Colmillo Blanco - Jack London
Colmillo Blanco
I Jack London
Sinopsis
Rousseau decía del hombre que nace naturalmente bueno y se pervierte al contacto con la sociedad. London lo aplica al mundo del animal. Colmillo Blanco, el perro-lobo salvaje que no conoce más leyes que las de la naturaleza, irá agudizando sus instintos de ferocidad o violencia a imagen y semejanza de los hombres. "Si el lobezno hubiera pensado como los hombres -dice London-, habría calificado la vida como un voraz apetito, y el mundo como un caos gobernado por la suerte, la impiedad y el azar en un proceso sin fin." Por fortuna, Colmillo Blanco encontró finalmente al "señor del amor".
Crítica
Cuando elegí este libro, lo hice bajo una idea equivocada: creí que leería la historia de Balto, aquel perro héroe mitad lobo y mitad perro que salvó a una ciudad llevando medicinas en medio de la nieve. Ambos comparten un punto en común: terminan como perros de trineo. Pero ahí se acaban las semejanzas, porque el camino que recorre Colmillo Blanco es infinitamente más cruel y salvaje. Antes de arrastrar un trineo, debe luchar por sobrevivir en un mundo hostil: ganarse un lugar en la manada que merodea una aldea india, aprender la ley del más fuerte, ser reducido a perro de pelea y conocer lo peor del ser humano. Y, sin embargo, pese a la violencia y la brutalidad, la historia deja espacio para algo tan poderoso como inesperado: la redención.
En este recorrido, hay personajes que marcan su destino para siempre:
- Kiche, su madre, una loba mestiza que le enseña las primeras lecciones de supervivencia. Ella representa el vínculo inicial con la vida salvaje.
- Nutria Gris, su primer amo humano, a quien llegué a detestar. Aunque se le reconoce cierta justicia frente a otros hombres, es un amo descuidado y brutal, que lo vende como si fuera un objeto más.
- Smith "El Bonito", el antagonista por excelencia: un hombre cruel que lo convierte en perro de pelea, explotándolo hasta el límite. Si hubo alguien que me generó odio visceral, fue él. Confieso que durante todo el libro deseé que le ocurriera lo peor, y cuando el relato se lo cobra, lo celebré con un extraño alivio.
- Weedon Scott, el contrapunto luminoso: el hombre que lo rescata y lo domestica con paciencia y afecto, demostrando que la bondad puede reconstruir incluso lo más salvaje.
- Matt, compañero de Scott, que pasa de la desconfianza a la aceptación.
Pero hay un episodio que me dejó pensando mucho: el reencuentro con Bocas, aquel perro que maltrataba a Colmillo Blanco cuando era un cachorro. Años después, lo encuentra viejo, frágil y vencido. Ese instante en el que Colmillo Blanco lo derrota es más que una escena violenta: es un espejo de la vida misma, de cómo el tiempo cobra factura a los poderosos y cómo la rueda gira sin piedad. Me hizo reflexionar sobre la crueldad de la vejez, sobre lo implacable que puede ser el instinto y sobre lo paradójica que es la existencia: el verdugo de ayer se convierte en la víctima de hoy.
Admito que fue una feliz equivocación leer este libro. No encontré la historia que buscaba, pero hallé algo que se siente fresco incluso en pleno 2025: una novela que explora la relación entre instinto, violencia y humanidad desde una perspectiva casi olvidada: la mirada del animal.
Eso sí, el inicio fue arduo. El tono naturalista, la abundancia de descripciones y el ritmo pausado me hicieron sentir que estaba viendo un documental narrado con voz monótona sobre los helados paisajes del norte. Por momentos pensé en abandonarlo.
Pero entonces, la historia despertó. Con la entrada de los humanos, el relato se llena de tensión y dinamismo. Aparecen personajes que despiertan emociones intensas —desde odio puro hasta admiración—, y no puedes dejar de leer porque ansías saber si la justicia (o el karma) les alcanzará. Entre tanto, Colmillo Blanco se erige como un personaje imponente: feroz, endurecido por el dolor, pero capaz de sentir y de cambiar. Ese proceso evolutivo es la médula del libro y, en mi opinión, su mayor logro.
Aquí es donde Colmillo Blanco demuestra por qué sigue siendo relevante. Hoy, cuando las estanterías están copadas por el cozy fantasy, el romance contemporáneo y sus variantes más oscuras (dark romance), esta novela recuerda que la gran literatura no solo entretiene, sino que plantea una tesis y la desarrolla con coherencia y profundidad. ¿Cuál es la tesis que traza Jack London? Que la naturaleza puede ser moldeada por la violencia, pero la bondad y la empatía tienen el poder de redimir incluso lo más salvaje.
Además, London logra algo magistral: poco a poco, te envuelve tanto en la trama que terminas viviendo dentro de la piel del protagonista, aun cuando se trata de un lobo. Ese nivel de inmersión me sorprendió y lo disfruté enormemente. Tanto, que desearía que muchos escritores contemporáneos aprendieran de esta capacidad para sostener un argumento sólido a lo largo de toda la narración, sin sacrificar tensión ni pulso narrativo.
📚 Veredicto: ⭐⭐⭐⭐4 estrellas. ¿Por qué no cinco? Porque el inicio, cargado de descripciones y ritmo pausado, puede ser un obstáculo para algunos lectores. Pero la recompensa es inmensa: una obra intensa, profunda, construida con admirable coherencia, que combina acción, reflexión y emoción. Si buscas una lectura distinta a las narrativas que dominan el mercado actual, que te rete y te deje pensando, Colmillo Blanco sigue siendo un viaje imprescindible.
- Sobre la tierra reinaba un vasto silencio.Toda ella era una desolación sin vida, sin movimiento, tan solitaria y fría que no se desprendía de ella ni siquiera un espíritu de tristeza.Había en ello algo como una carcajada, más terrible que la misma tristeza, más desolada que la sonrisa de la esfinge; una risa tan fría como el hielo, que tenía el espanto de lo inexorable. Era la sabiduría superior incomunicable de la burla eterna de la futilidad de lo viviente y de sus esfuerzos.Era la selva, la salvaje selva cuyo corazón está helado.
Pero allí mismo, desafiante, se encontraba la vida.
- A la selva boreal no le gusta el movimiento.Para ella la vida es un insulto, pues lo que vive se mueve y la selva siempre destruye cuanto goza de movilidad. Hiela el agua para impedir que corra hacia el mar; arranca la savia de los árboles hasta que se hielen sus poderosos corazones. Pero la naturaleza boreal ataca de la manera más feroz y terrible al hombre, aniquilándolo y obligándolo a la sumisión; al hombre, que representa la vida en su más alta capacidad de movimiento, el eterno rebelde, que lucha continuamente contra la ley según la cual el movimiento termina en reposo.
- -He oído contar a los marineros de tiburones que persiguen tenazmente a un barco- dijo Bill metiéndose otra vez entre las mantas, después de haber echado más leña al fuego- Bueno, estos lobos son tiburones terrestres. Conocen su oficio mejor que tú y que yo el nuestro. Siguen nuestras huellas porque les conviene. Presiento que no saldremos de esta, Henry. No saldremos de esta.
- Parece que ya te hubieran comido por la manera como hablas- replicó Henry enérgicamente. Cuando un hombre dice que está derrotado está vencido a medias. Ya te han comido por la mitad, por la forma en que hablas.
- Mientras tanto la loba seguía echada y sonreía. Se alegraba de una manera vaga por la batalla, pues así es el amor en la selva, la tragedia del sexo en el mundo de la naturaleza, que es tan solo para los que mueres.En cambio, para los que sobreviven no es trágico, sino que implica la satisfacción del deseo y la perfección.
-Cuando su madre empezó a abandonar el cubil para dedicarse a sus expediciones de caza, el lobezno había aprendido perfectamente la ley según la cual estaba prohibido acercase a la entrad. No solo su madre se lo había enseñado con el hocico y las patas, sino que además empezaba a desarrollarse en él el sentimiento de miedo. En su breve vida en la cueva no había encontrado nada que le produjera ese sentimiento que, sin embargo, existía en él. Llegaba hasta él, desde sus más remotos ascendientes, a través de millares de millares de vidas.Era una herencia que recibió directamente del Tuerto y de la loba, y que, a su vez, ellos tenían de todas las generaciones anteriores de lobos.El miedo es un legado al que no escapa ninguna criatura de la selva.
- Así pues, el lobezno conoció el miedo, aunque no sabía a qué se debía. Es probable que lo aceptara como una de las restricciones de la vida, pues sabía ya que existían limitaciones. Había conocido el hambre y cuando no pudo calmarla, comprendió que existía una barrera.El obstáculo de los muros, los enérgicos golpes del hocico de su madre, sus patadas que le hacían revolcarse por el suelo, el hambre insatisfecha de varios periodos le hicieron comprender que no todo era libertad en el mundo, que la vida estaba sujeta a limitaciones y a restricciones, que eran las verdaderas leyes.Obedecerlas significa escapar a lo que hace daño y ser feliz.
-Pero dentro de él se desarrollaban otras fuerzas, la mayor de las cuales era el crecimiento.El instinto y la ley exigían que obedeciera. Pero el crecimiento demandaba desobediencia. El miedo y su madre le impelían a que se alejara del miro blanco.Mas el crecimiento equivale a la vida y esa está destinada a correr hacia la luz.No había ninguna posibilidad de frenar aquella vida tumultuosa que hervía en él, que se acrecentaba con cada bocado de carne que tragaba , con cada inspiración que entraba en sus pulmones. Finalmente un día, impulsado por la fuerza vital, dejó de lado el miedo y la obediencia a su madre, y el lobezno avanzó a trompicones hacia la entrada.
-El lobezno podía precisarla intensidad emotiva de lo que hacía. Surgía en él toda la sangre luchadora de su raza. Esto era la vida, aunque no lo supiera. Empezaba a comprender el sentido de su existencia en el mundo: matar las cosas vivientes y luchar para hacerlo. Justificaba su existencia, lo más que puede hacer la vida, pues esta alcanza su máxima cuando ejecuta aquello para lo que ha sido creada.
- Había dos clases de vida: La de su especie y la de las otras. La suya incluía a su madre y a él. la otra estaba formada por todas las cosas que se movían y que se dividía en aquellos seres que su propia especie devoraba y que se subdividía en animales que no mataban o que si lo hacían eran pequeños. La otra parte mataba y devoraba a su propia especie o era devorada por ella.De esta clasificación se infería la ley. La vida necesitaba el alimento. Y era alimento. La vida vivía de la vida. Existían seres que devoraban y otros que eran devorados. La ley era: "devora o te devorarán".No la formuló claramente en términos unívocos y fijos, ni tampoco trató de inferir la moraleja de ello. ni siquiera lo pensó. Vivía la ley, sin pensar en ella.
- Si el lobezno hubiera tenido el cerebro de un hombre hubiera definido la vida como un apetito voraz y el mundo como un lugar donde se desplazaban una multitud de esos apetitos, perseguido y siendo perseguido, dando caza y siendo su víctima, devorando y siendo devorado; en el que todo ocurre ciega y confusamente, con violencia y desorden, un caos de glotonería y de sangre regido por la casualidad, sin merced, plan o fin.Pero el lobezno no pensaba como los hombres. Carecía de una visión amplia de las cosas. No tenía más que un propósito y le preocupaba solo una idea o un deseo a la vez. Además la ley del sustento muchísimas otras menores que él debía aprender y obedecer.El mundo estaba lleno de sorpresas. La vida bulliciosa que había en él, el juego de sus músculos, era un goce interminable.Correr detrás de la pesa equivalía a experimentar intensas emociones y el orgullo del triunfo. Sus rabietas y batallas eran verdaderos placeres. El mismo terror y el misterio de lo desconocido le inducían a su modo peculiar de vida.
También existían para él momentos de expansión y de satisfacción. Tener el estómago bien repleto, estar tirado al sol, eran premios a sufrimientos y trabajos que en sí mismos encerraban su propia recompensa. Eran expresiones de vida, y esta siempre es feliz cuando se expresa a sí misma. Por ello el lobezno no sentía ninguna hostilidad por su mundo.La vida tenía una intensidad excepcional en él; era muy feliz y estaba muy orgulloso de sí mismo.
-A menudo se experimenta la desgracia de ver caer por tierra los dioses y derribados sus altares. Pero el lobo y el perro salvaje, que vinieron a postrarse a sus pies, jamás han experimentado esa desdicha. A diferencia del hombre, cuyos dioses son invisibles o producto de una concepción demasiado audaz, vapores y jirones de niebla de la fantasía, que eluden el contacto con la realidad, muertos espíritus del deseo de divinidad y de potencia, producto intangible del yo en el campo del espíritu, el lobo y el perro salvaje que se acercaron al fuego encontraron dioses de carne y hueso, tangibles, que ocupan un determinado espacio y que requieren un cierto tiempo para ejecutar los fines propuestos y vivir. No se necesitan ningún esfuerzo de fe para creer en él. Ningún esfuerzo de voluntad para negarlo.No es posible escapar de él.Allí está, en pie sobre sus dos patas traseras con un palo en la mano, apasionado, rabioso, capaz de amar, dios, misterio y poder en una pieza, estructura de carne, que sangra cuando se la muerde y que es tan buena para comer como cualquier otra.
Así le pasó a Colmillo Blanco. Los animales llamados hombres eran dioses, de los que no se podían escapar, a los que no se podía menos de asignarles esas cualidades.
-Los animales obran más a menudo guiados por el sentimiento que por el pensamiento, por lo que, desde aquel entonces, los actos de Colmillo Blanco se basaron en el sentimiento, según el cual los hombres blancos eran dioses superiores.En primer lugar desconfiaba de ellos. Era imposible predecir qué métodos desconocidos usaban para producir el terror o qué dolores desconocidos podrían causar. Los observaba curiosamente, temeroso de que notaran su presencia...
(...) Pero si los dioses blancos eran omnipotentes, sus perros no valían gran cosa, lo que Colmillo Blanco descubrió muy pronto, mezclándose entre los que bajaban a tierra con sus amos. Eran de todas formas y tamaños. Algunos tenían patas cortas, demasiado cortas, y otros extremidades largas, demasiado largas. Tenían pelo muy distinto al suyo y algunos demasiado poco.Ninguno de ellos sabía luchar.
Como enemigo de su raza, era obligación de Colmillo Blanco pelear contra ellos. Inició muy pronto su tarea, sintiendo un gran desprecio por ellos. Eran tan blancos como incapaces; hacían mucho ruido y daban vueltas tratando de hacer por la fuerza lo que él conseguía con destreza y astucia.
-No costaba mucho trabajo iniciar la pelea. En cuanto los perros extraños bajaban a tierra, todo lo que tenía que hacer era dejarse ver, pues en cuanto le observaban se echaban sobre él. Era su instinto. Representaba la selva, lo desconocido, lo terrible, la eterna amenaza, lo que acecha en la oscuridad alrededor de los fuegos del mundo primitivo, cuando ellos, echados muy cerca de las llamas, educaban sus instintos, aprendiendo a temer la selva de la que provenían, a la que habían desertado y traicionado. De generación en generación, a través de las edades, se había enraizado en sus naturalezas ese miedo a la selva.Durante siglos significó el terror y la aniquilación.Durante todo aquel tiempo, sus amos les habían dado permiso para matar a los seres que venían de ella, pues haciéndolo se protegían a sí mismos y a sus dioses, cuya compañía compartían.
-Las criaturas simples comprenden perfectamente la diferencia entre el mal y el bien. Lo bueno representa todas las cosas que producen paz y satisfacción y que suprimen el dolor. En consecuencia, gustan de ello. Lo malo representa todas las cosas que conducen al desasosiego, al dolor, por lo que, en consecuencia, se las odia.Colmillo Blanco sentía que Smith el Bonito era malo. Así como de un pantano se elevan miasmas pútridos, Colmillo Blanco sentía la maldad que emanaba de aquel cuerpo contrahecho y de aquella alma deforme. Aquel sentimiento provenía, no del intelecto o de los solo cinco sentidos, sino de otros más sutiles y desconocidos, que le advertían que dicho hombre estaba poseído por el mal, lleno del deseo de hacer daño y que, en consecuencia, era algo maligno que era prudente odiar.
-Colmillo Blanco se dejó cuidar. Las mujeres rechazaron indignadas la sugestión del juez Scott de traer una enfermera profesional, encargándose ellas mismas de cuidar al herido. En mérito de aquella probabilidad de uno contra diez mil que le concedía el veterinario, Colmillo Blanco ganó la batalla.
No debe censurarse al doctor por haberse equivocado.Durante toda su vida había atendido y operado a los delicados hijos de la civilización, que vivían continuamente protegidos y que descendían de generaciones sometidas a las mismas condiciones.Comparados con Colmillo Blanco, eran frágiles y débiles, y tendían sus brazos a la vida sin poder aferrarse a ella.Pero Colmillo Blanco provenía de la selva, donde los débiles perecen y no se concede cuartel a nadie.Nu en su padre, ni en su madre, ni en todos los progenitores de ambos se encontraba un solo individuo débil.La herencia de Colmillo Blanco era una constitución de hierro y su vitalidad de la selva. Se aferraba a la vida con todas sus fuerzas, con todo su cuerpo, en carne y espíritu, con la tenacidad que desde la Creación fue dada a las criaturas.
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