Criacuervo -Orlando Echeverri Benedetti
Criacuervo - Orlando Echeverri Benedetti
Sinopsis
Klaus y Adler son hermanos pero tienen poco en común: la infancia en Berlín, la intimidad con el agua y el amor por la misma mujer: Cora. Después de muchos años, Klaus, asentado en Criacuervo, un lugar en pleno desierto de La Guajira, decide invitar a Adler y a Cora y conciliar de esa forma un pasado conflictivo. Esta historia recorre el sendero de los destinos rotos, así como el intento desesperado por encontrarle un sentido al camino que no escogimos seguir.
Crítica
Leer es un acto de fe, uno donde nos zambullimos en aguas pesadas como plomo y, otras veces, donde las palabras son como secretos convertidos en un bosque de susurros que solo el lector puede entender. Este es el caso de Criacuervo, un susurro, un vistazo extraño en mitad de las narraciones típicas que encontramos sobre el caribe colombiano. No es la historia donde el personaje principal es un connacional, aunque sí es escrito por uno, en ella encontramos la vida de dos hermanos que pueden ser como dos gotas de agua de mar.
La vida de los hermanos Zweig marcada por una tragedia, empieza como una historia de suspenso donde el lector mete sus narices para empezar a recorrer el laberíntico espacio que los define: una Alemania ya unificada, pero hundida en el pasado, un círculo social pequeño y estrecho como nido de pájaro y dos hombres cuyo único vínculo es su infancia definida por una amistad que se convierte en una invocación, Cora.
Su lectura es rápida, fugaz e inmisericorde con el lector. Son solo vistazos a vuelo de pájaro que dejan más incógnitas que respuestas, y donde si halas de un hilo puedes encontrar una historia trunca, una puerta cerrada, y por consiguiente, un sentimiento bestial de querer agarrar el libro, deshojarlo, volverle pedacitos o arrojarle por una ventana abierta y echarte a llorar, porque ninguna de las historias que cuenta tienen un final definido. Ni la historia de Adler, ni la de Cora, ni mucho menos la de Klaus y eso que son los personajes que van marcando la batuta en esta narración.
Envuelta en una trama que se piensa a primera vista como cadenciosa, como todo ritmo tropical, pronto el autor convierte a quien lo lee en un voyerista con la nariz rota, y en toda regla, porque no hay sino tropiezos en ese misticismo aséptico acerca del desierto guajiro que el autor nos pinta con unas palabras que vamos tragando de a sorbitos como alcohólicos abstemios y donde no hacemos, sino acumular dudas y más dudas de si el bendito autor nos va a llevar a algún lado o solo es eso un libro bonito y nada más, con el cual algunos se calificaran de intelectuales.
Los trancazos, los paisajes hermosos y una historia que se empieza a deshilvanar como fruta podrida nos dejan en un limbo espectacular, y en donde probablemente el lector, como en el desierto, termine deseando zambullirse en cualquier platanar espantoso con tal de resolver sus dudas y no ahogarse en mitad de la arena entre tanto, sino que deja abierto el autor.
Criacuervo de Orlando Echeverri Benedetti, atrae a primera vista por la misma palabra sonora de su título, una presentación impecable de la editorial y una descripción que causa curiosidad; sin embargo, es pronto desnudada a la lupa de un ojo lector como una de esas lecturas que te deja con el sinsabor de un esbozo de historia, una sonrisa leve y otra obra que va para el anaquel, quizá en espera de tiempos mejores o tal vez de una segunda oportunidad, por lo pronto podemos concluir que es uno de esos libros que pueden sacar algo de ti... Claro, si te esfuerzas en continuar leyendo.
Frases
-[9] Dentro del carro se hallaban los cuerpos sin vida de una pareja de biólogos. Los medios informaron que se trataba de un matrimonio que había trabajado durante años para la Sociedad Max Planck, donde intentaban interrumpir el mecanismo patogénico de una rara enfermedad llamada Lafora.
-[11] A los diez años, Adler aprendió a sufrir y a rezar, y comprendería que toda plegaria es un grito bajo el agua.
-[11] ¿Qué animal crees que serías tú en una fábula?, le preguntó Cora una vez. Él dijo que una rata. Que no es que le gustaran las ratas, porque creía que era el animal que le [12] tocaría en suerte. Ella le dijo que con ese pelo rubio más bien sería un canario.
-[12] Todos los veranos, sin excepción, adquirían carnets para asistir a las piscinas públicas de Berlín. Allí los hermanos Zweig se desafiaban en feroces competencias que Anna cronometraba a viva voz y con poca precisión. Fue en esas piscinas llenas de niños y mujeres robustas donde Adler decidió hacerse nadador. Casi siempre le ganaba a Klaus, pero nunca logró vencer a Cora en el juego de aguantar la respiración bajo el agua. Nunca le ganaba en nada.
-[13] Fue al cabo de unos días que apareció frente al edificio un viejo Trabant (esos vehículos horrendos y minúsculos que se conseguían en la Alemania Oriental antes de que cayera el muro, y por los que, una vez, solicitados al Gobierno, era necesario esperar durante diez años). El auto pertenecía al abuelo de los Zweig por parte paterna, que se presentaba allí para reclamar la custodia de los chicos.
-[14] El abuelo se llamada Abelard. Vivía en un edificio para solteros. Era un hombre herético, tosco, de mal carácter, que solía vestirse con holgados pantalones negros de tergal y camisas blancas arremangadas a la altura de los codos. Tenía los antebrazos con flores tatuadas: una orquídea, una rosa, un tulipán y un jazmín.
-[18] Al viejo no le quedaba más remedio que presentarse a pedir disculpas en el colegio cuando el muchacho le rompía la jeta a otro estudiante; pagar el doble por las cosas que se robaba en los comercios del barrio; sacarlo de la comisaría si lo capturaban. Adler sabía que, a pesar del comportamiento violento e impredecible de su hermano, este seguía enamorado de Cora.
-[19] Esa piscina estrecha con agua excesivamente clorada fue su reino perfecto, y la decisión de convertirse en nadador profesional parecía un intento por preservarlo.
-[19] La relación entre los hermanos Zweig pasó de ser escasa a nula cuando terminaban el Gymnasium. Ninguno se metía con los asuntos del otro. Vivían como dos animales de distinta especie confinados en la misma jaula.
-[93] Hacer el amor con Cora fue como nadar de noche. Cuando se abrió camino entre sus piernas, se sintió [94] una vez más sumergido en el fondo manso y cálido de la piscina de la escuela. Su cuerpo era suave y eléctrico.
-[95] Desde la cama Cora estiró el brazo hasta agarrarle los dedos de una mano. Entonces lo atrajo hacia sí, obligándolo a caer sentado en la esquina del colchón, y luego se acomodó detrás de él a horcajadas. Adler pudo sentir los pelos de su coño apretados contra sus nalgas, el calor húmedo de su sexo, su cabeza ladeada en su espalda, su cabello tupido, largo, inacabable, derramado hasta el nacimiento de sus propios muslos. Ella deslizaba los dedos por su hombro. Él cerró los ojos y sintió que se fundía con su carne.
-[96] Quería hasta la última gota de semen dentro de su cuerpo. Yo no soy tu casa, le gimió al oído, yo soy tu hogar. Él se echó a reír de la frase, aunque cuando se corrió hizo exactamente lo que le pidió. Permanecieron así largo tiempo, pero lego su órgano se desinflamó y fue irremediable que la vagina de Cora lo expulsara con suavidad.
-[96] Era como si estuviera solos en el mundo, como si nunca hubiera salido de Cora y afuera la tormenta de nieve hubiera sepultado la civilización y nada más quedara la noche desolada.
-[97] Revisaba los obituarios en los diarios que estaban siempre a disposición en la universidad y bautizaba a sus personajes con los nombres que robaba. ¿Para qué necesita un muerto tener nombre?
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