madre, por respeto a su padre, se acababa de autolesionar hasta hacerse sangre en el rostro. Estaba perplejo ante tanta lealtad, ante tanta fuerza en una niña tan pequeña. ¿Estaba perplejo o era algo más? Arrugó la frente: ¿veía a la joven Julia como niña o como...mujer?
-[449] -Porque un pueblo que sepa más, que lea, que vaya al teatro o que se admire ante el arte es un pueblo que piensa más, y quien piensa más es más exigente con quien le gobierna y está más atento a los abusos del poder y reclama más justicia.
-[450] -Es que yo no deseo gobernar en mi propio beneficio, sino en el beneficio de todos, Tito. Por eso a mí no me da miedo que quien vota, quien puede decidir si elegirme o no como edil, pretor o cónsul, piense y piense mucho. Sólo el que busca el enriquecimiento personal en perjuicio de la mayoría, sustrayendo dinero que es de todos para sí mismo, anhela un pueblo ignorante, distraído constantemente por las luchas de gladiadores y fieras. Yo he organizado las mayores luchas de gladiadores que se recuerdan, pero ¿por qué? Porque eso ha hecho preguntarse al pueblo: ¿y qué más habrá organizado este nuevo edil? Y así, aunque sólo sea curiosidad, van al teatro y ven mis exposiciones de arte. Y a lo mejor empiezan a pensar más. Autores como Plauto critican la sociedad y promueven el pensamiento. Escultores como Pasiteles conmueven. No podemos cambiar Roma sólo desde dentro de las instituciones o desde lo alto del poder. Hemos de transformarla también desde el pueblo.
-[469](...)-Sí, y nosotros nos marchamos también- aceptó Servilia, pero continuó hablando-:Hijo, te presento a Cayo Julio César, senador de Roma.-Y mirando al propio César-:Éste es mi hijo mayor, Marco Junio...Bruto.
-[473] -Pero Sila cambió la forma de elección del pontifex maximus- apuntó el amigo de César-.Y éste ya no se elige desde los comitia tributa como antaño, ya no es una de las asambleas del pueblo la que lo designa, sino que Sila dictaminó que el pontifex maximus lo eligiera directamente el Senado, y tú mismo has dicho que no tienes control sobre el Senado ni para pedir una segunda exención de edad que te permitiera presentarse a pretor. ¿Cómo vas a lograr que ese mismo Senado te elija como pontifex maximus?
-[478] Pompeyo tenía un orgullo inmenso. No era hombre dado a aceptar crítica alguna, pero aquel que le hablaba era uno de sus más leales. Pompeyo era soberbio. Y vanidoso. Y vengativo y cruel. Pero ni estaba loco ni era un estúpido. Ver que su hombre más leal se atrevía a hablarle con aquella franqueza le impactó.
-[483] -Supongo que habrá encausado a nuestro viejo amigo Rabirio por enriquecerse con dinero manchado de sangre por la muerte de Saturnino, por beneficiarse directamente desde esa muerte y quizá de alguna otra, y a todo esto habrá añadido el perduellio. Está en el límite de lo que puede hacer, como siempre. Perduellio -repitió Cicerón como ensimismado, entre inquieto y admirado por la maniobra de César-.Nunca pensamos que alguien fuera a revivir una ley de hace tres siglos.
-[490] Hortensio miraba a Cicerón admirado: había asistido a muchos juicios y visto a muchos abogados maniobrando por los complejos vericuetos de las leyes de Roma, pero a nadie que combinara la oratoria de Cicerón y sus gélidos cálculos legales con un conocimiento tan exhaustivo de las leyes actuales y antiguas.
-[504] -Los optimates, embebidos en vuestra soberbia infinita, lleváis muy mal que alguien se niegue a plegarse a vuestros deseos. La última vez que me negué de forma igual de contundente ante uno de los tuyos fue hace tiempo, cuando yo sólo tenía dieciocho años y vuestro líder Sila me exigió que me divorciara de mi primera esposa. En aquella ocasión, ante mi negativa, Sila me abofeteó la cara y me condenó a muerte pero, como ves, de los dos no soy yo quien vaga por el Hades, y creo que tú no tienes ni arrestos ni el valor suficiente para atreverte siquiera a rozarme el rostro.
-[509] Él sonrió. Le encantaba aquella mujer. No era sólo que fuese hermosa-César atraía a muchas mujeres hermosas-,sino que Servilia era, además, inteligente y audaz. El adulterio requería cierta valentía y una buena conversación. Ser infiel con alguien aburrido era una necesidad. César necesitaba a alguien con quien poder hablar de literatura y de política, de la vida familiar y de las cuestiones de estado. Todo eso exigía inteligencia, y Servilia lo tenía todo: belleza y la conversación más aguda que había encontrado en años.
-[510] -César...-Ella se incorporó y, como él se había sentado en el lecho, lo abrazó por la espalda-.Tú no has entendido aún el matrimonio en nuestra querida Roma. Como viviste una apasionada historia de amor con tu primera esposa, crees, equivocadamente, que hay algo de amor en un matrimonio y no es así. No suele haberlo. Estas uniones son siempre políticas. En tu cabeza lo sabes, pero tu corazón aún te engaña porque, en el fondo, esperabas que Pompeya te ofreciera una lealtad a ti y tus proyectos políticos similar a la de Cornelia y, sin embargo, esto no ha pasado. Y no va a pasar. Por lo que me has contado, es una joven caprichosa, y tú, reconócelo, pones por delante de ella a tu madre, a tu hija y tus ambiciones políticas. Una esposa inteligente trataría de ganarte con lealtad. Siéndote leal, apoyándote siempre, podría conseguir de ti todo, pero es una mujer simple y ha decidido relacionarse contigo a través del desafío y la rabia y por ahí no logrará nada. Pero no sabrá ver esto. Nunca.
-[517] César, su esposa Pompeya, su madre Aurelia y su hija Julia se vieron avanzando por interminables pasillos de ciudadanos que no dejaban de vitorear a su líder: -¡César, César, César!-clamor al que añadían: -Pontifex, pontifex, pontifex.
-[519] El suyo era un caso diferente al de César, pues César contaba con el apoyo económico del acaudalado Craso. Catilina estaba solo en ese sentido, aunque no aislado: había senadores fuera del grupo de Cicerón, Catón y Catulo, que se sentían descontentos porque se les dejaba al margen del corazón del poder de Roma y, en consecuencia, de sus pingües beneficios económicos. Por un lado, Catilina aglutinó en torno a él a senadores y ciudadanos resentidos con los optimates, pero que no buscaban favorecer al pueblo sino sólo a ellos mismos, como Léntulo Sura, Cayo Cornelio o Lucio Varguntelo. Por otro, llevó a cabo una demoledora campaña electoral populista donde prometió un amplio programa social al pueblo de Roma con la esperanza de ser él el elegido.
-[523] -Para mí no eres de fiar, Catilina-respondió al fin-.Has prometido grano gratis y mil reformas con que favorecer el pueblo para conseguir sus votos, no porque creas que el pueblo vive injustamente sometido por unos senadores todopoderosos y egoístas y viles. Tus promesas son sólo una forma de llegar al poder. Y si lo logras, sólo harás las mínimas reformas que sean precisas para perpetuarte en el gobierno de Roma. Sólo me quieres para que te ayude en tu enfrentamiento con los optimates. Y para eso no me tendrás, porque, ¿sabes una cosa?-aquí César se aproximó al rostro de Catilina-,no eres lo bastante fuerte para ganar en ese enfrentamiento con los optimates. Nadie lo es. Aún no.
-[524] La noche negra dormía con su vientre henchido de conjuras sobre una Roma silenciosa. Era la víspera de las elecciones.
-[526] Cayo Cornelio y Varguntelo se miraron impacientes y cruzaron una sonrisa malévola: los habían expulsado del Senado, y ahora ellos iban a terminar con el líder senatorial más importante. Con frecuencia, un golpe de Estado empieza con un ajuste de cuentas.
-[528] Mas las puertas de la residencia de Cicerón nunca terminaron de abrirse: los esclavos, advertidos por su amo, que desconfiaba de todo y de todos aquellos días, no quitaron travesaño alguno, sino que, bien al contrario, lo que hicieron fue apuntalar con más maderos las puertas para que aquella madrugada no pudiera entrar nadie en la casa. Y al infierno con la costumbre de ser saludado al alba por ciudadano alguno. Cicerón estaba en la supervivencia del Estado, según lo conocía y lo entendía él, y no en el mantenimiento de tradiciones antiguas.
-[531] -¿Hasta cuándo has de abusar de nuestra paciencia, Catilina?-repitió Cicerón y, a partir de ahí, continuó como un torrente-:¿Cuándo nos veremos libres de tus sediciosos intentos? ¿A qué extremos se arrojará tu desenfrenada audacia? ¿No te arredran ni la nocturna guardia del Palatino, ni la vigilancia en la ciudad, ni la alarma del pueblo, ni el acuerdo de todos los hombres honrados, ni este protegidísimo lugar donde el Senado se reúne, ni las miradas y los semblantes de todos los senadores? ¿No comprendes que tus designios están descubiertos? ¿No ves tu conjuración fracasada por conocerla ya todos? ¿Imaginas que alguno de nosotros ignora lo que hiciste anoche y antes de anoche; dónde estuviste; a quiénes convocaste y qué resolviste? ¡Oh qué tiempos! ¡Qué costumbres! ¡El Senado sabe esto, lo ve el cónsul, y sin embargo, Catilina vive! ¿Qué digo vive? Hasta viene al Senado y toma parte en sus acuerdos, mientras con la mirada anota los que de nosotros designa a la muerte.
-[538] -Vuestra preocupación por mi seguridad me conmueve-reconoció César-,pero siempre he hecho lo que he creído que tenía que hacer y nunca dejaré de actuar de este modo. Lo hice cuando llevé a juicio a Dolabela o cuando me enfrenté a Sila por Cornelia, y pienso seguir haciéndolo ahora.
-[538] (...) Deja que te diga algo más: hablas de evitar que se repitan errores del pasado. Si vas a ir al Senado, al menos ten bien claro que para ellos matar a Saturnino hace tres décadas no fue un error, fue un acierto. Y para muchos de ellos, matarte a ti o a mí no sería a sus ojos repetir un error, sino repetir un acierto.
-[541] -Omnis homines, patres conscripti, qui de rebus dubiis consultant, ab odio, amicitia, iraque misericordia vacuos esse decet. Desde la emoción no se puede discernir bien la verdad. Nadie ha podido nunca servir a ambos: a las ansias y a lo que interesa. Si prestas mucha atención a lo que haces, el ansia, la emoción pueden valer; pero si te dejas dominar por la pasión, entonces la emoción ya no vale nada. Podría recordar aquí qué decisiones tomaron otros reyes o pueblos, patres conscripti, impulsados por la ira o por la misericordia. Pero me centraré sólo en las decisiones que tomaron nuestros antepasados de forma recta y ordenada contraviniendo sus impulsos, sin dejarse llevar por ellos.
-[581] Aurelia no lo dudó. Para extirpar el mal había que hacerlo de raíz y, en ocasiones, recurrir a algo o, en este caso, a alguien aún peor que el mal que se desea eliminar. Para terminar con Pompeya, con la cizaña que sembraba constantemente a su alrededor, con sus desplantes a César y con su poca lealtad a la familia Julia, Aurelia recurrió a lo más traidor, rastrero y vil que había en Roma, y llamó a Publio Clodio Pulcro. O, como todos lo conocían, en particular en los peores tugurios y tabernas de Roma, a Clodio.
-[582] -¿Matar?-preguntó al final Aurelia con la mirada perdida, pensativa-.No, no se trata de matar.-Y volvió a centrarla en Clodio-.Matar es poco cuando una mujer quiere hacer daño a otra. Entre mujeres, se mata cuando es preciso eliminar a alguien a quien no odias. Sé de esto, créeme. Aquí se trata de eliminar haciendo daño, mucho daño, a alguien a quien sí odio.
-[594] César centró sus tropas -las veinte cohortes de las que ya disponía en la provincia, más las diez nuevas y ocho mil auxiliares adicionales reclutados todos con la ayuda de Balbo-en la ciudad de Metellinum, junto al río Guadiana. Aquélla era una población emergente, fundada apenas hacía una veintena de años por Metelo Pío, de quien tomaba su nombre, en un lugar donde el Guadiana era vadeable.
-[595] Observando las maniobras de su madre, César había comprendido hacía ya tiempo que una mujer puede ser una buena aliada, pero sobretodo una enemiga mucho más temible que cualquier hombre. Aun así, por algún extraño motivo, no aplicaba esta máxima a su repudiada esposa Pompeya ni tenía presente su amenaza de venganza.
-[601] Semejante aclamación por parte de las tropas implicaba que César podía solicitar al Senado de Roma la celebración de un triunfo. Él lo sabía y aquello era importante, sobre todo porque quería presentarse lo antes posible al consulado. Aquella victoria contra los lusitanos, la pacificación de toda la frontera norte de la Hispania Ulterior y la creación de nuevas colonias era una excelente carta de presentación ante el electorado romano, pero quedaba un asunto pendiente. Dinero.
-[606] Lo primero que hizo nada más desembarcar en Bríndisi fue entregar una carta para que el correo oficial llevara a Roma su decisión de divorciarse de Mucia Tercia. Argüía cuestiones ambiguas sobre posibles adulterios por parte de ella, pero realmente era su forma de vengarse por la falta de apoyo de su cuñado, Minucio Termo, a la solicitud de Nepote de darle el mando final de la lucha contra Catilina.
-[627] -Él me dijo que, en muchas ocasiones, lo más eficaz en un discurso es lo inesperado-se explicó César-.Yo he llegado a la conclusión, Tito, de que a veces lo inesperado no es sólo lo más eficaz en un discurso, sino también en la vida. Pues ¿qué es la vida sino un largo texto, un largo discurso que vamos construyendo, día a día, sobre nosotros mismos?- Se detuvo ante Balbo-.Dile a Catón que el día designado para la presentación de las candidaturas a cónsul de Roma sabrá, al verme acudir o no, cuál ha sido mi decisión.
-[630] (...)-Sí, soy consciente de que con mi decisión acabo de perder la opción de celebrar mi triunfo por las calles de Roma. Es decir, he perdido la opción de celebrar este triunfo, pero...habrá otros. En cualquier caso sois vosotros, tú, Catón, Cicerón y el resto, los que me habéis hecho ver cuál ha de ser mi camino: cuando tus oponentes políticos se esfuerzan tanto es que no hagas algo, eso no pude más que fortalecer tu resolución de hacerlo. Así que me presentó a cónsul de Roma y acepto no celebrar mi triunfo. No seré yo quien os dé un motivo para llevarme a juicio justo ahora.
-[631] Hay personas que se niegan a abandonar la historia por la puerta de atrás, sin hacer ruido. A Pompeya, desde su divorcio con César, todo le había ido mal: no sólo había sido repudiada por su esposo, sino que, como era de esperar, su propia familia la apartó y le dio de lado. Sin apenas dinero, malvivía con los réditos de algunas fincas recibidas en herencia por parte de su abuelo Sila. Así podía mantener una pequeña domus en la ciudad y aparentar algo de dignidad. Pero lo que peor llevaba era el aislamiento social. Eso hizo que, poco a poco, creciera en ella aún más el ansia de venganza.
-[637] En general, el viejo bibliotecario había observado que los sacerdotes de Egipto se sentían más cómodos con monarcas, príncipes y princesas incultos que con aquellos o aquellas que mostraban interés por aprender. Pero a Aristarco, lo que los sacerdotes pensaran o quisieran le daba igual. A él le llamaba la atención aquel brillo en las pupilas de la niña. Eran ojos de querer saber, de querer comprender.
-[639] -Curiosamente, estos libros-Aristarco miró un momento hacia el cesto-y cómo está ordenada la biblioteca son cuestiones relacionadas. Todo empezó hace mucho tiempo...Cuando Tolomeo II decidió construir la gran biblioteca que hoy conocemos. Las bibliotecas hasta entonces, princesa, apenas reunían unos centenares de rollos de papiro. Era relativamente fácil en ese contexto que un bibliotecario pudiera recordar, más o menos, dónde estaba cada uno de los papiros y, de ese modo, poder localizarlo con rapidez cuando alguien viniera a consultarlo o cuando él mismo quisiera leerlo. Pero la idea delos primeros faraones tolemaicos no era crear una biblioteca más, sino la biblioteca más grande del mundo, y acumularon primero centenares, luego miles y, finalmente miles de miles de rollos. Eran tantos que pronto resultó evidente que nadie podría recordar dónde estaba cada uno de ellos y eso hacía que esa acumulación de libros fuera, por otro lado, hasta cierto punto inútil, pues sin la capacidad de encontrar un rollo concreto con rapidez, era lo mismo que no tenerlo.
-[656] En paralelo, puso en marcha una iniciativa cuyo alcance él mismo desconocía: ordenó que todas las decisiones y las votaciones del Senado se transcribieran y se hicieran públicas en lo que dio en denominarse como los acta diurna. Este resumen sobre el debate senatorial y de otras asambleas se expondría primero en el foro en grandes tablas de madera enceradas que, a continuación, copiarían diferentes escribas de manera que pudieran llevarse copias de todo lo decidido por carta a todos los confines del mundo romano. Era un modo de mantener informados de la vida política a gobernadores y otras autoridades romanas alejadas de la ciudad, pero, más importante aún: era un modo mediante el cual el pueblo de Roma sabía qué votaban los senadores en cada momento, y si lo hacían a favor o en contra de sus intereses. Con el tiempo se añadiría a los acta diurna información comercial y social, [657] hasta llegar a incluir estrenos de obras de teatro o qué actor se había abucheado en un estreno, pero el fin de César era, por encima de todo, que el pueblo supiera lo que votaba cada senador.
-[671] En la tribuna de los rostra, César se dirigió al pueblo de Roma. Los rostra eran los espolones de varios barcos enemigos, de los volscos, a quienes el cónsul romano Cayo Menio derrotó en una gran batalla naval hacía más de dos siglos y medio. El antiguo y victorioso magistrado quiso que quedaran exhibidos en una gran tribuna en el foro de Roma, y desde entonces los magistrados empleaban aquel púlpito para dirigirse al pueblo.
-[694] César miraba a Pompeyo: aquél era el Carnicero, uno de los líderes militares más violentos que jamás había generado Roma. Era un hombre traidor, que había sobornado a oficiales de Sertorio para que lo asesinaran cuando le resultó imposible derrotarlo en el campo de batalla. Fue durante años el líder sanguinario y el brazo ejecutor de los optimates, hasta que se revolvió contra ellos para centrarse en defender sólo sus propios intereses. Era el ejecutor de reyes, era quien se había divorciado por orden de Sila y casado, uno y otra vez, sólo por intereses personales. Era, por eso y por mucho más, el último hombre a quien César entregaría su ser más querido en la faz de la tierra. Julia era sagrada. Julia era su vínculo con su amada y perdida Cornelia. Julia no podía, nunca, de ningún modo, terminar en manos de Pompeyo.
-[697] (...) Pompeyo emitió su conclusión: -yo soy hombre conciliador pese a todo, mucho más que Cicerón y, desde luego, que ese loco de Catón: has cumplido bien con mis exigencias anteriores y siento que mereces esas legiones, pero no me fio de Julio César. Dame a tu hija. Sólo así confiaré. César se inclinó hacia delante en el triclinium mientras respondía: -¿Y traicionarías a Cicerón dándome esas legiones?
-Actuar siempre en función de los intereses propios-replicó Pompeyo con contundencia-no es traición. Es inteligencia.
-[698] -Roma, hijo mío, lo exige todo. Roma, hijo mío, es así. -Pues maldita Roma una y mil veces, madre- le replicó a su hijo y añadió-:Maldita sea por siempre Roma. Nunca, jamás. Nunca entregaré a Julia a Pompeyo. Antes la muerte o el exilio o la infamia, pero nunca le entregaré a Julia. Nunca.
-[702] Había permanecido en silencio durante toda la conversación entre su padre y Pompeyo por respeto a su padre, porque no era ella quien debía decidir sobre su futuro, sino el pater familias. Pero una vez a solas, habló muy claro. Tenía veintidós años. Era mujer. Era joven. En el mundo romano, su opinión no valía nada. Sin embargo, la historia no contaba con un factor: para Julio César, la opinión de su hija sí importaba.
-[704] -Si yo fuera tu hijo, padre-empezó Julia-,no me dejarías aquí en Roma cuando marcharas con tus legiones. Cuando te asignasen al fin Iliria o la Galia Cisalpina y tuvieras el imperium militar que el Senado te niega una y otra vez y tanto anhelas desde hace años, me llevarías contigo. De hecho, desde niño me habrías levado al Campo de Marte para adiestrarme militarmente, y no me habrías dicho que tuviera cuidado de no lesionarme ni hacerme daño. Sí, padre, cuando tuvieras legiones me llevarías contigo, y si hubiera una guerra, me llevarías a ella, y en la batalla no me esconderías en retaguardia por miedo a que me pasara algo, sino que me llevarías contigo hasta la primera línea. Me enseñarías a ser prudente en la lucha, pero no a ser un cobarde. Me adiestrarías para luchar cuerpo a cuerpo contra el enemigo si fuese necesario. No me encomendarías misiones suicidas, pero tampoco me tratarías de modo diferente al que lo has sido cuando luchabas contra los lusitanos en Hispania, consiguiendo una victoria merecedora de un triunfo que sólo te robaron con argucias legales. Si fuera tu hijo, padre, no me evitarías el riesgo de la muerte, sino que me enseñarías a luchar contra mi miedo y a dominarlo y ser inteligente en la guerra para no cometer locuras, pero siendo siempre audaz y valiente. Así te comportarías si yo fuera tu hijo, padre.
-[706] (...)Hoy lloro porque soy feliz, porque por fin le veo sentido a ser tu hija y no tu hijo, porque puedo darte todo aquello que necesitas para tu causa, para la causa popular, para los derechos del pueblo, para todo en lo que has creído siempre y que pasa por que puedas realizar una gran campaña, saldar todas las deudas y, siendo tan poderoso como Pompeyo o Craso, cambiar todas las leyes que haya que cambiar para favorecer al pueblo de Roma.
-[726] Era hija de un faraón y, quisieran o no los sacerdotes de Egipto-esos mismos sacerdotes que ella había visto mentir al pueblo en el templo de Horus y Sobek, en Nubt-, era princesa de Egipto sólo por eso tenía tanto derecho al trono como su hermana mayor. O más aún. Al fin de cuentas, era hija del faraón y de una mujer egipcia. Ella era el Nilo.
-[744] Un descuido, un no pensar bien en todo o un retorcido capricho de los dioses hizo que el padre no reclamara una promesa equivalente a su hija: que ella prometiera, por todos los dioses de Roma, estar allí, en esa ciudad, en este mundo, cuando él regresara de la Galia. Con frecuencia recordamos cuándo vimos a alguien importante en nuestras vidas por primera vez. Sin embargo, nunca sabremos cuándo estamos viendo a alguien clave en nuestra vida por última vez. De algo tan esencial como eso nunca hay aviso.
-[746] -De acuerdo...Aurelia-respondió Calpurnia, aunque le costaba un poco dirigirse a su suegra directamente por su nombre.-Verás...-continuó la madre de César-.Me estuve informando sobre ti, hablando con tus familiares, cuando organizaba vuestra boda y, aunque no era algo que mencionaran abiertamente, todos coinciden en que eres como Casandra.
-[750] -Sólo he venido a decirte que, como le pase algo a mi hija, como le ocurra algo a Julia, lo que sea, y me da igual si es o no por causa tuya; como Julia tropiece y se haga daño, como a mi hija le sobrevenga una enfermedad, como le acontezca cualquier desgracia, quiero que sepas que no habrá lugar en el mundo donde puedas esconderte. Te buscaré por todos los confines de la tierra; atravesaré ríos y montañas, mares y fronteras, hasta dar contigo. Y te mataré.
-[766] -Al final, sólo quedará uno de los tres- dijo Cleopatra.
- ¿Por qué piensa eso la princesa de Egipto?
-Tú lo has dicho antes: porque el poder tiende a concentrarse. En mi familia pasará igual: o gobernará mi hermana o mi padre. Al final, sólo quedará uno. En Roma, pese a sus senadores y sus tribunos y sus asambleas y sus cónsules...yo creo que también quedará uno.
-[777] Labieno pensó que César se lo pensaría un poco, pero no. -La celeritas es esencial-dijo el procónsul para toda explicación. Pronto todos en aquellas legiones y en Roma hablarían de la celeritas caesaris: su empeño en coger al enemigo por sorpresa con movimientos rápidos e inesperados.
-[780] -Un cazador nunca espera ser él la presa. A partir de hoy jugaremos al engaño: correremos como liebres asustadas y dejaremos que nos persiga, y cuando menos lo espere, nos revolvemos en bloque, transformados en una manada de lobos salvajes decididos a vengar la muerte de nuestros hermanos.
-[811] -Vamos todos al infierno.
-En eso tienes razón-admitió Labieno, siempre a buen paso y sin detenerse-:Hacia allí vamos, hacia el infierno, o como dijo César un día, hace años, en Éfeso: "Todos caminamos hacia la muerte".-Se echó a reír y, en medio de aquella intensa carcajada, Craso acertó a entender que el segundo en el mando del ejército proconsular romano desplazado al corazón de la Galia iba a dar cumplimiento a aquellas palabras-:¡Todos caminamos hacia la muerte!
-[813] (...) Combatir hasta la última gota de sudor y de sangre. Resistir o morir. César se había obcecado en aquella estrategia suicida, los llevaba a todos al límite. ¿Estaba loco o era un genio?
-[823] Divicón había conseguido muchas victorias en el pasado, pero podía reconocer la derrota cuando a tenía delante. Las deserciones en medio de una batalla son el heraldo del fracaso.
-[825] -Ha derrotado a los helvecios y a muchos de sus aliados- aceptó Pompeyo, y al ver que su esposa aún no se les había unido para cenar, decidió hablar con total claridad-,pero la Galia es un inmenso conglomerado de tribus bárbaras, la mayoría hostiles a Roma, donde las traiciones están a la orden del día; un lugar en el que hasta los aliados pueden tornarse enemigos de la noche a la mañana. Es un territorio enrome, inabarcable, complejo y oscuro, repleto de ríos difíciles de vadear, bosques perfectos para las emboscadas, y donde la guerra y no la paz gobierna el destino de sus habitantes. César sólo ha conseguido una victoria, pero la Galia sigue ahí con todos sus conflictos internos latentes, a punto de explotar. La Galia engullirá a César.
-[833] Ariovisto no era hombre de esperar: reunió sus tropas de élite, todos ellos suevos y, además, para garantizarse un avance demoledor, convocó a los temibles harudes e la remota Jutlandia: guerreros corpulentos de enorme estatura dispuestos a todo.
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