El Mercader de Juncos - Vincent Landel

 

El mercader de juncos | Vincent Landel

Sinopsis

La noche que Chen Liang, el comerciante más poderoso del Mar de la China, celebra el compromiso de su hermosa hija con el heredero de una casa rival, sellando así la alianza entre ambas, se ve turbada por un terrible crimen: en el umbral de la mansión Chen aparece el cuerpo atrozmente mutilado de su tesorero. El asesino ha dejado su firma: un círculo trazado con sangre...¿Quién se atreve a desafiar de tal modo al temido "padrino" cantonés? Porque a él solo le cabe un camino: la venganza... Aunque eso no detiene a su enigmático enemigo, cuya crueldad no parece tener más límite que su ambición.


Crítica

Siglo XIV, China. La Casa Caritativa se enfrenta a un enemigo desconocido. Poon Lengua de Terciopelo ha sido asesinado y el jefe los Liang ve amenazada la frágil unión entre los clanes enemigos con el matrimonio de su hija Chen Shennong y el resplandeciente Li Xiao heredero de los juncos de los Picos de Águila.

Vincent Landel nos introduce a una China dirigida por el emperador Hongwu. Un lugar secreto, ávido de riquezas y con una populosa población dirigida por los secretismos y el avivato de los eunucos reales y sus intrincadas peleas palaciegas, que irrumpen en la vida cotidiana tanto en el ámbito público como privado.

El libro publicado por Grijalbo nos ofrece una obra bien editada, sencilla y con un solo pero el cual es al menos haber tenido dentro de sus páginas un mapa de la zona de navegación de los juncos o barcos mercantes, así como un árbol de las familias prestantes que aparecen en la obra. Unos anexos que hubiesen servido al publico para seguir la historia; sin embargo, son excusables, pues el autor logra recrear de manera plausible una época de la que poco sabemos, al menos aquí en Latinoamérica.

Las rutas marítimas, así como el erotismo se entremezclan en una historia sencilla de intriga y misterio con unas hermosas y violentas escenas que el autor acompaña de vez en cuando con una anotación a pie de página para explicar el lenguaje de época, un detalle bastante llamativo, pues se tomó la molestia de incluir no solo las mediciones antiguas, sino también de varios guiños a la circunnavegación y a los avances y conexiones transoceánicas de un siglo que avizoraba los cambios que traería la misma navegación, por ello encontramos un personaje tan curioso como es el mismo Cristoforo Vesalio, navegante italiano perdido en tierras chinas.

El desarrollo de los personajes cada uno con unas características definidas en cuanto a su espacio emocional que va creciendo o decreciendo en la obra dan una pincelada bastante fina al relato, solo por poner un ejemplo, el caso de Chunmei la segunda esposa de la Casa Caritativa, un personaje de dobleces bastante cambiante o del mismo aborrecible Chen Beling hasta llegar al misterioso “O”

La obra no carece de encantos y de escenas bastante bien pensadas como el encuentro entre el mundo occidental y oriental, sus diferencias y manejos políticos donde el autor ha hilado fino, especialmente cuando da algunas puntadas de cómo era la relación entre las islas niponas y la propia China. Aún así hay que llamar la atención también en momentos donde se le ha ido la pinza al autor al describir elementos bastante modernos para describir situaciones que en perspectiva del personaje no debía saber por el momento en que se narra la novela, es decir en el siglo XIV no se tenía ni idea de los microbios, amén de otros deslices que se le perdonan en cierto momento al autor.

El Mercader de Juncos es una obra amena y como novela histórica funciona bastante bien, además de que nos deja a los historiadores un poco más que pensar en cómo habrían sido esos intercambios económicos y sociales, y cómo llegaron a incidir en las poblaciones tanto orientales como occidentales.

 


 

 Apartes

- ¿Quién, en el barrio de los Negocios de Cantón, no habría reconocido el rostro alegre del gordo Poon, personaje de una orondez (en mejillas, vientre y nalgas) que emulaba el astro de la noche en su fase de luna llena? Sin embargo, nadie ignoraba que bajo su aspecto bonachón al maestre del tesoro de la Casa Caritativa disimulaba unas temibles dotes negociadoras. (Pág. 11) 

El Pabellón Dorado se había vuelto rojo. Rojas eran las guirnaldas colgadas en los cimacios, rojos también los trajes de la servidumbre, los músicos, los malabaristas y los titiriteros contratados para la ocasión, que se movían en torno a una mesa inmensa donde una multitud de invitados picoteaban carne de cangrejo, fideos de la longevidad y toda clase de viandas cocidas al vapor acompañados de vino de arroz o zumo de lichí. (Pág. 19) 

- (...) Había quien encontraba divertido el lugar que ocupaba en su corazón Chagal, la gata blanca de sesenta y siete expresiones que sabía maullar, gruñir, hacer melindres o protestar en treinta y dos gamas de sonido. La presencia del animalito era tan indispensable para el Shiaho como la de Shennong, la hija que había tenido con Chunmei, su fogosa segunda esposa. Shennong era su flor de sándalo, la delicia de saberse padre, la princesa de la tez de nieve. (Pág. 20) 

- Las esposas y las concubinas con Ma, su primera esposa, a la cabeza, se estrecharon en torno del Shiaho en un frufrú de sedas mientras los sirvientes acudían a ofrecerle bandejas de jengibre, kum quat y sangre de cabra coagulada, alimentos que él desdeñó porque ya tenía el cuerpo y el alma satisfechos. (Pág. 21)

-Todos los invitados traían un regalo para la prometida: collares perlas y esmeraldas, té blanco y verde o aguamaniles de un raro gres. El valor de la ofrenda no era importante a los ojos del anfitrión; lo esencial era que todos hubieran respondido a la llamada y presentado sus respetos al propietario de la casa. (Pág. 21) 

- La dama Ma y la dama Chunmei, la Segunda, había hecho muy bien las cosas. Los cinco sabores se superponían, sutilmente entremezclados: el agrio, el amargo, el dulce, el áspero y el salado. A continuación, sirvieron una gran cantidad de platos de caza, faisanes y perdices reales de Mongolia. Toda vez que las verdaderas delicias eran los grandes peces de río servidos en hielo: alosas, carpas y lucios; y también patas de oso negro. (Pág. 22) 

- Chen Liang era el único que iba con la cabeza descubierta. Como no era de buen tono ir así por el mundo, un mar de sombreros ondulaban en el jardín: bonetes negros para los letredos, sombreros con borlas y adornados con alfileres para los nobles, y tocas con botones de nácar o diamantes paa los miembros del gremio de los armadores. (...) (Págs.22-23)

- La miseria y el hambre de Génova, el ansia irrefrenable de hallar tierras vírgenes, no daban cumplida explicación. Cristoforo Vesalio, se había dejado liar por el comandante Antonio de Faria, un aventurero medio español que lo había seducido prometiéndole el oro y el moro para que ese timonel e hijo de carpintero pilotara su condenada nave. Vesalio sabía a ciencia cierta que los escasos marinos que habían partido hacia Oriente no habían regresado. Pero Faria se había mostrado muy convicente cuando le recordó el destino fabuloso de un tal Polo, cuyas hazañas, realizadas hacía casi un medio siglo ya, habían llegado a oído de los ligures. (Pág. 36) 

- Cristoforo jamás iba a olvidar la tonalidad esmeralda oscura, como el cristal, que había adoptado el mar, e maldito movimiento procedente del fondo que, de repente, había mecido el navío, la inquietante respiración marina. Sobrevino un silencio opresivo, roto tan solo por el quejido de las maderas. El barco cabeceó y pareció protestar. Luego, a medida que el cielo se iba cubriendo de nubes negras, el aire se volvió húmedo, el calor sofocante, el mar liso como un espejo, cambiando del verde al gris. Un gris especial, como jamás  había visto, con el aire pringoso de los perfumes acres, deletéreos y lenitivos. Si el misterio tenía un olor era ese, con esas notas de algas podridas, ese aroma húmedo de la menta y ese tufo embriagador de la albahaca que tumbaba de espaldas como el coñac malo. Cien hombres aturdidos se encontraban apostados entre la embriaguez y la náusea.(Págs. 36-37) 

- Reunidos en la cubierta del puente, un pequeño grupo de hombres, del cual no tardaron en formar parte Hernández, el contramaestre, Orca, el vigía de bauprés, y Bartoldo, el gaviero, se puso a rezar. La plegaria se transformó en un lamento, una oración, un cántico. Un cántico de angustia y de esperanza, desgarrador como un réquiem en la iglesia de Estremoz. Díes Irae. Día de cólera, alba de piedad. (Pág. 37) 

-Beling no respondió. El sudor perlaba su frente. Conocía muy bien la suerte reservada a las pequeñas javanesas; la facilidad con que los marineros las capturaban; su belleza y docilidad; su ingenuidad y resignación cuando los marineros borrachos las forzaban; su mudo sufrimiento cuando trabajaban encadenadas; su temprano esplendor marchito que las llevaba a renunciar de buen grado; y finalmente el calvario, cuando las atravesaban con la espada para despiezar sus miembros y terminaban metidas en inmundos tarros que ofrecían a los bárbaros del Oeste. (Pág. 80) 

-Liang se calló. No podía soportarlo más. Y no solo porque el mal venéreo afectaba a sus propias tripulaciones Existía otro inconveniente aún más grave: el tráfico de prostitutas ponía en peligro la supervivencia misma de la Casa Caritativa, y Beling conocía perfectamente los motivos. Respecto a la repulsiva práctica antropófaga que parecía propiciar, el padre no tenía necesidad de justificar motivo alguno para condenarla. Transgredía los límites de lo humano, y Liang amaba la humanidad. Pero por su alma, ¡y no por su carne precisamente! (Pág. 80) 

- (...) El sufrimiento había durado más de un año antes de empezar a remitir, sin que, por otro lado, llegara a desaparecer del todo. Su madre le lavaba los pies mañana y noche, se los sumergía en agua tibia de hierbas calmantes y virtudes antisépticas, se los secaba, le retiraba las pieles muertas y le cortaba las uñas. A continuación, le ceñía los cuatro dedos de los pies, los doblaba hacia la planta y dejaba libre el dedo gordo par conseguir una forma de media luna. Shennong, desde que se levantaba hasta que se acostaba, y antes de que le estrecharan más las vendas al día siguiente, caminaba sobre su dolor. El resultado, sin embargo, podría advertirse: después de haber sido "Luna Nueva", "Salvación Graciosa" y "Brote de Bambú", se había convertido a los doce años en "Loto de Oro". Es decir, que sus piececitos  atrofiados, que medían tres pulgadas y media, se contaban entre los más delicados de todo el Guangdong. (...) (Pág. 92) 

- -¿El acupuntor, dices? ¡Menudo charlatán! Cuantas más maravillas predice, más cobra. Ese engorda con los microbios de los demás. Pero yo sé muy bien que no tardaré en morir por culpta de mis huesos gastados, y porque ya he vivido suficiente. (Pág. 97) 

- El sufrimiento es el rostro de tu alma y la luna oye tu grito silencioso. La sombra de tu dolor es el rostro de tu alegría y conocerás el infinito camino que se detiene. Que tu muerte sea tu vida, y tu vida tu muerte. Yo lo sé, y te doy ambas. Te acompaño hasta el fondo de ti mismo hasta el infinito mal, donde el mal se convierte en bien cincelado tu carne, que mi cuchillo abocarda y abomba. (Pág. 151) 

- -La vida no es tan dulce- murmuró Xun - ni la muerte tan mortificante, si me permites la expresión. Créeme, sé de lo que hablo. Cuando te reencarnes en este mundo quizá lo hagas como el panda cuyo amo es quien ha causado tu perdición: Yubaba. Y podrás desgarrarle el rostro. Voy a concederte una gracia. Sube tú mismo a la tumba. Si sale de ti, si consientes y te muestras dispuesto, tu mal te pertenecerá y serás su triunfante autor. El mandarín puso el pie en el primer peldaño que conducía al recipiente de tortura, titubeó y cayó hacia atrás.  (Pág. 159) 

- El gentío no tardó en congregarse alrededor del tenderete, y estalló una hilaridad general ante ese extranjero que ofrecía especias reimportadas que precisamente los nativos de Palawan habían vendido a precio de saldo a los chinos por obtener una influencia benéfica en la salud. Mientras Yulan vendía a destajo los gres y los metales que sabía que los indígenas contemplaban con avidez, el primer transeúnte se tronchaba de risa mientras señalaba su entrepierna. (Pág. 312)



 

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