La vista desde Castle Rock- Alice Munro


 La vista desde Castle Rock | Alice Munro 

Sinopsis

En estos relatos más personales que los escritos anteriormente, Alice Munro reconstruye la historia de su familia de forma magnífica. Un niño es llevado a Castle Rock en Edimburgo, donde su padre le asegura que un día de buena visibilidad se puede ver América, y él alcanza a ver el sueño de su padre. En los relatos posteriores, al hacerse realidad el sueño, dos cuñadas experimentan pasiones muy distintas en la larga travesía al Nuevo Mundo; un bebé se pierde y vuelve a aparecer como por arte de magia en el viaje desde Illinois a la frontera canadiense. 

Crítica 

Cuando llegamos a cierta edad, algunos viejos tópicos que probablemente ignoramos en nuestra niñez, a pesar de haberlos oído repetidas veces, comienzan a rondarnos la cabeza. Uno de ellos es la historia familiar. Después de escribir sobre diversos temas, algunos con mayor profundidad que otros, la mente inevitablemente nos lleva a las narraciones de nuestros abuelos sobre sus antepasados. Es allí donde nuestra imaginación vuela y nos sentimos más a gusto, identificados con aquellos hombres y mujeres que son, de hecho, las raíces de una familia, una tierra, una nación, una creencia y, por supuesto, también sus particularidades. De esto trata  La vista desde Castle Rock de Alice Munro.

Quienes se hayan sentido atraídos por el libro tras leer la sinopsis, deben saber que la historia que encierra no es una trama irlandesa de mediados de siglo con intrigas fantásticas al estilo de una novela highlander. Se trata, más bien, de la historia de la familia de la autora, quien, con algunos toques propios de la ficción, nos ofrece un panorama nada excepcional, sino más bien típico de quienes comparten raíces migrantes: un conjunto de anécdotas.

El texto, narrado a través de capítulos que saltan en el tiempo, nos habla de una tierra antigua, dura y fría que no ofrece un futuro prometedor a las nuevas generaciones. En la imaginación de los lugareños se dibuja el anhelo de zarpar hacia tierras inhóspitas pero fértiles al otro lado del mar. Un lugar salvaje cuya dominación por el hombre ya se ha relatado en algunos libros de historia (a menudo con cierta idealización) o, para quienes prefieran los documentales, en programas sobre la conquista de América y el choque cultural que significó (como los que se transmiten en History Channel en fechas patrias). Hasta ahí, se podría decir, encontramos algo someramente llamativo en su narración. El resto es como estar en una tumbona a la deriva en un caluroso día de verano, sin nada que hacer más que observar el paisaje y el paso del tiempo.

Desde la juventud de Alice hasta su madurez, La Vista desde Castle Rock, para quienes buscan conocer el estilo narrativo de una autora tan renombrada en los círculos literarios, es como un encuentro bajo una lluvia veraniega que empapa, sí, pero que no trae consigo frescura ni un momento idílico, sino las confrontaciones cotidianas de alguien estancado en épocas antiguas y remotas.

Los personajes, entre los que reitero que aparece la propia autora, no son particularmente memorables, con la posible excepción del viejo O’Phaup, del que se habla poco y quizás con más tintes de mito que de persona real. O tal vez Mary. Pero, aparte de ellos, ¿qué más podemos decir? Más allá de una realidad de grandes transformaciones, encontramos el mundo huraño del Canadá rural, una niña mezquina y casi salvaje, y cierto regusto a resentimiento propio de la relación entre padres e hija.

Lo que sí podemos encontrar en esta narración es una descripción bastante acertada de la naturaleza propia de los pueblos alejados de las grandes ciudades, aquellos en los que muchos hemos vivido o hemos estado de paso y cuya vida parece transcurrir en vano hacia la decadencia. En este punto me detengo, porque es quizás lo único que vale la pena resaltar de una historia de 304 páginas: allí podemos ver el paso del tiempo y la pérdida de aquello que para algunos resulta querido, incluso si se trata de una casa decrépita o un árbol cuyos frutos no son los más apetecibles, pero que para nuestra memoria es invaluable.

La descripción de la naturaleza del lugar es hermosa: los zorros, listos para ser sacrificados por su piel, las tareas domésticas y los paisajes propios de esa parte del mundo nos transportan a un lugar común y nos hacen recordar también nuestra infancia en un lugar que, si volvemos a visitar, ya no encontraremos tan prístino y salvaje, sino más bien transformado por la acción del hombre.

 La Vista desde Castle Rock  no es un libro que recomendaría para comenzar a leer a Munro, ni es una obra maestra en sí misma, pero es una lectura que, a la larga, puede tal vez aligerarnos la mente y hacernos reflexionar sobre la vida y las historias de nuestros propios abuelos. Después de todo, no hay nada más humano que volver a los orígenes.



Frases

- [31] Lo que Hogg llama "ensayos" acaso fueran historias. Relatos de los covenanters a quienes los dragones con casacas rojas daban caza durante sus oficios al aire libe, de brujas, de muertos vivientes. Se trata de muchachos dispuestos a probar suerte con cualquier tipo de composición, en prosa o en verso. Las escuelas de John Knox habían cumplido su cometido, y un furor por la literatura, un furor por la poesía, se propagaba por todas las clases sociales. 

-[36] -Máquinas de guerra- dijo el padre de Andrew -.Sólo tienen ojos para las máquinas de guerra. Que se anden con cuidado, no vaya a ser que vuelen por los aires. 
-Más bien el corazón no les da para tantas escaleras- añadió otro hombre, jadeando. 

-[39] El niño da volteretas en su tripa. Le arde la cara como un ascua y le palpitan las piernas y la carne hinchada entre ellas-los labios que el niño pronto separará para salir- es un saco escocido de dolor. Su madre habría sabido qué hacer al respecto, habría sabido qué hojas debían molerse para hacer una cataplasma balsámica. 

- [41] Los dos se comunican en una lengua mitad y mitad: mitad enseñada por ella y mitad inventada por él. Mary cree que es uno de los niños más listos sobre la faz de la tierra. Siendo la mayor de su familia, y la única chica, ha cuidado a todos sus hermanos, y ha estado siempre orgullosa de ellos, pero nunca ha conocido a un niño como éste. Nadie más tiene la menor idea de lo original e independiente y listo que es. A los hombres no les interesa los niños tan pequeños, y Agnes, su madre, no tiene paciencia con él. 

-[41] Mary teme el mal genio de Agnes, pero en cierto modo no la culpa. Piensa que las mujeres como Agnes -mujeres de hombres, mujeres de madres- tienen una vida espantosa. Primero por lo que les hacen los hombres -incluso un hombre tan bueno como Andrew-y luego por lo que les han los niños, al salir. 

-[196] Aun así, por algo debí de coger un libro en ese preciso momento de mi vida. Porque era en los libros donde yo encontraría, durante los siguientes años, a mis amantes. Eran hombres, no muchachos. Eran dueños de sí mismos e irónicos, con una vena feroz en ellos, con una melancolía residual. No Edgar Linton, ni Ashley Wilkes. Ni uno solo de ellos era cordial ni amable. 

-[288] Era necesario aprender a leer, pero no era ni mucho menos deseable acabar con la nariz enterrada en un libro. Si uno tenía que aprender historia o idiomas para acabar los estudios en el colegio, lo lógico era olvidar esas cosas lo más deprisa posible. De lo contrario, destacabas. Y eso no era una buena idea. 

-[296] El enterramiento humano es una de las pocas razones por las que se deja intacto cualquier  pedazo de tierra, hoy día, cuando toda la tierra alrededor tiene algún uso. 

-[294] A mí, con la eliminación de tantas cercas, y de vergeles y casas y establos, me da la impresión de que el campo parece más pequeño, no más grande, del mismo modo que el espacio antes ocupado por una casa parece asombrosamente pequeño cuando ves sólo los cimientos. 

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