El Señor de los Anillos: El Retorno del Rey - J. R. R. Tolkien
Siendo la última entrega de la trilogía del Señor de los Anillos es una de las favoritas de muchos lectores, y siendo sincera cada vez que llegó a releer hasta llegar al "Retorno del Rey" me hace el día, pues siempre que tomó los tres libros es para poder levantar ánimo y seguir adelante, descubriendo cada nuevo detalle que he pasado por alto.
La magia de este último libro, como ya se ha dicho en críticas anteriores, no solo recae en lo famoso que se volvió luego de llevarlo a las grandes pantallas e incluso de convertirlo en merchandising, que te puedes encontrar en grandes superficies o en mercadillos de barrio, aunque siendo sincera acá en Medellín solo los encuentras en tiendas especializadas y de vez en cuando en la Feria del Libro, son las palabras y la vitalidad de cada personaje lo que te hace volver a descubrir un mundo que te ofrece muchos temas encantadores y terribles al mismo tiempo, permitiendo rumiar en tu mente fragmentos como los rasgos épicos en las canciones y poemas, así como también temas que pasan de triviales como la vestimenta, la arquitectura e incluso las gentes narradas por la pluma del autor.
Un aspecto redescubierto en esta parte del Señor de los Anillos es la facilidad de inmiscuirte en un mundo de principios de la Edad Media, donde podemos encontrar a seres de distintos tipos como los mismos salvajes que acompañan al rey Théoden hasta los fascinantes y oscuros Haradrim con sus vestimentas y artes de la guerra, hasta llegar a los animales fantásticos que pululan las tierras oscuras de Mordor cada uno con un lenguaje, cultura y modo de ser característico, lo cual es bastante fascinante teniendo en cuenta lo difícil que es romper con el arquetipo actual que podemos encontrar en los libros de literatura fantástica y de aventura.
El segundo aspecto es quizá que hay que reconocer que este último libro del Señor de los Anillos aunque sigue con la tónica de una historia oscura, es mucho más triunfalista, y deja espacio a la imaginación de lo que pasará después de los puertos, pues el final si bien esta trazado desde la disolución de la Comunidad del Anillo también le permite al lector construir o conocer lo que se adivina para etapa siguiente de la Tierra Media donde el hombre, quien carga ya a sus espaldas su propio destino se ve despojado de esos elementos élficos y "sobrenaturales" que circundaban a los de su raza.
Tercero, y como advertencia, no es un libro de fácil lectura especialmente si eres de las personas que no disfrutan de largos párrafos descriptivos de la geografía; sin embargo, pienso, sin tener temor a equivocarme, este es el centro de los tres libros su corazón que nos va hilvanando hasta el final una historia bien narrada, y contada con un sinfín de interpretaciones, siendo quizá esta no la última que veréis en las críticas sobre el Señor de los Anillos.
El Retorno del Rey como lo plantea Tolkien, y el gobierno de Elessar Piedra de Elfo es una nueva puerta y un final al mundo conocido de la Tercera Edad del Anillo, el declive de una nación y una especie, y el relevo a unos nuevas manos que quiéranlo o no tienen al igual que sus antecesores un largo camino que recorrer desde la puerta de casa hasta más allá de los mares donde las naves grises de los elfos quizá les espere, y los valar los acompañan.
Apartes
- Allí, entre las montañas y el mar, habitaban un pueblo de hombres vigorosos e intrépidos. Se los consideraba hombres de Gondor, pero en realidad eran mestizos, y había entre ellos algunos pequeños de talla y endrinos de tez, cuya ascendencia se remontaba sin duda a los hombres olvidados que vivieran en las sombras de las montañas, en los Años Oscuros anteriores a los reyes. Pero más allá, en el gran feudo de Belfalas, residía el Príncipe Imrahil en el castillo de Dol Amoroth a orillas del mar, y era de antiguo linaje, al igual que todos los suyos, hombres altos y arrogantes, de ojos grises como el mar. (Pág. 12)
- Los Guardias de la Puerta llevaban túnicas negras, y yelmos de forma extraña: altos de cimera y ajustados a las mejillas por largas orejeras que remataban en alas blancas de aves marinas; pero los cascos, preciados testimonios de las glorias de otro tiempo, eran de mithril, y resplandecían con una llama de plata. Y en las sobrevestas negras habían bordado un árbol blanco con flores como de nieve bajo una corona de plata y estrellas de numerosas puntas. Tal era la librea de los herederos de Elendil, y ya nadie la usaba en todo el Reino salvo los Guardias de la Ciudadela apostados en el Patio del Manantial, donde antaño floreciera el Árbol Blanco. (Pág. 15)
- - Juro ser fiel y prestar mis servicios a Gondor, y al Señor y Senescal del Reino, con la palabra y el silencio, en el hacer y el dejar hacer, yendo y viniendo, en tiempos de abundancia o de necesidad, tanto en la paz como en la guerra, en la vida y en la muerte, a partir de este momento y hasta que mi señor me libere, o la muerte me lleve, o perezca el mundo. ¡Así he hablado yo, Peregrin hijo de Paladin de la Comarca de los Medianos! (Pág. 20)
- -¡Un momento!- dijo Pippin, ruborizándose -.La gula, lo que tú por pura cortesía llamas hambre, ha hecho que me olvidara de algo. Pero Gandalf, Mithrandir como tú le dices, me encomendó que me ocupara de su caballo, Sombragris, uno delos grandes corceles de Rohan, la niña de los ojos del rey, según me han dicho, aunque se lo haya dado a Mithrandir en prueba de gratitud. Creo que el nuevo amo quiere más al animal que a muchos hombres, y si la buena voluntad de Mithrandir es de algún valor para esta ciudad, trataréis a Sombragris con todos los honores: con una bondad mayor, si es posible, que la que habéis mostrado a este hobbit. (Pág. 28)
- No obstante, Maese Peregrin, tenemos este honor: nos toca siempre soportar los más duros embates del odio del Señor Oscuro, un odio que viene de los abismos del tiempo y de lo más profundo del Mar. Aquí es donde el martillo golpeará ahora con mayor fuerza. Y por eso Mithrandir tenía tanta prisa. Porque si caemos ¿Quién quedará en pie? ¿Y tú, Maese Peregrin, ves alguna esperanza de que podamos resistir? (Pág. 34)
- Los Jinetes reanudaron la marcha, y Aragorn cabalgó algún tiempo con los Dúnedain; y luego que hubieron comentando las noticias del Norte y del Sur, Elrohir le dijo - Te traigo un mensaje de mi padre: Los días son cortos. Si el tiempo apremia, recuerda los Senderos de los Muertos. (Pág. 47)
- Durante un rato caminaron los tres, comentando tal o cual episodio de la batalla, y descendieron por la puerta rota y pasaron delante de los túmulos de los caídos en el prado que bordeaba el camino; al llegar a la Empalizada de Helm se detuvieron y se asomaron a contemplar el Valle del Bajo. Negro, alto y pedregoso, ya se alzaba allí el Cerro de la Muerte, y podía verse la hierba que los Ucornos habían pisoteado y aplastado. Los Dundelinos y numerosos hombres de la guarnición del Fuerte estaban trabajando en la Empalizada o en los campos, y alrededor de los muros semiderruidos; sin embargo, había una calma extraña: un valle cansado que reposaba luego de una tempestad violenta. Los hombres regresaron pronto para el almuerzo, que se servía en la sala del Fuerte. (Pág. 49)
- -Los acepto de todo corazón- dijo el rey, y posando las manos largas y viejas sobre los cabellos castaños del hobbit, le dio su bendición -.¡Y ahora levántate, Meriadoc, escudero de Rohan de la casa de Meduseld! -dijo- ¡Toma tu espada y condúcela a un fin venturoso! (Pág. 50)
- Los Montaraces se mantenían algo apartados, en un grupo ordenado y silencioso, armados de lanzas, arcos y espadas. Vestían oscuros mantos grises, y las capuchas les cubrían la cabeza y el yelmo. Los caballos que montaban eran vigorosos y de estampa arrogante, pero hirsutos de crines; y uno de ellos no tenía jinete: el corcel de Aragorn, que habían traído del Norte, y que respondía al nombre de Roheryn. En los arreos y gualdrapas de las cabalgaduras no había ornamentos ni resplandores de oro y pedrerías; y los jinetes mismos no llevaban insignias ni emblemas, excepto una estrella de plata que les sujetaba el manto en el hombro izquierdo. (Pág. 51)
- (…) Sí, Maese Gimli, me vio, pero no como vosotros me veis ahora. Si eso le sirve de ayuda, habré hecho mal. Pero no lo creo. Supongo que saber que estoy vivo y que camino por la tierra fue un golpe duro para él, pues hasta hoy lo ignoraba. Los ojos de Orthanc no habían podido traspasar la armadura de Théoden; pero Sauron no ha olvidado a Isildur ni la espada de Elendil. Y ahora, en el momento preciso en que se pone en marcha sus ambiciosos designios, se le revelan el heredero de Elendil y la Espada; pues le mostré la hoja que fue forjada de nuevo. No es aún tan poderoso como para ser insensible al temor; no, y siempre lo carcome la duda. (Pág. 54)
- -Así habló Malbeth el Vidente, en tiempos de Arvedin, último rey de Fornost- dijo Aragorn: una larga sombre se cierne sobre la tierra, y con alas de oscuridad avanza hacia el oeste. La Torre tiembla; a las tumbas de los reyes se aproxima el Destino. Los Muertos despiertan: ha llegado la hora de los perjuros: de nuevo en pie en la roca de Erech oirán un cuerno que resuena en las montañas. ¿De quién será ese cuerno? ¿Quién a los olvidados llama desde el gris crepúsculo? El Heredero de aquel a quien juraron lealtad. Traído por la necesidad, vendrá desde el norte: y cruzará la Puerta que lleva a los Senderos de los Muertos. (Págs. 55-56)
- (…) Porque en Erech hay todavía una piedra negra que Isildur llevó allí de Númenor, dicen; y la puso en lo alto de una colina, y sobre ella el Rey de las Montañas le juró lealtad en los albores del reino de Gondor. Pero cuando Sauron regresó y fue otra vez poderoso, Isildur exhortó a los Hombres de las Montañas a que cumplieran el juramento, y ellos se negaron; pues en los Años Oscuros habían reverenciado a Sauron. (Pág. 56)
- Legolas y Gimli, sin responder, se levantaron y siguieron a Aragorn fuera de la sala. Allí, en la Explanada, los Montaraces encapuchados aguardaban inmóviles y silenciosos. Legolas y Gimli montaron a caballo. Aragorn saltó a la grupa de Roheryn. Halbarad levantó entonces un gran cuerno, y los ecos resonaron en el Abismo de Helm; y a esa señal partieron al galope, y descendieron al Valle del Bajo como un trueno, mientras los hombres que permanecían en la Empalizada o el Torreón los contemplaban estupefactos. (Pág. 57)
- -Demasiado he oído hablar de deber- exclamó ella- Pero ¿no hoy por ventura de la Casa de Eorl, una virgen guerrera y no una nodriza seca? Ya bastante he esperado con las rodillas flojas. Si ahora no me tiemblan, parece, ¿no puedo vivir mi vida como yo lo deseo? (Pág. 59)
- (…) Y ella respondió: -Todas vuestras palabras significan una sola cosa: Eres una mujer, y tu misión está en el hogar. Sin embargo, cuando los hombres hayan muerto con honor en la batalla, se te permitirá quemar la casa e inmolarte con ella, puesto que ya no la necesitarás. Pero soy de la Casa de Eorl, no una mujer de servicio. Sé montar a caballo y esgrimir una espada, y no temo el sufrimiento ni la muerte. (Pág. 60)
- (…) Tenía en la mano una copa; se la llevó a los labios y bebió un sorbo, deseándoles buena suerte; luego le tendió la copa a Aragorn, y también él bebió, diciendo: -¡Adiós, Señora de Rohan! Bebo por la prosperidad de vuestra Casa, y por vos, y por todo vuestro pueblo. Decidle esto a vuestro hermano: ¡Tal vez, más allá de las sombras, volvamos a encontrarnos! (Pág. 61)
- Pero Éowyn permaneció inmóvil como una estatua de piedra, las manos crispadas contra los flancos, siguiendo a los hombres con la mirada hasta que se perdieron bajo el negro Dwimor, el Monte de los Espectros, donde se encontraba la Puerta de los Muertos. (Pág. 61)
- Los caballos se negaban a pasar junto a la piedra amenazante, y los jinetes tuvieron que apearse y llevarlos por la brida. De ese modo llegaron al fondo de la cañada; y allí en un muro de roca vertical, se abría la Puerta Oscura, negra como las fauces de la noche. Figuras y signos grabados, demasiado borrosos para que pudieran leerlos, coronaban la arcada de piedra, de la que el miedo fluía como un vaho gris. (Pág. 62)
- Aragorn se puso entonces al frente, y era tal la fuerza de su voluntad en esa hora que todos los Dúnedain fueron detrás de él. Y eran en verdad tan grande el amor que los caballos de los Montaraces sentían por sus jinetes, que hasta el terror de la Puerta estaban dispuestos a afrontar, si el corazón de quien los llevaba por la brida no vacilaba. (Págs. 62-63)
- -¡Esto sí que es inaudito!- dijo -¡Que un Elfo quiera penetrar en las entrañas de la tierra, y un Enano no se atreva!- Y con una resolución súbita, se precipitó en el interior. Pero le pareció que los pies le pesaban como plomo en el umbral; y una ceguera repentina cayó sobre él, sobre Gimli hijo de Glóin, que tantos abismos del mundo había recorrido sin acobardarse. (Pág. 63)
- -Los Muertos nos siguen- dijo Legolas-.Veo formas de hombres y de caballos, y estandartes pálidos como jirones de nubes, y lanzas como zarzas invernales en una noche de niebla. Los Muertos nos siguen. (Pág. 65)
- Pasaron por el Desfiladero de Tarlang y desembocaron en Lamedon, seguidos por el Ejército de los Espectros y precedidos por el terror. Y cuando llegaron a Calembel, a orillas del Ciril, el sol descendió como sangre en el oeste, detrás de los picos lejanos del Pinnath Gelin. Entraron la ciudad desierta y los vados abandonados, pues muchos de los habitantes habían partido a la guerra, y los demás habían huido a as colinas ante el rumor de la venida del Rey de los Muertos. Y al día siguiente no hubo amanecer,y la Compañía Gris penetró en las tinieblas de la Tempestad de Mordor, y desapareció a los ojos de los mortales; pero los Muertos los seguían. (Pág. 68)
- Los caballos podían subir por él, y hasta arrastrar lentamente las carretas; pero ningún enemigo podía salirles al paso, a no ser por el aire, si estaba defendido desde arriba. En cada recodo del camino, se alzaban unas grandes piedras talladas, enormes figuras humanas de miembros pesados, sentadas en cuclillas con las piernas cruzadas, los brazos replegados sobre los vientres prominentes. Algunas desgastadas por los años, habían perdido todas las facciones, excepto los agujeros sombríos de los ojos que aún miraban con tristeza a los viajeros. Los jinetes no les prestaron ninguna atención. Los llamaban los hombres Púkel, y apenas se dignaron mirarlos: ya no eran ni poderosos ni terroríficos. Merry en cambio contemplaba con extrañeza y casi con piedad aquellas figuras que se alzaban melancólicamente en las sombras del crepúsculo. (Pág. 74)
- Poco después recorría de nuevo en compañía de Gandalf el frío corredor que conducía a la puerta de la Sala de la Torre. Allí, en una penumbra gris, estaba sentando Denethor, como una araña vieja y paciente, pensó Pippin; parecía que no se hubiese movido de allí desde la víspera. Le indicó a Gandalf que se sentara, pero a Pippin lo dejó un momento de pie, sin prestarle atención. (Pág. 89)
- Todo sucedió como Denethor había dicho, y pronto Pippin se vio ataviado con extrañas vestimentas, de color negro y plata: un pequeño plaquín de malla de acero tal vez, pero negro como el azabache; y un yelmo de alta cimera, con pequeñas alas de cuervo a cada lado y en el centro de la corona una estrella de plata. Sobre la cota de malla llevaba una sobrevesta corta, también negra pero con la insignia del árbol bordada en plata a la altura del pecho. Las ropas viejas de Pippin fueron dobladas y guardadas: le permitieron conservar la capa gris de Lórien, pero no usarla durante el servicio. Ahora sí que parecía, sin saberlo, la viva imagen del Ernil i Pheriannath, el Príncipe de los Medianos, como la gente había dado en llamarlo; pero se sentía incómodo, y la tiniebla empezaba a pesarle. (Pág. 91)
- -Sin embargo ahora, el Señor de Barad-dûr, el más feroz de los capitanes enemigos, se ha apoderado ya de los muros exteriores- dijo Gandalf-.Soberano de Angmar en tiempos pasados, Hechicero, Espectro, Servidor del Anillo, Señor de los Nazgûl, lanza de terror en la mano de Sauron, sombra de desesperación. (Pág. 108)
- El Príncipe Imrahil llevó a Faramir a la Torre Blanca, y dijo: - Tu hijo ha regresado, señor, después de grandes hazañas- y narró todo cuanto había visto. Pero Denethor se puso de pie y miró el rostro de Faramir y no dijo nada. Luego ordenó que preparasen un lecho en la estancia, y que acostaran en él a Faramir y que se retirasen. Pero él subió a solas a la cámara secreta bajo la cúpula de la Torre; y muchos de los que en ese momento alzaron la mirada, vieron brillar una luz pálida que vaciló un instante detrás de las ventanas estrechas, y luego llameó y se apagó. Y cuando Denethor volvió a bajar, fue a la habitación donde había dejado a Faramir, y se sentó a su lado en silencio, pero la cara del Señor estaba gris, y parecía más muerta que la de su hijo. (Págs. 111-112)
- -No- decían-, ni aunque viniera el Sin Nombre en persona, ni él podría entrar mientras nosotros estuviésemos con vida.-Pero algunos replicaban: -¿Mientras nosotros estuviésemos con vida? ¿Cuánto tiempo? Él tiene un arma que ha destruido muchas fortalezas inexpugnables desde que el mundo es mundo. El hambre. Los caminos están cortados. Rohan no vendrá. (Pág. 113)
- Desde que comenzara en mitad de la noche, la gran acometida había proseguido sin interrupción. Los tambores retumbaban. Una tras otra, en el norte y en el sur, nuevas compañías enemigas asaltaban los muros. Unas bestias enormes, que a la luz trémula y roja parecían verdaderas casas ambulantes, los númakil de los Harad, arrastraban enormes torres y máquinas de guerra a lo largo de los senderos y entre las llamas. (Págs. 121-122)
- Se oyó más fuerte el redoble de los tambores. Las llamas saltaban por doquier. A través del campo reptaban unas grandes máquinas; y en medio de ellas avanzaba un ariete de proporciones gigantescas, como un árbol de los bosques de cien pies de longitud, balanceándose sobre unas cadenas poderosas. Largo tiempo les había llevado forjarlo en las sombrías fraguas de Mordor, y la cabeza horrible, fundida en acero negro, reproducía la imagen de un lobo enfurecido, y portaba maleficios de ruina. Grond lo llamaban, en memoria del Martillo Infernal de los días antiguos. Arrastrado por las grandes bestias y custodiado por orcos, unos trolls de las montañas avanzaban detrás, listos para manejarlo en el momento preciso. (Pág. 122)
- Tres veces gritó. Tres veces retumbó contra la Puerta el gran ariete. Y al recibir el último golpe, la Puerta de Gondor se rompió. Como el conjuro de algún maleficio siniestro, estalló y voló por el aire; hubo un relámpago enceguecedor, y las batientes cayeron al suelo rotas en mil pedazos. (Pág. 123)
- El Señor de los Nazgûl entró a caballo en la Ciudad. Una gran forma negra recortada contra las llamas, agitándose en una inmensa amenaza de desesperación. Así pasó el Señor de los Nazgûl bajo la arcada que ningún enemigo había franqueado antes, y todos huyeron ante él. Todos menos uno. Silencioso e inmóvil, aguardando en el espacio que precedía la Puerta, estaba Gandalf montado en Sombragris; Sombragris que desafiaba el terror, impávido, firme como una imagen tallada en Rath Dínen, único entre los caballos libres de la tierra. (Pág. 123)
- -No, no- respondió Elfhelm-, el enemigo está en el camino, no aquí en las colinas. Estás oyendo a los Hombres Salvajes de los Bosques: así se comunican entre ellos a distancia. Vestigios de un tiempo ya remoto, viven secretamente, en grupos pequeños, y son cautos e indómitos como bestias. Se dice que aún hay algunos escondidos en el Bosque de Druadan. (Pág. 127)
- ¡De pie, de pie, Jinetes de Théoden! Un momento cruel se avecina: ¡fuego y matanza! Trepidarán las lanzas, volarán en añicos los escudos, ¡un día de la espada, un día rojo, antes de que llegue el alba! ¡Galopad ahora, galopad! ¡A Gondor! (Pág. 137)
- De pronto, a una orden del rey, Crinblanca se lanzó hacia adelante. Detrás de él el estandarte flameaba al viento: un caballo blanco en un campo verde: pero Théoden ya se alejaba. En pos del rey galopaban los Jinetes de la escolta, pero ninguno lograba darle alcance. Con ellos galopaban Éomer, y la crin blanca de la cimera del yelmo le flotaba al viento, y la vanguardia del primer éored rugía como un oleaje embravecido al estrellarse contra las rocas de la orilla, pero nadie era tan rápido como el rey Théoden. Galopaba con un furor demente, como si la fervorosa sangre guerrera de sus antepasados le corriera por las venas en un fuego nuevo; y transportado por Crinblanca parecía un dios de la antigüedad, el propio Orome el Grande, se hubiera dicho, en la batalla de Valar, cuando el mundo era joven. El escudo de oro resplandecía y centelleaba como una imagen del sol, y la hierba reverdecía alrededor de las patas del caballo. Pues llegaba la mañana, la mañana y un viento del mar; y ya se disipaban las tinieblas; y los hombres de Mordor gemían, y conocían el pánico, y huían y morían, y los casos de la ira pasaban sobre ellos. (Pág. 137)
- Poseído por una furia roja, lanzó un grito de guerra y desplegó el estandarte - una serpiente negra sobre fondo escarlata- y se precipitó con una gran horda sobre el corcel blanco en campo verde, y las cimitarras desnudas de los Hombres del Sur centellearon como estrellas. (Págs. 138-139)
- Rápida como una nube de tormenta descendió la Sombra. Y se vio entonces que era una criatura alada: un ave quizá, pero más grande que cualquier ave conocida; y parecía desnuda, pues no tenía plumas. Las alas enormes era como membranas coriáceas entre dedos callosos; hedían. Una criatura acaso de un mundo ya extinguido, cuya especie, escondida en montañas olvidadas y frías bajo la luna, había sobrevivido incubando en algún nido horripilante esta progenie última y maligna. (Págs. 139-140)
- Tampoco ahora se inmutó Éowyn: doncella de Rohan, descendiente de reyes, flexible como un junco pero templada como el acero, hermosa pero terrible. Descargó un golpe rápido, hábil y mortal. Y cuando la espada cortó el cuello extendido, la cabeza cayó como una piedra, y la mole del cuerpo se desplomó con las alas abiertas. Éowyn dio un salto atrás. Pero la sombra se había desvanecido. Un resplandor la envolvió y los cabellos le brillaron a la luz del sol naciente. (Pág. 142)
- (…) Y si al comienzo del ataque la fuerza de los Rohirrim era tres veces menor que la del enemigo, ahora la situación se había agravado: desde Osgiliath, donde las huestes enemigas se habían reunido a esperar la señal del Capitán Negro para lanzarse al saqueo de la Ciudad y la ruina de Gondor, llegaba sin cesar nuevas fuerzas. El Capitán había caído; pero Gothmog, el lugarteniente de Morgul, los exhortaba ahora la contienda: Hombres del Este que empuñaban hachas, Variags que venían de Khand, Hombres del Sur vestidos de escarlata, y Hombres Negros que de algún modo parecían trolls llegados de la Lejana Harad, de ojos blancos y lenguas rojas. Algunos se precipitaban a atacar a los Rohirrim por la espalda, mientras otros contenían en el oeste a la fuerza de Gondor, para impedir que se reunieran con las de Rohan. (Pág. 148)
- Entonces, de pronto, quedó mudo de asombro. En seguida lanzó en alto la espada a la luz del sol, y cantó al recogerla en el aire. Todos los ojos siguieron la dirección de la mirada de Éomer, y he aquí que la primera nave había enarbolado un gran estandarte, que se desplegó y flotó en el viento, mientras las embarcación viraba hacia Harlond. Y un Árbol Blanco, símbolo de Gondor, floreció en el paño, y Siete Estrellas lo circundaban, y lo nimbaba una corona, el emblema de Elendil, que en años innumerables no había ostentado ningún señor. Y las estrellas centellaban a la luz del sol, porque eran gemas talladas por Arwen, la hija de Elrond; y la corona resplandecía al sol de la mañana, pues estaba forjada en oro y mithril. (Pág. 150)
- Y cuando el sol despareció detrás del Mindolluin y los grandes fuegos del ocaso llenaron el cielo, las montañas y colinas de alrededor parecían tintas en sangre; las llamas rutilaban en las aguas del Río, y las hierbas que tapizaban los campos del Pelennor eran rojas a la luz del atardecer. A esa hora terminó la gran batalla de los campos de Gondor; y dentro del circuito del Rammas no quedaba con vida un solo enemigo. Todos habían muerto allí, salvo aquellos que huyeron para encontrar la muerte o parecer ahogados en las espumas rojas del Río. Pocos pudieron regresar al Este, a Morgul o a Mordor; y sólo rumores de las regiones lejanas llegaron a las tierras de los Haradrim: los rumores de la ira y el terror de Gondor. (Pág. 152)
- - Y sin embargo, rara vez dejan de sembrar- dijo Legolas -.Y la semilla yacerá en el polvo y se pudrirá, sólo para germinar nuevamente en los tiempos y lugares más inesperados. Las obras de los Hombres nos sobrevivirán Gimli. (Pág. 185)
- La encabezaba una figura alta y maléfica, montada en un caballo negro, si aquella criatura enorme y horrenda era en verdad un caballo, la máscara de terror de la cara más parecía una calavera que una cabeza con vida; y echaba fuego por las cuencas de los ojos y por los ollares. Un manto negro cubría por completo al jinete, y negro era también el yelmo de cimera alta; no se trataba, sin embargo, de uno de los Espectros del Anillo; era un hombre y estaba vivo. Era el Lugarteniente de la Torre de Barad-dûr, y ninguna historia recuerda su nombre, porque hasta él lo había olvidado, y decía: -Yo soy la Boca de Sauron.- Pero se murmuraba que era un renegado, descendiente de los Númenóreanos Negros, que se habían establecido en la Tierra Media durante la supremacía de Sauron. (Pág. 207)
- Lo que Sam contemplaba era el Orodruin, la Montaña de Fuego. Una y otra vez los hornos encendidos en el fondo abismal del cono de cenizas se calentaban al rojo, y entonces la montaña se henchía y rugía como una marea tempestuosa, y derramaba por las grietas de los flancos ríos de roca derretida. Algunos corrían incandescentes hacia Barad-dûr a lo largo de canales profundos; otros se abrían paso a través de la llanura pedregosa, hasta que se enfriaban y yacían como retorcidas figuras de dragones vomitadas por la tierra atormentada. (Pág. 220)
- En aquella hora de prueba fue sobre todo el amor a Frodo lo que le ayudó a mantenerse firme; y además conservaba, en lo más hondo de sí mismo, el indomable sentido común de los hobbits: sabía que no estaba hecho para cargar semejante fardo aun en el caso de que aquellas visiones de grandeza no fueran sólo un señuelo. El pequeño jardín de un jardinero libre era lo único que respondía a los gustos y a las necesidades de Sam; no un jardín agigantado hasta las dimensiones de un reino; el trabajo de sus propias manos, no las manos de otros bajo sus órdenes. (Pág. 223)
- Aquí yazgo, al término de mi viaje hundido en una oscuridad profunda: más allá de todas las montañas escarpadas, por encima de todas las sombras cabalga el Sol y eternamente moran las Estrellas. Ni diré que el Día ha terminado, ni he de decir adiós a las Estrellas. (Pág. 233)
- -¡A ver!- reía, amenazando azotarles las piernas -.¡Donde hay un látigo hay una voluntad, zánganos míos! ¡Fuerza! Ahora mismo os daría una buena zurra, aunque cuando lleguéis con retraso a vuestro campamento recibiréis tantos latigazos como os quepan en el pellejo. Os sentarán bien. ¿No sabéis que estamos en guerra? (Pág. 265)
- ¡Venga, señor Frodo! -llamó -. No puedo llevarlo por usted, pero puedo llevarlo a usted junto con él. ¡Vamos, querido señor Frodo! Sam lo llevará a babuchas. Usted le dice por dónde, y él irá. (Pág. 278)
- Y de pronto sonaron al unísono todas las trompetas; y el Rey Elessar avanzó hasta la barrera, y Húrin de las Llaves la levantó; y en medio de la música de las arpas y las violas y las flautas y el canto de las voces claras, el Rey atravesó las calles cubiertas de flores, y llegó a la Ciudadela y entró; y el estandarte del Árbol y las Estrellas fue desplegado en la torre más alta, y así comenzó el reinado del Rey Elessar, que inspiró tantas canciones. (Pág. 317)
- -Humm, bien, me parece muy justo- dijo Bárbol-, pues es indiscutible que también los Ents desempeñaron un papel en todo esto. Y no sólo dándole su merecido a ese … huum...ese mata-árboles maldito que vivía aquí. Porque tuvimos una gran invasión de esos ...burárum... esos ojizainos, maninegros, patituertos, lapidíficos, manilargos, carroñosos, sanguinosos, morimaitre-sincahonda, huum, bueno, puesto que sois gente que vive de prisa, y el nombre completo es largo como años de tormento, esos gusanos de los orcos llegaron remontando el Río, y descendiendo del norte, y rodearon el bosque de Laurelindórenan, pero no pudieron entrar gracias a los Grandes aquí presentes. (Pág. 331)
- El camino sigue y sigue desde la puerta. El camino ha ido muy lejos, y que otros lo sigan si pueden. Que ellos emprendan un nuevo viaje, pero yo al fin con pies fatigados me volveré a la taberna iluminada, al encuentro del sueño y el reposo. (Pág. 343)
- Pero tú eres mi heredero: todo cuanto tengo y podría haber tenido te lo dejo a ti. Y además tienes a Rosa, y a Elanor; y vendrán también el pequeño Frodo y la pequeña Rosa, y Merry, y Rizos de Oro, y Pippin; y acaso otros que no alcanzo a ver. Tus manos y tu cabeza serán necesarios en todas partes. Serás el Alcalde, naturalmente, por tanto tiempo como quieras serlo, y el jardinero más famoso de la historia; y leerás las páginas del Libro Rojo, y perpetuarás las memorias de una edad ahora desaparecida, para que la gente recuerde siempre el Gran Peligro, y ame aún más entrañablemente el país bienamado. Y eso te mantendrá tan ocupado y tan feliz como es posible serlo, mientras continúe tu parte de la Historia. (Pág. 401)
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