Infancia - J.M. Coetzee
Infancia - J. M. Coetzee
Sinopsis
Tiene diez años. Vive en Worcester, una pequeña localidad al norte de Ciudad del Cabo, con una madre a la que adora y detesta a la vez, un hermano menor y un padre por quien no siente respeto alguno. Lleva una doble vida: en el colegio es el alumno modélico, el primero de la clase; en casa, un pequeño déspota. Los secretos, los engaños y los miedos le atormentan; el amor por la granja familiar y por el veld, las desnudas mesetas sudafricanas, le arraigan en la tierra.
Crítica
Hay eventos que se nos incrustan en las venas y marcan el derrotero de nuestras vidas, los saboreamos una y otra vez, reviviendo el pasado en el presente y lo convertimos en un ciclo que volvemos a repetir cada vez que la mente se encuentra ociosa, rumiando cada uno de los instantes desde el principio hasta el final y reviviendo como pequeñas cicatrices aquello que formó parte de nuestra vida y nos forjó en lo que somos hoy en día.
Infancia de John Maxwell Coetzee es con un infinitum, una rueca donde se va hilvanando una historia biográfica que nos avizora un fragmento de las memorias de una nación, y en donde no solo vemos reflejado el tipo de vida que llevó, su familia, el ambiente político y social, sino también la historia de un país del que poco o nada sabemos a menos que sea nombrado de vez en cuando en los noticiarios. Sudáfrica, un país que cuando oímos mencionar, lo primero que se nos viene a la cabeza es su espléndida naturaleza, Mandela, el rugby y nada más, casi igual al polvo rojo del desierto que nos acompaña en el relato; sin embargo, podemos ir más allá, si leemos entre líneas.
Empecemos pues por el personaje principal, quien a través de las pasiones, amores y odios propios del período nos muestra una criatura medio salvaje y mezquina, despreciable en unos momentos y sagaz en otros, donde el infante no es esa figura edulcorada y bobalicona que nos venden, y a la que nos hemos acostumbrado a ver tildada de manera idiota de generaciones de cristal. Es en todo derecho un dictador en ciernes, como bien lo describe Coetzee en las primeras páginas y que nos demuestra con hechos en su manera de interactuar.
A través de sus ojos podemos ver cómo se va entretejiendo las relaciones personales entre los miembros de la familia, donde la relación madre e hijo nos permite conocer ese amor y odio que probablemente muchos de nosotros hemos desarrollado con alguno de nuestros progenitores a lo largo de nuestra vida, y que se patentiza a través de las comparaciones y episodios que describen una relación de culpa que los ata como a siameses y que no logra romperse después del primer acápite donde de nuevo surge la tragedia.
La vida del personaje se divide en dos, cuando de nuevo el padre cae en desgracia y es juzgado por el hijo. El fortín de una tierra ya conocida es abandonada, para volver a las raíces de una ciudad que empieza a ver los primeros brotes de la adolescencia, y en dónde la criatura, mezquina e indolente propia, quizá de la edad, empieza a surgir para dar paso a una muestra de lo que será el niño que se convierte en una criatura que no gusta al principio.
En este primer tomo J.M. Coetzee nos permite mirar la infancia desde otro punto de vista y reflexionar sobre las mismas facetas humanas desde un crecimiento, no solo corporal sino también anímico que conforma en gran medida el ser humano que se va forjando a través de los miedos y la interacción con los otros, algo que quizá hoy en día estamos perdiendo de manera desmedida.
Frases
-[9] Las mujeres no montan en bicicleta: ¿y si su padre tenía razón? Si su madre no encuentra a nadie que quiera enseñarle, si ninguna otra ama de casa en Reunion Park tiene una bicicleta, entonces quizá sea cierto que las mujeres no deben montar en bicicleta.
-[10] Hace sus excursiones a Worcester por las mañanas, cuando él está en el colegio. Solo una vez la ve pasar en la bicicleta. Lleva una blusa blanca y una falda oscura. Baja por Poplar Avenue en dirección a casa. Su pelo revolotea al viento. Parece joven, casi una muchacha, joven y fresca y misteriosa.
-[10] Un día, sin mediar explicación, su madre deja de montar en bicicleta. Y la bicicleta no tarda en desaparecer. Nadie dice nada, pero él sabe que la madre ha sido derrotada, la han puesto en su lugar, y sabe que él tiene parte de la culpa. La compensaré algún día, se promete a sí mismo.
-[13] Procede de una familia atípica y vergonzosa en la que no solo nunca se pega a los niños, sino en la que además a los adultos se les llama por su nombre de pila, nadie va a la iglesia y se ponen zapatos a diario.
-[14] Cada una de las varas tiene una personalidad, una reputación que los chicos conocen y de la que se habla constantemente. Con afán de conocimiento los muchachos sopesan la reputación de las diferentes varas y el tipo de dolor que causan, comparan la técnica de los brazos y las muñecas de los profesores que las manejan. Nadie menciona la vergüenza que supone que te llamen, te hagan agacharte y te sacudan las nalgas.
- [15] Culpa a su madre por no pegarle. Está contento de llevar zapatos, de sacar libros de la biblioteca pública y de no tener que ir al colegio cuando está resfriado -, pero al mismo tiempo no le perdona a su madre que no haya tenido niños normales ni les haya obligado a vivir una vida normal. Si su padre tomase las riendas, los convertiría en una familia normal. Su padre es normal en todos los sentidos. Él está agradecido a su madre por haberle protegido de la normalidad del padre, es decir, de los ocasionales ataques de ira del padre y su amenaza de pegarle. Al mismo tiempo, le reprocha haberlo convertido en algo tan anómalo, tan necesitado de protección para seguir viviendo.
-[17] Él, que siempre lleva zapatos, se pasa días temiendo el momento de descalzarse en educación física. Sin embargo, cuando se los ha quitado, y también los calcetines, ya no resulta tan difícil. Simplemente ha de quitarse la vergüenza de encima, termina de desnudarse rápidamente, en un santiamén, y sus pies serán pies como los de cualquier otro. La vergüenza sigue rondado cerca, esperando adueñarse de nuevo de él, pero es una vergüenza privada, íntima, de la que los otros chicos no tienen por qué enterarse nunca.
-[19] Él nunca ha llegado a entender cuál es el lugar de su padre en la casa. En realidad, ni siquiera tiene claro del todo con qué derecho está su padre allí. Está dispuesto a aceptar que en una casa normal, el padre sea el cabeza de familia: la casa le pertenece, la esposa y los niños viven bajo su tutela. Pero en su caso, como en el de la familia de sus dos tías maternas, son la madre y los niños los que ocupan el centro, mientras que el marido no pasa de se un apéndice, alguien que contribuye a la economía doméstica como lo haría un huésped.
-[20] En casa, él es un déspota irascible; en la escuela, un cordero manso y dócil, que se sienta en la segunda fila empezando por detrás, en la fila más oscura, para que nadie note su presencia, y que se pone rígido de miedo [21] cuando comienzan los azotes. Con esta doble vida ha cargado sobre sí el peso del engaño. Nadie más tiene que soportar algo parecido, ni siquiera su hermano, que, como mucho, es una imitación pobre y nerviosa de él.
-[27] Aquella fatídica mañana había decidido ser católico romano por Roma, por Horacio y sus dos camaradas que, espada en mano, llevando cascos con cimeras y con un brillo de valor indomable en la mirada, defendieron el puente sobre el Tíber de las hordas etruscas.
-[29] Los chicos católicos le regañan y hacen comentarios burlones, los protestantes lo persiguen, pero los judíos no juzgan. Los judíos hacen como si no se enteraran. Los judíos también llevan zapatos. Por alguna razón se sienten cómodos con los judíos. Los judíos no son tan malos. Sin embargo, hay que andarse con cuidado con los judíos. Porque están en todas partes, porque los judíos están adueñándose del país.
-[30] (…) La granja de su madre, la de su padre, y las historias de aquellas granjas. Gracias a las granjas, su pasado tiene unas raíces; gracias a las granjas, él posee una entidad.
-[34] Dentro de su armario, en una caja, guarda el libro de dibujos que hizo en 1947, en el momento álgido de su pasión por los rusos. Los dibujos, hechos con lápiz de punta gruesa y coloreados con ceras, muestra a los aviones rusos abatiendo a los aviones norteamericanos en el cielo, a los barcos rusos hundiendo a los barcos norteamericanos. Aunque ya ha remitido el fervor de aquel año, cuando las noticias de la radio provocaron una oleada de hostilidad contra los rusos y todo el mundo tuvo que tomar partido, él se mantiene leal en secreto: leal a los rusos, pero sobretodo leal a sí mismo, a quien era cuando hizo esos dibujos.
-[35] En Worcester, a nadie salvo a él le gustan los rusos. Su lealtad a la Estrella Roja lo aparta absolutamente de todos. ¿De dónde procede este enamoramiento, que incluso a él mismo le resulta extraño? Su madre se llama Vera: Vera, con su helada V mayúscula, una flecha cayendo. Vera, le contó su madre una vez, es un nombre ruso. La primera vez que le plantearon que los rusos y norteamericanos eran antagonistas entre los cuales tenía que escoger ("¿A quién prefieres: a Jan Christiaan Smuts o a Daniel- François Malan? ¿A quién prefieres: a Superman o al Capitán América? ¿A quién prefieres: a los rusos o a los norteamericanos?"), escogió a los rusos como había escogido a los romanos: porque le gustaba la letra "r", especialmente la R mayúscula, la más sonora de todas las letras.
-[36] Adoptó todo lo ruso. Adoptó al mariscal de campo Stalin, severo pero paternal, el mejor y el más perspicaz estratega de la guerra; adoptó el borzoi, el perro pastor ruso, el más veloz de todos los perros. Sabía todo lo que se podía saber sobre Rusia: la extensión en kilómetros cuadrados, la producción en toneladas de acero y de carbón, la longitud de cada uno de sus grandes ríos: el Volga, el Dniéper, el Yeniséi y el Obi.
-[48] El padre llama a las tres hermanas de la madre las tres brujas. "Dobla y redobla el afán de la olla", dice citando a Macbeth. El asiente con gran regocijo, maliciosamente.
-[73] Él es bastante experto en fisonomía, lo ha sido desde que tiene memoria, como para saber que no tienen ni una gota de sangre blanca. Son hotentotes, puros e incorruptos. No es solo que vengan de la tierra: la tierra viene con ellos, es suya, siempre lo ha sido.
-[77] En los cuentos que han dejado una huella más profunda en él, es el tercer hermano, el más humilde y el más ridiculizado, quien , después de que el primero y el segundo hermano hubieran pasado de largo con desdén, ayuda a la mujer vieja a acarrear su pesada carga o quita las espinas de las zarpas del león. El tercer hermano es amable, honesto y valiente mientras que el primero y el segundo son jactanciosos, arrogantes y egoístas. Al final del cuento coronan príncipe al tercer hermano, mientras que el primero y el segundo son deshonrados y despedidos con cajas destempladas.
-[77]Hay gente blanca y gente de color y nativos; estos últimos son los más bajos y los más ridiculizados. El paralelismo con el cuento salta a la vista: los nativos son el tercer hermano.
-[82] No ha olvidado lo que hizo el doctor Malan en 1948: prohibir todo los cómics del Capitán América y de Superman, permitiendo pasar por la aduana únicamente los cómics protagonizados por animales, cómics destinados a impedir que dejes de ser un bebé.
-[144] Los afrikáners tienen en común además una determinada forma de ser: mal genio, intransigencia y, en estrecha relación con esto, la amenaza de la fuerza física (él los ve como rinocerontes, enormes, pesados, muy fibrosos, [145] golpeándose ruidosamente unos contra otros al cruzarse); es una forma de ser que él no comparte y de la que, de hecho, huye.
-[163] Lo que escribiría si pudiera, si no fuera el señor Whelan quien va a leerlo, sería más oscuro, algo que, una vez que comenzara a fluir de su pluma, se extendería por las páginas sin control, como tinta derramada. Como tinta derramada, como sombras corriendo por la superficie de un remanso, como un relámpago resquebrajando el cielo.
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