Hermanos de sangre - Ernst Haffner
Hermanos de sangre | Ernst Haffner
Sinopsis
Berlín, 1930. Alemania está sumida en una terrible crisis económica. Miles de jóvenes viven en la calle. Algunos son huérfanos, otros han sido abandonados, otros huyen de crueles reformatorios. Todos tienen los mismos enemigos: el frío, el hambre y la policía. Pero juntos son más fuertes. Son hermanos de sangre. Como Jonny y su pandilla, unidos por un indisoluble vínculo de amistad y dispuestos a cualquier cosa para sobrevivir en unas calles tan mágicas como crueles.
Crítica
Hablar de una Alemania posterior a la Primera Guerra Mundial desde un enfoque puramente latinoamericano implica atenerse a los hechos enseñados en la escuela primaria y secundaria. Sin embargo, encontrar un libro traducido al español que haya sido escrito en el contexto del período de entreguerras resulta casi una rareza, especialmente en las bibliotecas de pueblos pequeños, donde los recursos son limitados y los textos especializados sobre conflictos históricos suelen brillar por su ausencia. No obstante, aquí estamos, con un libro que ha llegado a nuestras manos de manera fortuita, quizá como un golpe de suerte, para ayudarnos a entender un poco más sobre la República de Weimar y el surgimiento del Nacionalsocialismo de Hitler.
Comencemos por lo esencial: el autor. Ernst Haffner es, incluso hoy, un enigma para el mundo literario. Lo poco que sabemos sobre él lo obtenemos del propio libro. Haffner fue trabajador social durante aquel periodo y conoció de primera mano la situación de la juventud berlinesa en una Alemania derrotada, asolada por el hambre, con una infraestructura devastada tras años de guerra y sumida en una crisis económica sin precedentes que condenaba a muchos de sus ciudadanos al frío y la miseria.
La historia que relata Hermanos de Sangre no puede calificarse de completamente verídica, como señala su prologuista, pero constituye un retrato vívido de los tiempos desesperados que vivió la juventud marginada de Berlín. En un entorno donde sobrevivir era el único objetivo, las pandillas de chicos y chicas sin hogar se convirtieron en la última trinchera para enfrentar una sociedad implacable y profundamente individualista.
Haffner plasma en la pandilla la esencia de aquella juventud alemana: jóvenes famélicos, con estómagos vacíos saciados apenas con nabos, recorriendo las calles en busca de algo caliente que les permitiera sobrevivir al invierno o vendiendo sus cuerpos por un lugar cálido donde pasar la noche. Hermanos de Sangre no es una historia idílica ni romántica; no presenta a hermosos adolescentes rubios de ojos azules superando adversidades. Es el crudo retrato del hambre, la miseria y el despojo que deja tras de sí una sociedad fracturada hasta la médula, donde el núcleo familiar ha sido reducido a cenizas. Esta es la imagen que el régimen de Hitler buscó suprimir, destruyendo la única obra de Haffner, quien desapareció misteriosamente en 1932.
Berlín, una ciudad vastamente dividida entre escombros y barrios marginales, entre la luz del orden y la oscuridad del caos, es el escenario donde un grupo de jóvenes fugitivos de los reformatorios estatales intenta romper el círculo vicioso del hambre, la sumisión y la desesperación. Esos reformatorios, descritos como nidos de delincuentes y jóvenes iracundos contra el sistema, encarnaban la decadencia de un estado incapaz de ofrecer esperanza a su juventud. Berlín se presenta como un refugio para vagabundos, prostitutas y ladrones, una ciudad donde el frío y la suciedad eran tan palpables como la desesperanza.
En esta sociedad, los menores eran vistos como potenciales ladrones, mujeres promiscuas o figuras indeseables que deambulaban como si fueran la peste misma. Haffner subraya la crudeza de la situación: en su lucha por sobrevivir, los jóvenes ofrecían sus cuerpos al mejor postor, a cambio de una sopa aguada y un mendrugo de pan. Estas pandillas, formadas por chicos y chicas, alimentaban con el tiempo las clases bajas del imaginario gangsteril de Berlín, una imagen que podía captarse en los cines más sórdidos de la ciudad. Sin embargo, no todos caían en la desesperanza. Algunos, cansados de una vida de miseria, se las ingeniaban para subsistir en un ambiente hostil y evitar ser atrapados por un sistema estatal decadente e implacable. Aun así, el panorama seguía siendo desolador.
Hermanos de Sangre no es un libro para los pusilánimes, los depresivos o quienes busquen una moraleja edificante o una lección de los “buenos y antiguos tiempos”. Es una obra que retrata la decadencia en toda su crudeza, un testimonio invaluable para comprender los estragos de la guerra y sus consecuencias en la juventud: el temor al desempleo, la desvalorización de la vida y la amoralidad desbordada que genera más caos que un diluvio. Es, en definitiva, un caldo de cultivo para la locura y, quizá, para los peores impulsos humanos.
-[7] A principios de los años treinta, vivían en las calles de Berlín y de otras grandes ciudades alemanas miles de jóvenes sin hogar. Algunos eran víctimas de la precaria situación económica. Otros vieron destruidas y deshechas sus familias como consecuencia de la Primera Guerra Mundial. Muchos habían huido de centros de acogida. Llegaron a las grandes ciudades, procedentes de todo el país, ya que en ellas la miseria parecía ser más llevadera que las condiciones que debían soportar en los hogares y establecimientos para jóvenes. En ellos estaban expuestos a las represalias de un sistema educativo que los sometía a la violencia psicológica y física, en lugar de brindarles ayuda y trato humano.
-[8] El rastro de Haffner, de cuya persona es muy poco lo que se conoce -se sabe que fue periodista y desarrolló actividades de asistencia social, y que vivió en Berlín entre 1925 y 1933-, se pierde después de la toma de poder de la NSDAP. A finales de los años treinta es citado junto con su editor en la Cámara de Escritores del Reich. Durante las convulsiones de la guerra su nombre ya no vuelve a aparecer.
-[10] El elevado índice de desempleo entre los muchachos y los adultos jóvenes no es sino síntoma de una realidad social cada vez más desesperanzada y amenazadora. Por suerte aún estamos lejos de las condiciones de vida descritas por Haffner. No obstante, esta novela, leída hoy, constituye, una petición acorde con los tiempos, a la par que cargada de humanidad, para volver la mirada hacia el destino del [11] individuo en lugar de rendirse al miedo general que se percibe en todas partes y que no puede menos de encoger los corazones. Esto es lo que hace para mí tan importante su lectura (Peter Graf)
-[17] Los ocho jóvenes han conseguido apoderarse de un banco, no les preocupa las llamadas, se amodorran. Han pasado la larga noche de invierno en la calle. Como tantas otras veces: no tienen casa. Todo el tiempo de aquí para allá, todo el tiempo en movimiento. Debido a las inclemencias, no han podido descansar. Nieve de varios días de cuando en cuando unos delgados hilos de lluvia, todo ello mezclado por el viento que, con su frío penetrante, hacía resonar las bocas de los chavales al modo del pico de los patos.
-[17] Los niños con el vientre lleno de nabos -ni siquiera con el vientre lleno de patatas- merodeaban por los patios y las calles en busca de comida. Al hacerse mayores se lanzaban a cometer robos en manada con el [18] pensamiento de llenar la panza. Malvados animalillos depredadores.
-[27]Divididos en grupos se dirigen a la Alexanderplatz. Al México. Temprana actividad a partir de las seis de la mañana. Una sopa caliente, aunque exigua [28], puede suponer una inmensa obra de caridad. Con las manos apretadas a los tazones, los Hermanos de Sangre toman asiento en un rincón y sorben ruidosamente calor, calor...
-[70] Pero si crees, Willi Kludas, que la cosa no puede ir a peor...Si crees que es tan fácil escatimarle el dinero del billete Colonia-Berlín a la compañía de ferrocarril...¡te equivocas! [71] ¿Por qué te arrojaste sobre tus bienintencionados educadores y eludiste, para colmo, un castigo justo? ¡Castigo! ¿Oyes el eco de la palabra? Sí, ¡castigo! Aquí lo tienes, debajo de un expreso veloz. ¡Aquí! ¡Aquí donde te abrazas, rígido como un bulto insensible, al hierro cada vez más frío! Finalmente ha sido vencida la resistencia de tu cabeza dura. Grita, gime en medio del estruendo. No lo van a oír los que están acomodados en sus mullidos asientos un metro por encima de ti. Tu afán de libertad, tus ansias por magrear alguna vez una muchacha en un zaguán, por ir como un hombre libre por las calles encendidas de resplandores cambiantes, por no ser nunca más un interno al que se le puede arrear bofetadas a placer. ¡Todos esos antojos que una educación protectora mantuvieron lejos de ti para hacer contigo un hombre a su gusto, tienes que pagarlos en una noche en la cual la muerte no se apartará de ti ni un segundo de tu cogote!
-[97] Se ha hecho de día. Los pocos que no forman parte del ejército de seis millones de famélicos se dirigen deprisa a los lugares donde han de ganarse el pan. Deben de evitar a toda costa llegar tarde. El jefe podría estar de mal humor. Los grandes almacenes y las tiendas abren sus espacios abarrotados de mercancías. Los vendedores suben las persianas de los escaparates, donde todo está dispuesto de forma tan seductora que al observador se le hace la boca agua. Pero el agua, en la boca, nos sacia.
-[107]Críos, hombres y ancianos yacen encogidos en el cuchitril, olvidando dormidos las penalidades de su existencia. Críos en cuyas bocas abiertas aún brillan los dientes de leche. Hombres cuyos brazos sanos podrían conseguir a fuerza de su trabajo un alojamiento mejor. Ancianos cuya decrepitud digna de compasión merecería un alojamiento también mejor.
-[139] El observador superficial de ese mundillo, de lo que de él se percibe a primera vista, encontrará aburrida a más no poder el hampa berlinesa. No verá en ella nada, absolutamente nada interesante. También aquí la sangre es un jugo especial, y el delincuente diabólico admira al hampón berlinés, al igual que cualquier otro mortal, en el cine. Hacen falta estudios exhaustivos para acceder a esas personas que malviven tal vez durante toda su existencia entre breves lapsos de libertad, largos años de prisión, la huida constante de la ley y..., cayendo, tras gozar de unos pocos días de alegría, en privaciones aún mayores.
-[139] Lo primero de todo, la confirmación de que hoy día, en Berlín, esos sótanos de criminales, como nos lo han presentado en centenares de películas, no existen. Todos esos sótanos en Linienstrasse, Marienstrasse, Auguststrasse, Joachimstrasse, Borgigstrasse y algunas calles más tuvieron que cerrar al poco tiempo de la inflación. Y las grandes cervecerías con estruendosas orquestas de instrumentos de viento se convierten a primera hora de la mañana en salas de espera de un populoso ejército de[140] proxenetas, gentes sin hogar y delincuentes ocasionales.
-[146] Pero una cosa ha aprendido después de tantos años de práctica, ya fuera en Berlín, Italia o en cualquier aldea de la Alta Silesia: dar o regalar no es virtud de ricos. Azuzan a los perros contra los mendigos o cierran la puerta de un golpazo. Solamente el pobre da con la naturalidad de quien conoce el hambre y la miseria.
-[160] Y Ludwig prosigue el relato de sus viajes a la deriva hasta que llegó a Berlín, ciudad para él desconocida. De su vida de hambriento, de las noches pasadas en vagones de ferrocarril, en casas demolidas y edificios en construcción. De cómo vendía su cuerpo para no morir de hambre como el más miserable de los gatos. De sus pequeños robos para salir de apuros. Hasta que se integró en los Hermanos de Sangre.
-[182] "Pero entonces qué haremos cuando nos hayamos comido los marcos. Entonces, ¿qué Willi?" "Entonces vuelta a empezar con la vieja mierda..." Suena como si hubiera hablado un candidato al suicidio a quien, poco antes del último aliento, le hubieran cerrado la llave del gas. "Willi, qué bonito sería no tener miedo del correccional..., tener papeles válidos..."
-[217] Cientos de miles de desempleados se devanan los sesos buscando una fuente de ingresos; una forma de subsistir. Surgen mil oficios nuevos; oficios ideados por la más cruda desesperación. Empezando por el vendedor de palitos salados en los bares hasta el que alquila paraguas cuando empieza de pronto a llover. Desde que el que cuida coches hasta el explorador que hurga en los montículos de basura de la periferia de la gran ciudad. Una multitud de ocurrencias extravagantes, un deseo desmesurado de ocupación, una prueba estremecedora del afán por conservar la honradez pese al impulso de vivir y tener que alimentarse.
-[221] ¿Qué no es para tanto, señor comisario? ¿Qué sabrá usted de nosotros? Es para tanto, para mucho. Ahora todo se ha echado a perder. Ahora nos devolveréis al correccional. Pronto no podremos aguantar allí más...,nos escaparemos...,pasaremos otra vez hambre y terminaremos entrando en la pandilla. Trabajar, lo que se dice trabajar [222] honradamente, no nos dejáis...No queréis más que humillarnos, encerrarnos y someternos...pero, ¿se os ha ocurrido ayudarnos y darnos apoyo? ¡No...!
-[241] Dos que han aguantado toda clase de penalidades con tal de eludir los métodos educativos del correccional. Esa educación que se supone ha de proteger del desamparo. [242] Los chavalillos con dientes de leche junto a los curtidos pandilleros. La quinceañera virgo intacta- hurtó algunas cintas de seda, aderezos de vidrio o galletas de chocolate en los grandes almacenes-junto a las prostitutas adolescentes que ya tuvieron sus primeras curas de bismuto y Salvarsán...
-[242] A ese Berlín, a ese Berlín enorme, despiadado, no es posible vencerlo a solas para arrancarle un mínimo diario de subsistencia. Un sinfín de noches sintieron lo que significa vagar solos, solos por las calles dormidas. Vagar...,vagar. Poner una pierna maquinalmente por delante de la otra...,una...pierna...por...delante...de...la...otra...Hasta que el mecanismo agotado ya no funciona y uno se acurruca en un zaguán.
-[243] Willi y Ludwig, dos del miserable ejército de vagabundos de la gran ciudad, que, condenados a sucumbir, no han sucumbido. Dos entre miles en la carretera de Berlín.
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