Roma soy yo - Santiago Posteguillo


 

Roma soy yo | Santiago Posteguillo 

Sinopsis 

Roma, año 77 a. c. El cruel senador Dolabela va a ser juzgado por corrupción, pero ha contratado a los mejores abogados, ha comprado al jurado y es conocido por usar la violencia contra todos los que se enfrentan a él. Nadie se atreve a ser el fiscal, hasta que de pronto, contra todo pronóstico, un joven patricio de tan solo veintitrés años acepta llevar la acusación, defender al pueblo de Roma y desafiar el poder de las élites. El nombre del desconocido abogado es Cayo Julio César. 

Con una combinación magistral de exhaustivo rigor histórico y sobresaliente capacidad narrativa, Santiago Posteguillo nos sumerge en el fragor de las batallas y nos muestra la relación de Julio César con su tío Cayo Mario, siete veces cónsul, que le forjará desde niño como gran estratega militar. Además, revive la apasionada historia de amor de César con Cornelia, su primera esposa, y nos ayuda a comprender, en definitiva, cómo fueron los orígenes del hombre tras el mito. 

Crítica 

En una Roma convulsa y dividida por facciones, optimates y populares luchan encarnizadamente por el poder, mientras la amenaza de enemigos orientales se cierne sobre la ciudad. Mitrídates, rey del Ponto, ha logrado inclinar una balanza que ni la sublevación de los socii de las ciudades aliadas, ni la temible embestida de los guerreros bárbaros teutones, cimbrios y ambrones consiguieron alterar durante largo tiempo. Sumida en el caos, la ciudad ve sus calles teñidas por los baños de sangre infligidos por ambas facciones. Solo un caudillo, temido por algunos y venerado por otros, parece capaz de rescatar lo que aún resta de la república: Cayo Mario, líder de la causa popular.

La sombra de un hombre que revolucionó las legiones, transformándolas en un ejército profesional, y que erigió una de las defensas más impresionantes de la ciudad, la fosa mariana, se proyecta sobre este período. Fue él quien enfrentó una invasión bárbara, obteniendo una victoria fulminante en Aquae Sextiae contra el formidable ejército de Teutobod. Esta es la impronta de un águila imperial que cubre los primeros años de uno de los personajes más célebres de la historia romana: Cayo Julio César.

Posteguillo, en esta primera entrega, nos ofrece una narración épica de los inicios de la vida de uno de los líderes más renombrados de la historia. A través de la figura de Cayo Mario, tío de quien será un personaje determinante para el destino de la república romana, presenciamos los primeros pasos de su pupilo y heredero. Desde las primeras páginas se intuye que será César, y no Mario hijo, quien herede tanto el poder y la gloria como los acérrimos enemigos del siete veces cónsul de la época republicana.

Sila, quien sirvió en África con Cayo Mario, y Dolabela, esbirro de este, representantes del partido opositor, son quienes marcarán la vida pública de César. Sila, como un dictador que ve en el jovencísimo César a un digno representante de las tesis de los populares y sucesor de Mario en todas sus batallas contra el Senado, y Dolabela, quien se enfrenta directamente en juicio con Julio César, al ser este situado en el bando de los representantes de los macedonios que han sufrido bajo el yugo del exgobernador corrupto.

En la novela, vemos a un César idealista rodeado de la sombra de su antecesor y unido pasionalmente a un bando que comienza a desmoronarse a medida que los optimates decapitan a las figuras más destacadas del partido opositor, como les sucedió a Glaucia y Saturnino, uno apedreado y el otro arrastrado para ser ultimado en las calles romanas. Es en este periodo convulso donde se une a la familia de Lucio Cornelio Cinna a través de un matrimonio de conveniencia con Cornelia, la primera esposa de César y quien llegaría a ser un apoyo moral para el jovencísimo pater familias, quien emprenderá una guerra a su manera para restituir el poder a la causa popular.

A diferencia de otros libros de Posteguillo, el personaje principal no se construye como un héroe invencible. En Roma Soy Yo, vemos a un César que apenas sobrevive a los duros golpes del destino. Tras la muerte de Cayo Mario y de su propio padre, Julio César queda a merced de un destino incierto en manos de un dictador que busca su muerte a toda costa, y se enfrenta a un juicio, si así puede llamarse, mucho más feroz que los que lo enfrentan a su propia sangre. Pero no está solo; lo acompañan su mejor amigo, Tito Labieno, y su madre, Aurelia, una mujer tan interesante como las que el autor suele presentar.

A pesar de que el libro rompe con la impronta de otros textos de Posteguillo y no encontramos muchas batallas memorables más allá de Aquae Sextiae o la toma de Mitilene en Lesbos, sí tenemos una estructura sólida en el juicio donde César asume el papel de acusador contra el magnánimo Dolabela. Y vemos aparecer otras figuras o águilas en ciernes que jugarán un papel preponderante en la vida de César, como Pompeyo y Craso, con quienes más adelante erigirá el primer triunvirato, aunque en este libro aún no se vislumbra este.

En el libro, la retórica forma parte esencial de la obra, al igual que la bien amenizada trama con fragmentos de una cultura tan interesante como la griega y la macedónica, así como la misma gala que se va uniendo en el texto con personajes bastante intrigantes, como la propia Myrtale o Marco Antonio Gnifón, quien sembraría la semilla de lo que serán las famosas guerras de las Galias por las que César sería conocido más adelante. En el texto también encontramos a Cicerón, maestro en retórica y un político muy reconocido por su oratoria, quien, a pesar de todo, le daría un buen consejo a César en el juicio contra Dolabela.

Aunque son las mujeres las que más destacan en la obra, la mano femenina, representada en la madre de Julio César, nos explica cómo se forjó la leyenda y de dónde proviene la gens Julia, un relato magnífico que vale la pena recordar y que el autor subraya en varios apartados del libro de manera categórica. De ahí la importancia de Aurelia, una mujer fuerte que nos recuerda que el papel de las matronas romanas es conservar la memoria familiar y ser mucho más astutas en las sombras.

Al personaje de Aurelia, encontramos su contraparte en Cornelia, primera esposa de César, y quien lo secundaría en todas sus penurias. Es una mujer que representa el ideal femenino de la época, de carácter dulce y dócil, casi una niña, y es quien le da la fuerza a su marido para afrontar todos los embates del destino. Incluso le da alas a una libertad de la que el propio Julio César parece no darse cuenta al principio, y es lo que le permite conservar ese idealismo cándido de la primera juventud, que pronto comienza a disiparse cuando llega su bautismo de sangre.

Es interesante, asimismo, ver cómo el autor logró ingeniárselas para cubrir grandes vacíos de la historia de Julio César, y dar una imagen más creíble del gran héroe que se construyó en el siglo XIX. Posteguillo nos trae detalles de la preparación de los jóvenes patricios, hombres y mujeres, sus tradiciones, culturas y creencias de una manera más profunda que va más allá de una simple pasada de página. Nos habla de las lupercales, de la construcción del cursus honorum y del paso de la niñez a la adultez en una Roma que se estaba convirtiendo en una potencia en ciernes. Es como si viéramos lo que nos contaba Fustel de Coulanges en La ciudad antigua, pero mil veces mejor representado en una familia única como lo fue la gens Julia. Y es que el bagaje cultural de Posteguillo se agradece, especialmente con la investigación, y por parte de la editorial, por permitir añadir detalles como los mapas y glosarios que el autor construye.

Roma Soy Yo es un buen comienzo para una trilogía épica sobre el nacimiento de una nueva era romana, bajo un águila en ascenso que se dibuja bajo la figura no de un gran héroe, sino de una persona con ideales. Un hombre que, más que un dios, es humano, padece y sufre igual que los suyos, y quien se levanta como una nueva leyenda para las clases más desprotegidas y desarraigadas del imperio. Cayo Julio César, quien en esta primera entrega se nos describe como un hombre de letras y un orador que enardece a los hombres de la Subura con un ideal del que Roma todavía no despierta.



Apartados 

-[15] Recuerda siempre esta historia de tu origen, de tu principio, del comienzo de la gens Julia, de la familia de tu padre. Yo, tu madre, vengo de una estirpe antigua, la gens Aurelia, cuyo nombre conecta con el del sol, pero mi sangre se une la de tu padre, que, a diferencia del dinero amasado por corruptelas y violencias de las otras familias, es la gens más noble y la más especial de toda Roma: la diosa Venus yació con el pastor Anquises y de ahí surgió Eneas. Luego, Eneas tuvo que huir de una Troya en llamas, incendiada por los griegos. Escapó de la ciudad con su padre, su esposa Creúsa y su hijo Ascanio, a quien nosotros en Roma llamamos Julo. El padre, Anquises, y la esposa de Eneas, Creúsa, fallecieron durante el largo periplo que los condujo desde la lejana Asia hasta Italia. Aquí Julo, el hijo de Eneas, fundo Alba Longa. Años más tarde, la hermosa princesa Rea Silvia de Alba Longa, descendiente directa de Julo, sería poseída por el mismísimo Marte y de esa unión nacieron Rómulo y Remo. Rómulo fundó Roma y de ahí hasta ahora. Tu familia entronca directamente con Julo, de donde toma el nombre de gens Julia. 

-[16] Sólo tu eres especial. Sólo tú, mi pequeño. Sólo tú. Y ruego a Venus y a Marte que te protejan y que te guíen tanto en la paz como en la guerra. Porque vas a vivir guerras, hijo mío. Ése es tu destino. Ojalá seas, entonces, tan fuerte como Marte, tan victorioso como Venus. Recuérdalo siempre, hijo mío: Roma eres tú. 

-[23] -Todos los que lo han intentando están muertos. Caminas directo al desastre. No debes, no puedes aceptar lo que te proponen. Es suicida. -Tito Labieno hablaba con vehemencia, con la pasión del amigo que intenta persuadir a alguien de que no cometa el error más grande de su vida-.No se puede cambiar el mundo, Cayo, y este juicio va de eso precisamente. ¿He de recordarte el nombre de todos los que han muerto intentando ese cambio y enfrentándose a los senadores? Ellos siempre han mandado y van a seguir haciéndolo. No hay opción para cambiar nada. Se trata más bien de unirnos a los que mandan o alejarnos de ellos, pero nunca, ¿me oyes, Cayo?, nunca enfrentarse a los senadores optimates. Eso es la muerte. Y lo sabes. 

-[51] Las órdenes más mortales, pronunciadas en el más discreto de los tonos, suena aún más letales, más implacables, como surgidas desde más allá de la rabia y el odio, como meditadas, ponderadas y sólo pendientes de ejecución. 

-[104] (...) Lo único que importa es la victoria final. Da igual que te llamen cobarde. No entres en combate hasta que creas que puedes ganar. Luego, pasado el tiempo, sólo se recuerda eso: al ganador. Todo lo que pasó antes queda borrado. Recuérdalo, muchacho, y no vuelvas a pelear si no puedes ganar. 

-[115] Como muchos del pueblo de Roma, adoraban a Cayo Mario. Siempre que la ciudad había estado en peligro, él la había salvado. Y ahora, que Roma volvía a estar amenazada, Mario, el gran Mario, el vencedor de la guerra de África y de las guerras del norte contra los cimbrios y teutones, había regresado. Ahora todo se resolvería. 

-[115] El veterano excónsul podía ver aún la bulla, el amuleto que probaba que un romano era aún un niño, colgando del cuello de ambos, pero dio un puñetazo en la mesa, echó la cabeza hacia atrás y se echó a reír en una sonora carcajada a la que se unieron los hombres de su guardia militar y muchos de los presentes y hasta el propio tabernero. 

-[116] En particular, he de cuidarme de que tu madre no te vea en esas condiciones o no me salvarán de su ira ni todas las legiones de Roma. Tu madre, enfadada, es peor que una horda de teutones salvajes armados hasta los dientes, muchacho. Tu madre, airada, es capaz de cualquier cosa. 

-[118] -De mí también han pensado alguna vez que era un cobarde. Lo pensaron centenares, no, más miles de legionarios bajo mi mando, pero no por ello entré en combate en una situación donde sólo habríamos sido derrotados. Yo, César, Labieno-los miró a los dos alternativamente inclinándose de nuevo sobre la mesa-,me tragué mi orgullo, esperé la ocasión adecuada y conseguí la victoria final, que aprendedlo bien, en una guerra es la única victoria que cuenta: la última. 

-[124] (...) Pero Mario sabía que no había suficientes hombres en Roma que, después de siete años de guerra en África, estuvieran en condiciones de aportar todo ese material, mientras que desarrapados y gente de la plebe de Roma sin dinero había mucha. Miles de personas que no tenían nada y, en consecuencia, nada tenían que perder y sí, en cambio, mucho que ganar combatiendo si se les ofrecían los medios para ello y algo revolucionario: un sueldo que se denomino salarium, en la medida en que muchas veces se pagaría a los legionarios con sal, esencial para conservar alimentos. También habría dinero contante y sonante: se trataba de dar una paga regular a los legionarios y los auxiliares, dinero más allá del reparto de un posible botín en caso de victoria. Aquello representaba una oportunidad inédita para muchos y muchos fueron los que acudieron a la llamada del cónsul Cayo Mario. 

-[125] Mario no sólo había pensado en cambiar la forma en la que se pagaba al ejército, sino también su adiestramiento. Los legionarios cobraban dinero regularmente, pero vieron endurecidas sus condiciones en los campamentos establecidos en la Galia. Mario recordó la disciplina impuesta por Escipión Emiliano en el asedio a Numancia en el que participó. Y, además, había vivido la larga guerra de África. Había aprendido que el adiestramiento era clave, de modo que lo intensificó, así como las labores de fortificación de cualquier campamento, y también se redujo el número de calones, esclavos o sirvientes, de los  que los legionarios pudieran disponer. La idea de Mario era hacer de sus legionarios auténticas máquinas de guerra. En los largos desplazamientos los obligaba a trasladar un peso descomunal en material bélico y utensilios de carpintería, herrería, menaje, etcétera. Cada soldado se veía forzado a cargar con decenas de kilos a su espalda. Pronto, en Roma hablaban de que Mario no quería legionarios, sino mulas de carga. De manera despectiva, los optimates comenzaron a denominar a sus legionarios "las mulas de Mario". Y reían. Otros, como Metelo Numídico y su hijo Metelo, el tartamudo, lo observaba todo con desconfianza creciente, pero confundidos. 

-[134] Sí, muchacho. Lo mires como lo mires, has hecho una torpeza, una estupidez. Algo que, no obstante, cuando no te juegas más que tu cuello, es sólo eso: una imbecilidad. Pero si entras en una batalla que no puedes ganar al mando de treinta mil hombres, no eres estúpido: eres un asesino...de tu propia gente. Y tú quieres, aspirar a comandar legiones ¿verdad? 

-[135] -Pues aprende a tragarte el orgullo cuando te llamen cobarde y no estés en disposición de devolver la humillación. No la olvides, muchacho, guarda el insulto recibido en tu interior y acarícialo durante días, semanas, meses o años si es preciso. Para que no se diluya con el tiempo, para que te duela como el primer día en el que te lo dijeron, pero espera el momento adecuado, el día perfecto para devolver la humillación pero no con otro insulto, sino con sangre, con un golpe certero y mortal que, simplemente, aniquile a tu enemigo. 

-[155] Muchos que se autoproclaman líderes confunden lo superfluo con lo esencial, no se ocupan de lo que es en verdad importante y conducen todo al fracaso absoluto. En aquel instante, hacer esclavos era secundario. Centrarse en derrotar de una vez por todas a los teutones era lo único clave. 

-[160] -podrán- confirmó Sertorio-. Se han mantenido muy activos excavando las zanjas y fosos de las defensas todos estos meses. Están fuertes y deseos de luchar. Si se les informa que nos desviamos de la ruta central, la más cómoda, para adelantar al enemigo e interponernos en su camino para luchar contra ellos, estoy seguro de que sus sandalias volarán sobre la tierra de la Galia. 

-[185] -¡Sí, sois la escoria de Roma, los más pobres, aquellos con los que Roma nunca cuenta, aquellos cuyos votos nunca valen para el Senado! ¡Sois aquellos a los que nunca quiso armar porque las leyes exigían que sólo los propietarios llevaran armas de combate y participaran en una guerra! ¡Sois aquellos que siempre habéis estado excluidos de la defensa de Roma y, por tanto, también de la gloria de sus victorias y, por supuesto, del reparto de la riqueza! ¡No sois nada más que miseria! ¡Para Roma, no valéis nada! ¡Para Roma, ni siquiera existís! ¡Roma no confía en vosotros, Roma sólo espera vuestra derrota y vuestro fracaso! ¡El Senado de la ciudad ya estará pensando en reclutar otro ejército de los de antes, de propietarios más o menos ricos, con más o menos recursos! ¡Para los poderosos de Roma no contáis ni contaréis nunca! ¡Para los poderosos de Roma estáis acabados aun antes de empezar la batalla!

-[187] (...) Y ¿sabéis una cosa? ¡Los pobres, la escoria de Roma, no tienen derecho a segundas oportunidades! ¡Los senadores sí, los cónsules como yo también, pero a vosotros nadie en Roma os va a conceder una segunda oportunidad! ¡Vosotros, la escoria de la ciudad, los desarrapados, los que nadie mira en la calle de camino hacia el foro o hacia el mercado, no tendréis una segunda oportunidad si fracasáis!  ¡Vosotros la miseria de Roma, sólo tenéis una oportunidad! ¡Ésta es vuestra oportunidad: esta ladera, esta colina, ese río, esos barrancos en los flancos, esas armas que portáis, estos años de adiestramiento sin descanso son vuestra única oportunidad! 

-[191] ¡Sí, se ríen de vosotros como llevan años riéndose de todos vosotros los senadores de Roma, pero hoy, legionarios, hoy es el día en el que vais a hacer callar todas las risas, todas las burlas y todas las carcajadas dirigidas contra vosotros!  ¡Hoy es el día de vuestro principio, del nacimiento de las nuevas legiones de Roma! ¡Hoy es vuestro día! ¡Por vuestras mujeres e hijos! ¡Por vuestros amigos y por el pueblo de Roma! ¡Por los dioses! -Desenfundó su espada y la alzó apuntando al cielo-.¡Por vosotros! ¡Muerte o victoria! ¡Muerte o victoria! 

-[203] -Y no importa que te insulten. Puedes fingirte cobarde y no serlo, puedes fingirte torpe y no serlo. Lo único importante es la victoria final. Da igual que te llamen cobarde. Luego, pasado el tiempo, sólo se recuerda eso: al ganador. Todo lo que pasó antes queda borrado. Recuérdalo, muchacho, y no vuelvas a pelear si no puedes ganar. 

-[205] -No, muchacho, voy a defender Roma. Luego queda lo de cambiar Roma y que sea, por fin, la Roma de todos, de senadores optimates y populares, caballeros, plebeyos y socii. Pero antes hay que defenderla. Cuando hay una crisis grave, no es momento de disputas políticas. Primero hay que resolver la crisis, luego ya habrá tiempo de política. Sólo los malvados o los imbéciles ponen la política por delante en tiempos de grave crisis. 

-[206] -Políticos, egoístas, corruptos y con frecuencia imbéciles, que se aprovechan de una grave crisis bélica o generada por una gran enfermedad, que buscan aprovecharse de esas terribles circunstancias para, o bien llegar al poder, o bien mantenerse en él sin importarles lo más mínimo las consecuencias que su ambición personal [207] pueda tener en la población que gobiernan -sentenció Cayo Mario con solemnidad.-. Algunos incluso juegan a alargar las crisis, ya sean guerras o enfermedades, si creen que eso les puede favorecer. 

-[268] El elegido por los optimates los miraba muy serio. A esas "sutilezas" sí atendían los legionarios de Roma: al dinero. Mario había profesionalizado las tropas que luchaban por Roma, pero en esa profesionalización, el dinero era cada vez más importante y Sila se había dado cuenta de eso. Antes que ningún otro líder romano. Antes, incluso, que el propio Mario. 

-[279] Lucio Cornelio Sila empezaba a gustarse. Sabía que muchos en Roma, en ese mismo momento, estaban rezando a los dioses, ofreciendo sacrificios e implorando la clemencia de todas las deidades, pues temían una nueva guerra civil. Pero él tenía su propia religión. Su dios era él mismo; su panteón, sus deseos; sus sacerdotes, las legiones. Una nueva religión para un nuevo mundo: su mundo. 

-[296] Los cónsules del nuevo año fueron Cinna, por segunda vez, y Cayo Mario por séptima. El caso del tío de César era lo nunca visto antes y algo que jamás ocurriría después en la República. Pero quien salvó la guerra de África y quien, sobre todo, detuvo el avance cimbrio y teutón sobre Roma misma, quien cambió los emblemas de las legiones por las águilas en sus estandartes y quien transformó la naturaleza misma del ejército romano cayó enfermo apenas unos días después de obtenido su séptimo consulado. 

-[337] Se derrumbó como se derrumban las dictaduras: de golpe y con cara de sorpresa en la faz del dictador, como si no terminara de creer que estaba ocurriendo. 

-[367] Sila vio muchas cosas claras en aquel amanecer: Craso era tan ambicioso como petulante y no sabía distinguir una victoria por mérito propio de una victoria por mérito compartido, y eso, a la larga, sería su tumba, en algún momento, en algún lugar; [368] supo que Dolabela nunca se llevaría bien con Craso; y por fin, su última premonición en aquel amanecer: ahora él, Sila, iba a conseguir todo lo que deseara. Y deseaba mucho. 

-[523] Hay que actuar siempre para evitar que el enemigo tenga leyendas en las que creer, en las que encontrar esperanzas. Sin leyendas no ha esperanzas, y sin esperanzas, entonces sí, el enemigo está, por fin, completamente derrotado. Por eso perdonaré a César aquí y ahora, pero recordad bien mis palabras: ¿por qué no deberíais despreciar a ese joven Julio Cesar? 

-[561] -En este juicio no se juzga sólo a Dolabela y sus crímenes, como he dicho. En este juicio se juzga mucho más. Y yo no soy sólo el abogado de los macedonios. Soy el abogado de Roma. Los abogados de su defensa han intentando hacernos creer que Dolabela es Roma, pero no es así. En este juicio, Roma no es Dolabela, Roma no sois vosotros, jueces. Roma y el pueblo de Roma están representados por mí. Y es que hoy, aquí y ahora, Roma soy yo. 

-[581] César es noble de corazón, y los nobles de espíritu no entienden que sus enemigos puedan emprender acciones de difícil justificación moral sólo por terminar con él. Pero para Sila, para mí y, por tu bien, espero que para ti, el fin siempre justifica los medios. Yo, sinceramente, no veo que este joven sobrino de Mario pueda ser un enemigo tan formidable en el futuro, pero Sila está obsesionado con él y no seré yo quien se oponga a uno de sus más caros deseos. 

-[650] Se ha ganado la corona cívica por su arrojo. Lo que pase a partir de aquí con ese joven tribuno no me concierne. Terminaré mi misión en Oriente y luego plantaré en Roma esos árboles, los de los frutos rojos, y cultivaré esa fruta y me dedicaré a venderla en Roma. Mitrídates, guerra social, guerra civil...Estoy cansado de tantas guerras. Y, levantándose una vez más, cogió otro de esos frutos rojos y se lo llevó a la boca -Conseguí los árboles en Cerasus. Llamaré estos frutos...cerasi. 

-[669] ¡Tesalónica, hermana de Alejandro! ¡Quien camina por el muelle dijo que tu hermano está muerto! ¡Lo dijo alto y claro! ¡Desata sobre él y sus hombres la furia de tu rabia por tu hermano que vive y reina sobre todo y sobre todos! ¡Desata sobre él la rabia de toda Macedonia por sus crímenes e injusticias! ¡Desata sobre él la cólera de todos los dioses! ¡Arrástralo hasta el mismísimo Hades! 

-[669] El Tíber rugió como si mil gorgonas emergieran de sus aguas, como si Neptuno y todas las sirenas de todos los mares concentraran su furia en aquel río, en aquel punto exacto, en aquel momento. El Tíber se elevó sobre sí mismo y engulló aquel muelle con Dolabela y sus sicarios mientras el viejo senador aullaba palabras que ya nadie escuchaba. 

-[677] Era la primera vez que el pueblo de Roma usaba aquel nombre en forma de aclamación. La primera de una muy larga historia de aclamaciones que habría de durar siglos. Con César, muchas cosas iban a ser la primera vez en la historia. 

-[681] Mi hijo desciende directamente de Julo, del hijo de Eneas, es sangre de la sangre de Venus y Marte. Y ruego a Venus y Marte que los protejan y que lo guíen tanto en la paz [682] como en la guerra. Porque va a vivir guerras, eso lo sé. Ése es su destino. En el exterior, los vítores continuaban: -¡César, César, César!


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