Plegaria por un Papa envenenado - Evelio Rosero

Plegaria por un Papa envenenado -Evelio Rosero

Sinopsis

El 26 de agosto de 1978, Albino Luciani apareció muerto en las dependencias papales del
Vaticano. Elegido Papa sólo  treinta y tres días antes, Luciani había escogido el nombre de Juan Pablo I y la víspera de su muerte mostró a su secretario la lista de obispos y cardenales que debía ser destituidos de inmediato. Con las prostitutas de Venecia a modo de coro, el lector asistirá a su enfrentamiento a personajes poderosísimos como el obispo Marcinkus, director del banco del Vaticano, presenciará una clase magistral a catequistas fuera de todo protocolo, y sabrá cómo, al final, la jerarquía eclesiástica aplicó la "solución siciliana" para quitarse en medio a un Papa que le incomodaba. Tras documentarse de manera exhaustiva, Evelio Rosero ha escrito una hermosa plegaria, una brillantísima recreación literaria que nos acerca a un pontífice que, de manera visionaria, sin dejar de ser sobre todo párroco, se propuso con mano firme atajar los males endémicos de la Iglesia. 

Crítica

La muerte de Juan Pablo I fue todo un acontecimiento para los cristianos, y para los especuladores de las bancas, una derrota para quienes esperaban con esperanza un cisma que moviera los mismos cimientos de la iglesia católica apostólica romana, y la devolviera al cauce primigenio de una iglesia que volviera al seno del humanismo, pensada universalmente para ayudar al prójimo sin distinción de ninguna clase, pero estas ideas como el polvo del desierto se perdieron cuando la esperanza de un nuevo papado murió bajo el yugo del veneno de las mafias italianas.

La prosa de Evelio Rosero, tremebunda, desde un principio nos muestra las acuciantes horas que transcurren desde el reloj de arena que es la vida de Luciani Albino, un hombre que intentó modificar la iglesia, y cuyo tiempo en el pontificado fue demasiado corto debido a que no cumplía con las expectativas de los banqueros pontificios. Unos hombres vestidos de clérigos, pero cuyas sotanas se pintaban de negro como las almas de los condenados al infierno, mientras sus almas padecían las llamas eternas.

Rosero, quien apunta con el dedo acusador a los implicados a través de una descripción sacada quizá de un infierno dantesco, echa pullas a altos cargos de la iglesia, y nos deja avizorar que la banca vaticana y la mafia, hermanadas pueden ser uno de los muchos canceres que echan por tierra las esperanzas de los más desvalidos, me pregunto, ya que tenemos un Papa, como Francisco qué diría de él, pues al igual que Albino, las reformas de este último Papa han sido algo que quiebra los paradigmas de una iglesia plantada en una maceta que se ha ido secando con los años, pero que ahora con los nuevos vientos quizá reviva en esa tierra reseca y muerma como lo es Europa.

Volviendo al libro, de Plegaria por un Papa envenenado, podemos apreciar en los pasajes un sutil hilo que van hilvanando nada más, ni nada menos que aquellos desdichados a los que el Papa, Juan Pablo I, antes de ocupar el trono de San Pedro, ayudaba con ahínco, como si fuera un San Francisco de Asís. Putas, trabajadores sin hogar, escritores echados a la hoguera por sus pensamientos, arrastran a un inframundo bastante carnal el alma de Albino quien los recoge en su seno, y llora por ellos.

Un Papa, bastante singular, para quienes como nosotros no logramos conocerle o escucharle por televisión. Un Papa que le escribía a los escritores y que no se solapaba solo en discursos con plurales mayestáticos, sino en la simpleza del habla del labrador, pero solo esto logramos dilucidar del libro de Evelio Rosero, porque si bien, su comienzo nos atrapa con pasajes espléndidos, también nos arrastra a los infiernos más sufridos donde el lector poco o nada puede entender, al menos que pase varias noches buscando en servidores, la vida y obra de un Papa que solo alcanzó a estar en el solio pontificio durante 33 días.

Lo otro que puede echársele en cara al autor, si se nos puede permitir hacerlo, es el modo siempre tan concupiscente con el que intenta narrar esta historia, que si bien nos da pie para asentir en algunos intervalos, en otros, ciega porque es la misma mirada que normalmente dan los descreídos, y quienes intentan apartar a la iglesia o negar de ella sus obras, para nosotros simples cristianos, estos “achaques” propios de escritores modernos, en realidad no nos aportan nada más que moñas en pelo revuelto, y más quebraderos de cabeza, que algo en concreto.

A pesar de todo, de una narración que se va convirtiendo en alma tuerta y desvariada a modo de los desvaríos propios de una virgen, diciendo mea culpa, la obra de Rosero es algo que se puede disfrutar. Si bien a medias, en una de esas noches en donde queramos recorrer los pasadizos del vaticano, y conocerla de la mano del alma de un Papa.

 


 

Frases

-[13]  Adónde vas, Albino Luciani, te hablan las piedras. Adónde vas, padre Luciani, ¿no nos escuchas? No te hablan las piedras, te hablan las prostitutas de Venecia, tus desconocidas. 

-[15] Ya es famosa tu humildad, padre Luciani, visitador de enfermas, de prisioneras, un hombre íntegro, échanos tu bendición, nosotras también te la echaremos, somos tus Magdalenas, sabemos que te inquietas por nuestra vida, por nuestra buena y digna hambre, pero nunca jamás por nuestros ombligos y nuestras rodillas. 

-[16] Nos será fácil guiarte a la basílica de San Marcos, si tú dejas, padre; podemos entrar contigo a la basílica cuando queramos, ya estamos dentro, somos las vírgenes y santas, las angelicales hembras de rubios cabellos, albos senos, sexos como pequeños bosques de mirra, somos las celestiales sibilas, las hechiceras aladas que alumbran en los antiguos lienzos, sus rosáceos rostros [17] glorificados, pero nuestros cuerpos son más bellos - porque estamos vivas, padre, repletas de sangre por dentro, de sangre caliente, de leche, nuestras bocas son más rojas y preciosas porque llevan aliento, padre Luciani, podemos hablar contigo sin la muerte de por medio. 

-[17] Serás el primer Papa con dos nombres. 

- Pero no el primer Papa envenenado, padre Luciani, no el primero.

 -[19] Para orar Albino Luciani eligió cualquier lugar. Ya arrodillado pensó demasiado tarde que debió elegir el rincón venerado cerca del altar, ante el bloque de granito que se trajo desde Tiro hace más de muchos años -porque desde su cima habló Jesús a la muchedumbre: allí lo ve, vetusto y solo, árido bloque, más oro alrededor, cuánto mármol, cuánto frío, el Patriarca refriega sus manos ateridas, piensa en la pobreza, el hambre: él viene del hambre, de la pobreza, las bellas desnudas lo rodean, conmiserándolo, somos las prostitutas de Venecia, somos las piedras, las piedras viejas y las piedras jóvenes, algunas casi enamoradas de ti, pero él no las ve, sólo ve las vírgenes sonrosadas de ojos líquidos que lo miran: No atiendas al diablo, Patriarca Luciani, sigue rezando. 

-[31] En el centro y en los bordes de la plaza de San Pedro, en la basílica rígida, en el corazón y los nervios y la sangre de los que transcurren lejos unos de otros con la esperanza de Dios (inmensos solos por los siglos de los siglos), repican graves y agudas, en Fa, en Si, en Re, en Fa y Si y Do, las seis campanas, y cada una echa Su Nombre a volar - siempre sonoras aunque se vean quietas: plenum eterno. 

- [62] ¿Cómo detener al Papa? ¿Cómo impedir semejante pensamiento, el de Luciani, que quiérase o no formaba ya parte del engranaje que constituía la Iglesia? Era el Papa. Un Papa que afirmaba, sin empacho, con muy explícito humor, que en el Palacio Apostólico no se encontraba un buen café y tampoco a nadie que dijera la verdad. 

-[63] No en balde la Curia, como la mafia, era en eso una muy ducha institución. Siglos de poder lo refrendaban. 

-[63] Empezó a dirigirse en público a los fieles llamándolos "hermanos" en lugar de "hijos", como hacía Pablo VI. Y empleaba para sus alocuciones, de manera inconsciente o espontánea, la primera persona del singular, ignorando para siempre el mayestático "nos".  Por estas y otras actitudes se ganaba el corazón de los fieles, pero nunca el corazón de la Curia. 

-[64] Para escándalo mayor, los periodistas habían descubierto que en 1968 Luciani escribió y presentó un informe a Pablo VI en que recomendaba que la Iglesia Católica aprobara el uso de la píldora. El padre Senigaglia recordó que en varias ocasiones lo escuchó diciendo a las jóvenes parejas" "Hemos hecho del sexo el único pecado, cuando en realidad él está ligado a la debilidad y fragilidad humana y tal vez por eso es el menor de los pecados". 

-[65] Ya en Venecia, las dependencias del Patriarcado destacaban sobre todo por la presencia permanente de desempleados en busca de ayuda, vagabundos, expresidiarios, mendigos y  ladrones, mujeres que ya no podían ejercer la prostitución y que no se iban sin la ayuda efectiva del Patriarca. Su ocupación esencial eran los otros, los necesitados. Con razón, y sin vanagloria, ya Papa, señaló: "En toda esta semana los [66] periodistas han hablado de la pobreza de mi infancia. Pero ninguno podría llegar a sospechar jamás el hambre que he conocido". 

-[66]Salió y piso suelo italiano, sin los documentos necesarios, sin el premiso oficial. No podía abandonar el estado pontificio y pisar un estado ajeno así como así: eso le dirían consternados ¿o escandalizados? los tres monseñores que acudieron a buscarlo. Porque, después de que el guardia hubo dado la alarma, y repetía ante ellos que acababa de ver al Papa pasar a su lado, saludarlo con un cordial "Buenos días" y salir por la Porta Sant´Anna, tampoco las tres eminencias recién despertadas pudieron creerlo. 

-[67] Allí lo increparon los alborotados, Noé, Martín y Ciban, prelados; entre otras cosas lo reprendieron porque hubiese podido correr el peligro de un atentado de las Brigadas Rojas. Al oír aquello el humilde jardinero huyó aterrorizado. Los prelados continuaron llamando la atención del Pontífice respecto a sus deberes: la infalibilidad papal no quiere decir que un Pontífice pueda hacer lo que le parezca: hay ciertas normas. "En su calidad de jefe del Estado Vaticano, tendría que saber que no puede entrar en otro país sin hacerse anunciar y mucho menos sin escolta. 

-[68] A sor Vincenza esos desaparecimientos no la sorprendían. Dijo a los monseñores que Albino Luciani, cuando Patriarca, solía ir disfrazado como cualquier clérigo a comer pizza de algas al restaurante: nada raro que eso mismo ocurriera en Roma. 

-[69] En su alocución inaugural, como Papa, dijo que el peligro que acechaba al hombre moderno es que tiende a convertir la tierra en desierto, a la persona en autómata, al amor fraternal en colectivismo programado y a poner la muerte donde Dios quiere que haya vida. 

-[73] "(...) Sólo puedo aferrarme a la verdad y repetir el mensaje del Evangelio, tal como hacía en la pequeña iglesia de mi pueblo. Los hombres necesitan vitalmente estas cosas, y por encima de todo soy un pastor de almas. La única diferencia entre el párroco de Canale [74] y lo que soy ahora estriba en la cantidad de fieles a los que me debo, pero la misión es la misma. Consisten en recordar a Cristo y su mensaje."

-[77] Puertas y más pasillos entrecruzándose, risotada arquitectónica, largas y cortas escaleras: unas casi horizontales, otras empinadas, caracolescas, todas un camino de un brillo rojo que ocurría, sumiéndose, un brillo que anunciaba que en lugar de subir descendían al abismo, resbalaban a la entraña más oscura, a los tenébreos pasadizos del infierno, la ciudad infernal - pensó arrepentido de pensarlo, sobrecogido. 

-[80] 32 carros cargados de huesos de mártires habían sido sacados de las catacumbas por orden del Papa Bonifacio IV y llevados a otros relicarios del Panteón romano: según eso, ¿no hallaría otro entierro cerca de él, debajo de él, en el exacto sitio que pisaba, otra inmensa cantidad de huesos que lo llamaban lamentándose? Se sonrió con él, pero lejos estaba del sosiego, muy lejos, para su propia lástima. 

-[80] Ese era su sueño recóndito: no el sueño del Papa sino del escritor que él era: la euforia de pasear entre los exactos cincuenta kilómetros de estanterías repletas de libros, pergaminos y manuscritos donde se detallaban asuntos tan importantes como los argumentos de los teólogos elegidos para refutar las tesis de Lutero, las controversias apocalípticas en torno a Copérnico, el velado mandato de enviar a la hoguera a Giordano Bruno, los Testimonios de la Inquisición y [81] Otras Desgracias, informes del siglo XIII sobre los mongoles, documentos que iban desde Barbarroja hasta Napoleón, desde Lutero hasta Calvino, registros con dibujos estrambóticos y aterradores: mujeres, mujeres, mujeres desnudas, mujeres con rostros de ninfas y cuerpos de bestias, poemas místicos ilustrados por pinceles mucho más místicos todavía, legajos de Pío XII sobre sus relaciones con los nazis...

-[82] Toda esa posible indagación lo escalofriaba, solitaria retribución, su más alta recompensa, la única concupiscencia personal de su reinado, pero ¿estos huesos?, ¿estos huesos ocultos quién sabe dónde, estos pasadizos y puertas secretas, estos ruidos desde adentro del mármol a cada uno de sus pasos como si pisara lamentos?, no se lo esperaba, no lo deseaba, Dios, mejorar orar, leer, se dijo, orar, leer hasta el sueño. 

-[146] Los gatos deberían llamarse Sueños en lugar de gatos. Nadie sueña más que los gatos. Los hombres deberían decir tengo uno, dos, tres Sueños, mi Sueño es negro o blanco o amarillo, ¿qué sería de mi vida sin mi Sueño? A este infierno deberían venir los gatos, sus espíritus que maúllan. Son poemas! Cómo nos acompañaría. 

-[150] Oye cómo eran en vida: la mayoría ostentó el poder de la Academia. Importantes universidades los alimentaron como a parásitos. Eran más políticos que cultos y sensibles. ¡Pero su patética miseria querían agregar la miseria más grande de ser poetas! ¡pobres! ¡Sufrían de su intimo desengaño! Pues en todo caso su misma inteligencia les avisaba de su ineptitud. 

- [160] Allí agonizaba su obra, porque ya nadie, ninguno de los Papas venideros se arriesgaría a seguir la huella de sus sandalias en el polvo: "A veces el Señor escribe con polvo sus obras...". 

- ¡Y el viento borrará tus huellas, Luciani!

- ¡El viento ya las borró!

 


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