Ana de las tejas verdes - Lucy Maud Montgomery


Ana es una huérfana de once años que llega al pequeño pueblo de Avonlea, y  gracias al destino a la granja Tejas Verdes, el hogar de Marrilla y Matthew Cuthbert, quienes descubren el placer de lo inesperado en esta expresiva niña a la que ven llenar sus momentos de ocurrencias, imaginación y mucho amor. Como se puede apreciar esta no es la típica historia de huérfanos que arrojados a un mundo malvado se pervierten  como en el lazarillo de Tormes o David Copperfield, sino una historia que bajo una perspectiva positiva hace ver al mundo bajo un nuevo prisma más benevolente, estimulante, y alegre.

La historia transcurre a principios del siglo XX, en un lugar tan mágico como Prince Edward Island, en Canadá y es la escritora quien más le sacará partido, pues sus amplias descripciones de este paraíso son la fuente para que cada uno de los personajes pueda desplegar su encanto y disfrutar con cada uno de los sentidos que la pluma de Lady Maud les imprime a cada uno, además de ser el  precioso telón de fondo para representar los valores de la vida rural, la familia y algunos cuestionamientos que muchos nos hemos planteado como la pertenencia a la tierra, el valor de la amistad o la esencia del amor.

Cabe destacar que si bien la historia es preciosa y tiene su propio ritmo, la edición de la editorial Blanco & Negro  deja mucho que desear, pues si bien tiene una portada agradable, esta mal editada llegando a tener errores tanto ortográficos como de palabras que se pegan haciendo de la lectura algo tedioso, pero fuera de esto y si tienes la posibilidad de obtener esta obra de otra editorial, te auguro una lectura deliciosa de la mano de Ana y sus mil y un travesuras, que de seguro disfrutarás, pues no hay nada más placentero que tener la posibilidad de acompañar a un personaje principal tan lleno de energía, bien construido y tan perspicaz como esta pequeña pelirroja a la que vemos crecer a medida que pasan las páginas.



Apartes 

  • El cuerpo se acostumbra a todo, hasta a que lo cuelguen, como decía un irlandés. (Pág.10)

  • Una chiquilla de unos once años, con un vestido de lana amarillo grisáceo muy corto, muy ajustado y muy feo. Llevaba un sombrero de marinero de un desteñido color castaño bajo el que, extendiéndose por sus espaldas, asomaban dos trenzas de un cabello muy grueso, de un vivo color rojo. Su cara era pequeña, delgada y blanca, muy pecosa; la boca grande y también sus ojos, que según la luz parecían verdes o de un gris extraño. Eso, para un observador ordinario. Uno extraordinario hubiera notado que la barbilla era muy pronunciada, que los grandes ojos estaban llenos de vivacidad, que la boca era expresiva y los labios dulces. En suma, nuestro observador perspicaz hubiera deducido que no era un alma vulgar la que habitaba el cuerpo de aquella niña descarriada, de quien estaba tan ridículamente temeroso el tímido Matthew Cuthbert. (Pág.19)

  • Pero me puse a soñar e imaginé que tenía el más hermoso vestido de seda celeste (cuando uno se pone a imaginar, hay que hacerlo con algo que valga la pena) y un gran sombrero, todo de flores y plumas, y un reloj de oro y guantes de cabritilla, y botas. (Pág.22)

  • ¿Cómo se han de saber las cosas si no se preguntan? (Pág.23)

  • Lo peor de imaginar cosas es que llega un momento en que uno debe detenerse y entonces duele. (Pág.43)

  • Toda clase de mañanas son interesantes ¿no creen? No se sabe qué ocurrirá durante el día y hay un gran campo para la imaginación. Pero me alegro de que hoy no sea un día lluvioso porque será más fácil estar alegre y resistir la tristeza con un día de sol. (Pág.43)

  •  - ¿Sabe una cosa?- dijo Ana confidencialmente- Estoy resuelta a disfrutar de este paseo. Tengo una gran experiencia al respecto, y sé que se puede disfrutar de todo cuando uno está firmemente decidido. (Pág.49)

  • - Bueno, otra esperanza que se pierde. Mi vida es un perfecto cementerio de esperanzas muertas. Esta frase la leí en un libro y me la repito siempre para consolarme cuando estoy desilusionada por algo. (Pág.49)

  • - Oh, Marilla, pensando en las cosas que han de suceder, se disfruta la mitad del placer que traen aparejadas - exclamó Ana - Puede uno conseguir las cosas en sí mismas, pero nada puede impedirle el place de haberlas disfrutado anticipadamente. La señora Lynde dice: <<Bienaventurados los que nada esperan porque no serán defraudados>>. Pero yo creo que es peor no esperar nada que ser defraudado. (Pág.113)

  •  Estar creciendo es algo muy serio, ¿no le parece Marilla? Pero con amigos tan buenos como usted y como Matthew, la señora Alian y la señorita Stacy, tengo que crecer correctamente, y estoy segura de que si fallo será sólo por culpa mía. Siento que es una gran responsabilidad, porque no tengo más que una oportunidad. Si no crezco como Dios manda, no puedo volver atrás y empezar otra vez. (Pág.293)

  • Es divertido crecer en ciertos sentidos, pero no es la clase de diversión que yo esperaba, Marilla. Hay tanto que aprender y hacer y pensar que ya no hay tiempo para palabras importantes. Además la señorita Stacy dice que las simples son mucho más fuertes y mejores. (Pág.296)
  • He hecho todo lo que he podido y comienzo a comprender lo que quiere decir <<el placer de la lucha>>. Después de luchar y vencer, lo mejor es luchar y fracasar ¡Chicas, no hablen de los exámenes! Miren la bóveda verde del cielo sobre aquellas casas e imaginen cómo será sobre los bosques oscuros de Avonlea. (Pág. 333)

  • En este mundo pagamos un precio por todo cuanto conseguimos y, aunque vale la pena tener ambiciones, estas no se alcanzan con facilidad, sino que exigen su precio en trabajo, abnegación, ansiedad y descorazonamiento. (Pág.335)

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