La legión perdida - Santiago Posteguillo
La Legión Perdida | Santiago Posteguillo
Sinopsis
militar de Roma, hacia la victoria o el desastre. Intrigas, batallas, dos mujeres adolescentes, idiomas extraños, Roma, Partia, India, China, dos Césares y una emperatriz se entrecruzan en el mayor relato épico del mundo antiguo, La legión perdida, la novela con la que Santiago Posteguillo cierra su aclamada trilogía sobre Trajano. Hay emperadores que terminan un reinado, pero otros cabalgan directo a la leyenda.
Crítica
«La Legión Perdida» cierra una de las trilogías más épicas sobre el mundo romano que aún hoy podemos encontrar. Posteguillo revalida su maestría, logrando lo que pocos historiadores consiguen: reconstruir una Roma inmersa en un sueño hasta entonces inalcanzable: la conquista de Oriente y el sometimiento de la orgullosa Partia bajo el mando de un César aparentemente invencible, Trajano. A pesar de su avanzada edad, se muestra como un guerrero capaz de una hazaña que ningún otro César, considerado incluso divino, había logrado hasta entonces.
La novela se estructura en dos momentos históricos. Para los lectores que disfrutan de narraciones entrelazadas, el autor presenta la historia de Craso y la legión perdida (36 a. C.), durante el triunvirato entre Pompeyo, Craso y Julio César. En esta parte, se narra la maldición que asoló a las legiones comandadas por Marco Licinio Craso, un hombre que, en su intento por eclipsar los triunfos de sus rivales, se ve cegado por la ambición de poder durante una campaña que ni siquiera el Senado apoyó, condenando así a miles de hombres a una muerte segura.
El otro momento se desarrolla durante el gobierno de Trajano, quien, en la cúspide de su poder, emprende el sueño de una Roma que abarque mucho más allá de los territorios ya conquistados. Aquí debemos recordar las embajadas mencionadas en los libros anteriores, como la de la India de los Kushan y la del misterioso Xeres, ambas en Oriente y cuyo único obstáculo es la belicosa Partia.
Trajano, un personaje de carácter fuerte, emprende la titánica tarea de someter un extenso territorio donde otros grandes conquistadores han fracasado y donde un fantasma, como el de la legión perdida, aún pervive en el ejército imperial. Desde el más humilde legionario hasta los grandes legati, todos temen las consecuencias de una campaña tan monumental que podría llevar a Roma a la ruina económica o, quizás, a un esplendor aún mayor al conectar el Imperio con la Ruta de la Seda.
En esta empresa, el emperador no está solo, y los nuevos enemigos abundan. No solo se enfrenta a su intrigante sobrino Adriano, apoyado por el sibilino Atiano y una Plotina cada vez más distante, sino también al poder de los grandes señores de Oriente, divididos en una guerra interna entre Osroes, el Sah Sahan de Partia con su trono dorado en Ctesifonte, acompañado de sus hermanos Mitrídates y Partamasiris, contra Vologases, noble arsácida que reclama el trono de rey de reyes.
Tras un casus belli, Trajano inicia su campaña y mueve sus fichas después de ganar territorio en Arabia, gracias a la sagacidad de Palma. Respaldado por el Senado, emprende un sueño del que solo despertará cuando la traición se arraigue profundamente en el corazón de sus conquistas.
Junto a Trajano, encontramos personajes entrañables como Marcio y Alana, quienes, tras reencontrarse, emprenden con su hija Tamura una misión secreta en compañía de un variopinto grupo de hombres que los llevará a territorios inexplorados por ninguna legión. Es aquí donde el poder de los personajes femeninos cobra fuerza, con una Tamura adolescente que se perfila como una gran guerrera, superando incluso a sus padres y maestros.
Pero Tamura no es la única mujer que cautiva al lector. También encontramos nuevos personajes y subtramas llamativas en el bando parto, como las historias de Rixnu y Aryazate, e incluso en la mágica Xeres, con la emperatriz Deng, quien, tras la muerte de su esposo, el emperador He, se convierte en regente del vasto imperio Han.
Posteguillo ofrece en estas páginas una lectura inmersiva en estos imperios orientales, llevándonos desde las estepas donde guerrean los temibles Xiongnu hasta imperios en decadencia como la antigua Babilonia, donde murió Alejandro Magno. Con una pluma afilada, narra la historia de hombres y mujeres que transformaron la historia de sus imperios, creando un punto de anclaje para entretejer una historia mundial de Oriente con un enfoque particular.
La historia de la legión perdida de Craso es solo una excusa para adentrarse en el final de Trajano, un emperador del que poco sabíamos más allá de lo evidente. En este libro, lo encontramos como un hombre que ha envejecido sin perder las riendas de un imperio forjado en la sangre de sus legiones. Las descripciones épicas de sus batallas y los diálogos de sus legati, como Lucio Quieto, quien se convierte en uno de los hombres más decisivos para la continuación del sueño oriental romano, abren la mente de quien solo conoce la obra de Marguerite Yourcenar sobre Adriano, invitando a reescribir la historia y a dar el lugar que merece a este gran emperador.
Las magníficas construcciones que Posteguillo describió en su segunda entrega continúan en este libro, mostrando la visión del emperador al abrir el antiguo canal de los faraones y ampliar el puerto de Ostia, así como los grandes monumentos públicos que engrandecieron el reinado del Optimus Princeps, Trajano, y no Adriano, como algunos escritores han sugerido. Posteguillo arroja luz sobre esto a través de una narración cuidada y una investigación rigurosa.
«La Legión Perdida» recupera una visión de una Roma que pudo ser aún más impresionante de lo que sus ruinas nos muestran. La batalla por dos ideales de una Roma gloriosa se centra en la visión de dos líderes natos: Trajano y Adriano, quien en esta entrega adquiere mayor poder gracias a las intrigas para alcanzar el solio de su tío. Quizás el sobrino del César tiene una carta bajo la manga que ni Trajano ni sus consejeros habían previsto: la religión. A través de la sublevación judía, Adriano logra su mayor anhelo: ser nombrado César Augusto, pero para ello mucha sangre noble romana tiene que correr y Plotina, quizá, es también la llave para que sea aceptado en el Senado de Roma, pues desde el terrible Domiciano nadie se había atrevido a matar a un senador de Roma.
El drama está servido, y los personajes que nos acompañan logran quedarse en el corazón del lector gracias al realismo que les confiere el autor al mostrar su humanidad. Desde el legionario Druso, quien se ve abocado a recorrer millas con lo que queda de su legión tras el desastre de Carras, la esclavitud en Merv y el servicio bajo Zhizhi, un líder huno lunático, hasta la historia de la bella Aryazate, quien, a través de la pérdida y el baño de sangre propio de una tradición remota, logra forjar una alianza imprevisible.
La prudencia de unos y la valentía, o quizá osadía, de otros logran que esta última entrega nos ofrezca una visión mucho más profunda de lo que significó un choque cultural en una época tan remota, pero que sigue marcando el presente de Occidente. Posteguillo no mide la lucha entre poderes, la ambición y la gloria de un Imperio en solo unas cuantas páginas; lo desglosa a través de la recuperación de textos antiguos y lenguajes olvidados, mostrando cómo un emperador se atrevió a soñar y otro cavó la tumba de un Imperio tan diverso como lo fue el mundo romano.
Apartados
-[29] (…) Ateyo tuvo que hacerse a un lado por la presión de los otros tribunos, pero subió a lo alto de la muralla Serviana de Roma, donde tenía un brasero llameante dispuesto para hacer libaciones y sacrificios. Echó incienso por encima de las llamas y profirió la más horrible de las maldiciones, implorando la ayuda de los dioses casi olvidados por todos, pues seguía convencido de que incumplir los tratados firmados era una indignidad impropia de Roma.
-[30]-¿Y cuál es la maldición exactamente?- preguntó al fin Sexto, poniendo palabras a lo que todos deseaban saber. Cayo inspiró profundamente antes de responder: -Ateyo dijo que todos los que siguieran a Craso más allá del Éufrates morirían engullidos por terribles nubes negras.
-[33] He venido hasta aquí con un pequeño séquito, pero puedo disponer en poco tiempo de los seis mil jinetes de mi caballería personal, diez mil jinetes más acorazados y hasta treinta mil infantes que se unirían a los legionarios de Craso y su caballería. Con nuestros dos ejércitos juntos derrotaremos primero a los partos en Armenia y luego el cónsul de Roma, si lo desea, podrá lanzarse con mi apoyo hacia el sur, contra el corazón del reino parto. Este plan no sólo tiene la ventaja de unir nuestros ejércitos, sino que además forzaremos a los partos a luchar en nuestras montañas, un terreno irregular donde su caballería de catafractos se mueve mal y donde, en consecuencia, podrá ser más sencillo acabar con ellos.
-[35] (…) Te he contado cómo empezó todo y te he explicado algo de cómo era Craso, aunque aún he de contarte más cosas sobre él. Pero para un desastre tan absoluto como el que aconteció no basta con un chiang-chün, un líder militar incapaz, torpe y soberbio como era Craso; éste, además ha de encontrarse con otro chiang-chün que sea totalmente opuesto en carácter, un líder astuto e inteligente. Cuando un encuentro así tiene lugar entre dos líderes militares de condiciones opuestas, los campos de batalla se convierten en el lugar perfecto para una masacre. Y Craso encontró a Artavasdes, el rey de Armenia, en primer lugar, y lo menospreció. Infravaloró su ayuda y aún más, no calculó bien su reacción al sentirse despreciado; al rechazarlo lo había ofendido y un poderoso que se siente ultrajado es mal enemigo. Pero además, Craso también menospreciaría a otro líder, a Surena, el chiang-chün de aquella región de An-shi, el jefe de los partos, como los llamaba el propio Craso y los demás romanos. Ése fue su segundo error, porque Surena era un hombre especial, un spahbod, o general en su lengua.
-[41] De guerrero a guerrero, Trajano podía oler el final de un combatiente como el lobo huele a sus presas desde la distancia. Y le supo mal. En las últimas semanas había imaginado una misión especial para aquel luchador si aún seguía con vida. Perderlo aquella tarde podía obligarlo a alterar sus planes. Y a Trajano no le gustaba cambiar sus propósitos.
-[43] -¿Crees acaso que conquistar Partia es imposible?-le preguntó Trajano-.¿Tienes miedo a cruzar el Éufrates y sucumbir como le pasó a Craso? ¿Tienes miedo a la legión perdida?
-El emperador sabe que le seguiré hasta el final del mundo-respondió Lucio con decisión-, pero los legionarios, sin duda, tendrán miedo. -¿Incluso si van bajo mi mando?-inquirió Trajano. -Me temo que incluso así, incluso aunque vaya bajo el mando del gran Trajano que nunca ha sido derrotado, muchos tendrán miedo, y el miedo... - El miedo es un mal soldado- sentenció Trajano interrumpiéndolo.
-[46] Marcio, en la arena, intenta levantarse. No puede. Está exhausto. Sabe que puede pedir clemencia. Pero no lo hace. Cualquiera lo haría. Él no.
-[54] -¡Senex, Senex, Senex!- Trajano, sin darse cuenta, se levanta con al copa fuertemente asida. Quieto mira hacia aquel viejo gladiador contra el que se enfrentó en el pasado. Era innegable que tenía un espíritu de combate admirable. Como militar, el norteafricano no podía dejar de reconocer el valor de un guerrero nato.
-[56] -¡Ahhh!- gritó Marcio tumbado en una especie de mesa de operaciones. Aquel esclavo no parecía saber nada de heridas. Si hubiera tenido su gladio de mirmillo a mano se lo habría clavado de buen grado en el costado. Sobrevivir a los no muy buen medici del anfiteatro era una segunda audacia para la que Marcio no estaba seguro de disponer de las energías suplementarias necesarias. Suspiró. Estaba demasiado débil.
-[68] Al ahora exgladiador, ya de forma oficial, se le antojaba curioso volver a verse en el interior de aquel gigantesco edificio y, cuando menos, agradecía que esta vez pudiera entrar por la puerta principal, escoltado, que no arrestado, por una docena de pretorianos armados. Además, convaleciente aún de sus numerosas heridas del último combate, no estaba con energías para luchar con nadie, así que verse protegido y no amenazado por la guardia imperial le resultó un gran alivio. Aun así, aquellas paredes sólo llevaban dolorosos recuerdos a Marcio y; por qué no admitirlo: miedo. Saber a qué temes es lo que te hace capaz de superarlo. Negar que sientes miedo de algo o alguien sólo te hace aún más vulnerable.
-[71] -No te he hecho llamar para condenarte de nuevo- continuó Trajano-.Para eso me hubiera bastado con enviar a unos pretorianos. No. Te he mostrado el casco para que veas que sé que deberías ser condenado de nuevo, pero realmente no me importa que mataras a ese Carpophorus asesino de mujeres y quién sabe cuántas cosas más-.Aquí Marcio levantó la cabeza y el emperador asintió mientras continuaba hablando -.No eres el único que tenía conocimiento de las prácticas de ese miserable. Hacía tiempo que estaba considerando sustituirlo, pero he de reconocer que tú fuiste más...expeditivo. Y eso es precisamente lo que me gusta de ti. Cuando te propones algo, lo consigues, por el medio de que sea. Hombres así son los que necesita el Imperio. En concreto, tengo una misión para ti.
-[71] Aquí Marcio empezó a temer de nuevo por Alana y Tamura. ¿No las habrían apresado los romanos? -Yo soy leal a mí mismo. La vida me ha enseñado [72] que nadie merece lealtad alguna. Más allá de la familia, nadie-replicó Marcio en un arrebato de sinceridad de cuya utilidad dudó de inmediato.
-[72] -No. Que sigas mis órdenes por la fuerza no me sirve. Necesito tu lealtad.Vete sin mi ayuda al norte y que los dioses sean bondadosos contigo, o ve al norte con mi ayuda y deja [73] que el brazo del César te asista en tu búsqueda. Encuentra a quien tanto estimas y sólo entonces decide si merezco tu lealtad o no. Si quiero que me seas fiel no puedo exigirte nada. La fidelidad auténtica la decide el que la entrega, nunca el que la recibe.
-[75] Trajano asintió y sonrió levemente. No esperaba menos de Liviano, pero estaba bien comprobar de vez en cuando que las personas en las que uno confía reaccionan exactamente como ha previsto. Además, Liviano había evitado hacer la pregunta obvia: ¿y Lucio Quieto? ¿Por qué se le permitía permanecer al legatus norteafricano y jefe de la caballería romana? Que Liviano no hubiera hecho la pregunta denotaba, por un lado, que el jefe del pretorio era congruente con su afirmación de no pedir ni esperar explicaciones sobre las acciones del César y, por otro, que entendía bien el mensaje que le estaba mandando: Quieto está por encima de todos los demás, incluido Adriano, que no estaba presente ni se le había llamado.
-[81] Tan concentrado como estaba Quieto en asimilar lo que el [82] César le acababa de decir, y tan absorto como estaba el propio Trajano en calcular el número de legiones que necesitaría para acometer aquella empresa, ambos hombres se olvidaron del nombre de aquella niña que había mencionado el embajador. En realidad no consideraron que esa niña pudiera ser importante.
-[112] Casio decidió no discutir más y salio del praetorium. Necesitaba algo de aire fresco. Craso era un hombre capaz, como Pompeyo o el propio Julio César, pero en su opinión tanto César como Pompeyo o el propio Craso estaban cegados por una ambición sin medida. Casio se preguntaba adónde iban a conducir aquellos hombres a la República de Roma cuando estaban siempre movidos por el afán de obtener poder sin límites. ¿No se tendría que hacer algo para impedirles que cada vez fueran más y más poderosos y que cada vez tomaran las decisiones que afectaban a Roma sin tener ya en cuenta a nadie como Craso acababa de hacer ahora desechando la ayuda del rey de Armenia sin consultar ni a tribunos ni a otros oficiales? Craso había argumentado que no quería depender de Artavasdes, pero Casio tenía sus dudas: ¿no sería que Craso quería toda la gloria de una posible victoria contra los partos para él solo?
-[114] El centurión no dijo nada. No había nada que pudiera decir que pudiera cambiar las cosas y cuando no hay nada que decir, un militar calla. Otra cosa eran los pensamientos.
-[124] Cayo se quitó las caligae y mostró a todos sus pies llenos de callos. -Quita eso de ahí, imbécil- le espetó Sexto-.¿Acaso crees que eres el único que sufre este maldito avance de locos? Los dos eran de Corduba, de la lejana Hispania. Habían pasado ya mucho juntos y por eso Cayo sabía que su compañero no estaba realmente enfadado con él y volvió a exhibir sus pies malolientes entre carcajadas. Todos rieron y eso les vino bien hasta que apareció la figura de Druso, el centurión de la unidad. Cayo se sentó bien en el suelo y volvió a abrocharse las sandalias militares a toda velocidad.
-[131] Las sonrisas estaban regresando a la faz de los legionarios. -¿Es este río también un mal augurio?- le espetó Sexto a Cayo mientras se remojaba la frente después de haber bebido varios tragos a manos llenas. Tenía la fortuna de ser los primeros en llegar al arroyo. Era una de las pocas ventajas de estar en vanguardia. De hecho era la única ventaja. Los primeros en beber. Los primeros en luchar. Los primeros en morir.
-[133] Los tambores perturbaron también a Craso. No se veía más que aquella columna de jinetes cubiertos de mantos y telas. Por su aspecto desaliñado no parecían muy temibles, pero el resonar de los instrumentos de guerra era extrañamente poderoso. Ni él ni ningún romano sabía que cada tambor de piel estaba rodeado por decenas de grandes cascabeles de bronce que aumentaban el sonido de cada golpe, haciéndolo diez veces más potente a la par que fúnebre.
-[149] -¡No importa! ¡Sostenla con fuerza, recta, con la punta hacía mí!-ordenó entonces Craso hijo. Antes de que el portaestandarte pudiera pensar bien lo que hacía, Craso se arrojó con todas sus fuerzas contra la punta de aquel gladio al tiempo que se abrazaba al signifer para apretarse aún con más fuerza contra el arma despiadada que si alma ni remordimiento alguno atravesó la piel y las venas y el corazón de Publio Licinio Craso.
-[219]-El problema, Fédimo, estriba en que muchos cristianos no quieren reconocer la autoridad imperial, ésa es la cuestión clave. Eso es lo que no puedo permitir. Sólo pido que no hagan exhibición pública de sus creencias. No los quiero buscar pero no puedo tolerar que haciendo exhibición pública de unas creencias que muchos temen desafíen de forma notoria mi autoridad. ¡Por todos los dioses, sólo les pido discreción! La obstinación que han mostrado aquéllos a los que Plinio les ofreció retractarse en público es fanatismo puro y los fanáticos, Fédimo, siempre están mejor muertos.
-[220] -A veces la lealtad absoluta conduce a la muerte. Tengo [221] enemigos poderosos, cualquier emperador los tiene. Algún día, Fédimo, te intentarán comprar. Siempre pasa. Ese día tendrás que decidir entre seguir siéndome leal o salvar tu vida.
-[247] Las discusiones con Plotina lo agotaban, pero sabía que si había alguien con quien no debía discutir era con ella. Cada vez que veía a Lucio Quieto más próximo a su tío, el emperador, estaba seguro de que su mejor aliada para alcanzar el poder era la mujer con la que acababa de haber el amor. No debía ponerla nerviosa. Debía ser paciente. Y hábil. Pero a veces le costaba tanto...
-[251] Las cadenas, Atiano, tiene eslabones y siempre hay alguno que es el más débil. Averigua cuál es el eslabón más frágil de esa cadena y rómpelo. Y si no puedes, al menos infiltra a uno de los nuestros, o a varios, entre los miembros de esa misión para que la entorpezca y la hagan fracasar. Pero lo primero es intentar romper la cadena.
-[238] -No tener miedo no hace a alguien valiente. Uno es valiente de verdad cuando conoce el miedo y es capaz de enfrentarse a él y superarlo. Eso es valor. Lo demás es imprudencia, locura. Pero no te preocupes. Un día conocerás el miedo, éste te encontrará. Nos encuentra a todos. Ése será el día en el que averiguarás si realmente eres valiente.
-[261] Nunca más volvería al Atrium Vestae y la próxima vez que Menenia viera el cuerpo del César sólo sería cenizas. No lo sabían, pero era como si sus corazones lo intuyeran.
-[273] "Los emperadores de Da Qin (Roma) siempre desearon enviar embajadas a China, pero los partos querían controlar el comercio de la seda con China y por eso siempre impidieron esta comunicación". Del Hou Shu (Historia de la dinastía Han tardía) de Fan Ye ( y otros autores), escrito en China en el siglo V.
-[274] El filosofo acababa de llegar a la ciudad portuaria y pudo comprobar que, como siempre, allí la actividad era febril. Por algo era aquella población la receptora de grano-trigo sobre todo, pero también otros cereales-, vino y aceite en millones de ánforas, junto con más recipientes repletos de la salsa garum llevada de Hispania, y especias, sedas y hasta muebles lacados desde los más lejanos confines de Oriente, desde el Imperio kushan, las costas de la India o incluso la remota y enigmática Xeres.
-[275] A toda esta tumultuosa actividad había que añadir las imponentes obras de ampliación del puerto ejecutadas por Apolodoro de Damasco por orden directa del emperador Trajano. Era cierto que el divino Claudio ya había ampliado aquel puerto en el pasado y que pensó en su momento que con aquellas obras se terminarían los naufragios de barcos por las tormentas o las avenidas de agua en Roma, cuando el Tíber revertía su curso y dejaba llegar el agua del mar hasta la mismísima urbe. Pero la confianza en las remodelaciones ordenadas por el divino Claudio se probó excesiva: al poco de terminar aquella obra una tormenta hundió más de doscientos barcos amarrados en el puerto de Ostia y apenas unos años después, durante la guerra civil entre Galba, Otón, Vitelio y Vespasiano, el Tíber volvió a inundar Roma, revirtiendo una vez más su curso y dejando que el agua del mar bañara hasta el mismísimo foro. Aquellos dos desastres fueron la prueba evidente de que un nuevo puerto, más protegido, y nuevas obras de encauzamiento del Tíber era más que necesarias. Pero Nerón tuvo otros intereses, luego llegó la guerra civil y cuando Vespasiano y Tito tuvieron el oro necesario para acometer aquella magna obra, prefiriendo invertirlo en la construcción del Anfiteatro Flavio, menos útil para la gente pero más vistoso. Nerva apenas tuvo tiempo de hacer nada. La obra, eternamente pospuesta, quedó, al fin para Trajano, que al contrario que sus antecesores, no la rehuyó, sino que puso su mejor arquitecto al mando de la misma: el denominado Portus Traiani Felicis, en honor a su promotor, se excavó al sureste de la bahía acondicionada por el emperador Claudio.
-[286] -¡Han matado a mi hijo y ultrajado su cuerpo, pero mía, es romanos, esta pena; y sólo mía; sin embargo, la gran fortuna y la gloria de Roma permanecen inquebrantables e invencibles en vosotros, que estáis vivos y seguros. Y ahora, si sentís algo de lástima por mí, a quien de este modo se le ha arrebatado el más noble de los hijos, mostradla con vuestra ira contra el enemigo! ¡Robadles la felicidad! ¡Vengaos de su crueldad! ¡No os desaniméis por lo que ha ocurrido, pues [287] necesario que aquellos que intentan conseguir grandes logros deben también sufrir enormemente!
-[353] -Apolodoro, Apolodoro de Damasco-precisó el mercader sirio y añadió algo con una sonrisa en la boca-:Ha construido el mayor puente del mundo sobre el Danubio, el puerto de Ostia en Roma, el foro del emperador Trajano, con sus bibliotecas, su Basílica Ulpia y la columna que rememora la victoria sobre los dacios. Y ahora ha reabierto el viejo canal de los faraones. Sólo un sirio es capaz de tanto.
-[363] -Si tienes algo que vender, puedes llegar a cualquier lugar del mundo-solía decir el viejo mercader-.Si no tienes nada que vender, no eres nadie en estos puertos.
-[460] Un rey de verdad debe intuir cuándo está cambiando la historia, cuándo van a ocurrir cosas que no han pasado nunca antes. Los que no saben ver esos cambios no son reyes: son esclavos de su miedo y el miedo, Sporaces, cuando no se sabe dominar, siempre conduce a la muerte.
-[510] Y como si de un oráculo se tratara, Sillaces pronunció su dictamen final sobre aquellas cohortes romanas que veía alejándose hacia el Asia más remota, hacia regiones en las que nunca antes había estado un legionario romano-:Morirán todos. Se convertirán en una legión perdida, en un fantasma que atormentará a los romanos durante siglos. El Senado de Roma nunca se sobrepondrá al miedo de que algo así les vuelva a ocurrir a otros ejércitos suyos que ataquen Partia.
-[551] El crepitar de las antorchas, las sombras temblorosas de los presentes en aquel cónclave, el cielo raso cubierto de estrellas, los aullidos de dolor de los heridos y gentes desesperadas que transitaban por las calles de una ciudad mordida por los infiernos...todo parecía dar vueltas en torno a aquel grupo de oficiales y consejeros que escuchaban a un solo hombre, a uno al que hacía años el Senado había elegido para ser imperator, hablar con una decisión y una fortaleza que los dejaba mudos-.¿No os habéis planteado lo que van a pensar de nosotros, de mí, del ejército de Roma, de todos si nos vamos en medio de la noche, como niños que corren porque tienen miedo a la oscuridad? ¿Qué van a concluir los ciudadanos de Antioquía? ¿Y los de otras ciudades y colonias del Imperio cuando lleguen las noticias de nuestra marcha? ¿Creéis acaso que todos van a pensar que el emperador fue "prudente"? ¿De verdad sois tan ingenuos? No, yo os diré lo que van a decir en las termas de Roma, en las tabernas de todo el Mediterráneo, yo os diré lo que dirán los oficiales de Osroes, en Paria, os diré lo que pensarán en la Dacia y en todas las fronteras del Imperio: "Trajano tuvo miedo". Eso dirán de mí, y de vosotros y de las legiones.
-[557] -Así que el César fue salvado por una misteriosa nube. ¿Y si esa nube hubiera sido en realidad un ser gigantesco enviado por los dioses para salvar al César? Trajano guardo silencio. -No creo que fuera el caso- dijo al fin el emperador. -Yo tampoco- admitió Dión Coceyo-,pero lo importante en un rumor no es lo que crean quienes lo inventan, sino lo que crean lo que los escuchan.
-[622] Y Aulo entró el primero en el puente de barcazas sobre el Tigris, seguido por sesenta jinetes y, tras ellos, con su pelo gris al viento, despeinado, sudoroso, pero con su espada en alto, bien visible para todos los legionarios de la orilla y de las balsas, entró Marco Ulpio Trajano cabalgando al trote por encima de las maderas, que crujían asombradas al haberse convertido en la alfombra firme sobre la que un emperador de Roma, por primera vez en la historia, intentaba cruzar el río Tigris.
-[629] Las flechas partas volaban a toda velocidad en busca del corazón de Trajano, pero se encontraban con miles de dardos romanos surcando la ruta contraria y las armas arrojadizas de los unos y los otros chocaban con virulencia infinita por encima de la cabeza de la caballería pretoriana, que seguía cabalgando, escudos en alto, para protegerse de los dardos que pudieran caerles encima. Hubo algún herido, pero la mayoría, incluido Trajano, llegaron al final del puente mientras que la mayor parte de las flechas enemigas fue bloqueada por las continuas andanadas de dardos romanos.
-[630] Los hombres de Quieto aprovecharon la desbandada enemiga para empezar a desembarcar y el propio Trajano los recibió dando personalmente las órdenes de cómo distribuirse a lo largo de la ribera en formación de testudo, centuria a centuria, como si decenas de gigantescas tortugas empezaran a emerger de las aguas del Tigris.
-[637] -Puede que sea un inútil-le replicó su hermano Mitrídates acercándose hasta hablarle apenas a un palmo de distancia-,pero soy el único de los dos que se ha puesto al frente de un ejército y ha defendido Partia de ese maldito Trajano. Es más, hermano, he sido el único de los dos que ha luchado durante años, junto con mi hijo Sanatruces, contra el rebelde Vologases en el este. Puedes llamarme lo que quieras, pero eso no va a evitar que las siluetas de las águilas de los estandartes romanos estén pronto a las puertas de Cesifonte. La sombra de Trajano se acerca, queramos o no, pero es así.
-[638] Es posible, sí, como es probable que haya dejado marchar a esos soldados con la idea de que nos llegue el mensaje sin parar nunca. Pero eso no cambia la sustancial: Marco Ulpio Trajano marcha al frente de sus legiones y combate en primera línea de forma ejemplar. De hecho creo que si no se hubiera lanzado a galopar sobre el puente junto con su caballería quizá sus legionarios no habrían combatido con tanta pasión y seguridad en la victoria y podríamos haberlos detenido. Pero ¿qué guerrero va a dejar de dar lo mejor de sí mismo con un líder que muestra tanto arrojo como ingenio? Nunca ha sido derrotado.
-[641] -Sin duda, infravaloran a Trajano, pero conozco a Abgaro personalmente, hermano: es el ser más vil y traicionero que he conocido e mi vida y ya sabes que he tratado a unos cuantos. No me extrañaría que hasta él mismo haya pensado en esto. El águila romana es demasiado inocente. No tiene ni idea de con quién se está acostando.
-[647] La sangre brotaba entre los dedos de sus manos. La vida se le escapaba, pero la suya no había sido una existencia cualquiera: conjurado para asesinar a dos emperadores de Roma, guerrero indómito al norte del Danubio junto con los sármatas y el gladiador más victorioso de los últimos años en Roma. La muerte, en efecto, estaba allí, ya muy cerca, pero usó las últimas energías para enmendar su error.
-[648] -A mí...Némesis...no me ha fallado nunca... Y dejó de respirar. Y Marcio se quedó inmóvil mirando al cielo. Una brisa suave se levantó. Un rugido bestial sorprendió a Áyax por la espalda.
-[649] Aryazate la idolatraba como si la Shar Bambisn fuera una diosa. No era menos: en el muy convulso mundo del banug, la corte de jóvenes nobles partas, concubinas y esposas del rey de reyes, las envidias y las rencillas eran algo muy común, pero Rixnu, que se reconocía en una Aryazate diez años más joven que ella, la había adoptado como si de su propia hija se tratara, en especial desde que muriera la verdadera madre de la muchacha.
-[650] La joven aún no sabía que una mujer si no es cierto. Las mentiras a ese respecto suelen ser más bien propiedad de los hombres.
-[653] A la Shar Bambisn, con buen criterio, no le pareció adecuado compartir con Aryazate que ella estaba segura que Osroes no dormía bien y mascullaba frases enteras en sueños porque tenía miedo, porque desde que el emperador romano Trajano había cruzado el Tigris estaba completa y totalmente aterrorizado. Y cuando un hombre tiene pesadillas constantemente y es incapaz de tener una erección es que tiene tanto terror en el cuerpo que no puede ni tan siquiera hacer el amor, no importa cuán bella sea la mujer que esté a su lado. A Rixnu no se le olvidaba la cara de rabia y desesperación del rey de reyes la primera vez que no pudo consumar el acto.
-[654] Desde entonces, aunque lo ocultaba, Rixnu estaba muy preocupada: cuando un emperador no era capaz ni de yacer con una mujer, o con un hombre, con alguien, es que los problemas del imperio eran mucho más grandes de lo que nadie podía sospechar.
-[660] Durante el viaje había empezado a considerar que el auténtico hogar era allí donde estaban sus padres, pero ahora, de pronto, sin el aviso lento de una enfermedad, sin el vaticinio de ningún oráculo, sin la incertidumbre de una guerra, Marcio, su padre, había muerto despedazado por un tigre.
-[664] Morir me da igual, pero no vengar a mi padre...eso no podía permitirlo. Así que me desnudé para ti y te besé como tantas otras veces te he besado y estoy seguro de que no has notado absolutamente nada, porque, Áyax, las mujeres también podemos engañar [665] como los hombres, incluso infinitamente mejor que los hombres cuando nos lo proponemos.
-[697] Aryazate corría a toda velocidad hacia el muelle. El camino empedrado estaba repleto de escalones y también de varios cadáveres de otras princesas asesinadas que habían llegado hasta allí arrastrándose, medio moribundas, quizá con la misma idea de arrojarse al Tigris en busca de una escapatoria. Pero los eunucos cortaban los cuellos con precisión y las muchachas que yacían muertas en su camino hacia el muelle del palacio se habían desangrado todas antes de alcanzar su objetivo. Sin embargo, Aryazate estaba viva, intacta, sin heridas y corría como si fuera el viento del río, como un pájaro, como un águila que volara a ras de suelo.
-[712] La imponente flota de Trajano surcaba las aguas del Tigris: el majestuoso barco insignia, que navegaba en primer lugar desplegando enromes velas con el nombre del César trenzado con hilo de oro, impresionaba y aterrorizaba a partes iguales a los ciudadanos partos, que contemplaban cómo el emperador romano se acercaba a una ciudad, Cesifonte, que ya no tenía soldados para defenderse. Tras la gigantesca embarcación del César llegaban cincuenta naves más repletas de legionarios armados y dispuestos a todo. Y no sólo eso: si los habitantes de Cesifonte, abandonados por el Sahan Sah, por un rey de reyes que había huido con su ejército dejándolos desasistidos en el momento de mayor necesidad, miraban hacia el este, descubrirían entonces que las legiones de Lucio Quieto, el lugarteniente del César romano, se aproximaban también hacia las murallas de la ciudad desde el otro extremo.
-[714] -¡Asesinos!- gritó ya sin temor a ser vista por alguien; incluso si algún eunuco quedaba allí le daba igual: de pronto la muerte sería bienvenida por ella. ¿No era casi peor ser la única superviviente? Habría sido mejor no esconderse y morir con las demás. Rixnu muerta y todas sus hermanas y amigas. Hasta sintió lástima de la implacable Asiabatum, cuyo cuerpo estaba allí a unos pasos, también degollada.
-[721] -Que el emperador romano capture un día a mi padre y lo mate ante mis ojos. Amo Partia, pero odio a quien por no saber defenderla ha condenado a muerte a niños y mujeres indefensas.
-[722] Lucio Quieto asintió. Todo cuanto decía Trajano tenía perfecto sentido y, sin embargo, el norteafricano, en el cénit de sus facultades, unos años más joven que el César, militar hasta la médula, intuitivo y despierto, presentía que quizá las palabras de aquella princesa podían contener más verdad que locura.
-[738] (…) Cuando acabemos con Zhizhi, y juro que lo haré aunque sea lo último que haga en esta vida, necesitaremos a alguien que gobierne este territorio como se hacía antes de que irrumpiera ese lunático. No pensar en lo que va a ocurrir después de una guerra en un territorio es no entender que cualquier guerra, si no es un loco, debe tener un plan para la paz posterior.
-[744] Había dispuesto a sus hombres en tres líneas: en primer lugar los soldados de cabeza afeitada, argolla de hierro en el cuello y túnicas rojas. Todos ellos eran convictos, criminales de la peor calaña a los que se había reclutado con la promesa de una redención de la totalidad o de gran parte de su pena si combatían con valor. La argolla de hierro al cuello era símbolo de que eran presos, al igual que sus cabezas afeitadas eran símbolo de la decapitación que les esperaba si se mostraban cobardes en la lucha. No disponían de armadura ni de protecciones especiales de ningún tipo. Eran lo peor de lo peor y como tales los trataban.
-[762] Tang no daba crédito a lo que veía: como en ocasiones anteriores, un regimiento de aquellos mercenarios salía de la fortificación cubriéndose con los escudos, como si fueran un gigantesco pez de escamas enormes en las que confiaban para protegerse de las flechas.
-[769] Druso miraba al cielo repleto de estrellas. Luego se quedó inmóvil, escuchando. -¿Pasa algo?- preguntó Sexto en voz baja. -¿No lo oyes?- respondió Druso con otra interrogante y una mano en alto para que nadie hablara. El de Corduba se quedó quieto, intentando captar algún ruido. -No se oye nada- dijo Sexto en voz baja. -Precisamente- confirmó el centurión de Cartago [770] Nova -:Nada. Sólo silencio. No es normal. Primero forzaron a la caballería de los hsiung-nu a retirarse cuando éstos los atacaban. Luego hirieron al mismísimo Zhizhi, consiguieron vaciar el foso y nos causaron innumerables bajas...¿Y no lo celebran?
-[772] Olía la derrota a millas de distancia y sentía que el imperio de Zhizhi se desmoronaba por momentos. Pero no podía salir de allí sin ser masacrados por los han, tal y como les había pasado a los jinetes hunos que habían intentado huir. Su destino, para bien o para mal, estaba ligado al desenlace de aquella batalla en el centro de Asia, luchando en el bando de un loco contra un general hábil y astuto. El invierno, ciertamente, era lo único que podía salvarlos.
-[774] -Trescientos, como en las Termópilas- dijo Sexto entonces, con una sonrisa. -Esto no es las Termópilas, Sexto. Algo me dice que de esta batalla se hablará poco en el futuro y de nosotros aún menos. -¿Por qué se hablará poco de nosotros?-inquirió Sexto.-Nadie quiere recordar las derrotas.
-[775] La caballería estaba a tiro de los chue chang y seguía avanzando. En lugar de dardos silbando en el aire, se oyó el enorme estruendo de miles de tambores y utensilios de metal de toda condición siendo golpeados los unos contra los otros. Además, todos los soldados han gritaron con todas sus fuerzas, por un lado porque el general así lo había ordenado y por otro de puro miedo. Muchos habrían gritado de igual forma aunque no se les hubiera dado instrucciones en ese sentido. Tambores, miles de utensilios de metal golpeados unos contra otros y alaridos de terror. Fue un estruendo gigantesco que sacudió las entrañas mismas del valle y llegó hasta las murallas de la fortificación de Zhizhi, pero, sobretodo, alcanzó la primera línea de la caballería de Kangchú.
-[784] (…) Pese a todo, al final, Alejandro Magno optó por quebrantar el consejo de todos sus augures y, para mostrar al mundo que él no tenía miedo ni a ejércitos ni a designios, entró al fin, por la gran Puerta de Istar, en la ciudad de Babilonia. Pero a los pocos meses, Alejandro murió de unas fiebres.
-[785] Desde lo más alto hasta la base misma, toda aquella parte de la muralla, el arco de entrada de la puerta y las paredes de la calle que se adentraba hacia el interior de la legendaria ciudad estaban recubiertos por unos azulejos azules y ocres que refulgían bajo la poderosa luz del sol. Estaban próximos al invierno, pero allí el calor aún era notable. Babilonia, rodeada por las aguas el Éufrates y numerosos canales, podía resultar inhabitable en los meses de verano, por eso Trajano, siguiendo en este punto los consejos de su médico, el griego Critón, había esperado hasta el final del otoño para acercarse a la ciudad donde murió Alejandro Magno.
-[790] Llegaron a una gran terraza desde la que se divisaban grandes piscinas de agua procedente de los canales del Éufrates y, más lejos, se veían parte de los inmensos jardines colgantes que aún quedaban en aquella ciudad eterna, que había visto el nacimiento y la desaparición de varios imperios y que, sin embargo, allí seguía, entre majestuosa y triste, entre gloriosa y decadente.
-[796] -No es Babilonia. Es mi padre, el Sahan Sah Osroes: una serpiente que se arrastra sigilosamente, César. El emperador de Roma nunca conseguirá Partia mientras él siga vivo. No importa que parezca acorralado. Su picadura sigue siendo mortal.
-[798] -Siempre me has menospreciado y no por budista, sino por mujer. Has infravalorado a todas las mujeres y, sin embargo, te ejecutan por causa de una, la que tú considerabas una niña. ¿No crees que es una curiosa paradoja?
-[805] La joven guerrera sármata, hija también de uno de los mejores gladiadores de Roma, se sintió orgullosa. Ahora aquel general sabría al menos que ella era valiente y una gran luchadora, pero, para sorpresa de la muchacha, Li Kan la miró desde lejos con un gesto de desprecio, dio media vuelta y se alejó al tiempo que daba órdenes a gritos.
-[807] Lucio Quieto entró en Edesa a sangre y fuego. Había recibido la noticia de la muerte del legatus Julio Máximo de Mesopotamia y estaba aún más enfurecido que cuando inició la campaña de castigo contra Osroene. No todas las noticias eran malas: Erucio Claro y Julio Alejandro habían arrasado Seleucia y, en general, con la excepción de Hatra, el resto de las ciudades de las nuevas provincias de Mesopotamia y Asiria, incluida la gran Babilonia, volvían a aceptar, aunque fuera por la fuerza, la autoridad de Trajano.
-[809] Eran hombres fieles a Quieto hasta las últimas consecuencias y los combates en Armenia, Mesopotamia, Asiria y Cesifonte no habían hecho sino afianzar esos lazos de lealtad. Muchos eran, como el propio legatus, norteafricanos. Por eso, en medio del palacio de un rey y un príncipe traidores, Lucio quiso rodearse de los más leales. Eran casi como sus propios singulares, una especie de escolta similar a la del César, tanto en capacidad de combate como en nivel de lealtad total. Además, no era mal mensaje mostrar incluso a los más fieles cómo pagaba Roma a los traidores.
-[810] Muchos soldados romanos, compañeros de los legionarios que estaban ahora en el palacio real, habían muerto en aquel levantamiento y la sangre reclamaba sangre. Pero el legatus mandaba, y por encima de todo estaban las órdenes del emperador. No sabían bien por qué, pero pese a la instrucción de atrapar con vida a Abgaro y a Arbandes los legionarios habían albergado la esperanza de que el legatus no pudiera contener su cólera y los atravesara con su espada en el instante mismo en que se cruzara con ellos. Pero no. Su líder enfundó el arma y con ese gesto dejaba insatisfecha la sed de venganza de miles de legionarios.
-[813] Ésas fueron las últimas palabras que escuchó el rey de Osroene y con ellas murió, sabiéndose traicionado por su propio hijo, que se las había ingeniado para sobrevivirlo y no acompañarlo en su funesto final. Una cosa es morir y otra dejar este mundo henchido de rabia y odio e impotencia.
-[816] Pero a Arbandes nada le importaba la opinión de aquellos soldados. Se sabía victorioso. Ahora sí. Estaba seguro de ello. Nadie, simplemente nadie quiere perder un imperio. No importaba lo mucho que el legatus anhelara su muerte. Nadie puede estar tan trastornado como para ceder un poder tan grande y que está a punto de pasar a sus manos.
-[817] Te diré, príncipe Arbandes, lo que me escribió el César al final de su última carta: "No, yo, Marco Ulpio Trajano, no puedo ordenar la muerte de Arbandes". Eso, en efecto, dijo el emperador, pero añadió algo más, príncipe de Osroene: "Por eso te envío a ti, Lucio Quieto, legatus y jefe de la caballería de Roma, para que hagas con Arbandes lo que tú consideres sea justo. Soy consciente de que como César debo ordenar su muerte, pero como hombre sabes que me tiembla el pulso. Que sea el discernimiento de Lucio Quieto, el brazo derecho del César, el que decida lo que debe hacerse con el príncipe de Osroene. Y lo que decidas, aunque resulte doloroso para mí como hombre, será lo correcto para mí como César". Ésa fue la orden completa de Trajano, joven príncipe-añadió Quieto poniéndose ya de cuclillas para que el agonizante Arbandes pudiera oírle bien-.Y ni tus besos ni tu hermosura, ni tus caricias ni tus mentiras han podido persuadirme de que no merecieras otra cosa que la muerte propia de un traidor. Ni siquiera por heredar Roma entera puedo traicionar al César Trajano.
-[826] Aunque era invierno y la ropa acostumbrada para la estación sería la de color negro-a diferencia de la de color verde o amarillo más propias de otras estaciones-, todo lo que se le ofrecía era de color rojo. Tamura no podía saber aún que aquél era el color más respetado por simbolizar el fuego sagrado. La muchacha optó por una especie de pantalón y luego se ciñó una gran capa o túnica, alrededor de la cual las sirvientas ajustaron un cinturón.
-[835] Lucio Quieto miraba desde lo alto de su caballo ahora hacia las primeras líneas de las cohortes romanas. Solo leía debilidad, como la que había mostrado el César, sin desearlo, por causa de aquella dolencia inesperada. Debilidad y miedo. Y con miedo no se puede luchar. Con miedo no se puede vencer.
-[840] Y hacia ellos avanzaban los legionarios, a por los que quedaran de los catafractos y a por las flechas de la caballería ligera enemiga, a combatir bajo las nubes de hierro protegidos por parapetos como los que usaron en el Tigris; todos unidos para luchar sin desfallecer un instante hasta poder entregar a su César, tal y como había pedido Quieto, la cabeza del líder de sus enemigos. Todos los legionarios tenían sólo una idea en la cabeza: que por una vez, por una maldita vez, conseguirían ellos la victoria para Trajano.
-[852] Aulo, que ya tenía noticia, por cuenta de otros pretorianos, del emocionante discurso de Quieto a las tropas antes de entrar en combate, no dijo nada. Pero apreció la humildad de un líder como el legatus norteafricano, que no se apuntaba la victoria como algo personal cuando era evidente para todos allí, en la tienda del praetorium, como fuera, como en todo el campamento del ejército imperial, que esta vez el gran Lucio Quieto había sabido comandar las legiones con la misma destreza del emperador. Como si fuera otro César.
-[854]-Ya-admitió Quieto-.Lo imagino. Pero no podemos cambiar la naturaleza del César, no podemos hacer que deje de ser quien ha sido siempre. Critón exhaló todo el aire de sus pulmones. -No, supongo que no podemos.
-[864] -Siempre hay traidores, muchacho-añadió Elkud mirando hacia el ejército romano que avanzaba contra ellos-.No dudes, hijo mío, que en el momento que tengamos el más mínimo problema de abastecimiento, algún traidor informará al enemigo. La guerra, muchacho, es hija de muchas deslealtades.
-[868]-¡Aulo, Aulo!-gritó Trajano abrazando el cuerpo del tribuno y sintiendo la sangre caliente de su mejor guardián brotando de su espalda. El emperador apretó con las palmas de las manos la zona [869] alrededor de la flecha clavada en el cuerpo del tribuno en un intento por detener la hemorragia, pero la sangre de su guardián eterno, de su vigilante de siempre, desde que años atrás le anunciara en Germania que Nerva lo había adoptado, esa sangre del más leal de los pretorianos, el mismo que había estado siempre junta a él en Roma, en la Dacia, en aquellos bosques donde lo rodearon los traidores renegados enviados por Decébalo, la sangre del más fiel de la guardia imperial, se escapaba entre los dedos del emperador, que seguía abrazándolo y aullando con rabia y dolor y odio...
-[870] He perdido a un hombre leal hasta el fin. Quedan pocos como él. La conquista de Partia me está consumiendo, por dentro y a mi alrededor, arrebatándome a hombres como Aulo. He ordenado a Fédimo que envíe cartas a su familia. No les faltará de nada a ninguno de los suyos. Es lo menos que puedo hacer.
-[875] Todos deseamos cosas. Muy pocos lo consiguen. Los cobardes nunca. Yan Ji se sabía audaz, quizá imprudente, pero nunca diría nadie de ella que era cobarde. ¿Ambiciosa? Sí, pero ¿para qué se casa una con un emperador si no es para gobernar el mundo? Y en ocasiones hay que dar algún empujoncito para que, por fin, gobierne ese emperador con el que te casaste.
-[878]Lo que está a nuestro alcance o no, Adriano, no depende de las circunstancias, sino de nuestra voluntad de llevarlo a cabo. Y tú, sencillamente, no has querido ni quieres tan siquiera intentarlo. Por eso, sobrino, tú no serás quien me suceda como emperador.
-[882] La advertencia de Menenia y los augurios de Plutarco se acababan de cumplir: el emperador de Roma moría lentamente en aquella campaña de Oriente, derrotado desde dentro, desde dentro de sí mismo.
-[889] Druso miraba a sus hombres, un puñado de supervivientes. Ciento cincuenta y cuatro legionarios que habían sobrevivido al desastre de Carrhae, la esclavitud en Merv, la guerra contra los hunos, las luchas como mercenarios bajo el lunático de Zhizhi y, finalmente, la brutal batalla de Kangchú.
-[891] -También os enviaré mujeres-continuó Tang-.Vuestros hijos serán buenos guerreros y el imperio necesita de combatientes fuertes en sus fronteras. A cambio de todo esto, tanto vosotros como todos vuestros descendientes durante diez generaciones tendréis la obligación de defender las fronteras del Imperio han siempre que os reclame en las líneas defensivas.
-[939] Uno de los gatos de la emperatriz Deng se acercó, ajeno al silencio y a las disputas, traiciones y ansias de los seres humanos y, como tantas otras veces había hecho, se acercó a lamer los restos de comida o bebida que la emperatriz solía ofrecerle. No era un gato ni particularmente querido ni especial, pero la emperatriz favorecía que se les diera de comer y que no se los molestara, pues mantenían el palacio limpio de otros animales mucho más perniciosos. El pequeño felino pardo llegó junto a la taza de té y bebió de ella. El silencio de la sala de audiencias del palacio imperial de Loyang era absoluto. No pasaba nada. Al gato no pareció agradarle que sólo hubiera té en la taza. Había esperado algo más sustancioso: quizá una galleta, como en otras ocasiones, así que empezó a dar media vuelta y alejarse del trono indiferente al numeroso público que lo observaba con mucha atención.
Tamura perdió la vista del gato entre el tumulto de funcionarios. La muchacha empezó a sudar profusamente. Quizá todo había sido su imaginación y ahora tendría que afrontar la ira no sólo de los consejeros y del propio general Li Kan, al que, una vez más, habría puesto en ridículo, sino que ahora habría también el favor de la emperatriz por interrumpir una de sus audiencias imperiales y además habría acusado a la favorita del emperador An-ti de intentar asesinar a la emperatriz. De pronto, todos los presentes en la sala parecieron exhalar un "ah" de asombro.
Tamura no podía verlo, pero el gato pardo había caído muerto apenas a cinco pasos del trono de la emperatriz Deng.
-[946] Ya estaba seguro de que no eran bandidos. Al salir de Tarracina, lo único que había conseguido era adelantar su muerte un par de horas. Desenfundó su espada. Un legatus de Trajano muere luchando. Él había conseguido la anexión de Arabia. No podía rendirse como un cobarde.
-[951] -¡Imploraré a Ahura Mazda eternamente que un día alguien te arrebate lo que más quieras, augusto! ¡Lo rogaré a mi dios cada mañana y cada noche y un día Ahura Mazda, todopoderoso, arrancará al nuevo César lo que el emperador romano más adore! Adriano no le dio importancia aquella maldición.
-[956] (...) Estoy seguro de que no va a luchar por recuperar las conquistas de Trajano. No tiene ni las agallas ni la inteligencia para saber cómo retener esas nuevas provincias que tanto dinero pueden suponer en un futuro próximo. Trajano se metió en esta guerra con fines muy concretos y ahora que hemos superado primero la rebelión de Osroene y Mesopotamia y luego también la de los judíos, va a ser el propio Adriano el que se retire sin más.
-[957] No sería noble que te pidiera que te reincorporaras a mi caballería para que luego tengas que morir por mí. Para luchar por Roma sí, para suicidarte en mi defensa, no. Estoy seguro de que puedo negociar una entrega pactada. Es a mí a quien quiere Atiano, a quien persigue Adriano. A vosotros os dejará en paz si no intervenís. En el fondo sabe que sois una unidad de caballería muy útil. Os enviará a alguna frontera lejana. Quizá a Britania o Germania, pero con eso podéis vivir. En unos años bajo Adriano, vuestros servicios bajo mi mando, bajo el mando de Trajano, quedarán olvidados y seréis hombres bien vistos en la nueva Roma que está naciendo sobre la sangre de Celso, Palma y Nigrino.
-[964] Ha sido un honor dirigir la mejor caballería del mundo. En los bosques de la Dacia, en las montañas de Armenia o luchando contra los mismísimos catafractos de Partia, siempre habéis salido victoriosos. Las conquistas de Trajano han encontrado en vosotros un poderoso brazo ejecutor de sus órdenes. Aunque sean otros los que os manden ahora, continuáis pensando en el gran Trajano. Imaginad que seguís bajo sus órdenes, pues estoy seguro, el espíritu del emperador os acompañará hasta los confines del Imperio.
-[976] -En la vida todo son opciones, eso he creído siempre, y somos hijos de nuestras decisiones. Quieto tenía, en principio, como todos cuando se compite por el poder, dos opciones: rendirse o luchar. Al final pareció elegir la segunda, pero en las legiones de Roma siempre queda una tercera opción. Una por la que muy pocos se deciden.Ya no quedan valientes. -¿Cuál es esa tercera opción?- preguntó Clemenciano arrugando la frente. Atiano enarcó las cejas antes de responder. La incapacidad de entender nada del nuevo gobernador lo exasperaba. -Morir, Clemenciano, morir luchando hasta el final. Ésa es la tercera opción cuando las legiones entran en combate, y es la que ha elegido Quieto. No quedan hombres así.
-[979]-¿Cuántos?-preguntó Atiano a un tribuno al que le había ordenado que le informara con precisión sobre las bajas. -Mil trescientos legionarios muertos, más de quinientos heridos, ciento ochenta jinetes de nuestras turmae abatidos y otros muchos, heridos. Han destrozado prácticamente media legión y sólo eran trescientos. Atiano asintió y levantó la mano. Por el momento no quería saber más.
-¡Cobardes! ¡Miserables! ¡Traidores!- aulló el legatus norteafricano escupiendo espumarajos de sangre por la boca -.¿Nadie se atreve a intentar darme muerte?
Quieto era casi un cadáver más que, sin saber cómo, tenía energía aún para insultarlos. Atiano no había visto nunca tal tenacidad, tanta capacidad de resistencia. Media legión, Quieto había destrozado casi media legión sin tener posición de ventaja, estando rodeado, siendo traicionado, luchando bajo una lluvia de flechas.
-[980] -¡Os enseñaré cómo mueren los hombres!-aulló vomitando más sangre -.¡Al menos que esta traición os valga para que aprendáis...eso...!
Lucio Quieto, legatus norteafricano, jefe de la caballería imperial, brazo derecho del emperador Marco Ulpio Trajano y, para muchos, el señalado por el fallecido César como único sucesor, con capacidad de retener las nuevas conquistas y ser respetado por las legiones y el Senado a un tiempo, asió la empuñadura de su espada con ambas manos, la puso en horizontal, con la punta justo debajo del esternón y lanzó un grito desgarrador mientras la hundía con todas sus fuerzas en su cuerpo.
-¡Romaaaaaa!
-[980] Publio Acilio Atiano se volvió muy despacio y encaró al recién llegado con cara de asco. -No, gobernador, así muere un César. Si ese hombre hubiera tenido mil jinetes a su mando en lugar de trescientos, a lo mejor lo que estarían flotando en la playa boca arriba desangrados, pese a nuestras dos legiones, seríamos tú y yo, imbécil.
-[984] Yo, como emperatriz del Imperio han, sólo soy un accidente. No sé si alguna vez éste será un mundo de hombres y mujeres por igual, pero hoy por hoy es y seguirá siendo, por tantos años y siglos como puedo imaginar, un mundo de hombres y para hombres. Una mujer joven y hermosa como tú, por muy valiente y feroz que pueda ser, sólo estará realmente segura bajo la protección de un hombre que la cuide de la estupidez, la lujuria y la crueldad de los otros y, porqué no decirlo, de los celos y la envidia y el rencor de otras mujeres como Yan Ji.
-[986] -No, Li Kan, no te muestres perplejo-continuó la [987] emperatriz-.Quieres acostarte con una tigresa. Me parece bien, pero el Imperio han necesita a su mejor general vivo, así que no olvides nunca que es con una tigresa con quien vas a compartir las noches. Acaríciala. No la obligues nunca a mostrarte sus garras. Éste es mi consejo no ya de emperatriz, sino de mujer. Serás sabio si lo tienes en cuenta.
-[996]-No, ya no quedan más guerreros de Da Qin entre nosotros, no que yo tenga localizados. Ni descendientes del general Tang. Yo no he tenido hijos, aunque tú con esa guerrera de Da Qin puedes alargar la estirpe de la legión perdida, al menos, una generación. Pero pronto no seremos nada, ni un recuerdo, sólo un accidente que quizá desaparezca de la memoria de todos, un relato extraño del que nadie se acuerde. Tú y yo, amigo mío, somos uno de esos imposibles de la historia: reales, pero increíbles.
-[1001] (…) Un legionario ha de cumplir las órdenes. Si no Roma no es nada. Y nosotros tampoco.
-[1002] -¿Es por envidia?- preguntó Cincinato al legatus. - Quizá- convino Tercio Juliano-.Aunque ante el Senado Serviano argumentó que el puente de Drobeta es un arma de doble filo; el senador de Barcino insistió en que podría ser usado por bárbaros para entrar en el Imperio. Los roxolanos están muy agitados y rebeldes. Les tienen miedo en Roma.
-Ya no confían en nosotros para defender las fronteras.
-Puede que no. El miedo se ha instalado en Roma. El miedo a crecer, el miedo a ser más grandes, el miedo a todo. Somos muchos aún los que estamos aquí en la frontera, defendiendo el Imperio, pero fin porque Roma ya no cree en sí misma.
-Con Trajano ha muerto Roma- dijo Cincinato.
-Con Trajano hemos muerto todos, amigo mío.
Las llamas consumían la superestructura de madera. El puente en su totalidad estaba envuelto en el mayor de los incendios que nunca hubieran visto en aquella región del mundo. El humo podía vislumbrarse desde decenas de millas de distancia.
-[1036] -Ah- dijo al retirarse la copa vacía de los labios y añadió: Como decía el viejo Plinio: In vino veritas [En el vino está la verdad]. Menenia, Trajano fue un emperador demasiado grande para una Roma demasiado pequeña.
-[1041] Nunca pensó Marco Ulpio Trajano que la historia de Roma fuera a ser leída por una joven guerrera sármata y escuchada a la vez por un general de Xeres, a los pies de la Gran Muralla, una fortificación que ni imaginaban ni conocían en el Imperio [1042] romano.
-[1042] Unos círculos se cierran, otros se abren. Somos sombras de la historia, leyendas, sueños de vida rodeados de muerte, relatos felices o tristes, con frecuencia las dos cosas al tiempo, sonrisas y lágrimas siempre iguales aunque vengamos de mundos distintos.
-[1054] Adriano también rompió con la costumbre de Trajano de gastar el dinero de Roma en edificios de uso público, programas para los más desfavorecidos o en conquistas para crear nuevas provincias. Sería injusto no reconocer que durante el mandato de Adriano también se hicieron grandes obras públicas, pero ninguna conquista, y, además, gastó grandes cantidades de dinero en caprichos muy costosos, como su maravillosa Villa Adriana fuera de Roma. Eso sí, igual que en el caso de otros emperadores megalómanos, su villa es un lugar precioso para visitar, aunque uno no desearía verlo financiado con el dinero de sus impuestos. También derrocharía millones de sestercios en templos y otros monumentos en honor de su amante Antínoo.
-[1059] (…) Con cada novela que hago y leyendo cada vez más sobre el pasado voy confirmando que las mujeres han desempeñado un papel mucho más importante en la historia del que habitualmente se nos ha transmitido.
-[1060] Fuera como fuese, Plinio el Viejo, coetáneo de Trajano, ya refería que Roma se gastaba, por lo menos, cien millones de sestercios al año en sus importaciones de China. No quiero pensar en lo que diría el viejo Plinio si levantara cabeza en 2015 y viera cuánto se gasta Occidente hoy día importando productos de China. Como se ve, la historia del comercio con Extremo Oriente empezó hace mucho más tiempo de lo que muchos imaginan.
-[1062] (…) No puedo saber aún, nadie puede a fecha de hoy, si los mercenarios de Zhizhi eran de la legión perdida, pero de lo que sí estoy bastante seguro es de que si realmente lo fueron, tuvieron que seguir la ruta que he descrito y combatieron de forma muy similar a la presentada en la novela.
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