El librero de Kabul - Åsne Seierstad



El librero de Kabul

Åsne Seierstad 

Sinopsis

En Afganistán, tras la caída del régimen talibán, una joven periodista noruega se hospeda en la casa del librero Sultán Khan, hombre culto y defensor de las libertades humanas. Allí convive con las dos esposas y los cinco hijos de Khan, y conoce sus costumbres y forma de vida. El resultado de esta experiencia es un libro que sorprende y conmueve al mismo tiempo. Los dramas domésticos de una familia islámica que se debate entre las tradiciones y la modernidad, encuentran eco en la historia de un país marcado por la intolerancia, la guerra y la esperanza.


Crítica  

Entendemos una sociedad a través de la cultura. Una que nos llega en diferente formato, a través de noticias, chismorreos de pasillo, videos en redes sociales, postales, y libros, claro. Libros que se convierten en una manera de transmitir con la misma delicadeza de una pluma o una bomba a punto de estallar en algún lugar atestado de personas como en un ataque terrorista, y es que quizá a quien le tema más los grupos armados no es a sus enemigos armados con tanques, granadas y drones repletos de bombas, sino a la cultura, aquella que se imprime con tinta y está soportada en papel barato.

Åsne, como toda periodista, nos habla con la voz sibilina de las palabras y nos adentra en un mundo del que, para los latinoamericanos, quizá sientan conocidos. Un mundo de guerra, sangre y muerte, pero también de un salvajismo anacrónico que pervive con aquellos pequeños momentos de resistencia pacífica, en algunos casos, y que promete quizá si sobreviven una revolución en marcha. 

La historia de Sultán Khan, es paradójica. En una tierra donde el analfabetismo alcanza un índice altísimo, sobrevive una familia clase media a través de la venta y reproducción de los libros. Un negocio que en el 2001, año de la liberación de los talibanes, ha logrado sobrevivir de buenas a primeras los aciagos cambios políticos de un país frustrado como muchos otros, y que hoy en pleno 2024 quizá se encuentre amenazado con el fuego y el odio de un grupo extremista. 

La familia Khan, sin embargo, a pesar de ser una rama moderada, deja entrever en sus actitudes el alma cultural y tradicional afgano de ver las cosas, especialmente con las mujeres. Aquellas cuyo rostro se han perdido y cuyo pensamiento, en algunos casos tímidamente, se logran avizorar en un mundo que ha sido comandado por hombres, de manera brutal, en algunos casos, con odio y rencor, cuyas raíces provienen de una mala interpretación religiosa del Corán y el fanatismo. 

La vida de Bibi Ghul, Sultán Khan y sus dos esposas Sharifa y Sonya, y las hermanas de este, Leila, Bulbula y  Shakila nos muestran fragmentos desperdigados. Curiosidades y en algunos casos acápites de la cotidianidad dentro de la sociedad afgana, más no por ello podemos entrar a juzgar o apuntar con dedo acusador, si no más bien abre espacio a la reflexión y a un entendimiento más humano del estilo de vida de una persona  a pie dentro del complejo mundo de las tribus y clanes que abundan en esa tierra desértica. 

Los libros, por supuesto, fue la excusa de la periodista para retratar una sociedad que se esconde detrás del velo; sin embargo, es justamente a la par un punto de reflexión para occidente y comprender de alguna manera el modo en que se mueve  las personas del desierto, sus costumbres, amores, pasiones y odios acérrimos que hacen eco desde hace mucho tiempo. 

La narración de Seierstad, hay que decirlo, también está hecha no solo con la crudeza propia de una crónica periodística, sino también con el cincel clave de la libertad de la novela de añadir espejismos que al lector le toca dilucidar. Los personajes atraen desde el mezquino Manzur hasta la laboriosa Leila, atraen y mucho hasta el punto de dejar varios interrogantes a medida que se va avanzando en la lectura y más cuando tenemos un final abrupto de aquella narración dateada y descriptiva de los primeros capítulos. 

El librero de Kabul abre las puertas a un Afganistán que se ha echado a perder. Uno que convivió durante años con el choque continuó de las arenas del pasado y la brillante mirada hacia un futuro, que aunque incierto era esperanzador hasta cierto punto para las nuevas generaciones que nacieron en su seno. Uno en donde las mujeres podían volver a las escuelas, podían ser maestras y ocupar un lugar en la esfera pública, de algún modo. Uno que una vez más occidente ha echado a perder. 



Frases

- [7] En las estanterías de Sultán Khan abundan obras en varias lenguas: colecciones de poesía, leyendas afganas, libros de historia, novelas...Como buen vendedor, me vendió siete libros en mi primera visita. Volví a menudo cuando tenía tiempo para mirar libros y seguir conversando con el curioso librero, un patriota afgano a menudo frustrado por su país. 

-[8] Fui recibida con los brazos abiertos. Me sentí a gusto con los vestidos afganos que las mujeres de la casa me iban prestando. Dormía en una estera al lado de Leila - la hermana menor de Sultán Khan-, que era la encargada de vigilar que no me faltara nada. -Tú eres mi bebé- me dijo esta chica de diecinueve años la primera noche -.Cuidaré de ti-me aseguró pendiente de cualquier movimiento mío. 

-[11] Debajo de la burka era libre de observar a la gente a mi alrededor sin que me pudieran ver, y podía seguir a los miembros de la familia cuando salíamos sin que toda la atención se centrara en mí. El anonimato se volvió una liberación, mi único refugio, ya que en Kabul apenas se puede estar solo. 

-[11] También me serví de la burka para meterme en la piel de una afgana, para darme cuenta de lo que es, cuando el autobús está medio vacío, buscar un sitio en las últimas tres filas reservadas para las mujeres y llenas a reventar; lo que es acurrucarse en el maletero de un taxi porque hay un hombre sentado en el asiento de atrás; lo que es ser mirada como una mujer con burka alta y atractiva y recibir el primer piropo de burka de un hombre que pasa. 

-[12] Yo pasé en Kabul la primera primavera después de la huida de los talibanes. La temporada estaba animada por una tenue esperanza: los habitantes se alegraban de su partida, ya no tenían que temer que la policía religiosa les molestase por las calles, las mujeres volvían a caminar solas por la ciudad, podían estudiar y las niñas podían ir a la escuela. Pero esos meses también estuvieron marcados por las decepciones de las décadas pasadas. ¿Por qué ahora iban a mejorar las cosas? 

-[15] Él había escogido tres jóvenes que le parecieron adecuadas. Todas eran sanas y hermosas, y además pertenecían a su mismo clan. En la familia de Sultán no se acostumbraba a contraer matrimonio con alguien ajeno al clan; es considerado más prudente casarse con los propios parientes y, de poder ser, entre primos. 

-[15] Mientras él rumiaba cómo pedirle la mano a su futura esposa sin el apoyo de las mujeres de la familia, Sharifa se encontraba en la más completa ignorancia de que una chiquilla -nacida el mismo año de su boda con Sultán- ahora era quien obsesionaba a su marido. Se estaba haciendo vieja; igual que Sultán, ya pasaba los cincuenta. 

-[17] Sultán volvió al tercer día y esta vez presentó la oferta del pretendiente. Un anillo, un collar, pendientes y una pulsera, todo de oro rojo. Toda la ropa que quisiera, trescientos kilos de arroz, ciento cincuenta litros de aceite para cocinar, una vaca, unas cuantas ovejas y quince millones de afgani, la moneda local, un poco más de cuatrocientos dólares. 

-[18] Sultán volvió a casa para dar la buena nueva. Encontró a su mujer, a su madre y a sus hermanas sentadas en el suelo, en torno a una fuente con arroz y espinacas. Sharifa tomó la noticia a guasa y contestó riéndose y bromeando. También la madre se rió de lo que consideraba un chiste de su hijo, ya que no le creía capaz de pedir la mano de una muchacha sin su permiso. Las hermanas se quedaron estupefactas. Nadie le creyó hasta que mostró el pañuelo y los dulces que recibe el pretendiente de los padres de la novia como prueba del compromiso. 

-[18] Sharifa estaba inconsolable. A ella, que era profesora de persa, lo que más le dolía era que su marido hubiera elegido a una analfabeta que ni siquiera había terminado el primer curso. 

-[21] El vestido sin mangas de la reina Soraya se arrugó antes de reducirse a cenizas. Lo mismo pasó con sus brazos blancos y bien torneados y con su rostro de serie expresión. Junto con ella ardió su marido, el rey Amanula, con todas sus condecoraciones. La dinastía entera crepitaba en la fogata junto a unas chiquillas vestidas con trajes nacionales afganos, algunos muyahidin a caballo y unos campesinos de un mercado de Kandahar. 

-[21] Ese día de noviembre la policía religiosa procedía a requisar con celo la librería de Sultán Khan. Todos los libros con imágenes de seres vivos, humanos o animales, fueron arrebatados de las estanterías y echados al fuego. Páginas amarillentas, postales inocentes y sesudas obras de consulta fueron pasto de las llamas. 

-[22] Sultán Khan no se oponía a vender textos talibanes. Era un librepensador y opinaba que todas las voces se debían escuchar. Pero además del credo sombrío de los talibanes, quería vender libros de historia, obras científicas, textos teológicos del islam y, sobre todo, novelas y poesía. 

-[22] Cuando los talibanes se hicieron con el poder en Kabul en otoño de 1996, los expertos de los ministerios e instituciones estatales fueron reemplazados por ulemas. A partir de entonces, éstos lo gestionaron todo, desde el Banco Central hasta la universidad, con el objetivo de recrear la sociedad árabe en la que vivió el profeta Mahoma en el siglo VII. Incluso [23] los talibanes negociaban con empresas de petróleo extranjeras, esa actividad la llevaban a cabo ulemas sin el menor conocimiento sobre el tema.

-[23] Sultán Khan se encontró en el coche entre los ignorantes talibanes, disgustado por el hecho de que su país siempre estuviera en mano de soldados y de ulemas. Era creyente pero moderado. Rezaba a Alá cada mañana, pero no solía cumplir las otras cuatro llamadas a la oración, a no ser que la policía religiosa le arrastrara a la mezquita más cercana junto con otros hombres que habían prendido por la calle. Respetaba el ayuno del Ramadán de mala gana, evitando comer de sol a sol, al menos cuando los otros lo pudieran ver; además era fiel a sus dos esposas y educaba a sus hijos con mano de hierro para que fueran musulmanes devotos. No obstante, despreciaba a los talibanes, a los que tenía por ignorantes y fanáticos aldeanos religiosos. De hecho, los líderes provenían de las zonas más miserables y ultramontanas del país, donde se daba el mayor índice de analfabetismo. 

-[23] Durante el interrogatorio en la comisaría, Sultán Khan se estuvo frotando la barba, que medía un puño tal como prescribían las autoridades. Su shalwar kamiz también cumplía la norma talibán: la túnica llegaba por debajo de las rodillas y los pantalones le cubrían los tobillos. 

-[24] Los libros representaban la razón de ser de Sultán: siempre había sido así desde que vio su primer libro en la escuela. Nació en una familia pobre y creció en los años cincuenta en la aldea de Deh Khusdaidad. Sus padres eran analfabetos, pero ahorraron cuanto pudieron para pagar la educación de su primer hijo varón. La hermana mayor de Sultán nunca puso un pie en la escuela y jamás aprendió a leer y escribir; hoy día apenas sabe leer la hora. De todas maneras, su única posibilidad siempre había sido ser dada en casamiento. 

-[24] Sólo ejerció de ingeniero en la obra de dos edificios en Kabul antes de que su obsesión por los libros lo apartara del mundo de la construcción. Seducido por los mercados de libros de Teherán, el muchacho de pueblo deambulaba entre los libros de la metrópoli persa, encontrando títulos cuya existencia no se había podido ni imaginar. Compraba caja tras caja de poesía persa, libros de arte [25] y de historia, y por razones comerciales también adquiría los éxitos de venta: libros de texto para ingenieros. 

-[25] De vuelta en Kabul, Sultán abrió su primera librería: un pequeño tenderete ubicado en el centro de la ciudad, entre vendedores ambulantes de especias y tiendas de kebabs. Corrían los años setenta, cuando gobernaba el liberal y algo perezoso Zahir Shah y la sociedad vacilaba entre lo moderno y lo tradicional. El intento poco entusiasta de Shah de modernizar el país desencadenó en varias ocasiones fuertes críticas por parte de los religiosos, como cuando una decena de ulemas protestó contra las mujeres de la familia real que habían aparecido sin velo en público. Los ulemas fueron encarcelados. 

-[26] Los muyahidin representaban una multitud de ideologías y de tendencias. Las distintas agrupaciones publicaron textos en favor de la yihad -la guerra santa contra el régimen hereje- y de la islamización del país. El gobierno, por su parte se endureció contra los que podían ser cómplices de los muyahidin y prohibió imprimir o distribuir sus textos. 

-[26] Entre los desnudos muros de piedra, creció el interés cultural y literario de Sultán, de modo que se enfrascó en la poesía persa y la dramática historia de su país. Al salir de la cárcel estaba aún más determinado a continuar difundiendo el conocimiento de la cultura y la historia afganas, y siguió vendiendo libros prohibidos -tanto de la guerrilla islamista como de la oposición comunista pro China-, pero eso sí, con más prudencia. 

-[27] Durante su estancia allí, la librería fue saqueada, al igual que la Biblioteca Nacional. Libros de gran valor fueron vendidos por monedas a coleccionistas o cambiados por tanques, balas y granadas [28]Cuando Sultán volvió de Pakistán para velar por su tienda, él también adquirió volúmenes robados de la Biblioteca Nacional a precio de ganga. 

-[29] Los talibanes restablecieron el orden a la vez que dieron el golpe de gracia al arte y la cultura afganos. Quemaron los libros de Sultán y se presentaron en el Museo de Kabul armados de hachas y con su propio ministro de Cultura como testigo presencial. Cuando llegaron, en el museo no quedaba gran cosa. Todas las piezas trasladables habían sido saqueadas durante la guerra civil, y como consecuencia de ello habían desaparecido piezas de cerámica de la época en que Alejandro Magno conquistó el país, espadas tal vez usadas en batallas contra Gengis Kan y sus hordas de mongoles, miniaturas persas y monedas de oro. Hoy día la mayoría de estas piezas está desperdigada en casas de coleccionistas anónimos de todo el mundo, ya que fueron muy pocos los objetos que se lograron salvar antes de que el saqueo comenzara en serio. 

-[30] Seis meses antes de la caída de los talibanes, los gigantescos budas de Bamiyán, que con sus casi dos mil años de antigüedad constituían el patrimonio cultural más importante de Afganistán, fueron también dinamitados. La explosión fue tan fuerte que no quedó nada, ni siquiera un fragmento que pudiera recogerse. 

-[30] Durante este régimen. Sultán Khan asumió la responsabilidad de salvar lo que pudiera de la cultura afgana. Después de la quema de libros en la rotonda, obtuvo su libertad por medio de sobornos, y ese mismo día rompió el precinto de su librería. Lloró entre las ruinas de sus tesoros. Con un rotulador trazo grandes rayas negras encima de las ilustraciones que habían escapado a la furia destructora de los soldados. Era preferible eso a ver los libros quemados. Pero finalmente tuvo una mejor idea: pegó su tarjeta de visita encima de los retratos. De ese modo quedaron cubiertos por su propio sello; tal vez un día podría retirar las tarjetas y las imágenes podrían ser contempladas de nuevo. 

-[30] Tampoco Sultán podía renunciar a sus libros; poseía ahora tres librerías: una la llevaban sus hermanos menores, otra su hijo mayor y la tercera él mismo. Solamente una pequeña parte de los volúmenes estaba a la vista en las estanterías. La mayoría -casi diez mil ejemplares- se hallaba escondida en desvanes por toda la [31] ciudad. Sultán no podía permitir que se perdiera su colección, fruto de treinta años de trabajo. No podía permitir que los talibanes u otros guerreros, siguieran destruyendo el alma de Afganistán. Además, tenía un plan secreto, un sueño y un compromiso: cuando el gobierno de los talibanes fuera suplantado por uno de confianza, el librero donaría sus libros a la saqueada biblioteca pública que otrora había hecho gala de centenares de miles de títulos. O quizá abriría su propia biblioteca y ejercería él mismo de digno bibliotecario. 

-[34] El divorcio nunca ha sido una opción para ella. Si una mujer pide el divorcio, prácticamente pierde todos sus derechos. Todos sus bienes van a parar a manos del marido, y también los hijos se quedan con el padre, él puede incluso prohibirle que los vea. La mujer que pide el divorcio deshonra a su propia familia, que a su vez suele expulsarla. En el caso de Sharifa, hubiera tenido que irse a vivir a casa de uno de sus hermanos. 

-[36] Pocas chicas jóvenes sueñan con ser la segunda esposa de un hombre mayor: mientras la primera ha disfrutado de sus años mozos, a la segunda le queda sólo su vejez. En algunos casos ninguna de las dos mujeres quiere realmente desde un principio al hombre y prefiere no tenerle en su lecho cada noche. 

-[36] Los bonitos ojos castaños de Sharifa contemplan el vacío; esos ojos que Sultán solía decir que eran los más bellos de Kabul. Ahora, rodeados por párpados pesados y finas arrugas, han perdido el brillo, y la piel blanca de Sharifa tiene manchas naturales que ella disimula discretamente con maquillaje. Siempre ha compensado sus cortas piernas con la blancura de su piel: para los afganos, el atractivo estriba en la altura y la palidez de la piel. 

-[45] El deseo amoroso de una mujer es tabú en Afganistán, está prohibido tanto por el estricto código de honor de los clanes como por los ulemas. La gente joven no tiene derecho a encontrarse, a amarse o a elegir. El amor no es un idilio normal, sino más bien lo contrario: puede ser un crimen grave que se castiga con la muerte. 

-[63] Pakistán es el paraíso de las ediciones piratas. No existe ningún control y prácticamente tampoco existe respeto alguno por los derechos de autor y el copyright. Sultán paga un dólar por imprimir un libro que luego vende por veinte o treinta dólares, y ha impreso varias tiradas del best seller Los talibán, de Ahmed Rashid. El libro favorito de los periodistas extranjeros es My hidden war (Mi guerra oculta), testimonio de un soldado ruso sobre la catastrófica ocupación de Afganistán entre 1979 y 1989. La realidad para los soldados de esa época era completamente distinta de la que viven las fuerzas internacionales de paz cuando patrullan por Kabul y de vez en cuando paran en la librería de Sultán para comprar postales o antiguos libros de guerra. 

-[66] -Los versos satánicos, por ejemplo, o cualquier otra cosa de Salman Rushdie. ¡Que Alá conduzca a alguien hasta su escondite! La evocación de los versos satánicos -libro que ninguno de los hombres ha leído- es agua para su molino. 

-[67] Los días siguientes, Sultán visita todas las imprentas posibles de Lahore, situadas en patios, sótanos y callejones. Para asegurar la gran entrega tiene que repartir el trabajo entre diez imprentas. Explica el proyecto, solicita ofertas, toma nota y hace cálculos. Cuando la proposición es interesante, parpadea un poco más y su labio superior se mueve un poco. Humedece los labios con la lengua y calcula en un instante la ganancia. Al cabo de dos semanas ha colocado todos los libros de texto escolar. Promete mantener informadas a las imprentas. 

-[86] Las tres burkas continúan la marcha, sus cabezas girando en todas direcciones para poder mirar en derredor. Las mujeres con burka como los caballos con anteojeras, sólo pueden mirar en una dirección. A la altura del rabillo del ojo, la rejilla deja paso a una tela gruesa que impide mirar de lado. Se hace menester girar la cabeza. Otra astucia del inventor de la burka: permite que un hombre siempre sepa en quién o en qué se fija su esposa. 

-[86] Shakila inclina la cabeza, sonríe burlona y luego ríe, regatea y coquetea incluso. Desprovista de la tela azul celeste se le ve divertida. Lo ha estado todo el rato; los comerciantes del bazar saben interpretar una burka ondeante, movediza y flameante, y ella sabe coquetear con el dedo meñique, con un pie, con un gesto. 

-[89] Sin embargo, para la inmensa mayoría, la situación no ha cambiado mucho. Las familias y las tradiciones siguen iguales y el poder de decisión continúa en manos de los hombres. Sólo una minoría de la capital se ha quitado la burka y la mayoría sigue ignorando que sus antepasadas -las mujeres del siglo XIX- desconocían esa prenda. La introducción de la burka tuvo lugar en el reinado de Habibulla entre 1901 y 1919. El rey impuso la prenda a las doscientas mujeres de su harén para que sus bonitos rostros no tentaran a otros hombres cuando traspasaban las puertas del palacio. Los velos eran todos de seda con finos bordados y las princesas de Habibulla tuvieron incluso burkas bordadas con hilo de oro. De este modo, la burka se convirtió en un traje de las mujeres de clase alta que las protegía de la mirada del pueblo. En los años cincuenta su uso se extendió al país entero, pero siguió siendo sobre todo un privilegio de las clases acomodadas. 

-[92] Agotadas, las tres hermanas lanzan sus bolsas al suelo antes de descender del autobús, cuando éste se detiene delante de su casa bombardeada. Ondeantes en el viento, entran las tres en el apartamento fresco, se quitan las burkas, las cuelgan de sendos clavos y suspiran aliviadas. Han recobrado sus rostros, los rostros que las burkas les habían robado. 

-[93] Víspera del gran día. La habitación rebosa de gente, por todo el suelo hay cuerpos femeninos comiendo, bailando o charlando. Es la noche en que se tiñen con alheña las palmas de las manos y la planta de los pies de los novios. Se les hace un dibujo color naranja que, según la creencia, brindará felicidad al matrimonio. 

-[93] Los hombres celebran una fiesta y las mujeres otra. A solas, las mujeres despliegan una actividad frenética, casi inquietante. Se dan palmadas en el trasero y se pellizcan los pechos las unas a las otras, bailan entre ellas, los brazos se mueven como serpientes y las caderas como las de las bailarinas árabes de vientre. Como innatas seductoras, las chiquillas bailan y ondulan sus cuerpos, con la mirada desafiante y las cejas levantadas. Hasta las mujeres mayores se atreven a bailar, aunque en general abandonar antes de que la danza llegue a su punto álgido. De esa manera demuestran que todavía lo pueden hacer, pero que simplemente no les da la gana llegar hasta el final. 

-[103] Una boda es como una especie de pequeña muerte. En los primeros días posteriores, la familia de la novia está de duelo como después de un entierro. Han perdido a una hija vendiéndola o regalándola. Sobretodo las madres están apenadas;  ellas, que siempre han sabido todo sobre sus hijas: dónde han ido, con quién se han encontrado, qué han comido. Madres e hijas han pasado gran parte de cada día juntas: se han levantado juntas han barrido la casa juntas, han cocinado juntas, pero después de la boda, la hija desaparece y pasa a pertenecer a otra familia. 

-[137] La idea le parece absurda. Él ha pasado toda su vida en guerra, y para él Afganistán es un país que recibe todo de fuera, desde la comida hasta las armas. 

-[143] Éste es uno de los deportes más salvajes del mundo y fue traído a Afganistán por los mongoles de Gengis Kan. También hay en él dinero de por medio: los hombres pudientes del público se juegan millones de afganis en cada partido. Cuanto más dinero, más salvaje es el enfrentamiento. El buzkashi tiene asimismo cierta importancia política. Un jefe local debe ser un buen jugador de buzkashi, o al menos debe poseer una buena cuadra de buenos caballos y jinetes. 

-[158] El padre de la novia tampoco tenía mucho dinero, estaba a la espera de que le concedieran asilo en Bélgica para llevar a su familia. Ya le había sido denegada la petición de asilo en Holanda, y ahora vivía del dinero que le dejaba el estado belga. Pero una celebración de noviazgo es un acto simbólico importante, y el compromiso, poco menos que imposible de romper. En caso de que se cancelara, sería muy difícil casar a la chica luego, independientemente de la razón de la ruptura. La fiesta es también una imagen exterior de cómo van las cosas en la familia: qué tipo de adornos y cuánto han costado; qué tipo de comida y cuánto ha costado; qué tipo de vestimenta y cuándo ha costado;  qué tipo de orquesta y cuánto ha costado. La celebración muestra el aprecio que tiene la familia del chico por la chica. Si el noviazgo se celebra de forma pobretona, significa que la familia del joven no valora a la novia y, por tanto, tampoco a su familia. El hecho de que el padre tuviera que endeudarse por un noviazgo que no deseaba nadie, aparte de Salika y su enamorado, poco significaba frente a la vergüenza que hubiera conllevado una celebración misérrima. 

-[228]En algunas partes de Afganistán, sobre todo en las regiones del sudeste, la homosexualidad es corriente y está tácitamente aceptada. Muchos comandantes tienen varios amantes jóvenes, y se ve a menudo a hombres mayores que caminan con un grupo de muchachos. Los chicos se adornan muchas veces con flores en el pelo, detrás de una oreja o en el ojal. Se suele explicar esta homosexualidad extendida por la observación rigurosa de la purda en estas partes del país. 

-[228] En una ocasión, dos jefes militares libraron una batalla con dos tanques de combate en medio del bazar, todo por un joven amante que compartían. 


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