Tierra Firme - Matilde Asensi
Tierra Firme - Matilde Asensi
Sinopsis
Nada podía sospechar a Catalina Solís, cuando embarcó en la flota española de Los Galeones con destino al Caribe, que al otro lado del océano encontraría un Nuevo Mundo plagado de peligros y desafíos. Tras escapar de un abordaje pirata y sobrevivir en una isla desierta durante dos años, emprenderá una nueva vida bajo el nombre de Martín Nevares. Así, junto con su padre adoptivo y los marineros de la Chacona, se convertirá en uno de los muchos contrabandistas que surcaban los mares a principios del siglo XVII.
Crítica
Muchas críticas se encuentran de este libro y su calificación puede variar bastante dependiendo del lector, país, gustos y costumbres; sin embargo, vale la pena decir que en un primer momento cuando el libro llegó a nuestras manos teníamos la leve sospecha de que algo se traía y quizá el tufillo de una de esas novelas de pasillo iba a quedar en una lectura fracasada a mitad de escena, pero no fue así y ahora, que escribimos sobre ella cabe advertir a quien se aventure en estas páginas que el libro no es ni por asomo algo que vayas a disfrutar de primeras, excepto claro si lo tuyo son las obsesiones.
Tierra Firme de Matilde Asensi es la primera novela que nos leemos de esta autora española que logra atrapar parte de la esencia de la escritura del Siglo de Oro español (S. XVI - XVII), trayéndonos a la memoria libros como el Lazarillo de Tormes, la Celestina o las aventuras de Amadís de Gaula, el Quijote de la Mancha y un largo etcétera que para no alargarnos más podemos decir que encontramos referenciados aquí y allá en el texto, y dan color a personajes como Catalina Solís, nuestra protagonista.
Asensi, quien como buena periodista se datea a la primera y nos ofrece pistas sobre las construcción de su historia, nos permite adentrarnos en una época que para muchos suena a clase de historia del colegio, especialmente cuando se acercan los días del mal llamado descubrimiento de América -eso si sois latinoamericanos- pero que nos permite conocer en parte cómo era el funcionamiento de los territorios nuevos descubiertos por Colón y el acecho de los piratas, del cual quien se nos viene a la primera es Drake, pero también Vernon, Hawkins, quienes se encuentran entrelazados con las historias de pillaje en las costas caribeñas.
En una narración algunas veces entretenida, cuando tienes internet y una tablet al lado donde puedas garrapatear los términos propios de la época como los mentados Villadiegos y entender su significado, puedes descubrir la riqueza del texto y los pequeñas datos de información que permiten dar una solida construcción a los personajes y entender el porqué de su comportamiento. Ojo que no es una lectura fácil sea dicho de paso, Tierra Firme, contiene muchísimos datos históricos, y para entenderlo debes hacer también tu tarea e investigar.
La autora, eso sí, nos va introduciendo a un mundo rico de castas, culturas -porque hay que decir que España no es solo una, aún para la época- y nos inmiscuye en el trato de mercancías a través de la navegación de los territorios españoles, así como también al tráfico y asedio de piratas y corsarios, a través de la historia de los flamencos y su búsqueda por acceder a las riquezas del Nuevo Mundo. Un ejemplo narrado en el libro es la sal que sustraen de Araya (Venezuela) con sus famosas urcas y el tráfico de armas de los Países Bajos.
Ahora, ¿recuerdan que les dije que era una novela para obsesionados? pues sí, para entenderla de buenas a primeras tienes dos opciones o tragarte y conocer la historia de España o al menos de su conformación hasta la conquista de las Indias Occidentales o ser bastante pilo y empezar a cogerle el hilo con amor sobre el tiempo que narra el libro. Éste, repito, no es para andar a las zancadas, sino para disfrutar despacio de la trama y empezar a encariñarte con ella, con sus personajes que se mezclan con personas reales como lo fue Benkos o Felipe II, y también para empezar a aprender el entreverado mundo de indias.
Tierra Firme, es quizá uno de los libros que no es para todo el mundo y si bien se lanzó como un libro de ficción histórica y de aventuras tipo bestseller, se puede decir que es un texto para pocos aficionados a la historia de la España imperial.
Frases
-[5] Martín, mi hermano menor, murió luchando bravamente contra los piratas ingleses que, tras cañonear nuestra galera durante buena parte de la noche, al alba, echaron garfios durante buena parte de la noche por la borda y nos atrajeron hacia su flanco de estribor para robarnos todas las mercaderías que nuestro bajel portaba desde los mercados de Sevilla hasta las colonias de Tierra Firme, en el Nuevo Mundo.
-[6] Los piratas nos habían estado siguiendo desde el ocaso igual que perros hambrientos a la espera de los restos de un festín. Sin embargo, aunque nuestra galera formaba parte de la gran flota anual conocida como Los Galeones, la que tenia por destino Cartagena de Indias, ninguna de las naos militares - la capitana y la almiranta más otros cinco barcos de guerra, artillados para la defensa de los bajeles mercantes-, ninguna, digo, acudió en nuestro auxilio.
-[7] (...) Así, en lo que canta un gallo, el ama me mudó de dueña en mozo con una camisa, un jubón de gamuza, una casaca de cuero y unos calzones y, en la cabeza, recogiéndome el largo y lacio cabello negro, me encajó el sombrero que mi hermano se había comprado en Alcaná de Toledo para el día de mi boda, un chambergo rojo de alas muy anchas y bella presilla. Tal era el celo con la que la buena y dulce ama miraba por mi honor y mi honra.
-[7] -Y, ahora, vamos- me urgió Dorotea, ajustándome hábilmente un tahalí en cuya vaina había enfundado una de las tres buenas espadas roperas hechas por mi señor padre, espadas que llevábamos como presentes para mi desconocido esposo, mi suegro y mi señor tío Hernando.
-[7] Puede que el hábito no haga al monje pero a mí las ropas de mi hermano [8] me estaban cambiando. Durante mis dieciséis años de vida no había dejado de escuchar cuáles eran mis obligaciones como mujer y cómo debía comportarme para conseguir un buen marido. Y, la verdad, ya estaba harta.
-[8] ¿Ingleses a mi...? Que me los dejaran todos, pensé tentando mi espada, que allí estaba yo, Catalina Solís, natural de Toledo, hija huérfana y legítima de Pedro Solís y Jerónima Pascual y, desventuradamente, esposa reciente por poderes de un tal Domingo Rodríguez, hijo de Pedro Rodríguez, socio de mi señor tío Hernando en el establecimiento de latonería que ambos poseían en una isla del Caribe llamada Margarita.
-[9] El sol estaba saliendo por el este y ya apuntaba el fuerte calor que, en aquellos perdidos lugares del mundo, no daba descanso alguno ni a humanos ni a bestias.
-[10] Hoy me siento orgullosa de afirmar que fui fuerte, que desafíe al miedo y que me preparé para bien morir tal y como me habían enseñado: con paz y resignación, sin beaterías.
-[42] -En algunos de mis viajes a Margarita he oído decir a Pedro Rodríguez-siguió contando- que no le importaría meter en el lecho de su único hijo a una india, una negra o, incluso, a una cantonera, con tal de tener un nieto sano que pudiera heredar su parte del negocio.
-[44] Por muy sandio que sea Domingo Rodríguez, a los ojos de la Iglesia es vuestro esposo, de modo que estáis obligada a serle fiel y a yacer con él para concebir un hijo, pues éste es el fin del sacramento matrimonial y, sin duda, el joven es perfectamente capaz de procrear.
-[46] Los hijos mestizos son una realidad a este lado del imperio. Pensad que, cuando llegaron los primeros conquistadores y los primeros colonos, no había mujeres españolas y que muchos de ellos se vieron obligados a tomar por esposas a las hijas nativas de los caciques y que, con ellas, tuvieron hijos que, aunque se dicen criollos y legalmente lo son, en realidad unen en sus [47] sangres la limpieza e hidalguía españolas y la nobleza de los monarcas indios de los que descienden.
-[49] -Por la Iglesia como tú, no, desde luego. Pero sí ante mi conciencia y ante la de ella, que es lo que importa. Llevo mas de veinte años unido a esa condenada mujer-presumió, poniendo una gran sonrisa en el rostro como si la barraganería fuera el mejor de los estados posibles y, tomando asiento de nuevo, cogió el laúd-. Ni una sola vez lo he lamentado. Aunque, sin duda, la Inquisición me condenaría por ello como hizo con vuestro padre.
-[50] -¿Qué dirá la señora María?- preguntó uno de ellos con cierta preocupación.
-Al principio, pondrá el grito en el cielo, como ya supondréis- afirmó el maestre, muy tranquilo-, pero, luego, será más hijo suyo que mío y tendré que protegerlo de sus amores y cuidados para que no me lo ablande.
-[51] Me fui de mi isla tal como llegué: de noche y más molida que saco de harina pero, en esta ocasión, iba contenta en aquel hermoso jabeque que empezaba a sentir un poco como propio a fuerza de haber trabajado tan duramente en él. Aún no lo conocía por dentro, ni sabía todo lo que había que saber sobre su cargamento, su propiedad y su navegabilidad. A fe que no tenía conocimiento alguno del arte e marear, pero aquel primer viaje en la Chacona fue instructivo y revelador.
-[57] De todas estas pequeñas transacciones mercantiles en los puertos que realizaban los mercaderes de trato, la Corona se quedaba una parte muy importante. Mi padre tenía que pagar muchos impuestos pero los más gravosos eran el almojarifazgo, el diezmo y la alcabala, que se llevaban un buen bocado del negocio. Puede que las ciudades fueran apenas un pequeño grupo de casas de barro y madera, que no hubiera soldados ni cañones para defenderlas de los ataques piratas, que los colonos no tuvieran comida que llevarse a la boca ni ropas que ponerse, pero lo que sí había, sin excepción, era uno o dos oficiales de la Real Hacienda encargados de la aduana que no dejaban entrar o salir ni a una gallina si no pagaba el previo arancel.
-[58] Sólo España puede surtir de toda clase de abastos los mercados de las Indias. Ningún otro país tiene permiso para mercadear aquí, de cuenta que, si los productores españoles no están en condiciones de cargar las naos suficientemente para proveernos o si se reciben noticias de barcos piratas en las rutas de las flotas, éstas se retrasan hasta estar completamente cargadas o hasta que la amenaza inglesa, francesa o flamenca desaparece y, en el entretanto, aquí nos falta de todo.
-[58] La poca o mucha riqueza que pudiera quedar se gasta en las guerras contra los indios, pues la Corona no aporta suficientes naves, ni soldados, ni armas, ni pólvora, ni construye suficientes guarniciones para defender a sus súbditos de los ataques de las tribus que aún no han sido conquistadas, ya que debe sufragar sus guerras por la fe católica en Europa.
-[80] En Tierra Firme siempre faltaba de todo. Si el rey hubiera permitido que los comerciantes de otros países nos abastecieran de lo más necesario cuando los de España no podían hacerlo, el Nuevo Mundo hubiera florecido con la fuerza y la potencia con que florecían allí las arboledas y las selvas.
-[91] Me sorprendí al saber que Lucas, mi maestro, hablaba el idioma de los enemigos de España, pues estábamos en guerra con Inglaterra desde hacía doce años, cuando la Armada Invencible fue derrotada por los ingleses en las aguas del canal de la Mancha. El de Murcia, obedeciendo la orden, con un vozarrón tan imponente como sus espesas barbas, tronó unas palabras que no entendí. Nadie contestó desde la playa. Las luces se detuvieron unos instantes y luego tornaron al baile.
-[99] En el entretanto, los negros sacaron carnes, vino, quesos, hogazas de pan y frutas en cantidades tales que aquello se parecía mucho a lo que yo, con mis pocas luces, entendía que debía ser el festín de un rey. Y, sí, en efecto, era el festín de un rey, el del rey Benkos Biohó, quien un día había gobernado una nación entera en África y ahora, por esos extraños albures del destino, mandaba sobre un número crecientes de súbditos, los cimarrones apalencados de las ciénagas de la Matuna, en el Nuevo Mundo.
-[101] En cuanto regresábamos a casa, donde solíamos permanecer unas dos semanas, mi padre me obligaba a encerrarme a estudiar y, así, llegué a leer y a escribir con bastante soltura en poco tiempo y, sólo entonces, me enseñó los libros que mantenía ocultos y que eran algunos de los prohibidos por el Índice de Quiroga de mil y quinientos y ochenta y cuatro, de mal recuerdo para mí.
-[107] -El pirata viene y roba- me explicó-. El corsario viene y también roba, pero dice tener un permiso escrito de su soberano para hacerlo. El contrabandista viene y mercadea ilícitamente pero si se tercia, también roba y, entonces, se convierte en pirata o corsario, si tiene una licencia real. El pirata que puede antes de robar mercadea. Lo mismo hace el corsario. Y el contrabandista, a veces, roba antes para, luego, con lo robado, poder mercadear.
-[107] Los flamencos a los que buscamos, por ejemplo. Ellos vienen y se llevan la sal. ¿Han robado? Naturalmente, porque esa sal no les pertenece y la cogen de balde sin pagar arbitrios ni derechos de ninguna clase. Si la roban y no tienen una patente de corso del rey, que, en este caso, es el suyo y el nuestro y el mismo que les prohíbe tocarla, son piratas. Si tuvieran esa patente, serían corsarios, y ellos dicen que lo son porque tales patentes se las expiden sus nobles y sus dirigentes rebeldes. Si mercadean ilícitamente, como sin duda hacen, serían contrabandistas.
-[112] Has de saber que el rey quiere derrotar a toda costa a estos rebeldes flamencos para mantener unido su imperio, así que, además de combatirlos con ejércitos les cierra los mercados y les prohíbe comerciar con España. Sólo en esta guerra se gastan, todos los años, más de tres millones y [113] medio de ducados, dineros que salen de las rentas reales y que hacen del rey un recaudador insaciable que nunca exprime bastante a sus súbditos ni tiene suficientes riquezas ni acumula demasiados préstamos de los banqueros de Europa.
-[113] Perderemos Flandes, Martín, puedes estar seguro, pero, en el entretanto, España volverá a arruinarse una y otra vez, como ya ha sucedido, y las oportunidades de buenos negocios, tal que éste de la salina de Araya, se extraviarán en manos de gentes más listas que nosotros. Tú dile al gobernador Suárez de Amaya que ponga a trabajar a sus gentes en las salinas y te dirá también que no dispone de bastantes hombres para protegerla de los piratas flamencos porque el mismo rey que le exige una gran producción perlífera para su Caja Real no le envía soldados, ni barcos, ni armas suficientes. Así pues, Martín, perderemos Flandes, perderemos la sal de Araya, perderemos el imperio y España seguirá siempre en bancarrota.
-[119] Lo bueno de los calzones es que se podían poner los pies sobre la cama sin problema, cosa que con las enaguas y las sayas hubiera resultado incómodo.
-[121] Quiero que tú, como hijo mío, te llames Martín o te llames Catalina, cuides de María como su fuera tu propia madre, de los hombres de la Chacona y de las mozas de la mancebía, y que resuelvas todo lo que quede por poner en ejecución. Quiero que los mantengas unidos, que les procures prosperidad y ventura, y todo esto, si no tienes documentos de legitimidad, no podrás llevarlo a cabo. Ya sabes que, cuando yo muera, Melchor de Osuna se quedará con la casa, la tienda y la nao. Obligación tuya será hacerte cargo de nuestras gentes y sacarlas adelante como si fuera yo. Éste es mi trato, ¿lo aceptas o no? Acéptalo, muchacho, o te tiro por la ventana.
-[141] -Felipe el Segundo, su padre Carlos el Primero de España y el de ahora, Felipe el Tercero. ¡Todos los malditos Austrias! ¡Nunca tienen suficientes caudales para financiar sus guerras en territorios lejanos! España esta endeudada, por culpa de ellos, con las principales familias de los negocios bancarios europeos: Los Fugger, los Grimaldi, los Grillo...
-[160] Mucho le extrañó mi pretensión mas, aunque tengo para mí que no me creyó, no puso otro obstáculo que obligarme a llevar las armas y a los dos jóvenes perros, Fulano y Mirón, que junto con el corcel, la mula, el mono y los dos loros de la mancebía formaban parte de la cada vez más numerosa familia de bestias de la casa.
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